En primer lugar, la cultura democrática ganó espacio. A diferencia de anteriores elecciones presidenciales, en las que el abstencionismo alcanzó alrededor del 60% de la población habilitada para votar, en esta ocasión fue de 46%. Esta mayor participación electoral indicaría una mayor toma de conciencia sobre el poder del voto ciudadano en el marco de nuestras instituciones.
El pluralismo político también ganó terreno. El espectro político de los votantes se ha diversificado ampliamente, todas las sensibilidades y tendencias estuvieron presentes en la escena electoral. Desde la derecha radical, pasando por la derecha conservadora y tradicional, siguiendo por el centro de derecha e izquierda, continuando por la izquierda centro y llegando a la izquierda radical. Ello es sano para nuestra democracia y refleja una sociedad cada vez más diversa.
A su vez, el protagonismo de las mujeres y la participación de las nuevas generaciones fueron determinantes. De los cinco candidatos presidenciales que se presentaron a la primera vuelta, cuatro tenían como vicepresidente a una destacada mujer. Ellas jugaron un rol fundamental en la campaña, como también fue evidente la mayor participación de los jóvenes en la agitación electoral en las principales ciudades. Sin duda ello contribuye a la necesaria renovación de la política en Colombia.
Las fuerzas alternativas y ciudadanías independientes han crecido significativamente. Ahora cuentan con un peso electoral importante, superando en gran parte la tradicional hegemonía de los partidos del establecimiento y el poder de las maquinarias electorales, y limitando el poder de manipulación de las élites políticas que por décadas han usufructuado el poder. La izquierda y el centro alcanzaron su más grande porcentaje de votantes en la historia electoral de Colombia, si sumamos los votos de Petro, Fajardo y De La Calle, hoy representamos más del 50% de los electores. Esto refleja un nuevo panorama político y anuncia a corto o mediano plazo opciones reales de cambio.
El ágora del debate ganó espacio y la pedagogía avanzó. Todos los candidatos presentaron sus programas con seriedad y respeto en la diferencia, y el público que asistió a las plazas y siguió los debates a través de los medios de comunicación pudo informarse ampliamente sobre las propuestas. La polémica fue rica y alcanzó gran divulgación regional y nacional.
Las elecciones transcurrieron en paz. Los acuerdos con las FARC fueron factor clave para el desarrollo normal de las elecciones, y a pesar de la fuerte polarización política que vive el país la ciudadanía asistió cívicamente a las mesas de votación. No hubo alteraciones mayores ni hechos de violencia graves, como ha sucedido en diversas ocasiones en el pasado.
La confianza en el sufragio universal salió fortalecida. El conteo electoral fue rápido y eficiente; dos horas después de cerradas las elecciones Colombia conocía los resultados, los cuales fueron aceptados por todos los candidatos. Esto no significa que posiblemente no haya habido fraude en algunas mesas o lugares, pero la percepción de la ciudadanía fue la de unas elecciones correctas. El buen transcurso de la jornada legitimó ante los colombianos y el mundo la primera vuelta.
Por todo lo anterior, más allá del candidato que sea elegido Presidente de Colombia en la segunda vuelta el próximo 17 de junio, Gustavo Petro o Iván Duque, podemos decir que hemos avanzado hacia una confrontación más democrática y moderna. Hemos dado un paso adelante como sociedad.
Mauricio Trujillo Uribe
Junio de 2018
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