El 25 de octubre es ya histórico por que se votó el Plebiscito que consultaba sobre la modificación del marco democrático chileno y se aprobó por amplia mayoría: 78% vs. 22%. En momentos donde otros países del continente dan claras muestras antidemocráticas, esta gesta social chilena no sólo es un ejemplo, sino una esperanza que se siembra.
En plena pandemia Chile enfrentó dicho Plebiscito. Una semana antes de la votación se había celebrado un año de las manifestaciones sociales que justamente provocaron este Plebiscito: otra razón más para cargarle un legado histórico a este día; pues por estos tiempos no es común que las demandas sociales sean escuchadas y logren semejante movimiento telúrico constitucional. Todo lo contrario, lo cotidiano por estos tiempos es la estigmatización de los movimientos y líderes sociales, la persecución y hasta el linchamiento o muerte de ellos. De manera que, sin pretender dejar la idea de que este proceso chileno ha sido pacífico, por lo menos, sí alcanzó a mantenerse y gestar cambios profundos en un factor determinante de su contrato social.
Las manifestaciones sociales que se iniciaron hace un año en Chile pusieron en tensión el aparato político y económico del país. Los problemas sociales acumulados fueron llenando de insatisfacción e inconformismo a una parte importante de la población. Sus reclamos fueron escuchados en casi todo el mundo y los medios de comunicación no pudieron evitar la tentación de publicar algo, así fuera con amaño y discreción.
Los gritos y las quejas de los manifestantes eran la negación de un modelo pintado de gloria. Cada reclamo de los manifestantes fue cayendo como piedras en el ojo sobre un modelo económico inequitativo y desigual. La fuerza del Estado, que no fue capaz de guiarse por una idea más progresista y democrática para enfrentar dichas demandas sociales, contestó como siempre con la fuerza policial guiada bajo la premisa de mantener el «orden», lo que se traduce en mantenerlo a cualquier costo. De esta manera cada reclamo de los manifestantes fue respondido con disparos, disparos que dieron en los ojos de más de 350 personas que perdieron su visión.
Lo que hay detrás de toda esta historia chilena iniciada por lo menos hace un año, obviamente es el predominio de un modelo económico que no ha sido capaz de resolver los problemas sociales, pero en cambio sí ha sabido concentrar negocios y riqueza. No obstante, a juzgar la manera como los gobiernos responden ante las demandas sociales, se deja ver fácilmente que detrás también hay una idea de seguridad que está más relacionada con el orden que con los derechos humanos.
Eso es fácil de identificar, pues cuando hay una protesta o manifestación social, los gobiernos corren a «salvaguardar un orden» y activan unas brigadas militares que de nada sirven como canal de diálogo, todo lo contrario, lo bloquean. Pero fíjese que la custodia del «orden» es lo que activa una defensa de la fuerza del Estado, cuando debieran ser los problemas sociales los que activaran las diferentes instituciones del Estado para canalizar dichas demandas. Esta es una idea progresista de seguridad, del mantenimiento del orden si se quiere, que está en buena correspondencia con los derechos humanos y la democracia que se pregona.
La mala idea sobre la seguridad y la paz es lo que hace tropezar constantemente a los movimientos sociales con la fuerza del Estado, dejando siempre saldos y cifras lamentables. Estos arreglos todavía no se han logrado encuadrar dentro de un marco institucional y político más civilizado y progresista.
Pero, aún con esta doctrina y estrategia militar en las calles, el movimiento social chileno se mantuvo firme y se convocó a concentraciones que llevaron a lo ocurrido el pasado domingo 25 de octubre. Al conocerse los resultados favorables del Plebiscito, las personas volvieron a concentrarse en la famosa Plaza Baquedano o Plaza Italia, la cual ellos lograron renombrar como la Plaza de la Dignidad. Este hecho cuenta como una de sus conquistas simbólicas; por que la otra conquista, no simbólica, sino histórica, fue haber logrado hace un año que el Congreso votara en la madrugada del 15 de noviembre de 2019, el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución. La presión social hizo que el gobierno de Piñera cediera en este tema.
En este marco, Chile votó y aprobó entonces su plebiscito para cambiar su Constitución y enterrar así el marco jurídico que todavía heredaban de Pinochet. Uno de los cambios que traería las nuevas aspiraciones constitucionales es permitir que cada una de las regiones puedan votar sus propios gobernadores, decisión que hoy está en manos del presidente de la República. Este es un asunto que Colombia logró ajustar cerca de tres décadas atrás, sin pretender decir que el problema está resuelto.
Lo que está ocurriendo en Chile, que no dista mucho de lo que ocurre en otros países de la región, es la expresión palpable de rechazo por el fracaso que ha significado el sistema de representación política. La forma como se ha organizado el sistema político y las políticas que de allí se han derivado, no sólo han provocado exclusión, sino también mayores niveles de pobreza y desigualdad. No entender estos hechos desde esta perspectiva significaría un error mayor que algún día estallará.
De esta manera Chile se abre un camino de esperanza. Camino que no será fácil transitar. Habrá obstáculos que tendrán que seguir sobrepasando, pero lo que allí pueda ocurrir, sin duda, puede ser un buen referente para el resto de la región.
Quizá una de las tantas lecciones que se puedan extraer de todo esto tienen que ver con la fuerza y capacidad de cambio que tienen los movimientos sociales. Por esta razón es que cuando los movimientos sociales y los frentes ciudadanos se mueven, marchan y protestan, es conveniente abrir canales de diálogo inmediatamente, con el fin de lograr acuerdos y consensos. Sin embargo, la solución más efectiva, justa y democrática estaría en abrir plenamente la participación política y permitir, con todas las garantías, que las minorías, los excluidos, los que no sienten representados hoy, puedan hacer parte del mismo sistema y lleguen a las mesas de deliberación política con sus propias propuestas y demandas sociales, sin necesidad de tener que recurrir a la protesta como mecanismo de expresión legítimo.
Hoy, tras la victoria social en Chile, muchos mandatarios de derecha que para nada comulgan con expresiones legítimas de democracia, han salido a aplaudir lo que allí ha ocurrido. Se supone que lo hacen por razones de posar como dignatarios democráticos, pero en cada letra de sus trinos se siente el tufo de la hipocresía y el guayabo de su cinismo. Quizá su reacción políticamente correcta, solo es una muestra de que tanta verdad, tanta esperanza, no les cabe en su cabeza.
A los chilenos, fuerza y ánimo en el camino que han decidido emprender. ¡Valientes!
Jorge Coronel López, Economista. Profesor
Foto tomada de: https://www.concierto.cl/
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