En la práctica, la vuelta a la estabilidad comenzó a finales de 2015, cuando Syriza se rindió a la Unión Europea y firmó un acuerdo de rescate con los prestamistas de Grecia. La victoria de Nueva Democracia es ante todo el resultado de los cuatro años de austeridad de Syriza siguiendo el mandato de los prestamistas, que ha reducido los ingresos medios y bajos y recortado la soberanía nacional y popular. La política exterior conservadora de Syriza – que ha convertido a Grecia en un fiel aliado militar y político de los Estados Unidos e Israel en el Mediterráneo oriental – ha sido un factor más de esta derrota, entre otras cosas porque llevó a Syriza a un acuerdo sobre el nombre oficial de Macedonia Norte que fue rechazado por amplios sectores de la opinión pública griega.
Sin embargo, la derrota de Syriza se debe principalmente a las políticas económicas y sociales que aplicó después de su capitulación ante la UE. Teniendo en cuenta que Syriza prometió desafiar radicalmente al statu quo griego y europeo, su evolución ha sido toda una vergüenza. Alexis Tsipras y su partido son una lección de lo que la izquierda radical europea debe evitar en los próximos años.
Para Nueva Democracia no será fácil mantener sus propias promesas. El rígido marco de la política económica impuesta a Grecia por sus prestamistas implica un crecimiento débil, bajos ingresos, y una presión sostenida sobre los trabajadores y la clase media. Es posible que el país haya girado a la derecha como reacción a las políticas de Syriza, pero no se dan las condiciones para la estabilidad social y política a largo plazo. Del mismo modo, aunque Syriza en la oposición tratará de convertirse en el partido alternativa de gobierno y restablecer de un nuevo el sistema bipartidista, su tarea no será nada fácil.
Hay, sin embargo, un problema más profundo. Los partidos de la izquierda radical lo han hecho muy mal o han demostrado ser poco fiables. El reto es restablecer una izquierda radical griega conectada con la gente que trabaja y articular un programa de cambio que realmente se dirija a los problemas de la sociedad. En este sentido, Grecia tiene todavía enseñanzas que ofrecer, ya que no es tan diferente del resto de Europa.
Cambios electorales
Para entender la derrota de Syriza, es vital tener en cuenta algunos datos sobre la evolución electoral de los principales partidos de gobierno durante la década de crisis. El cuadro muestra todas las elecciones parlamentarias nacionales desde octubre de 2009 – He redondeado las cifras para que sea más fácil de comprender. El electorado griego se ha mantenido estable alrededor de 10 millones de votantes a lo largo de este período. Hay muy buenas razones para dudar de la exactitud de este número, porque los censos electorales parecen no reflejar la realidad, aunque en este caso nos centraremos en las cifras absolutas.
Resultados de las elecciones parlamentarias en Grecia
Octubre 2009 |
Mayo 2012 |
Junio 2012 |
Enero 2015 |
Septiembre 2015 |
Julio 2019 |
|
Abstención |
29 % |
35 % |
38 % |
36 % |
44 % |
42 % |
Syriza |
5% (0.32M) |
17% (1.06M) |
27% (1.66M) |
36% (2.25M) |
35% (1.93M) |
32% (1.79M) |
Nueva Democracia |
33% (2.36M) |
19% (1.19M) |
30% (1.83M) |
28% (1.72M) |
28% (1.53M) |
40% (2.25M) |
PASOK |
44% (3.01M) |
13% (0.85M) |
12% (0.76M) |
5% (0.62M) |
– |
– |
En primer lugar, la abstención ha aumentado de manera significativa, lo que indica que los griegos están profundamente desilusionados con la política parlamentaria. Este porcentaje está probablemente muy inflado dada la mala calidad de los censos electorales, pero el aumento es incuestionable. La tendencia al alza se remonta muy atrás y se hizo más fuerte durante la profunda crisis de la última década. Cuando Syriza llegó al poder en enero de 2015, la abstención declinó a medida que el país giraba a la izquierda y había un nuevo entusiasmo por la política. La rendición de Syriza después del famoso referéndum en el verano de 2015 destruyó la esperanza y la desilusión regresó. La abstención se redujo una vez más el pasado domingo, pero sigue siendo muy alta, y esta vez el giro es a la derecha. El legado real de Syriza a la política griega es que se ha reforzado la apatía y el descrédito de la izquierda.
El estallido de la crisis dañó gravemente el atractivo electoral de Nueva Democracia, que obtuvo sólo 1,19 millones de votos en mayo de 2012, llegando a 1,83 millones en junio de 2012, cuando formó gobierno. Pero en enero de 2015, cuando ganó por primera vez Syriza, los votos de Nueva Democracia cayeron a 1,72 millones y luego se derrumbó a 1,53 millones en las elecciones de septiembre de 2015, cuando Syriza volvió a ganar inmediatamente después de su capitulación. Este es el punto de referencia para juzgar el resurgimiento de Nueva Democracia en las elecciones del domingo: su voto saltó a 2,25 millones, casi el mismo que en octubre de 2009. La razón por la que el centro-derecha ganó el domingo con un aparentemente grande 40% es que mucha más gente se abstuvo que en 2009. El gobierno de Syriza sin duda ha rejuvenecido a Nueva Democracia, pero es importante no confundir la fuerza electoral real del centro-derecha.
Syriza emergió desde los márgenes de la política griega en 2012 rentabilizando la ola masiva de indignación con las políticas de rescate y la humillación de Grecia. Su apoyo electoral aumentó rápidamente, alcanzando un máximo de 2,25 millones cuando formó su primer gobierno en enero de 2015. Syriza surfeó una tremenda ola de esperanza popular y una mayor participación política. Incluso después de su capitulación en el verano de 2015, se las arregló para ganar las elecciones en septiembre con 1,93 millones de votos. El electorado quiso dar a Tsipras otra oportunidad a pesar de su manifiesta falta de honradez. Es notable que, después de cuatro años más de gobierno, Syriza pueda aún hoy obtener 1,79 millones de votos. La subida de Nueva Democracia no ha ido acompañada de una disminución equivalente de Syriza.
De hecho, Grecia parece estar volviendo a un sistema bipartidista, en el que Nueva Democracia y Syriza – ambos partidos del sistema – se alternen en el poder. Sin embargo, el cuadro plantea otro punto crucial: si va a ser un nuevo sistema bipartidista, o será una versión raída de la que precedió a la crisis. A pesar del dominio de Nueva Democracia, su fuerza electoral es casi la de 2009. Del mismo modo, a pesar de que Syriza se ha mantenido, que es una versión pálida del PASOK, el partido que pretende sustituir. Incluso en 2009 – justo antes de que se iniciase el declive implacable que finalmente llevó a su marginación y cambio de nombre – el PASOK podía reunir más de 3 millones de votos. No parece probable que Syriza tenga en el futuro semejante apoyo.
Las causas de la derrota
Las semillas de la victoria de Nueva Democracia se sembraron en el verano de 2015, cuando Syriza se rindió a los prestamistas y se convirtió en un partido del sistema. Firmó el tercer rescate de Grecia, que duró formalmente hasta agosto de 2018, y consistentemente aplicó las políticas económicas dictadas por la UE y el FMI. El resultado ha sido un débil desarrollo económico y la alienación de amplias capas de la población, especialmente las vinculadas a las pequeñas y medianas empresas, que siguen siendo la columna vertebral de la economía griega.
Syriza aceptó las condiciones del rescate, entre ellas garantizar un monstruoso saldo primario positivo del 3,5 por ciento del PIB, con el objetivo de pagar la enorme deuda pública de Grecia. Para ello tuvo que imponer fuertes impuestos. La cuota básica del IRPF se elevó al 22 por ciento y la tasa máxima al 45 por ciento. El IVA también aumentó, con un promedio del 24 por ciento. Los impuestos sobre las pequeñas y medianas empresas se elevaron al 29 por ciento, aunque se redujo recientemente un punto en un desesperado intento de aplacar las reacciones. Increíblemente, las pequeñas y medianas empresas fueron obligadas frecuentemente a pagar los impuestos con un año de antelación, estrangulando así sus operaciones. Las tasas de seguridad social también aumentaron para hacer frente a los problemas insolubles del sistema de pensiones, pero se impusieron de manera muy desigual entre las empresas. A estas cargas también hay que añadir grandes impuestos a la propiedad, incluso a casas particulares – impuestos que se perciben con razón como los más injustos de todas. Syriza había prometido abolir los impuestos a la propiedad inmobiliaria cuando subió al poder, pero los ha mantenido.
Para lograr los enormes objetivos de superávit, Syriza también redujo sistemáticamente la inversión pública, debilitando así la infraestructura y el potencial productivo griegos. Peor aún, siguiendo los dictados de los prestamistas, se fijó como objetivo principal “el regreso de Grecia a los mercados.” El partido que había llegado al poder contra los “usureros” de los mercados mundiales llegó a considerar su aprobación la señal definitiva del éxito. Con este fin, Syriza hizo un esfuerzo extraordinario para construir un “colchón” de protección de casi 40 mil millones de euros que actuaría como una garantía para los mercados. Por lo tanto, incluso superó su meta del 3,5 por ciento, alcanzando un superávit del 4,2 por ciento en 2017. El colchón se construyó mediante una enorme presión sobre los trabajadores y sus familias.
Los mercados, efectivamente, recompensaron a Tsipras por su obediencia al permitir que su gobierno pudiera volver a emitir bonos, e incluso el diferencial de los bonos griegos a diez años se situó en el extraordinario bajo nivel del 2,5 por ciento en julio de 2019. Este es el tipo deudor más bajo que Grecia ha sido capaz de obtener desde mucho antes de la crisis, y la bajada se produjo a pesar de la situación de la deuda pública, situada en un récord de 355 mil millones de euros, alrededor de 180 por ciento del PIB. La aprobación de los mercados ha supuesto, sin embargo, un gran coste social y político.
A la luz de estas políticas, no es de extrañar que la economía griega tuviera unos pobres resultados en los años Syriza, a pesar de haberse recuperado de las profundidades de la gigantesca recesión de 2010-2012. El crecimiento ha sido anémico, apenas llega a un 2 por ciento y la causa principal es la débil demanda interna debida a las políticas de rescate.
El consumo se ha estancado en gran medida, ya que los ingresos reales no aumentan y el endeudamiento de los hogares con los bancos es enorme. El indicador más revelador de la presión usurera sobre los trabajadores y sus familias es la enorme acumulación de impuestos no pagados. La suma supera actualmente los 100 mil millones, o aproximadamente el 60 por ciento del PIB, que deben casi 4 millones de personas y empresas. Esta enorme deuda se ha acumulado rápidamente en los últimos años, aumentando en 3 mil millones de euros en el primer trimestre de 2019. Y se ha producido a pesar de la implacable política del gobierno de secuestrar las cuentas bancarias privadas y los salarios de más de 1 millón de personas. El hacha ha caído en gran medida sobre los más pobres, ya que al menos la mitad de los deudores deben sumas triviales de menos de 500 €.
La inversión privada también ha sido muy débil. Desde su pico de 63 mil millones en 2007, se desplomó a poco más de 18 mil millones en 2015 en la medida en que la recesión destruía la industria griega. El colapso de la inversión fue más pronunciada en el sector de la construcción, que ha sido devastado, destruyendo cientos de miles de puestos de trabajo. La inversión ha sido persistentemente débil durante los años Syriza, apenas superior a 24 mil millones en 2018. Junto con la caída de la inversión pública – impuesta por Syriza para alcanzar los objetivos exorbitantes de superávit primario – la profunda debilidad de la inversión privada ha sido la razón principal del anémico crecimiento anémico.
Los capitalistas griegos no invierten, en parte porque el ahorro neto del maltratado país es negativo, lo que deja poco margen para el crecimiento de la inversión. Para hacer aún más sombrías las perspectivas, los bancos griegos están esencialmente en bancarrota ya que casi el 45 por ciento de sus activos son deudas morosas. La crisis ha destruido los bancos, y Syriza ha empeorado las cosas mediante su venta a fondos de inversión especulativos extranjeros. La provisión de crédito a la economía para la inversión y el consumo ha ido disminuyendo constantemente desde hace años.
La única señal positiva para la economía ha sido el crecimiento de las exportaciones, ya que las empresas griegas volvieron a los mercados extranjeros durante la crisis. Las exportaciones de bienes aumentaron a más de 33 mil millones en 2018, y este crecimiento ha sido proclamado un signo de éxito de las políticas de rescate. Con menos frecuencia se menciona que, una vez que la economía se ha estabilizado, las importaciones comenzaron a subir de nuevo fuertemente, alcanzando los 54 mil millones en 2018. Su crecimiento refleja la debilidad subyacente de la industria griega, que depende en gran medida de las importaciones. También es un desmentido completo de la noción neoliberal – promovida por la UE, el FMI y la élite griega – de que el país podría ser salvado por los mercados mundiales si se “orientaba hacia el exterior”. El déficit comercial de Grecia ha ido creciendo desde 2015 y constituye un obstáculo para la estrategia neoliberal. Grecia no puede ser, y no será, salvada volcando sus esfuerzos hacia la exportación. Necesita una gran reestructuración de su base productiva y el fortalecimiento del consumo interno y la inversión. Esto no será posible sin una intervención pública sistemática.
En resumen, la camisa de fuerza impuesta por los prestamistas y aceptado por Syriza ha estabilizado Grecia a costa de empobrecerla y hundirla en el estancamiento. La economía griega no se ha transformado estructuralmente: tiene un sector industrial débil y una agricultura poco competitiva, basándose en gran medida en servicios de baja productividad. No es de extrañar que el sector con mayor crecimiento en los últimos años ha sido el turismo, incluyendo el rápido crecimiento de Airbnb. El turismo es un impulso positivo a una economía devastada por la crisis, pero representa un callejón sin salida desde el punto de vista del desarrollo.
El resultado inevitable ha sido una persistente y arraigada pobreza. El desempleo ha disminuido de alrededor del 27 por ciento en 2013 a alrededor del 18 por ciento en 2019, pero los nuevos puestos de trabajo han sido por lo general de muy mala calidad, precarios y mal pagados, especialmente para los jóvenes. La OIT (Organización Internacional del Trabajo) señala que los salarios reales disminuyeron significativamente en 2017, y es probable que cayeran de nuevo en 2018. De hecho, en 2018 alrededor de un tercio de los trabajadores cobraba menos de 400 € al mes antes de impuestos. Durante los años Syriza – a pesar de los camelos de “ayudar a la sociedad a mantenerse en pie” – la explotación en el sector privado alcanzó su punto culminante.
La pobreza se ha agravado aún más por las políticas de austeridad y privatización del estado de bienestar – salud, educación, vivienda – aplicadas como parte del rescate por Syriza. No es de extrañar que el éxodo de los griegos más cualificados para buscar empleo en el extranjero, tal vez más de 400.000 personas durante la última década, continuó a buen ritmo en los años Syriza. En las capitales de Europa – Berlín, Londres, Estocolmo, y otros lugares – abundan los griegos altamente capacitados que trabajan como médicos, ingenieros, constructores y mecánicos. Grecia está perdiendo a su juventud educada mientras que su tasa de natalidad está colapsando y su población está envejeciendo rápidamente. La despoblación, la pobreza, y la decadencia son el resultado de la aplicación de las políticas impuestas por la Unión Europea.
Al darse cuenta de las graves consecuencias sociales de sus políticas de rescate, Syriza adoptó una política de redistribución hacia el final de su mandato. Una parte de los excedentes extraordinarios por encima del objetivo del 3,5 por ciento se redistribuyeron a los pensionistas, las familias de bajos ingresos, y otros a través de pequeños subsidios. En efecto, la enorme carga fiscal impuesta a los ingresos modestos y las pequeñas y medianas empresas se utilizaron en parte para apuntalar los ingresos bajos o muy bajos. Esta política tenía muy poco que ver con una redistribución socialista, que tendría como objetivo reequilibrar la proporción del ingreso nacional en favor del trabajo contra el capital y buscaría principalmente redistribuir una creciente renta nacional-en la medida en que la economía creciera. Syriza redistribuyó de manera efectiva la pobreza en una economía estancada, con la esperanza de mantener su influencia electoral.
En una línea similar, después de la finalización formal del tercer rescate en agosto de 2018, Syriza decidió aumentar el salario mínimo. Hasta 2012, el salario mínimo del país se situó en 751 euros al mes, pero se redujo a 586 € para los mayores de veinticinco años y 510 € para los menores de veinticinco (el “submínimo”). Con efecto a partir de febrero de 2019, el salario mínimo se elevó a € 650 y el submínimo fue abolido. Cerca de 1 millón de trabajadores se vieron afectados por estos cambios. Al mismo tiempo, el gobierno comenzó a dar algunos pasos para volver a regular el mercado de trabajo. Los convenios colectivos se hicieron generalmente vinculantes y los beneficios fueron sentidos por los trabajadores en varios sectores, como la banca, el turismo y la minería. Estas medidas tardías fueron importantes para evitar una fuerte caída de Syriza en las recientes elecciones.
¿Qué nos espera?
Syriza ha pagado el precio por capitular ante la UE y los prestamistas de Grecia. Las capas de la clase media se volvieron contra ella, especialmente las vinculadas a las pequeñas y medianas empresas que sufren los aumentos fiscales y el estancamiento económico. Y están detrás del aumento de resultados de Nueva Democracia. Syriza, sin embargo, tuvo éxito a la hora de mantener el apoyo de los barrios trabajadores de Atenas, Pireo, Tesalónica, y otras partes de Grecia. Estas eran áreas tradicionales del PASOK, aunque ahora Syriza obtiene muchos menos votos que ese partido en el pasado.
No hay duda de que la iniciativa política la tiene ahora la rejuvenecida Nueva Democracia. Su nuevo líder, Kyriakos Mitsotakis, proviene de una rica y vieja familia política – su propio padre fue primer ministro – y su entorno son descendientes de familias políticas muy conocidas. Ellos son el núcleo de la élite que llevó a Grecia a la quiebra hace una década. Ahora, Syriza les ha dado paso otra vez.
Mitsotakis parece haber aprendido algunas lecciones de la crisis y la conmoción electoral que supuso para Nueva Democracia. Se ha rodeado de tecnócratas – a menudo gente de las empresas y los mercados financieros – que tratan de transmitir una sensación de eficiencia, modernidad y progreso. Ha prometido reducir los impuestos, apelando directamente a las capas afectadas por Syriza, a la vez que promete impulsar la inversión con la esperanza de acelerar el crecimiento y proporcionar buenos empleos. Su programa y visión son puramente neoliberales, con el objetivo de reducir y modernizar el sector público, presumiblemente con el fin de impulsar el sector privado y la “creación de riqueza”. Su mensaje ha encontrado cierta resonancia, incluso entre los jóvenes, que asocian el sector público con la corrupción, la ineficiencia y el nepotismo, incluso durante los años Syriza.
Nueva Democracia no lo tendrá fácil para cumplir sus promesas. La camisa de fuerza impuesta por los prestamistas en Grecia deja muy poco margen de maniobra. Será imposible reducir sustancialmente la carga de los impuestos sin negociar una reducción del objetivo del 3,5 por ciento de superávit primario, y no hay señales de que la UE estará de acuerdo. También será muy difícil aumentar la inversión durante varios años teniendo en cuenta el ahorro neto negativo y el lamentable estado del sector bancario, incluso si hay un repunte temporal de la inversión gracias a los capitalistas privados que se sienten más animados por el cambio de gobierno.
La idea de atraer sistemáticamente la inversión extranjera directa (IED) es sólo una cortina de humo de los conservadores griegos y los “analistas” económicos en los medios de comunicación. Grecia no tiene una tradición de fuerte IED, y el déficit de inversión al que se enfrenta en la reconstrucción de su economía es demasiado grande para ser cubierto por los capitalistas extranjeros. Las realidades subyacentes de la economía griega, especialmente su tendencia al estancamiento por las políticas impuestas por los prestamistas, contradice las ambiciones de Mitsotakis.
La reconstrucción de la izquierda
Por su parte, Tsipras tratará de reestructurar Syriza como un partido de centro-izquierda de gobierno – una versión contemporánea pobre del PASOK. Desde luego, puede partir del apoyo electoral que Syriza ha conservado. Mucho más difícil es la construcción de algo con vínculos orgánicos con las comunidades locales, los sindicatos y otros organismos sociales que el PASOK tenía en su momento. Syriza tiene unas raíces mínimas en los sindicatos o las comunidades locales, a pesar de casi cinco años en el gobierno. En las elecciones locales de mayo, consiguió menos de diez alcaldías importantes, de un total de 332.
Tsipras también tendrá dificultades para dar a Syriza la columna vertebral ideológica y organizativa esencial para un partido de gobierno. Tiene menos de 30.000 miembros, y gran parte de sus cuadros fueron integrado en el aparato del estado durante su gobierno. Sus débiles estructuras partidarias es poco probable que toleren la reestructuración que sería necesaria para establecer vínculos orgánicos con la sociedad. Tampoco será fácil de aumentar la membresía, dada la desilusión con la política que ha arraigado en los últimos años. Cualquier intento de definir un nuevo horizonte ideológico para Syriza tropezará además con la merecida fama de Tsipras de falta de credibilidad.
Mucho dependerá también de los otros partidos. A la derecha de Nueva Democracia, la buena noticia fue la desaparición del fascista Amanecer Dorado. Un nuevo partido de extrema derecha, Solución Griega, ha surgido para llenar el vacío, pero no se puede comparar en términos de organización y coherencia ideológica. En cuanto a los restos del PASOK, reagrupados como KINAL (Movimiento para el Cambio), consiguieron apenas 0,46 millones de votos. KINAL carece de un liderazgo dinámico y un mensaje claro, pero conserva algunos de los viejos aparatos locales y sindical del PASOK. Queda por ver cómo desarrollará su relación con Syriza. En cuanto al Partido Comunista de Grecia (KKE), también obtuvo un rendimiento mediocre con sólo 0,3 millones de votos, lo que confirma su incapacidad para responder a las necesidades y reivindicaciones de la clase obrera y las capas más pobres de la sociedad griega.
Pero las preguntas más urgentes – y difíciles – son las relativas a la izquierda radical. Sobre ella recae la responsabilidad de reactivar la política socialista con un contenido de clase y conectada con la sociedad. Sin embargo, su evolución va de problemática a desastrosa.
El componente más dinámico de esta parte del espectro político es MeRA25, la sección griega de DiEM25 del ex ministro de Finanzas de Syriza Yanis Varoufakis. Obtuvo casi 200.000 votos y logró entrar en el Parlamento (con 9 de 300 diputados), lo que le dota de medios para llegar a capas más amplias de la sociedad. Pero el partido sufre todas las debilidades del propio DiEM25. Su programa es esencialmente una variante de lo que Syriza intentó en 2015, prometiendo un cambio radical de la economía griega y la sociedad, incluso una ruptura con los prestamistas, pero sin tratar de salir de la UE. Esto es, por supuesto, una tarea irremediablemente contradictoria, como el mismo Varoufakis demostró cuando era ministro de Finanzas de Tsipras. Su estrategia fue incapaz de resistir incluso un mes de confrontación con los prestamistas, lo que llevó a una abyecta rendición. No hay mucho que la izquierda radical pueda esperar de MeRA25.
Si Varoufakis es problemático, el resto de la izquierda radical ha sido desastrosa. Vía de la Libertad, el partido de Zoe Konstantopoulou – presidenta del Parlamento griego en el primer gobierno de Syriza – gira en torno a su fuerte personalidad y carece de un programa claro. Su intento de apelar al sentimiento nacionalista no fue suficiente para entrar en el Parlamento. Unidad Popular – quizás la más prometedora de las escisiones de Syriza después de su capitulación en 2015, que contaba entonces con veinticinco parlamentarios – se convirtió en una estructura burocrática osificada alrededor de su líder, Panagiotis Lafazanis, también ministro en el primer gobierno de Syriza. Unidad Popular trató de manera similar de nadar en aguas nacionalistas y prácticamente ha desaparecido. Por último, Antarsya, una coalición de fuerzas de extrema izquierda exterior a Syriza, ha caído en un sectarismo patológico y es electoralmente insignificante (solo obtuvo 23.191 votos y Unidad Popular 15.930).
El camino será difícil para la izquierda radical de Grecia. Tendrá que participar en una larga y paciente lucha de refundación de la izquierda como una fuerza viable y confiable en la política griega. Esto requerirá la formulación sistemática de un programa económico transformador a partir de los intereses de los trabajadores y los pobres. Las propuestas de la izquierda deben hacer frente a los problemas acuciantes de la sociedad griega orientándolos hacia el socialismo. Esto requiere un nuevo enfoque de la propiedad estatal y pública, así como una nueva relación con el sector privado. Junto a estas medidas, la izquierda radical debe reformular su visión de la democracia, la soberanía popular y la independencia nacional.
Todas estas cuestiones implican enfrentarse a los prestamistas de Grecia hasta el punto de romper con la UE. Lo que también significa confrontar los miedos y las preocupaciones de los trabajadores y otras capas sociales sobre tal ruptura. Esto ha demostrado ser una de las cuestiones más difíciles para la izquierda a lo largo de la crisis, y no sólo en Grecia. La izquierda radical ha carecido de una respuesta ideológica persuasiva ante el generalizado “europeísmo”, y hay necesidad urgente de identificar las razones de ello. Pero quizás el aspecto más importante de la refundación de la izquierda es volver a conectar con las luchas de los trabajadores y los movimientos locales, recuperando paulatinamente la credibilidad y la confianza. Esto necesariamente debe basarse en nuevas formas de organización que permitan la democracia interna y atraigan a los jóvenes. Todas las viejas fórmulas han fracasado. El camino será largo, pero hay que dar los primeros pasos cuanto antes.
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