Ya dixe como io había andado cvii leguas por la costa del mar, por la derecha línea de osidente a oriente, por la isla Luna… allende de estas cvii leguas me quedan de la parte del poniente dos provinciay que io no he andado, la una de las cuales llaman Auan, adonde nasen la gente con cola…
Cristóbal Colón.
Es una afirmación incontrovertible la del sociólogo Thorston Veblen cuando dice que la empresa conquistadora española en América fue una empresa de pillaje, violencia, inflamada y alentada por el fanatismo religioso y la vanidad heroica. Lo que explica en mucha parte el hecho que recientemente algunas protestas sociales, en el mundo entero, estén tumbando muchas de las estatuas o esculturas (incluyendo la de Cristóbal Colón) que representan a las más reconocidas figuras del descubrimiento, conquista y colonia en las tierras de América y, a la vez, reclamen el reconocimiento de nuestros pueblos primigenios o aborígenes como actores de una resistencia histórica que por desgracia aún persiste.
Todo comenzó con la búsqueda de una ruta hacía las Indias Orientales. El encargo por parte de la Corona española fue depositado en manos de un hombre que tenía la mala costumbre de firmar bajo varios nombres. El profesor Cecil Roth, de la Universidad de Oxford, sostiene que el nombre de Colón era usado por los judíos italianos de apellido Colombo. Al comienzo, en España, el descubridor firmaba como Colombo; en Portugal, como Colom y/o Colomo; y, cuando acepto el plan para zarpar, se hacía llamar don Cristóbal Colón. Sin embargo, al firmar la primera capitulación suscribió como Xpo Ferens.
Se reconoce que Colón pertenecía a una familia hispano-judía radicada en Génova desde un siglo antes. Su condición de judío era un claro impedimento para que los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, le ofrecieran la oportunidad o licencia para los viajes ultramarinos. El antijudaismo fue notorio en la expansión imperial española. Ello hacía negar a cualquier judío la posibilidad para viajar a América. Si el hecho hubiese sido conocido en 1492, difícilmente la Corona de Castilla hubiera ofrecido respaldo. Lo anterior hace pensar a varios historiadores sobre la dudosa condición de ilegal (“Llovido”) del Gran Almirante, al menos, así está en los términos de Murillo Mena, en su libro “Los Llovidos en el Nuevo Reino de Granada”.
De todas maneras, el 3 de Agosto de 1492, tres naves desatracaban del Puerto de Palos de Moguer: la nao Marigalante o Gallega (construida en Galicia y rebautizada La Santa María) comandada por el Almirante Cristóbal Colón; La carabela Rascón (rebautizada La Pintáa con pronunciación andaluza) al mando del capitán Martín Alonso Pinzón y la carabela Santa Clara (nombre de la patrona religiosa de Moguer, rebautizada La Niña) que era comandada por Vicente Yánez Pinzón. Como epílogo del aventurero viaje, el Almirante Cristóbal Colón, acompañado por 90 hombres en total, logró desembarcar en la tierra americana.
Se sabe que la primera isla que visitó Colón fue las Bahamas, en donde, por primera vez, los españoles vieron el resplandeciente amarillo del oro colgado de los cuerpos desnudos de los aborígenes. Pero, no todos los indígenas eran mansos; al intrépido Colón, le contaron que en otras islas, “lexos de allí, avía hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres, y que en tomando uno lo degollaban y le bevían la sangre y le cortaban su natura… me amostraron como allí venían gentes de otras islas que estaban acerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí e creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por captivos…”. (Cristóbal Colón. Los Cuatro Viajes del Almirante y su Testamento. Espasa/Calpe. Madrid. 1971). Se encontró por pura casualidad con una paradisíaca isla a la que le puso el nombre de San Salvador. Los aborígenes la llamaban Guanahaní, que en idioma arawac quiere decir tierra de las iguanas.
En un primer momento Cristóbal Colón dijo que nuestros aborígenes eran hombres “todos mancebos, como dicha tengo, todos de buena estatura, gente muy fermosa: los cabellos nocrespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que otra generación que fasta aquí haya visto, y los ojos muy fermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto salvo de la color de los canarios (habitantes de las islas Canarias)… las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha… gente farto mansa, y por las ganas de haber de nuestras cosas, y teniendo que no se les ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar, más todo lo que tienen lo dan por cualquier cosa que les den… (Cronistas de Indias: antología. 1995) Más tarde, la avaricia por el oro y la venta de esclavos hizo (a pesar de la defensa de De las Casas y Montesinos) que algunos frailes, como el criminal Tomas Ortiz, elaboraran la más tenebrosa diatriba contra nuestros pobladores ancestrales para justificar los “requerimientos”, los saqueos, los genocidios y la violación sexual de nuestras madres mitocondriales como lo fueron las primigenias mujeres indígenas.
En su libro América Tierra Firme el historiador Germán Arciniegas hace una defensa de “lo salvaje” de los pobladores primigenios del “Nuevo Continente”, desde mucho antes que empezaran en el mundo a desempotrarse por protestas sociales las estatuas de los conquistadores europeos en nuestras tierras por criminales, racistas y esclavistas. Cuestiona la arrogancia de la cultura europea occidental y los tópicos negativos que han alimentado en torno a la América primigenia.
Desde el 12 de octubre de 1492 (como ha sido enseñado) celebramos el día de la raza americana como si nuestros pueblos aborígenes o ancestrales no hubiesen existido con mucha anterioridad e hiciesen presencia en las tales tierras en reciente “descubiertas”. Es lamentable que Colón muriera creyendo que había llegado a las Indias. Fue un compañero de expedición, Américo Vespucio, el encargado de decirle a la Europa que las tierras halladas no eran asiáticas. Tierras que a la larga fueron bautizadas con su nombre. De Amerigo Vespucci se sabe que su nombre se transformó en Américo Vespucio al serle otorgada su naturalización en los reinos de Castilla y León. Solo un trozo de la tierra del nuevo continente hizo reconocimiento explícito al verdadero descubridor: Colombia.
El responsable de tamaño tropezón fue el cosmógrafo alemán Martín Waldseemuller, quien decidió editar las cartas de Vespucci junto a su obra Cosmographiae Introductio (1507). El alemán fue quien propuso lo de llamar al “Cuarto Continente” (cuarta par) con el nombre de América. Al fin y al cabo tres continentes tenían nombre femeninos. Cuando quiso rectificar el entuerto era demasiado tarde (1516). Nadie quiso saber nada de Colón. Nadie quiso escuchar. Vespucio también murió sin saber el efecto eterno del bautismo casual, para su propio bien y el de su linaje. Américo Vespucio (1454-1512) realizó, al parecer, cuatro viajes a América: dos al servicio de España y dos al servicio de Portugal. Fue Américo quien realmente cayó en la cuenta que nuestras tierras no podían ser parte territorial de Asia (Uribe. 2002).
Ha llegado el momento que invita a superar nuestro secular complejo de inferioridad frente al descubrimiento (que tal vez fue más un “encubrimiento”), Conquista y Colonia europea. Nuestra historia no puede ser aplanada por los viajes de ida y vuelta de los ibéricos en donde iban seres depredadores, repletos de metales preciosos, de esclavos, de plantas medicinales y de algunas materias primas. De allá, e cierto, nos vinieron ciertos libros, ciertas ideas y ciertos sueños que amparaban la utopía europea en nuestras tierras a costa del asesinato de hombres y la violación de mujeres de la tierra americana.
Al menos Colón confundió a América con el Paraíso Terrenal. Hoy elevamos nuestro reclamo a las generalizaciones occidentales etno-céntricas que, en su momento, nos trataron de una manera deliberada bajo una barbarie inexistente. Sin nada que contar para la historia de la humanidad. Dejando bajo la fuerza de sus extrañas ideas y de las armas de la ocasión, por fuera a todo un continente que desde el primer momento se resistió a ser clasificado (durante el descubrimiento y la conquista) como resultado de una degradación cultural que, lógicamente, nunca existió.
Carlos Payares González
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