¿Por qué publica ahora este libro?
Tengo todavía la impresión de que el modo en que hablamos acerca del cambio climático está demasiado compartimentad, demasiado separada de las demás crisis a las que nos enfrentamos. Un tema verdaderamente contundente que discurre a lo largo del libro son los vínculos entre esto y la crisis del ascenso del supremacismo blanco, las diversas formas de nacionalismo y el hecho de que haya tanta gente que se ve obligada a dejar su tierra, y la guerra que se libra contra nuestro umbral de atención. Son estas crisis que se entrecruzan y se interconectan, y las soluciones también han de ser así.
El libro recoge ensayos de la década pasada, ¿ha cambiado de opinión acerca de algo?
Cuando echo la vista atrás, creo que no puse bastante énfasis sobre el reto que el cambio climático plantea a la izquierda. Resulta más evidente la forma en que el cambio climático pone en tela de juicio la visión del mundo dominante de derechas, y el culto de un grave centrismo que nunca quiere hacer nada en grande, que siempre está considerando partir la diferencia. Pero esto supone también un desafío a una visión del mundo de izquierdas que sólo está esencialmente interesada en redistribuir los despojos del extractivismo [el proceso de extraer recursos naturales de la Tierra] y no en calcular los límites de un consumo sin fin.
¿Qué es lo que le impide hacer esto a la izquierda?
En el contexto de América del Norte, el mayor tabú de todos consiste en reconocer que va a haber límites. Lo ves en la deriva que ha sufrido Fox News tras el New Deal verde: ¡vienen a por tus hamburguesas! Llega hasta el corazón del sueño norteamericano: toda generación tiene más que la anterior, siempre hay una nueva frontera que prolongar, toda la idea de países coloniales de pobladores, como los nuestros. Cuando alguien llega y nos dice: en realidad, hay límites, tenemos decisiones duras, nos hace falta imaginar cómo resolver lo que resta, tenemos que compartir de modo equitativo…nos entra un ataque psíquico. Y así la respuesta [de la izquierda] ha consistido en evitarlo y decir no, no, no vamos a quitaros lo que tenéis, vamos a tener toda clase de beneficios. Y va a haber beneficios: tendremos ciudades más vivibles, tendremos un aire menos contaminado, pasaremos menos tiempo atascados en el tráfico, podemos diseñar vidas más felices, más ricas de tantas maneras. Pero vamos a tener que contraer ese lado del consumo infinito, de usar y tirar.
¿Se siente animada por que se hable de un New Deal verde?
Siento una tremenda emoción y una sensación de alivio de que por fin hablemos de soluciones de la escala de la crisis a la que nos afrontamos, de que no estemos hablando de un pequeño impuesto o de un programa de derechos de emisión como si fuera mano de santo. Estamos hablando de transformar nuestra economía. De todos modos, el sistema le está fallando a la mayoría de la gente, razón por la cual nos vemos en este periodo de profunda desestabilización, que nos ofrece Trumps y Brexits, y todos esos líderes fuertes, de modo que ¿por qué no cambiarlo todo de abajo arriba y hacerlo de forma que encare todas estas crisis a la vez? Tenemos todas las posibilidades de errar el tiro, pero cada fracción de un grado en el calentamiento que seamos capaces de evitar constituye una victoria, y cada medida política que seamos capaces de lograr que vuelva más humanas a nuestras sociedades, nos harán capear mejor las inevitables conmociones y tormentas sin deslizarnos hacia la barbarie. Porque lo que verdaderamente me aterra es lo que estamos viendo en nuestras fronteras en Europa y América del Norte y Australia, no creo que sea una coincidencia que los estados de pobladores coloniales y los países que son motores de ese colonialismo estén en primera línea de esto. Estamos asistiendo al inicio de la era de la barbarie climática. Lo vimos en Christchurch, lo vimos en El Paso, donde se ve este matrimonio de la violencia del supremacismo blanco con un despiadado racismo contra los inmigrantes.
Esa es una de las partes más pavorosas de su libro: creo que es una relación que mucha gente no establece.
Este patrón ha quedado claro desde hace un tiempo. La supremacía blanca no surgió sólo porque hubiera gente pensando en ideas que iban a hacer que se matara a mucha gente, sino porque resultaba útil para proteger acciones bárbaras pero enormemente lucrativas. La edad del racismo científico empieza a la vez que el tráfico de esclavos transatlántico, es una racionalización de esa brutalidad. Si vamos a responder al cambio climático fortificando nuestras fronteras, entonces, por supuesto, las teorías que justificarían eso, que crean esas jerarquías en la humanidad, volverán a aparecer. De ello ha habido señales desde hace años, pero se vuelve cada vez más difícil negarlo porque hay asesinos que lo gritan desde los tejados.
Una crítica que se escucha en relación al movimiento ambiental es que hay un predominado de gente blanca. ¿Cómo afronta esto?
Cuando tienes un movimiento que es abrumadoramente representativo del sector más privilegiado de la sociedad, entonces ese enfoque va a tenerle mucho más miedo al cambio, pues la gente que tiene mucho que perder tiende a tenerle más miedo al cambio, mientras que la gente que tiene mucho que ganar tiende a luchar más denodadamente por él. Esa es la gran ventaja de disponer de un enfoque del clima que lo vincule a las llamadas cuestiones de pan y mantequilla: ¿cómo vamos a conseguir empleos mejor pagados, vivienda asequible, medios para que la gente se ocupe de sus familias? He tenido muchas conversaciones con ambientalistas a lo largo de los años en las que parecían creer que ligar la lucha del cambio climático con la lucha contra la pobreza, o la lucha por la justicia racial, va a hacer más difícil la lucha. Tenemos que salir de este “mi crisis es mayor que tu crisis: primero salvamos el planeta y luego luchamos contra la pobreza y el racismo, y contra la violencia contra las mujeres”. Eso no funciona. Eso nos enajena a la gente que lucharía más denodadamente por el cambio. Este debate se ha desplazado enormemente en los EE.UU. debido al liderazgo del movimiento por la justicia climática y a que son congresistas de color las que abanderan el New Deal Verde. Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley y Rashida Tlaib provienen de comunidades que han recibido un trato injusto en los años del neoliberalismo, y anteriormente, y están decididas a representar, a representar verdaderamente los intereses de esas comunidades. No tienen miedo a un cambio profundo, porque sus comunidades lo necesitan desesperadamente.
Escribe usted en el libro: “La dura verdad es que la respuesta a la pregunta: ‘¿Qué puedo hacer yo, como individuo, para detener el cambio climático?’ es: nada.” ¿Todavía piensa así?
En términos de carbono, las decisiones individuales que tomamos no van a sumarse hasta alcanzar el volumen del cambio que precisamos. Y creo de veras que el hecho de que para mucha gente sea mucho más cómodo hablar de nuestro consumo personal que hablar del cambio sistémico es producto del neoliberalismo, que nos ha formado para que nos veamos primero como consumidores. Esa es para mí la ventaja de sacar a colación esas analogías históricas, como el New Deal o el Plan Marshall, que nos traen de vuelta a una época en la que podíamos pensar en un cambio a esa escala. Porque nos han preparado para pensar en lo muy pequeño. Tiene un significado increíble que Greta Thunberg haya convertido su vida en una emergencia viva.
Sí, zarpó para la cumbre del clima en las Naciones Unidas en Nueva York en un yate de cero emisiones de carbono…
Exacto. Pero no se trata de lo que está haciendo Greta en tanto que individuo. Se trata de aquello que Greta está difundiendo con las opciones que toma como activista, y eso lo respeto de un modo absoluto, creo que es magnífico. Está haciendo uso del poder del que dispone para difundir que se trata de una emergencia y trata de motivar a los políticos para que lo traten como una emergencia. No creo que nadie esté exento de escudriñar sus propias decisiones y comportamientos, pero creo que es posible recalcar en exceso las elecciones individuales. He tomado una opción, y esto viene siendo cierto desde que escribí No Logo, y empezaron a llegarme preguntas del género de “¿qué debería comprar, dónde debería hacer las compras, qué ropa es ética?”. Mi respuesta sigue siendo que no soy una asesora de estilo, no soy la gurú de las compras de nadie, y tomo estas decisiones en mi propia vida, pero sin hacerme ilusiones de que estas decisiones vayan a suponer una diferencia.
Algunas personas eligen ponerse en huelga de vientres. ¿Qué opinión tiene sobre ello?
Me encanta que estos debates estén llegando al dominio público, que es lo contrario de que sean asuntos furtivos de los que tenemos miedo de hablar. Resulta algo que aísla mucho a la gente. Desde luego, así me sucedió a mí. Una de la razones por las que esperé todo lo que esperé para tratar de quedarme embarazada, y esto se lo decía todo el tiempo a mi pareja es, ¿qué, quieres tener a un guerrero acuático a lo Mad Max luchando con sus amigos por la comida y el agua? Hasta que no formé parte del movimiento por la justicia climática y pude ver un camino por delante, no me pude imaginar teniendo un niño. Pero nunca le diría a nadie cómo responder a esta pregunta, la más íntima. Como feminista que conoce la brutal historia de la esterilización forzada y de los modos en que los cuerpos de las mujeres se convierten en zonas de batalla cuando los responsables políticos deciden que van a tratar de controlar la población, creo que la idea de que hay soluciones regulatorias cuando se trata de tener o no tener niños resulta catastróficamente ahistórica. Nos hace falta luchar juntos con nuestra aflicción y nuestros temores por el clima, cualquiera que sea la decisión que tomemos, pero el debate que nos hace falta es: ¿cómo construimos un mundo para que estos niños tengan una vida próspera de carbono cero?
Este verano animaba usted a leer la novela de Richard Powers, The Overstory. ¿Por qué?
Para mí ha tenido una importancia increíble y estoy encantada de que me haya escrito tanta gente desde entonces. Lo que Powers escribe acerca de los árboles: que los árboles viven en comunidades y están en comunicación, y hacen planes y reaccionan juntos, y hemos estado completamente equivocados en la forma de conceptualizarlos. Es el mismo diálogo que tenemos acerca de si vamos a resolver esto como individuos o si vamos a salvar el organismo colectivo. También resulta inusual, en la buena ficción, valorar el activismo, tratarlo con verdadero respeto, con sus fracasos y todo, reconocer el heroísmo de la gente que pone su cuerpo en riesgo. Creo que Powers lo ha hecho de un modo verdaderamente extraordinario.
¿Qué opina de lo que ha conseguido Extinction Rebellion?
Una cosa que han hecho muy bien es sacarnos de este modelo clásico de campaña en el que hemos estado metidos durante mucho tiempo, en que le cuentas a alguien algo que da miedo, le pides que marque tal cosa o que hagan algo, te saltas toda la fase en la que tenemos que afligirnos juntos y sentir juntos y procesar que es lo que acabamos de ver. Porque lo que oigo de mucha gente es que, vale, puede que la gente de los años 30 o 40 se pudiera organizar barrio por barrio o lugar de trabajo por lugar de trabajo, pero nosotros no podemos. Creemos que hemos sido tan degradados como especie que somos incapaces de ello. La única cosa que va a cambiar esa creencia es vernos cara a cara, en comunidad, tener experiencias, fuera de nuestras pantallas, unos con otros, en las calles y en la naturaleza, y triunfar en algunas cosas y sentir ese poder.
Habla usted en su libro de resistencia. ¿Cómo hace para seguir adelante? ¿Se siente esperanzada?
Tengo sentimientos complicados en lo que se refiere a la cuestión de la esperanza. No pasa un día en que no tenga una sensación de puro pánico, de franco terror, de completa convicción de que estamos condenados, y luego me saco a mi misma de ello. Me siento renovada por esta nueva generación tan decidida, tan enérgica. Me siento motivada por la voluntad de comprometerse en la política electoral, porque mi generación, cuando estaba en su veintena y treintena, sospechaba tanto de lo que era ensuciarse las manos con la política electoral que nos perdimos muchas oportunidades. Lo que me da más esperanza hoy es que, en cambio, tenemos por fin una visión de lo que queremos, o por lo menos un primer borrador de ello. Es la primera vez que me ha pasado esto en mi vida. Y además, me decidí a tener niños. Tengo uno de siete años que está completamente obsesionado y enamorado del mundo natural. Cuando pienso en ello, después de haber pasado un verano entero hablando del papel del salmón en la alimentación de los bosques en los que nació en la Columbia Británica, y de qué modo están ligados a la salud de los árboles, y al suelo y a los osos y a las orcas y a este magnífico ecosistema en conjunto, y pienso en lo que sería tener que decirle que ya no hay salmones, me mata. Así que eso me motiva. Y me deja muerta.
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