Bernal, a su arribo a Colombia, no quiso una celebración que se convirtiera en un desfile más, a la medida de politiqueros y lagartos, como él mismo lo dijo. Prefirió dar lecciones de humildad sin querer pontificar; no se dejó utilizar por el Presidente que le tenía lista la Cruz de Boyacá y el carro de bomberos, para politizar lo no politizable: la alegría de millones de colombianos que se identifican con su sencillez y modestia. Eso contrasta con las poses y apariencias de los que querían llevarlo al cadalso. Hay que recordar que en anteriores ocasiones la politiquería tradicional solía sacar pecho con los triunfos de los deportistas y les prometían casas, becas y demás, para finalmente incumplirles.
En Bernal se conjugan varias cualidades que parecen ajenas a las del tipo promedio del colombiano: orgullo para reivindicar su origen humilde y campesino; sobriedad para celebrar los triunfos; perseverancia y trabajo en equipo para explotar sus cualidades; sensatez y sencillez para rechazar la adulación y el privilegio, y una increíble capacidad de discernimiento e irreverencia ante el poder. Y es que para ser irreverente y romper con el formalismo cortesano heredado de la colonia y oficializado en estos dos siglos de incipiente República, no necesariamente se debe acudir a excesos verbales como los que utilizan muchos escritores, sociólogos, academicoides y políticos criollos.
Egan demostró que es posible celebrar los 200 años de independencia actuando con verdadera independencia: sin pose, sin pomposos recibimientos en desfiles ostentosos y rígidos. Él mismo fue el que organizó el evento en Zipaquirá, con su gente y su familia, invitó a viejas glorias del ciclismo, a sus maestros y a la prensa deportiva. Así, rechazó el alarde y la lisonja; principalmente el alarde. Aquello de que “la carretera escoge al líder del equipo” y “solo quiero disfrutar con mi familia y amigos”, debería convertirse en regla de oro, y no en excepción; para así, romper con la costumbre nacional en donde predomina el arribismo, el dinero fácil y el “todo vale”, como medio para lograr resultados.
La actitud de este excepcional deportista nos deja reflexiones profundas que posiblemente se echen en saco roto: 1) Colombia requiere en posiciones de poder a más personas del común, con actitud profesional pero sentido social; 2) Hay que acabar con las ínfulas de dictadores o reyezuelos para construir una sociedad capaz de dialogar y trabajar transversalmente, desde y con la diferencia; 3) Necesitamos más sujetos políticos que emerjan desde la cotidianidad, que rechacen la reverencia, las tentaciones del poder y la podredumbre de los poderosos.
En suma, Egan es un ejemplo de ruptura con el cortesanismo, la codicia y el arribismo. Si ese espíritu de grandeza basado en el trabajo, el sentido práctico y la sobriedad hace carrera en nuestra sociedad, la Colombia política y la Colombia profunda (la de “los de abajo”), tendrán que encontrarse y potenciar hacia el futuro la doble gesta de Egan Bernal.
Felipe Pineda Ruiz
Foto tomada de: Marca
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