Todos los demócratas del mundo, sobre todo aquellos que tienen el corazón doblemente a la izquierda (física y política); aquellos que se sienten insultados por el enriquecimiento exorbitante de algunos y el empobrecimiento injusto de otros; aquellos indignados con el crecimiento desordenado del armamentismo y de todas las otras caras de la guerra (ya sean los embargos, las sanciones económicas, el tráfico de drogas, de humanos y de órganos, el asesinato de líderes sociales y políticos, el feminicidio); o aquellos que están asustados por el posible colapso ecológico (dado el ritmo del calentamiento global, de la deforestación de los bosques, de la contaminación del agua y la ceguera de los políticos en este sentido); aquellos que están alarmados por el recrudecimiento de la extrema derecha y las ideologías reaccionarias, nacionalistas, ultraconservadoras; en definitiva, todos aquellos que no están dispuestos a dejar de luchar por una sociedad más justa, más decente y más digna, deberían aprender de las mujeres del mundo el arte de tender la ropa en los tendederos.
Estamos en un momento en el que el pequeño y detallado horizonte de la ropa para tender debe articularse con el horizonte más amplio de la meteorología social, económica, política y cultural del tiempo en que vivimos. Para las fuerzas políticas de izquierda este esfuerzo de articulación de horizontes es más difícil que para las fuerzas de derecha. Dado que desde hace siglos vivimos en sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales, y dado que las injusticias y discriminaciones que producen, aunque mudaron de forma, no han cambiado de intensidad y letalidad, las fuerzas políticas de izquierda se han entrenado para existir y resistir a contracorriente y para centrar sus energías en la preparación de la sociedad del futuro. En otras palabras, se han preocupado menos de tender la ropa que de la meteorología social que la envuelve. Siempre que intentaron articular las dos preocupaciones lo hicieron en el marco del mismo horizonte político y procuraron verlo, a veces con las gafas de ver de cerca (la táctica), a veces con gafas de ver de lejos (la estrategia). Durante mucho tiempo esta articulación funcionó, aunque en la mayoría de los casos una parte de las izquierdas se acostumbró a ver solo con las gafas de ver de cerca, mientras que la otra se habituó a ver solo con las gafas de ver de lejos. Si esto les hubiera pasado a las mujeres y a su tendedero, tal vez hoy todos estaríamos desnudos.
Sucede que cuarenta años de neoliberalismo han vuelto este hábito político inviable. El horizonte político se ha vuelto tan asfixiantemente pequeño que ha llevado al mercado óptico-político a especializarse en gafas de ver de cerca. Cualquier persona interesada en ver con gafas de ver de lejos utiliza lentes viejas y corre el riesgo de ser considerada miope o lunática. Los demócratas con corazón político a la izquierda han tardado en darse cuenta de este cambio de época y de meteorología, y mientras no se den cuenta ponen en grave riesgo no solo su ropa, sino también la de todos nosotros. Pero el esfuerzo es urgente, y me atrevo a sugerir algunos de los cauces que debe seguir.
Lo que antes eran dos escalas del mismo horizonte político son ahora dos mundos distintos. Por eso, para verlos correctamente en el plano político, hoy es necesario mucho más que dos pares de gafas. Se necesita una visión completamente nueva de la cultura política. Simbólicamente, la caída del Muro de Berlín, combinada con el aumento excesivo de la concentración de la riqueza y la profundización de la crisis ecológica, hizo que la aspiración y la lucha por una sociedad mejor pasase a pensarse y llevarse a cabo en dos horizontes muy diferentes: el horizonte político y el horizonte civilizatorio. El primero es el horizonte convencional de la lucha política. Este continúa dividido en tácticas y estrategias, pero su escala disminuyó desde el momento en que el horizonte civilizatorio comenzó a discutirse en la sociedad. Con ello, la diferencia entre táctica y estrategia fue miniaturizada. El horizonte político se convirtió en el horizonte específico de tender la ropa en el tendedero. Al conjunto de los hilos de tender lo llamamos agenda política.
El horizonte civilizatorio es el conjunto de temas que están más allá del horizonte político y que, en la mirada de un número creciente de personas, sobre todo de jóvenes, es decisivo para el futuro de la humanidad: otros modelos de consumo, de convivencia democrática, de relacionamiento cordial entre humanos y entre estos y la naturaleza. Esa será la única manera de evitar el colapso ecológico y la supervivencia de nuevas dictaduras, así como la multiplicación de guerras irregulares y sus víctimas privilegiadas –civiles inocentes–. El horizonte civilizatorio está constituido por dos inquietudes políticas, una negativa, la otra positiva. La negativa es la sensación de que toda la ropa en el tendedero pertenece a un solo cuerpo, un estilo, una historia del pasado. La inquietud positiva es que, pese a que los temas civilizatorios no pueden, al menos por ahora, ser procesados por el sistema político, son cada vez más discutidos por los ciudadanos y están cada vez más presentes en su vida: en cómo cambian los hábitos de consumo, en la protesta ante políticas públicas que niegan o minimizan la importancia de los temas civilizatorios, en el malestar ante la magnitud de lo que está en juego en el horizonte civilizatorio y la pequeñez de los debates que ocupan el tendedero de la ropa política. Ante eso, muchos y muchas se alejan de la política convencional, lo que los políticos ocupados en el tendedero confunden con despolitización, pero que en el fondo no es más que el deseo intenso de otras políticas.
Esta disyuntiva entre horizonte político y horizonte civilizatorio es nueva. El drama de nuestro tiempo es que exige una nueva y fundamental distinción entre izquierda y derecha, y la clase política no está preparada para ella. Las fuerzas políticas de derecha, aunque digan lo contrario, no se interesan por el horizonte civilizatorio y desprecian a quien quiera discutirlo. Finalmente, el mundo, tal como está, fue en gran medida obra de ellas, que además son las que más se benefician del statu quo. No piensan en el horizonte civilizatorio porque, según dicen, eso es largo plazo y a largo plazo todos estaremos muertos. Al contrario, las fuerzas de izquierda solo tendrán viabilidad en el futuro si logran articular los dos horizontes. Si no lo hicieran, son ellas las que a largo plazo estarán muertas. Tienen, por tanto, un interés vital en introducir en la discusión el horizonte civilizatorio. Solo que eso no es posible a corto plazo, ni siquiera en los términos de la temporalidad de los procesos electorales. En tal escenario, la solución solo puede ser la siguiente: las fuerzas de izquierda deben aprender a desarrollar su actividad política dentro y fuera del horizonte político. Dentro del horizonte político, su objetivo debe ser reconvertirlo para que amplíe su carácter democrático (que haya ropa más colorida y diversa en el tendedero). Ellas saben que el horizonte político será cada vez más presionado desde fuera por los ciudadanos, sobre todo interesados en el horizonte civilizatorio; y que, ante eso, las fuerzas de derecha responderán con represión y harán todo, incluso sacrificar la democracia, para salvaguardar el statu quo. Por eso, para las fuerzas de izquierda la defensa de la democracia debe ser el nuevo centro del horizonte político y la única razón para su participación en el mismo.
Pero las fuerzas de izquierda deben trabajar también fuera del horizonte político, a nivel del horizonte civilizatorio. En este, los instrumentos políticos son la educación popular para la democracia intercultural ecosocialista, el ejemplo personal y colectivo como testimonio de vida, y nuevas formas de organización. En cuanto a la educación: la democratización global de la vida, la diversidad intercultural de las posibilidades poscapitalistas, poscoloniales y pospatriarcales, y los derechos de la naturaleza. Ello implica dar un giro en las universidades de verano y en las escuelas de formación organizadas por los partidos: serán los ciudadanos quienes enseñen a los políticos el horizonte civilizatorio. Respecto al testimonio de vida: los políticos de izquierda deben dar testimonio personal de las preocupaciones civilizatorias y tienen que convivir más con las periferias pobres y discriminadas de las ciudades, aprender de nuevo a hablar con las clases que les dieron históricamente su razón de ser y, siempre que sea posible, convivir con ellas. Por último, en cuanto a las formas de organización: la izquierda tiene que ser partido y movimiento al mismo tiempo, porque ni uno ni otro aisladamente sobrevivirán a la degradación de la democracia promovida por las fuerzas de derecha. Articulándose, podrán comenzar a pensar conjuntamente el horizonte político y el horizonte civilizatorio, y a transformar el primero en función del segundo. Estarán, así, garantizando su futuro, un futuro prometedor y urgente. En Público.es, 3 septiembre, 2019. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
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Boaventura de Sousa Santos: Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.
Fuente: http://www.other-news.info/noticias/2019/09/ver-horizontes-en-los-hilos-de-tender/
Foto obtenida de: https://www.surysur.net/
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