Lo primero que hay que decir es que el gran derrotado en estas elecciones regionales y locales es el partido de gobierno, el Centro Democrático (CD). Que más que operar como un partido estructurado alrededor de una doctrina ideológica, unos principios o un programa madurado en el tiempo, lo hace como una suerte de secta que sigue ciegamente las orientaciones, órdenes y los caprichos de un líder tóxico y en decadencia, como lo es Álvaro Uribe Vélez.
Así entonces, las derrotas de sus candidatos a alcaldías y gobernaciones (Cali, Medellín, Antioquia, Bolívar y Cartagena, para solo nombrar algunas) se pueden explicar por el vertiginoso desprestigio del senador, anclado a la circunstancia de haber sido vinculado formalmente por la Corte Suprema de Justicia a un proceso penal por manipulación de testigos que pueden aclarar sus vínculos con el paramilitarismo; descrédito que se extendió al gobierno de Duque, cuya gestión en sus 14 meses de ha sido vista por la prensa internacional como deficiente y, por la nacional, como propia de un “aprendiz”. En sectores críticos y defensores de los derechos humanos hablan de un “aprendiz del Embrujo”.
Ahora bien, esa derrota de Uribe en su condición de capataz político no puede confundirse con la capitulación de los principios morales y éticos (ethos mafioso), y las maneras de asumir lo público y el Estado que guían la vida política de los uribistas y todos aquellos que acompañaron al hijo de Salgar cuando fungió como jefe del Estado (2002-2010). Como tampoco se puede pensar que en todo el país quedó proscrito ese Todo Vale que supo aplicar el caudillo antioqueño y que otros líderes políticos y clanes que dominan en otras regiones en donde fuerzas legales e ilegales hacen transacciones.
Por el contrario, los resultados de la jornada electoral confirman un ascenso importante de las fuerzas de centro derecha, que entendieron que las posturas de extrema derecha asumidas por los ideólogos, partidarios y seguidores del CD como las únicas legítimas, dejaron de calar en un electorado cansado no solo del discurso belicista y belicoso del senador Uribe y de sus áulicos, sino del ideario neoliberal que se aplicó entre 2002 y 2010. No veo tan claro el ascenso de las fuerzas de Centro-Izquierda por una razón: los triunfos en alcaldías y gobernaciones se dieron en coalición con otras fuerzas y caudillos, lo que hace frágil el discurso de la izquierda.
El declive del montaraz patriarca se explica también por la participación de jóvenes estudiantes que entendieron y comprendieron que el expresidente antioqueño es el líder y ejecutor de una política laboral y pensional que lesiona la dignidad de las personas, de los trabajadores y compromete el futuro de los proyectos individuales que esos jóvenes tienen en mente. Se sumaron también, adultos que si bien acompañaron y votaron por Uribe para su primera administración, tomaron conciencia- un poco tardía- de los enormes daños que Uribe le hizo a Colombia.
Pasemos ahora a mirar algunos resultados en ciudades capitales. Para el caso de Bogotá, los dos grandes derrotados fueron Uribe y Petro. Debe aprender el líder de la Colombia Humana (CH) que su carácter mesiánico lo acerca, negativamente, al senador del CD, circunstancia que puede explicar la derrota de Hollman Morris, quien no pudo posicionar un discurso genuino, propio, convincente y capaz de captar la atención y los votos de los bogotanos. De la misma manera como Uribe le hizo daño a la imagen de Miguel Uribe Turbay (nieto de Turbay Ayala, 1978-1982), Petro afectó la de Morris, quien se vio disminuido, frágil y maleable al lado de su mentor.
Claro que esa lectura hay que matizarla con la campaña inteligente que realizó Claudia López, quien supo explotar su condición de mujer, a lo que se sumó la exhibición de un carácter fuerte y decidido y porque se acercó a una parte del establecimiento bogotano que entendió que la hoy alcaldesa de Bogotá está más cerca del centro-derecha, que del centro-izquierda o del llamado progresismo. López Hernández exhibió una disposición al diálogo y tomó distancia de la actitud confrontacional que Petro asumió cuando fungió como alcalde mayor. En esa medida, los bogotanos mostraron su cansancio por los problemas de movilidad que deben afrontar a diario y copiaron de Galán, de Uribe Turbay y de la propia López, que poco importa si el metro es elevado o no, porque lo que lo requieren es una solución a esos problemas de movilidad. Y en eso, Morris, el único que defendía la idea de parar ese proyecto (vieja ilusión bogotana), pagó caro el haber asumido esa postura. Aunque sigue teniendo la razón en que la mejor opción es el metro subterráneo.
Otro derrotado en Bogotá fue Vargas Lleras, quien siempre estuvo detrás de las aspiraciones de Galán, a pesar de la insistencia de este de mostrarse independiente de los partidos tradicionales. Es posible que ese discurso le haya servido para alcanzar los votos que logró, pero la figura de mujer luchadora de López terminó por inclinar la balanza. Es posible advertir en el triunfo de López Hernández puede haber un cansancio en torno a los políticos hombres. Este último asunto no se puede descartar para explicar la llegada de la primera mujer elegida popularmente, al Palacio Liévano.
El caso de la alcaldía de Cali sirve de ejemplo para indicar hasta dónde Uribe afectó negativamente la campaña de Ortíz (El Chontico). De tiempo atrás los ciudadanos del Valle y Cali votan en contra del ganadero y latifundista antioqueño. Eso sí, hay que señalar que la oligarquía caleña, uribista hasta los tuétanos, es la gran derrotada. El proyecto de Ospina, con visos populistas, triunfó porque el hijo de Iván Marino Ospina tiene carisma y sabe llegarle a la gente, en especial a los más vulnerables. Lo contrario exhibieron Ortíz y Eder. El primero, un hombre gris, que pensó que al acercarse a la élite caleña era suficiente para alcanzar el triunfo; y el segundo, un hijo de la vieja oligarquía latifundista, quien jamás pudo llegarle a los más necesitados de la ciudad de Cali, a la población afrocolombiana del Oriente de Cali y a otros sectores que lo vieron distante por su origen de clase.
Lo sucedido en Medellín y en Antioquia representa, sin duda alguna, el declive de Uribe en su propia tierra. La candidatura de Ramos, agrandada por la gran prensa de la ciudad y respaldada por periodistas capitalinos, no pudo contrarrestar la mala imagen que de la antioqueñidad ha proyectado Uribe Vélez. Eso de ser ventajoso, tramposo, vivo, malhablado, macho cabrío y de hacer las cosas porque hay que hacerlas, no caló esta vez. Quintero, el electo alcalde de Medellín, supo recoger ese descontento y sin abandonar del todo los elementos fundantes del “ser paisa”, supo referirse a los problemas de EPM con Hidroituango, sin herir en lo más mínimo el orgullo antioqueño.
Ahora bien, habrá que mirar cómo quedaron conformados los concejos y las asambleas en los territorios en donde el CD perdió. Y cualquier análisis posterior debe tener en cuenta que la debilidad manifiesta de los partidos tradicionales no es suficiente para invocar su inhumación, puesto que las coaliciones y las siempre ilusionantes candidaturas independientes terminan no solo dándoles un respiro, sino que corren el riesgo de chocarse contra las mafias locales y regionales y con los intereses de Sarmiento Angulo y el Grupo Empresarial Antioqueño y otros agentes económicos de menor poder.
Así las cosas, lo acontecido hoy 27 de octubre de 2019 debe reconocerse y asumirse como un duro golpe contra el mesianismo de Uribe. Pero también, como la inminente entrada del clan Char de Barranquilla, al juego político de 2022. Y por supuesto que con la llegada de Claudia López al Palacio Liévano se consolida como presidenciable el señor Sergio Fajardo, quien en varias ocasiones ha mostrado su admiración por el hoy golpeado hijo de Salgar. No olvidemos que la propia Claudia López lo postuló, de manera temprana, “como el próximo presidente de Colombia”.
En lo que concierne al gobierno de Duque, en condiciones “normales” se esperaría que este tomara la vocería del Centro Democrático, pero su paralizante admiración hacia su mentor le impide cobrar y asumir políticamente la debacle sufrida. No deberá pasar mayor cosa. Por el contrario, continuarán tratando de engañar a las audiencias y al electorado. Su tozudez los llevará a insistir en el manido discurso de que el “país quedó en manos de lafar” y que ellos representan el muro de contención al “castrochavismo”.
Habrá que estar atentos a las decisiones que puedan tomar mañana. Podrán continuar sin hacer mayores ajustes porque saben que si bien se perdió terreno, bastará con hacerle mala prensa a los que hoy los derrotaron, para inclinar la balanza en las presidenciales de 2022. Y es así porque a pesar de que los resultados muestran un despertar de la ciudadanía que vota, aún no podemos hablar de un cambio en la cultura política y una toma de conciencia colectiva.
Los resultados electorales de hoy indican pequeños cambios, pero ello no significa que los principios ideológicos que guían a la extrema derecha hayan quedado proscritos. Un mínimo deterioro en la seguridad ciudadana y en el orden público (provocado por los grupos al margen de la ley; o auto provocado por el Establecimiento) será suficiente para que el CD renazca de entre las cenizas.
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Germán Ayala Osorio
Foto obtenida de: https://www.elespectador.com
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