Desde el cambio de año solo se habla de las crecientes tensiones entre la OTAN, liderada por Estados Unidos y sus más importantes socios europeos, y Rusia, pero la tensión ahora se localiza en el mapa: Ucrania. La posición rusa es clara: entiende como una amenaza a su integridad territorial no solo la entrada de Ucrania a la OTAN, sino también cualquier asociación entre Ucrania y la OTAN, así no implique una integración orgánica, pero que pueda permitir el tránsito y/o la instalación de armas de los países de la OTAN (especialmente de Estados Unidos) en territorio ucraniano. Los rusos dicen que ya han tolerado mucho desde el final de la antigua URSS y del entonces “bloque socialista” en la Europa Oriental, con la entrada de varias de sus antiguas repúblicas y de los países del antiguo bloque a la OTAN, y que eso representa ya una suficiente amenaza para el territorio ruso.
Los países de la OTAN intentan centrarse en conseguir un proceso de negociación, mientras que los rusos parecen buscan obtener de antemano en un resultado de la negociación que satisfaga sus intereses. Sigue pues la tensión, y continuará por un buen tiempo, agravada por el hecho de que China tomó posición en la disputa del lado de Rusia, lo que ya venía sucediendo pero que se hace explícito una vez más.
No es la única tensión en el escenario, solo que en los últimos meses tomó el protagonismo de otra que ya se había escalado: la disputa entre China y los Estados Unidos por el libre tráfico en el Mar de Sur de China, una región que, a través de acuerdos formales y/o informales con países como Japón, Filipinas, Indonesia y otros, Estados Unidos intenta mantener bajo su control. También las tensiones entre Estados Unidos y Corea del Norte. O las disputas en Kazajistán. Colombia y Venezuela, en estos lares. O los golpes militares que están empezando a frecuentar cada vez más las noticias sobre África en los periódicos. Así, los llamados “cables sueltos” aparecen cada vez más en el escenario, y de ahí a un cortocircuito, el camino es corto.
La crisis económica internacional es otro aspecto importante pendiente, la que seguramente dejará a los mercados financieros volátiles y a las “inversiones firmes”, digamos productivas, en la incertidumbre. El hecho aquí es que la crisis de 2007-2008 hizo explícito que los mercados financieros se habían convertido en adictos al crédito. La salida para evitar la crisis, desde entonces, ha sido fundamentalmente llevar a cabo una fuerte expansión monetaria, llamada “flexibilización cuantitativa”.
Esta expansión monetaria garantizó que los mercados financieros no entraran en una “crisis de abstinencia”, pero siguió inflando varias burbujas especulativas. El hecho es que ahora, con el aumento de la inflación mundial en un contexto de reanudación de la demanda de algunas commodities (como el petróleo) y las discontinuidades en las cadenas globales de producción, causadas por la pandemia de Covid (las que pueden verse agravadas por las tensiones geopolíticas anteriormente mencionadas), el banco central de los Estados Unidos, la Reserva Federal, anunció que reanudará un aumento progresivo de las tasas de interés, lo que debe comenzar a limitar la liquidez. Cómo las diversas “burbujas” especulativas van a reaccionar a este movimiento, es lo que vamos a ver a partir de ahora, pero existe mucho temor de que el proceso no sea un “aterrizaje suave” y que haya turbulencia en los mercados financieros y otros. Especialmente en el caso de los Estados Unidos, porque la tentativa de reorientar parte de las inversiones al sector productivo, vía políticas públicas, que es lo previsto en el billonario paquete de inversiones presentado al Congreso por la administración Biden, encuentra dificultades para su aprobación. Y, también debe señalarse, en caso de restricciones a la liquidez, que esto deberá afectar fuertemente a los llamados “mercados emergentes”, como se denomina a Brasil, así como a otros países, lo que puede provocar una fuerte volatilidad de los tipos de cambio, lo que agravará las dificultades económicas, con inflación y aplazamiento de las inversiones.
Finalmente, en el caso brasileño (y de Colombia), tenemos un año electoral particularmente relevante, porque las rupturas políticas e institucionales de mediados de la última década terminaron llevándonos a un gobierno extremista en la retórica de la derecha, especialmente en la agenda de costumbres y de seguridad, pero absolutamente inepto e incompetente en ejecutar compromisos que terminan exigiendo acciones concretas, como en salud, educación y economía. Es decir, el legado para el futuro será muy complicado, y aún tendremos el último año de este gobierno, caracterizado por su preocupación por no descomponerse en el proceso electoral en curso.
Todo eso ocurre en un contexto en el que, desde finales del año pasado, el principal candidato en defensa de la trayectoria pre–ruptura (Lula) aparece como favorito para una victoria en la primera vuelta, y las fuerzas que apoyaron las rupturas institucionales de entonces intentan ahora encontrar “el camino del medio”, como a algunos les gusta denominar, pero que es muy difícil de encontrar mientras el actual presidente, candidato a la reelección, continúe sin caer de lo que parece ser su nivel base, alrededor del 20%.
En consecuencia, tendremos una campaña radicalizada y rápida, que ocupará a todos los medios de comunicación en el período posterior al Carnaval, porque lo que enfrió este movimiento en las elecciones presidenciales de los años anteriores, desde 1994, la Copa del Mundo, este año pasó de junio/julio a noviembre/diciembre, en función del calor en Oriente Medio, con la Copa prevista para Qatar. El calor se quedará por aquí, con este proceso electoral.
Febrero de 2022 marca el comienzo del año del Tigre del Agua en el calendario chino. Aquellos que quieran disfrutar de la época, ¡sean rápidos!
Traducción de Jorge Pulecio.
Adhemar S. Mineiro
Fuente: Tomado de la Revista Terapia Política https://terapiapolitica.com.br/2022-um-ano-que-vai-voar/?utm_source=newsletter&utm_medium=email&utm_campaign=2022_voar
Foto tomada de: El Periódico
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