Cambio climático, extractivismo desenfrenado, deforestación, pérdida de biodiversidad, multiplicación de las catástrofes medioambientales… La acumulación de estos hechos, cada vez mejor documentados por los científicos, ha generado en el debate público una preocupación urgente: como consecuencia de algunas actividades humanas, existen transformaciones inminentes o en curso que están conduciendo a la civilización hacia el colapso.
Algunos partidarios de esta tesis ven en el miedo al apocalipsis un catalizador para la acción; otros toman nota de la indolencia de la clase política y piensan en la poscatástrofe. “El éxito inesperado de las teorías del colapso” (Le Monde, 5 de febrero de 2019); “Colapso, el comienzo del fin” (Libération, 8 de noviembre de 2018); “Colapsología: la apuesta por el colapso” (France Culture, 16 de marzo de 2019); “Yves Cochet: ‘La humanidad podría haber desaparecido en 2050’” (Le Parisien, 7 de junio de 2019); “Colapsología: el fin del mundo, ¿una oportunidad?” (Géo, 24 de octubre de 2018).
En los medios de comunicación, la avidez por el apocalipsis es de tal calibre que la cadena de televisión francesa France 2 difundió una predicción para diciembre de 2029 en el documental “Fin del mundo: ¿y si fuera en serio?” (emitido el pasado 20 de junio). En la pantalla, soldados franceses organizan las filas ante las últimas fuentes de agua potable, las redes de canalización de agua y electricidad están destruidas, los delincuentes saquean y asesinan y los refugiados climáticos marchan masivamente hacia Europa.
“No quiero que tengáis esperanza, quiero que tengáis miedo. Quiero que tengáis miedo todos los días, como yo. Y quiero que actuéis”, declaró en la edición de 2019 del Foro Económico Mundial, en Davos, la ecologista sueca Greta Thunberg, la adolescente impulsora de las huelgas de los estudiantes de secundaria por el clima. A falta de provocar un cambio de rumbo radical de los líderes económicos del planeta, la cuestión del cataclismo climático ha hecho las delicias entre los libreros. En Francia, en el verano de 2019, de las estanterías donde se exhiben los libros para leer en la playa se desprende el perfume del Armageddon. Podemos encontrar títulos como: Comment tout peut s’effondrer. Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes [Cómo puede colapsar todo. Pequeño manual de colapsología para uso de las generaciones actuales] (Pablo Servigne y Raphaël Stevens, Seuil, París, 2015); Pourquoi tout va s’effondrer [Por qué todo va a colapsar] (Julien Wosnitza, Les liens qui libèrent, París, 2018); Les cinq stades de l’effondrement [Los cinco estadios del colapso] (Dmitry Orlov, Le retour aux sources, París, 2016); Survivre à l’anthropocène. Par-delà guerre civile et effondrement [Sobrevivir al Antropoceno. Más allá de la guerra civil y del colapso] (Enzo Lesourt, PUF, París, 2018); Une autre fin du monde est possible. Vivre l’effondrement (et pas seulement y survivre) [Otro fin del mundo es posible. Vivir el colapso (y no solo sobrevivir)] (Pablo Servigne, Raphaël Stevens y Gauthier Chapelle, Seuil, 2018); L’humanité en péril. Virons de bord, toute! [La humanidad está en peligro. ¡Cambiemos el rumbo, ya!] (Fred Vargas, Flammarion, 2019); Plutôt couler en beauté que flotter sans grâce. Réflexions sur l’effondrement [Es mejor zozobrar con estilo que flotar sin gracia. Reflexiones sobre el colapso] (Corinne Morel Darleux, Libertalia, París, 2019).
La onda expansiva incluso ha alcanzado el Palacio de Matignon, residencia oficial del primer ministro francés: “Este tema me atormenta mucho más de lo que algunos puedan imaginar. Si no tomamos las decisiones correctas, lo que va a colapsar, a desaparecer literalmente, es una sociedad entera”, declaraba Édouard Philippe en julio de 2018, en un encuentro con Nicolas Hulot, entonces ministro francés de Transición Ecológica y Solidaridad. Durante esa conversación, que fue retransmitida en directo por internet, Philippe y Hulot hicieron comentarios muy positivos sobre un libro del estadounidense Jared Diamond de gran éxito editorial a nivel internacional: Colapso (1).
Diamond, militante ambientalista y geógrafo, sostiene que muchas civilizaciones antiguas se vinieron abajo como consecuencia de los daños que infligieron a su medio natural. Por ello, invita a las elites económicas contemporáneas a tomar decisiones “racionales” que busquen la preservación del medio ambiente y el control demográfico. Su influencia no ha parado de incrementarse, incluso cuando su pertinencia se ha visto refutada: en 2009, un grupo de investigadores especializados en las sociedades a las que alude hizo trizas las tesis de Colapso (2). Sus críticos señalaron que Diamond se equivoca al enjuiciar a las sociedades antiguas en lugar de hacerlo con las sociedades capitalistas modernas.
Más allá de las aproximaciones de un autor de moda, las preguntas clave que postula el movimiento “colapsológico” se podrían resumir del siguiente modo: ¿Promover el miedo al colapso es una buena manera de motivar a la población y a sus dirigentes a luchar contra los daños al medio ambiente? ¿Se trata de la expresión de una exasperación por el modo de producción actual o es más bien que la política está cediendo espacio ante el misticismo milenarista? ¿O es la justificación esgrimida por intelectuales deseosos de abandonar ciudades contaminadas, vigiladas y extremadamente caras para establecer relaciones auténticas con la naturaleza y con los otros en un entorno hortícola de comunidades neorrurales? Considerando el amplio abanico de corrientes catastrofistas, el discurso “colapsista” contiene un poco de todo.
La perspectiva del apocalipsis invita a la acción, o eso dicen. Queda por saber a cuál. “Si mantenemos la tasa actual de crecimiento de la población y la producción industrial hasta el próximo siglo, será el colapso completo de nuestra civilización”, escribía René Dumont allá por el año 1974 en À vous de choisir. L’écologie ou la mort (Pauvert). En la década de 1970, en Francia, algunos científicos ecólogos le arrebataron el tema de la naturaleza a los ruralistas conservadores, defensores de un catolicismo tradicional, con el objetivo de amalgamar lo social con lo medioambiental. Es así como surgió una ecología política anclada en la izquierda. Crítico con numerosos países socialistas, así como también con el uso del progreso técnico en las sociedades capitalistas, Dumont militó a favor del Tercer Mundo al tiempo que enarbolaba la bandera de la modernidad política. Ingeniero agrícola de formación, recurrió al discurso catastrofista con la intención de introducir en el debate de ideas las causas de la degradación concomitante de la biosfera y de las condiciones de existencia. Dumont señaló explícitamente a “los ricos de los países ricos” y formuló una aguda crítica al capitalismo. Así, en L’Utopie ou la mort [La utopía o la muerte] (Seuil, París, 1973) concluía: “Las sociedades de pensamiento prepararon el terreno para 1789. Nos espera una tarea similar”.
Esta ecología política, sostenida por investigaciones científicas, construyó una crítica sin concesiones a las promesas rotas de la modernidad, el cientifismo y los ideales liberales, sin por ello caer en la antimodernidad, el irracionalismo y la pseudociencia.
Por el contrario, sus sucesores sí lo han hecho. “En la colapsología, lo primordial es la intuición, nutrida por conocimientos sólidos”, escriben Servigne y Stevens en Comment tout peut s’effondrer [Cómo puede colapsar todo] (70.000 ejemplares vendidos en Francia). En opinión de estos autores, lo importante es prepararse para el colapso, tanto material como espiritualmente. Para ello, hay que acercarse a la vida rural, frugal y contemplativa de las “pequeñas comunidades resilientes”, allí donde viven quienes están “en transición” y ya practican la permacultura, por ejemplo. El “supervivencialismo”, ese movimiento individualista y paranoico surgido en Estados Unidos durante la Guerra Fría y que invita a que cada uno afronte la noche nuclear en su búnker personal, ¡está en pleno momento de gentrificación! (3).
Sería un error comparar esta evolución con el movimiento neorrural de los años 1970: esta tiene más relación con el anarquismo cristiano de los discípulos de León Tolstói del siglo XIX que con las experiencias contestatarias de la segunda mitad del siglo XX. “La espiritualidad es una realidad más primordial y universal que las religiones –escribe Servigne–. Se trata de un fenómeno fundamental que incluso condiciona su emergencia y que sigue siendo indispensable para una sociedad, aún en ausencia de un sistema religioso”. A lo que añade: “Hay espiritualidades no religiosas, laicas, incluso ateas”. Sin duda, una buena definición de la colapsología, que propone retomar la larga tradición del comunalismo utópico reformulando, con la intención de reconvertirlo en laico, la promesa milenarista de una regeneración de la sociedad por medio de la catástrofe. Del Diluvio a las plagas de Egipto y del Apocalipsis del Nuevo Testamento a las suras del Corán que anuncian terremotos, el desprendimiento del Sol, el desplazamiento de las montañas, la ebullición de los mares; durante los últimos dos milenios, los monoteísmos engendraron comunidades de “espera” que aguardan los flagelos con la esperanza de que conduzcan a una resurrección de la sociedad o a un enfrentamiento final entre el bien y el mal (4).
“¿Se puede pensar en abordar el fin del mundo de manera profana? Creemos que no”, escriben Servigne, Stevens y Chapelle. Para los colapsólogos, “el mito es más fuerte que los hechos”; es necesaria “una reconciliación entre quienes meditan y quienes militan”, así como también “preparar al pueblo como para la guerra” (Servigne y Stevens). Con esto en mente, Pablo Servigne lanzó una revista trimestral dedicada al fin del mundo: Yggdrasil, cuyos 51.000 ejemplares en papel reciclado austríaco se distribuyen en los kioscos franceses. “Yggdrasil representa el árbol cósmico en la tradición nórdica”, explica su editor, Yvan Saint-Jours, fundador de la revista Kaizen, cercana al político y agricultor francés Pierre Rabhi (5). “Yggdrasil es el Árbol-Mundo que une cielo y tierra, muertos y vivos”, añade Servigne.
En resumen, los colapsólogos, milenaristas laicos, prometen un apocalipsis feliz. “Sentiremos pena y alegría. Pena de observar el colapso de todo lo vivo, de los lugares donde vivimos, nuestros futuros y nuestros apegos. Alegría de ver (¡por fin!) el colapso del mundo termoindustrial y muchas otras cosas tóxicas, de poder inventar nuevos mundos, volver a una existencia simple, encontrar una memoria (contra la amnesia) y sentidos (contra la anestesia), recuperar autonomía y poder, cultivar la belleza y la autenticidad, y tejer lazos reales con lo salvaje redescubierto. Un apocalipsis y un colapso feliz no son incompatibles” (6).
Nada es menos seguro, si tomamos la definición de colapso del militante ecologista Yves Cochet, quien escribió el epílogo de Servigne y Stevens: “Se trata de un proceso irreversible, tras el cual la mayoría de la población no tendrá acceso a las necesidades básicas (agua, alimentación, vivienda, etc.) como servicios recogidos en la ley”. Es decir, exactamente lo que ya viven cientos de millones de seres humanos: hay 821 millones de personas subalimentadas, mil millones de personas que viven en barrios de chabolas, 2.100 millones que no tienen acceso a servicios de suministro de agua potable en sus casas y casi la misma cantidad que se abastece diariamente de fuentes de agua contaminada, así como 900 millones de personas sin aseos.
El apocalipsis tiene una revista y el cambio climático, sus profetas. La joven Greta Thunberg mantiene a raya a los políticos, quienes están paralizados por el miedo a cometer un error de comunicación frente a esta mesías 2.0. “Solo soy una mensajera”, asegura la estudiante sueca (Rejoignez-nous, Kero, 2019). Con el pelo largo, una túnica inmaculada y un medallón de “paz y amor” colgado del cuello, el astrofísico Aurélien Barrau promueve en Francia su exitoso libro Le plus grand défi de l’histoire de l’humanité [El mayor desafío de la historia de la humanidad] (Michel Lafon, 2019), que dio nombre a un manifiesto que reunió a cineastas, raperos, actores y directores, y que fue publicado el 3 de septiembre de 2018 en la portada del diario francés Le Monde, con el antetítulo “El manifiesto de 200 personalidades para salvar el planeta”. El erudito advierte: “Estamos viviendo un cataclismo planetario”. Por ello, “desde un punto de vista estratégico, habría que despolitizar el tema. Si asociamos el clima a una mirada muy de izquierdas, nadie va a hacer nada, porque hace siglos que algunos esperan el gran día, ¡que todavía no ha llegado!” (Le Point, 13 de junio de 2019).
Ya sea dirigiendo sus súplicas a los poderosos en sus palacios dorados o replegándose en comunidades espiritualistas, los “colapsistas” comparten una misma mirada del mundo, sólidamente ligada a una oposición abstracta entre dos categorías, “la naturaleza” y “la humanidad”, de la que deducen que vivimos en el Antropoceno, la época de la historia de la Tierra a partir de la cual las actividades humanas han transformado los ecosistemas de manera negativa. “Estoy muy preocupado por la capacidad que tiene el concepto de Antropoceno para reforzar la vieja farsa burguesa de que la responsabilidad por los problemas derivados del capitalismo corresponde a toda la humanidad”, observa Jason W. Moore, profesor de la Universidad de Binghamton (en el estado de Nueva York) y coordinador de la Red de Investigación en Ecología-Mundo (World-Ecology Research Network) (7). Moore sustituye la noción Antropoceno por la de Capitaloceno: el cambio climático proviene de un régimen económico basado en la extracción de materias primas y la apropiación de energía no pagada, una depredación que, durante largo tiempo, se ha considerado normal. Lo que llega a su fin no es la humanidad, sino esta estrategia de uso poco dispendioso de los recursos no renovables en que se apoya la acumulación ilimitada. “Estamos viviendo el colapso del capitalismo. Esa es la posición más optimista que podemos abrazar. […] No hay que tener miedo de este colapso, hay que aceptarlo. No es el colapso de personas y edificios sino de las relaciones de poder que convirtieron a los humanos y al resto de la naturaleza en objetos que trabajan de forma gratuita para el capitalismo”.
Otro colapso es posible.
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(1) Jared Diamond, Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Debate, Barcelona, 2017. Véase Daniel Tanuro, “La inquietante ideología del mentor ecologista de Nicolas Sarkozy”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 2007.
(2) Patricia A. McAnany y Norman Yoffee, Questioning Collapse: Human Resilience, Ecological Vulnerability, and the Aftermath of Empire, Cambridge University Press, 2009.
(3) Pierre Charbonnier, “Splendeurs et misères de la collapsologie. Les impensés du survivalisme de gauche”, Revue du Crieur, n°13, París, junio de 2019.
(4) Henri Desroche, Dieux d’hommes. Dictionnaire des messianismes et des millénarismes du Ier siècle à nos jours, Berg International, París, 2010.
(5) Véase “La verdadera historia de Pierre Rabhi”, Le Monde diplomatique en español, agosto de 2018.
(6) Pablo Servigne, Raphaël Stevens y Gauthier Chapelle, Une autre fin du monde est possible. Vivre l’effondrement (et pas seulement y survivre), Seuil, París, 2018.
(7) Kamil Ahsan, “La nature du capital: un entretien avec Jason W. Moore”, Période, 30 de noviembre de 2015; Joseph Confavreux y Jade Lindgaard, “Jason W. Moore: ‘Nous vivons l’effondrement du capitalisme’“, Mediapart, 13 de octubre de 2015.
Jean-Baptiste Malet, Periodista.
Fuente: youtube.com
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