Los tiempos oscuros que acechan nuestra era están representados por bárbaros que hacen resonar políticas de un pasado fascista y han llegado al gobierno en EEUU, Hungría, Turquía, Polonia, Brasil. Filipinas y en otras partes.1 Los diseñadores de un nuevo tipo de fascismo dominan cada vez más formaciones políticas importantes y otras instituciones dirigentes, políticas y económicas, en todo el mundo. El aterrador reino de miseria, violencia y desechabilidad está legitimado, en parte, merced al control de un número diverso de sistemas culturales que producen una maquinaria enorme de consentimiento fabricado. Esta formación educativa reaccionaria incluye los medios de comunicación convencionales, las plataformas digitales, internet y la cultura impresa; todos ellos participan en un espectáculo en desarrollo de violencia, en el embellecimiento de la política, el predominio de la opinión sobre los hechos y la adopción de una cultura de la ignorancia.
Las instituciones democráticas tales como los medios de comunicación independientes, las escuelas, el sistema legal, ciertas instituciones financieras y la educación superior se encuentran bajo asedio en todo el mundo. Algunos de los últimos ejemplos pueden verse en EEUU con el resurgir de grupos de vigilancia y milicias de derechas en la frontera sur, y la introducción de prácticas educativas en los colegios basadas en tecnologías generadoras de currículos que convierten a los chicos en zombis, según afirman sus propios padres. El continuo ataque de Trump a la educación superior ofrece otro ejemplo significativo: El presupuesto para 2020 supondrá la sorprendente reducción de 7,1 billones de dólares en el departamento de educación como parte de una política para desmantelar el propio departamento.
Al mismo tiempo, la promesa de democracia se va alejando a medida que los fascistas actuales trabajan en subvertir el lenguaje, los valores, el coraje y la conciencia crítica. La educación se está convirtiendo cada vez más en una herramienta de dominación, a medida que los emprendedores del odio implementan sistemas pedagógicos de derechas para atacar a los trabajadores, a los jóvenes negros, a los refugiados, a los inmigrantes y a quienes ellos consideran desechables. En estos momentos en que el viejo orden social está desmoronándose y un nuevo orden lucha por definirse, emerge un tiempo de confusión, peligro y días de gran inquietud. Nos encontramos de nuevo en un momento histórico en el que las estructuras de liberación y las del autoritarismo compiten por el futuro.
Hemos llegado a un tiempo en el que ambos mundos se enfrentan, y la historia del presente ha llegado a un punto en que se debate, a un punto en que “las posibilidades se realizan o se rechazan pero nunca desaparecen por completo.”2 Dos mundos han entrado en colisión. En primer lugar, como han observado ciertos especialistas, existe el mundo duro y desmoronado de la globalización neoliberal y sus pasiones agitadoras, capaces de alimentar distintos flecos del fascismo en el mundo, incluyendo los EEUU. El poder está actualmente enamorado de los beneficios crecientes y del capital y cada vez es más adicto a las políticas del nacionalismo blanco y la limpieza racial.3 En segundo lugar, existe un mundo de contra-movimientos, especialmente en auge entre la gente joven, en busca de una nueva política que permita repensar, reivindicar e inventar una nueva comprensión del socialismo democrático, no contaminado por el capitalismo.
Es difícil imaginar un momento más urgente para hacer de la educación un tema central de la política. Si vamos a desarrollar unas políticas capaces de despertar nuestras sensibilidades críticas, imaginativas e históricas, es crucial que los educadores y otros desarrollen un lenguaje de crítica y de posibilidades futuras. Este lenguaje es necesario para permitir las condiciones que forjen una resistencia internacional colectiva entre los educadores, jóvenes, artistas y otros trabajadores culturales en defensa del bien público. Tal movimiento es importante para combatir y superar las pesadillas fascistas tiránicas que han descendido en EEUU, Brasil y en un número de países europeos invadidos por el auge de partidos neonazis. En una época de aislamiento social, exceso de información, de cultura de lo inmediato, de exceso de consumo y de violencia desmesurada, es de crucial importancia tomarse en serio la noción de que una democracia no puede existir ni ser defendida sin que haya ciudadanos informados y comprometidos críticamente.
La lección pedagógica es que el fascismo comienza con palabras llenas de odio, la demonización de otros considerados desechables, y continúa con el ataque a las ideas, la quema de libros, la desaparición de intelectuales, el surgimiento de un estado carcelario y los horrores de prisiones y campos de detención. Como forma de cultura política, la pedagogía crítica proporciona la promesa de un espacio protegido donde pensar a contracorriente de la opinión recibida. Este es un espacio para preguntas y desafíos, para imaginar el mundo desde distintos puntos de vista y perspectivas, para reflexionar sobre nosotros mismos en relación con los demás, y haciendo esto comprender lo que significa «asumir un sentido de responsabilidad política y social».5
La educación, tanto en su forma simbólica como institucional, tiene un papel esencial que jugar en la lucha contra el resurgir de las culturas fascistas, las narraciones históricas míticas y las ideologías emergentes de supremacía y nacionalismos blancos. Más aún, en un momento en que los fascistas están diseminando por todo el mundo imágenes del pasado tóxicas, racistas y ultranacionalistas, es primordial reivindicar la pedagogía crítica como forma de conciencia histórica y de testigo moral. Esto es especialmente cierto en un momento en que la amnesia social e histórica se ha convertido en un pasatiempo nacional, particularmente en los EEUU, solo igualado por la masculinización de la esfera pública y la normalización creciente de políticas fascistas que prosperan en la ignorancia, el miedo, el odio, la limpieza social, la eliminación de la disconformidad y la supremacía blanca. La educación como forma de trabajo cultural va más allá de las lecciones de la escuela y de su influencia pedagógica; si bien a menudo parece imperceptible, es crucial para desafiar y resistir el auge de formaciones pedagógicas fascistas y la rehabilitación de sus principios e ideas.6
En los últimos 20 años las políticas culturales se han vuelto tóxicas a medida que las élites dominantes se hacían con el control de los sistemas culturales, convirtiéndolos en máquinas pedagógicas destinadas a servir a las fuerzas de la tranquilización ética a través de la producción y legalización de interminables imágenes degradantes y humillantes de pobres, inmigrantes, musulmanes y otros considerados exceso, de vidas perdidas, condenadas a la exclusión terminal. La máquina del sueño capitalista ha regresado con enormes beneficios para los superricos, los gestores de inversión y los actores principales de las industrias financieras. En estos nuevos paisajes de riqueza, fraude y atomización social, un capitalismo fanático y brutal promueve la ética de que el ganador se lo lleva todo, una cultura de crueldad y nacionalismo blanco, socavando agresivamente el estado de bienestar, al tiempo que empuja a millones de seres a la penuria y la desgracia. Las geografías de la decadencia política y moral se han convertido en el patrón de los mundos soñados del consumo, la privatización, la vigilancia y la desregularización. En este panorama cada vez más fascista, las esferas públicas se ven reemplazadas por zonas de abandono social, y prosperan las energías de los muertos vivientes y los avatares de la crueldad y la miseria.
El escritor Pankaj Mishra tiene razón al sostener que el neoliberalismo ha creado una sociedad en la que la compasión se ve con desdén, y la empatía se ha convertido en sinónimo de patología en una sociedad dirigida por el mercado. Escribe:
La confusión de nuestra época proviene de cómo la compasión, como fundamento esencial de la vida cívica, fue desapareciendo de nuestra vida pública, siendo sustituida invisiblemente por una presumida racionalidad de auto interés individual, mecanismos mercantiles e instituciones democráticas. Puede que resulte duro recordar esto hoy entre las continuas explosiones de rabia y venganza en la vida pública, pero la imaginación compasiva fue indispensable en los movimientos políticos que emergieron en el siglo XIX para abordar el sufrimiento de las masas, causado por cambios radicales económicos y sociales. A medida que las experiencias de distanciamiento y explotación se intensificaron, una variedad de socialistas, demócratas y reformadores apoyó el compañerismo y la solidaridad, incitando el desprecio de, entre otros, Friedrich Nietzsche, que sostenía que la demanda de justicia social ocultaba la envidia y resentimiento de los débiles contra una aristocracia naturalmente superior. Nuestras sociedades profundamente desiguales y amargamente polarizadas, sin embargo, han validado completamente el miedo de Rousseau de que la gente, dividida por disparidades extremas, dejara de sentir compasión hacia el otro… Un resultado de popularizar esta ética supervivencialista desoladora es que “la mayoría de la gente, a medida que crece”, escribieron el psicoanalista Adam Phillips y la historiadora Barbara Taylor en Sobre la bondad, “creen en secreto que la bondad es una virtud de los perdedores”.7
La educación en las últimas tres décadas ha reducido rápidamente su capacidad para educar a los jóvenes, y a otros, como agentes comprometidos social y críticamente. Bajo los regímenes neoliberales que coquetean con la supremacía blanca, los apóstoles del autoritarismo han considerado que las posibilidades utópicas anteriormente asociadas a la educación pública son demasiado peligrosas como para no ser controladas. Cada vez son más las escuelas públicas que –pudiendo tener un potencial para promover la igualdad social y sostener la democracia– están cayendo bajo las fuerzas tóxicas de la privatización y los currículos estandarizados mecánicos, al tiempo que los profesores están sujetos a condiciones laborales intolerables. La educación superior actual imita una cultura de negocio dirigida por un ejército de burócratas, borrachos de valores mercantiles, que parecen los grandes sacerdotes de una racionalidad instrumental insensible. Las grandes visiones de la democracia están ausentes en todos los niveles educativos. La lucha, no obstante, está lejos de acabar. La buena noticia es que hay una ola creciente de huelgas de profesores, funcionarios y trabajadores tanto en EEUU como en el resto del mundo, que están resistiendo frente a la maquinaria cruel de explotación, racismo, austeridad y cultura del desecho desatada por el neoliberalismo en los últimos cuarenta años.
El pensamiento crítico y la imaginación de un mundo mejor suponen una amenaza directa a la racionalidad neoliberal, en la que el futuro siempre debe replicar el presente en un círculo interminable en el que el capital y las identidades que legitima se fusionan, en lo que podría llamarse una zona muerta de la imaginación y las pedagogías de la represión. El impulso distópico prospera produciendo un sinnúmero de formas de desigualdad y violencia –abarcando lo simbólico y lo estructural– como parte de un intento más amplio de definir la educación en términos puramente instrumentales, privatizados e intelectuales. Lo que está claro es que los modos neoliberales de la educación intentan moldear a los estudiantes en los mantras del propio interés, conducidos por el mercado, la competición feroz, el individualismo sin control y la ética del consumismo. Ahora se dice a los jóvenes que inviertan en sus carreras profesionales, preparen sus currículos y consigan éxito a cualquier coste. Es precisamente esta sustitución de la esperanza educada por un proyecto neoliberal distópico agresivo y sus políticas culturales, lo que ahora caracteriza el asalto actual a la educación superior y pública en varias partes del globo. Bajo el liberalismo, el mantra de la privatización, la desregularización y la destrucción del bien público, se ve igualado por la fusión tóxica de desigualdad, codicia y obsesión por el beneficio.
Es crucial que los educadores recuerden que el lenguaje no es simplemente un instrumento de miedo, violencia e intimidación, sino también un vehículo para la crítica, el coraje civil, la resistencia y la acción comprometida e informada. Vivimos en un momento en que el lenguaje de la democracia ha sido saqueado, privándole de sus promesas y esperanzas. Para derrotar al fascismo, es necesario hacer de la educación un principio organizador de política y, en parte, esto puede realizarse por medio de un lenguaje que exponga y desarme las falsedades, los sistemas de opresión y las relaciones corruptas del poder, al tiempo que deja claro que una alternativa futura es posible. Hannah Arendt tenía razón al afirmar que el lenguaje es crucial al resaltar los frecuentemente “elementos cristalizados” ocultos que hacen posible el fascismo.8 El lenguaje puede ser una herramienta potente en la búsqueda de la verdad y en la condena de la falsedad y las injusticias. Además, es por medio del lenguaje que la historia del fascismo puede recordarse y las lecciones de las condiciones que crearon la plaga del genocidio, pueden aportar el reconocimiento de que el fascismo no reside exclusivamente en el pasado, y que sus rastros están siempre latentes, incluso en las democracias más fuertes. Paul Gilroy sostiene, correctamente, que es crucial en el momento histórico actual re-enfrentarse al fascismo, con el fin de devolverlo a su lugar anterior a la hora de afrontar los tiempos oscuros que amenazan con empujar a las democracias de todo el mundo hacia gobiernos que imitan las políticas fascistas del pasado.
Abordo el concepto de fascismo con temor, y no solo porque relaciona tantos fenómenos locales e históricos diferentes; el fascismo ha sido envuelto por la manera en que ha funcionado como un término de abuso general, y corrompido por la forma en que se ha usado para expresar un sentido de maldad que es frustradamente abstracto, pero que permanece rehén de la fascinación contemporánea por la obscenidad, el crimen, la agresión y el horror. Reformular la idea de fascismo genérico es, espero, trabajar hacia la salvación del término de su trivialización y su restauración en el lugar apropiado en discusiones de los límites políticos y morales de lo que es aceptable… Creo que perseguir una definición genérica de fascismo no es sólo posible y deseable sino imperativo… Es esencial, a medida que la memoria viva del período fascista se apaga, ser capaz de identificar estos nuevos grupos y su influencia en las vidas volátiles de las políticas postindustriales. Simplemente mantener una discusión sobre el fascismo como un proyecto heurístico en curso tiene un valor adicional en un escenario de posguerra fría, del cual el oeste ha desaparecido y donde una Europa renacida debe afrontar su pasado.
La percepción de Gilroy proporciona una razón más para que los educadores hagan lo político más pedagógico y lo pedagógico más político; esto último es crucial para percibir que la pedagogía siempre es una lucha sobre las actuaciones, las identidades, el deseo y los valores, al tiempo que se reconoce el papel crucial que juega al abordar temas sociales importantes, y defender la educación superior y pública como esferas democráticas sociales. Hacer lo político pedagógico, en este caso, sugiere producir modos de conocimiento y prácticas sociales que no solo afirman el trabajo cultural de oposición y las prácticas pedagógicas, sino que además ofrecen oportunidades para movilizar instancias de ira colectiva, sumadas a la acción directa de las masas contra un capitalismo de casino despiadado y la irrupción de políticas fascistas. Tal movilización debe oponerse a las injusticias materiales deslumbrantes y a la creencia cínica creciente de que democracia y capitalismo son sinónimos. En última instancia, la pedagogía crítica propone que la educación es una forma de intervención política en el mundo y que es capaz de crear las posibilidades para la transformación social e individual.
Hoy en día la ignorancia gobierna América. No se trata de la ignorancia simple y de la forma inocente que proviene de la ausencia de conocimiento, sino de la ignorancia maligna forjada en la arrogancia de rehusar a pensar en serio sobre un tema, de comprometer el lenguaje en la búsqueda de la justicia. Como es bien conocido, la ignorancia del presidente Trump se muestra diariamente. Aparte de ser un mentiroso recurrente, su ignorancia sirve como una herramienta del poder para prevenir que este tenga que rendir cuentas. Además, también funciona como forma de reescribir la relación entre las demandas de los ciudadanos críticos y las demandas de la responsabilidad cívica y social. Bajo tales circunstancias, pensar se convierte en peligroso y se produce un desagrado sistemático hacia cualquier vestigio de verdad. Sin embargo, aquí hay algo más en riesgo que la producción de una forma de ignorancia tóxica y el estrechamiento de los horizontes políticos. De lo que estamos siendo testigos es del cierre de lo político, a lo que hay que sumar expresiones explícitas de crueldad e «impiedad sancionadas ampliamente».10 Además, las mismas condiciones que permiten a la gente tomar decisiones informadas están bajo asedio, al tiempo que las escuelas no reciben financiación, los medios de comunicación se vuelven más corporativos, los periodistas opositores son asesinados y la televisión se convierte en el modelo de entretenimiento de las masas. Bajo tales circunstancias, hay un gran escalada contra el pensamiento razonado, la empatía, la resistencia colectiva y la imaginación compasiva. En algunos aspectos, la dictadura de la ignorancia recuerda lo que el escritor John Berger llama «ethicidio»: y Joshua Sperling define como «lo desafilado de los sentidos; el vaciado de la lengua; el borrado de la conexión con el pasado, los muertos, lugares, la tierra, el suelo; posiblemente también el borrado incluso de ciertas emociones, ya sea pena, compasión, consuelo, luto o esperanza».11
Dada la crisis actual de la política, los educadores de la memoria, la historia, y la participación, necesitan un nuevo lenguaje pedagógico y político para afrontar los contextos y temas cambiantes, enfrentándose a un mundo en el que el capital recurre a la convergencia sin precedentes de recursos financieros, culturales, políticos, económicos, científicos, militares y tecnológicos para ejercer su poder, y las distintas formas de control directo e indirecto que emplea. Si los educadores y otros van a oponerse a la habilidad creciente del capitalismo global que separa la esfera tradicional de la política, del actual alcance transnacional de poder, entonces, es crucial desarrollar estrategias educativas que rechacen un colapso de la distinción entre las libertades de mercado y las libertades civiles, entre una economía de mercado y una sociedad de mercado, entre capitalismo y democracia. La resistencia no empieza reformando el capitalismo, sino aboliéndolo. El movimiento del capitalismo neoliberal hacia el fascismo recuerda el dictado de Max Horkheimer de 1939: «Quien no esté preparado para hablar del capitalismo, debería callar sobre el fascismo».12
Tras décadas de pesadilla neoliberal tanto en EEUU como más allá, las pasiones movilizadoras del fascismo se han desencadenado como nunca se había visto desde 1930. La élite dirigente y los gestores del capitalismo extremo han utilizado las crisis de injusticia económica e inmigración y sus “acuerdos manifiestamente brutales y abusivos” para sembrar divisiones y resucitar el discurso de la limpieza racial y la supremacía blanca.13 Al hacer esto, están accediendo al sufrimiento colectivo creciente y la ansiedad de millones con el fin de redirigir su ira y desesperación a través de una cultura del miedo y un discurso de deshumanización; también han convertido las ideas críticas en cenizas al diseminar una mezcla tóxica de categorías raciales, ignorancia y el espíritu militarizado del nacionalismo blanco.
Hoy el neoliberalismo y el fascismo se unen y avanzan en un proyecto cómodo y mutuamente compatible, y un movimiento que conecta los valores explotadores y las crueles políticas de austeridad de capitalismo de casino14 con los ideales fascistas. Estos ideales incluyen: la veneración de la guerra; el anti-intelectualismo; la deshumanización; la celebración populista del ultranacionalismo y la pureza racial15; la supresión de la libertad de disentir; la cultura de las mentiras, la política de jerarquía; el dominio de la emoción sobre la razón; la conversión del lenguaje en un arma; el discurso de la decadencia y la violencia de estado en diversas formas. El fascismo nunca quedó completamente enterrado en el pasado, y las condiciones que propiciaron sus argumentos centrales están con nosotros de nuevo, dando lugar a un período de barbarie moderna que parece estar llegando hasta extremos homicidas, especialmente en los EEUU.16
Ahora, la profunda gramática de la violencia da forma a todos los aspectos de la producción cultural y llega a ser visceral en su generación actual de terrorismo doméstico, matanzas de masas, encarcelación masiva de gente de color, y guerra sobre los inmigrantes indocumentados. No solo se ha convertido en más gratuita, arbitraria y en algunos casos trivializada, mediante la monotonía de la repetición, sino que también sirve como la doctrina oficial de la administración Trump, al dar forma a sus políticas domésticas y de seguridad. La violencia de Trump ha llegado a ser promiscua en su alcance y bravucona en su asentimiento a los grupos de extrema derecha. La mezcla de nacionalismo blanco y la expansión de políticas que benefician a los ricos, a las grandes corporaciones y a la élite financiera están cada vez más legitimadas y normalizadas en nuevas formas de pedagogía pública que equivalen a la legitimación de lo que he llamado fascismo neoliberal.17
Bajo tales circunstancias, la pedagogía crítica se convierte en una práctica moral y política, en la lucha por resucitar la alfabetización cívica, la cultura cívica y la noción de una ciudadanía compartida. La política pierde sus posibilidades de emancipar si no puede proporcionar las condiciones educativas que permitan a los estudiantes y otros poder pensar a contracorriente y verse a sí mismos como ciudadanos comprometidos, críticos e informados. No existe una política radical sin una pedagogía capaz de despertar la conciencia, desafiando el sentido común y creando modos de análisis en los que la gente descubra un momento de reconocimiento que permita repensar las condiciones que moldean sus vidas.
Como tema de responsabilidad política y social, los educadores deberían hacer más, aparte de crear las condiciones para el pensamiento crítico y alimentar un sentido de esperanza entre sus alumnos. También necesitan asumir responsablemente el papel de educadores civiles dentro de contextos sociales más amplios y desear compartir sus ideas con otros educadores y un público más amplio, haciendo uso tanto de las nuevas tecnologías de comunicación como de los modos tradicionales de comunicar. Comunicar a una variedad amplia de audiencias públicas implica usar oportunidades de escribir, mantener charlas públicas, entrevistas en la radio, internet, revistas alternativas y enseñar a adultos y jóvenes en escuelas alternativas, por nombrar unas pocas. Al sacar ventaja de su papel de intelectuales públicos, los educadores pueden abordar el desafío de combinar estudios y compromiso mediante el uso de un vocabulario que no sea ni aburrido ni obtuso, al tiempo que buscan dirigirse a una audiencia mayor. Más importante aún, al tiempo que los profesores afirman la importancia de su papel y del papel de la educación en democracia, ellos pueden forjar nuevas alianzas y conexiones para desarrollar movimientos sociales que incluyan y vayan más allá del trabajo con los sindicatos y las formaciones políticas tradicionales.
La educación representa un elemento crucial de poder en el mundo moderno. Si los profesores están verdaderamente preocupados por salvaguardar la educación, tendrán que tomar en serio cómo funciona la pedagogía a nivel local y global. La pedagogía crítica tiene un importante papel que jugar en tratar de comprender y desafiar como el poder, el conocimiento y los valores se implementan, afirman y resisten dentro y fuera de los discursos tradicionales y las esferas culturales. En un contexto local, la pedagogía crítica puede llegar a ser una herramienta teórica importante para comprender las condiciones institucionales que ponen restricciones a la producción de conocimiento, aprendizaje, trabajo académico, relaciones sociales, y a la democracia misma. La pedagogía crítica también proporciona un discurso para comprometer y desafiar la construcción de jerarquías sociales, identidades e ideologías, al traspasar fronteras nacionales y locales. Además, la pedagogía como forma de producción y crítica ofrece un discurso de posibilidad –una forma de proporcionar a los estudiantes la oportunidad de unir el conocimiento, el compromiso y la transformación social a la búsqueda de una mayor justicia social.
Esto sugiere que uno de los desafíos más serios que afrontan profesores, artistas, periodistas, escritores y otros trabajadores culturales es la tarea de desarrollar un discurso de crítica y posibilidades futuras. Esto significa desarrollar discursos y prácticas pedagógicas que conecten la crucial lectura de la palabra con la lectura del mundo, y hacer esto de forma que destaquen las capacidades creativas de los jóvenes y les proporcionen las condiciones para llegar a ser agentes críticos. Al abordar este proyecto, los educadores y otros deberían intentar crear las condiciones que den a los estudiantes las oportunidades de convertirse en ciudadanos críticos y comprometidos, que tengan el conocimiento y el coraje para luchar de forma que la desolación y el cinismo sean irreales y la esperanza real. La esperanza también en este caso es educativa, libre de la fantasía de un idealismo inconsciente de las limitaciones a las que se enfrentaría el sueño de una sociedad democrática radical. La esperanza educada no es una llamada a ignorar las difíciles condiciones que caracterizan a los centros de enseñanza y al orden social dominante, ni es tampoco un proyecto desprovisto de contextos concretos y luchas. Por el contrario, es la precondición de suministrar esos lenguajes y valores que señalan la forma de imaginar un futuro que no reproduzca las pesadillas del presente.
La esperanza educada proporciona las bases para la dignificación del trabajo de los profesores; ofrece conocimiento crítico unido al cambio social democrático, afirma responsabilidades compartidas y anima a profesores y estudiantes a reconocer la ambivalencia y la duda como dimensiones fundamentales del aprendizaje. Tal esperanza ofrece la posibilidad de pensar más allá de lo establecido. Aunque esta tarea pueda parecer difícil a los educadores y al público, es una lucha que merece la pena sostener.
En una época de capitalismo salvaje y de políticas fascistas emergentes, los educadores, los estudiantes y otros ciudadanos preocupados afrontan el desafío de proporcionar una lengua que abrace un utopismo militante, al tiempo que mantienen la atención hacia aquellas fuerzas que buscan convertir esa esperanza en un nuevo slogan, o castigar y deshacerse de aquellos que se atreven a mirar más allá del horizonte dado. El fascismo engendra cinismo y es el enemigo de una esperanza social y militante. La esperanza debe estar moderada por la realidad compleja de los tiempos, y vista como un proyecto y condición para proporcionar un sentido de la acción colectiva, la oposición, la imaginación política y la participación comprometida.
Sin esperanza, incluso en los tiempos más nefastos, no hay posibilidad para la resistencia, el desacuerdo y la lucha. La acción es la condición de la lucha y la esperanza es la condición de la acción. La esperanza expande el espacio de lo posible y llega a ser una forma de reconocer y nombrar la naturaleza incompleta del presente.
La esperanza es la precondición intelectual y afectiva para la lucha social e individual. La esperanza, y no la desesperación, es la precondición que estimula la crítica por parte de los intelectuales dentro y fuera del mundo académico, los cuales usan los recursos de la teoría para abordar problemas sociales urgentes. La esperanza está también en la raíz del coraje civil que traduce la crítica en práctica política. La esperanza como deseo de un futuro que ofrezca más que el presente, llega a ser un deseo más agudo cuando la vida de uno no puede darse por sentada por más tiempo. Solamente aferrándose a la crítica y a la esperanza en tales contextos, la resistencia hará concreta la posibilidad de transformar la política en un espacio ético y en un acto público. Alcanzar un futuro mejor que el esperamos, requerirá nada menos que afrontar el flujo de la experiencia diaria y el peso del sufrimiento social con la fuerza de la resistencia colectiva e individual, y el proyecto interminable de la transformación social democrática. Al mismo tiempo, para que la resistencia se haga cargo de los desafíos creados por el ascenso de las políticas fascistas, tendrá que desarrollar un despertar de la esperanza. Esta forma de esperanza educada está enraizada en el sueño de una conciencia colectiva y una imaginación avivada en la lucha por nuevas formas de comunidad que afirmen el valor de lo social, de la justicia económica, del contrato social, de los valores democráticos y de las relaciones sociales.
La lucha actual contra el fascismo emergente en el mundo no es solo una lucha contra las estructuras económicas o las alturas imponentes del poder empresarial. Es también una lucha de visiones, ideas, conciencia, una lucha por el poder de cambiar la misma cultura. Es también como señala Hannah Arendt una batalla contra «un temor extendido a emitir juicios».18 Sin la capacidad de juzgar, es imposible recobrar palabras que tengan significado, imaginar mundos alternativos y un futuro que no imite los tiempos oscuros en que vivimos; crear un lenguaje que cambie la forma en que pensamos sobre nosotros mismos y nuestra relación con los demás. Una lucha por un orden socialista democrático radical no tendrá lugar si «las lecciones de nuestro oscuro pasado [no pueden] aprenderse y transformarse en resoluciones constructivas» y en soluciones para luchar y crear una sociedad post-capitalista.19
Finalmente, no hay democracia sin ciudadanos informados y no hay justicia sin un lenguaje crítico de la injusticia. La democracia comienza a declinar y la vida política se empobrece con la ausencia de esas esferas públicas vitales, tales como la educación superior pública, en la que los valores cívicos, los estudios públicos y el compromiso social posibilitan una comprensión más imaginativa de un futuro que afronte seriamente las demandas de justicia, igualdad y coraje civil. La democracia debería ser una forma de pensar en la educación, una forma que prospera conectando la pedagogía con la práctica de la libertad, el aprendizaje con la ética y la acción con los imperativos de la responsabilidad social y el bien común.20 El capitalismo neoliberal priva a la esperanza de sus posibilidades utópicas y progresa en la noción de que vivimos en una era de esperanza hipotecada, y que cualquier intento de pensar de otra manera resultará una pesadilla. Sin embargo, permanece el hecho de que sin esperanza no hay acción y sin agentes colectivos no hay esperanza de resistencia. En la época del fascismo emergente, no es suficiente conectar la educación con la defensa de la razón, el juicio informado y la acción crítica: debe de estar también alineada con la fuerza y potencial de la resistencia colectiva. Vivimos en tiempos peligrosos. Consecuentemente, hay una necesidad urgente de que se unan más personas, instituciones y movimientos sociales en la creencia de que pueden resistirse los regímenes de tiranía actuales, de que son posibles futuros alternativos, y de que actuando bajo estas creencias, por medio de la resistencia colectiva ocurrirá un cambio radical.
Traducción de Javier Redondo Madueño y Ana M. Valencia Herrera
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- Mi agradecimiento a la Rania Filippakou por sus comentarios .
- Peter Thompson, “The Frankfurt School, Part 5: Walter Benjamin, Fascism and the Future”, The Guardian (April 21, 2013). Online: https://www.theguardian.com/commentisfree/belief/2013/apr/22/frankfurt-school-walter-benjamin-fascism-future
- See, especially, Stuart Hall, Chapter 1: “The Neoliberal Revolution,” The Neoliberal Crisis, ed. Edited by Jonathan Rutherford and Sally Davison,[London: Lawrence Wishart 2012]. Online: http://wh.agh.edu.pl/other/materialy/678_2015_04_21_22_04_51_The_Neoliberal_Crisis_Book.pdf
- Charles Derber, Welcome to the Revolution: Universalizing Resistance For Social Justice and Democracy in Perilous Times (New York: Routledge, 2017). Heinrich Geiselberger, ed, The Great Regression (London: Polity, 2017).
- Jon Nixon, “Hannah Arendt: Thinking Versus Evil”, Times Higher Education,(February 26, 2015). Online at: https://www.timeshighereducation.co.uk/features/hannah-arendt-thinking-versus-evil/2018664.article?page=0%2C0
- See, for example, Jane Mayer, “The Making of the Fox News White House,” The New Yorker (March 4, 2019). Online: https://www.newyorker.com/magazine/2019/03/11/the-making-of-the-fox-news-white-house
- Pankaj Mishra, “A Gandhian Stand Against the Culture of Cruelty,” The New York Review of Books,[May 22, 2018]. Online: http://www.nybooks.com/daily/2018/05/22/the-culture-of-cruelty/
- Hannah Arendt, Origins of Totalitarianism (New York: Harcourt Trade Publishers, New Edition, 2001). Hay traducción al castellano Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid, Alianza,2006
- Paul Gilroy, “Against Race: Imagining Political Culture beyond the Color Line“, Chapter 4 -‘Hitler in Khakis: Icons, Propaganda, and Aesthetic Politics’ (Cambridge: The Belknap Press of Harvard University Press, 2000), pp. 144-145, 146. Obra traducida al castellano. Paul Gilroy. Atlántico negro. Madrid, Akal,2014.
- Pankaj Mishra, “A Gandhian Stand Against the Culture of Cruelty,” The New York Review of Books,[May 22, 2018]. Online: http://www.nybooks.com/daily/2018/05/22/the-culture-of-cruelty/
- Joshua Sperling cited in Lisa Appignanesi, “Berger’s Ways of Being”, The New York Review of Books(May 9, 2019). Online: https://www.nybooks.com/articles/2019/05/09/john-berger-ways-of-being/?utm_medium=email&utm_campaign=NYR%20Tintoretto%20Berger%20Mueller&utm_content=NYR%20Tintoretto%20Berger%20Mueller+CID_22999ee4b377a478a5ed6d4ef5021162&utm_source=Newsletter&utm_term=John%20Bergers%20Ways%20of%20Being
- 12. Cited in Roger Griffin, “Staging the Nation’s Rebirth: The Politics and Aesthetics of Performance in the Context of Fascist Studies,” in Gunter Berghaus, ed. Fascism and Theater: Comparative Studies on the Aesthetics and politics of Performance in Europe, 1925-1945 (Providence: Gerghahn Books, 1996). Online: https://www.libraryofsocialscience.com/ideologies/resources/griffin-staging-the-nations/
- 13. Paul Gilroy, Against Race (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.
- Paul Gilroy, Against Race (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.
- Paul Gilroy, Against Race (Cambridge: Harvard University Press, 2000), 139.
- 16. Chiara Bottici in Cihan Aksan and Jon Bailes, eds. “One Question Fascism (Part One),” Is Fascism making a comeback?” State of Nature Blog, [December 3, 2017]. Online: http://stateofnatureblog.com/one-question-fascism-part-one/
- Henry A. Giroux, “The Nightmare of Neoliberal Fascism,” Truthout (June 10, 2018). Online: https://truthout.org/articles/henry-a-giroux-the-nightmare-of-neoliberal-fascism/
- Hannah Arendt, “Personal Responsibility Under Dictatorship,” in Jerome Kohn, ed., Responsibility and Judgement, [NY: Schocken Books, 2003]. Online: https://grattoncourses.files.wordpress.com/2016/08/responsibility-under-a-dictatorship-arendt.pdf. Hay acceso en castellano en : http://www.bibliopsi.org/docs/carreras/obligatorias/CFP/etica/farina/Arendt%20-%20Responsabilidad%20personal%20bajo%20una%20dictadura.pdf
- 19. Nicola Bertoldi, “Are we living through a new ‘Weimar era’?: Constructive resolutions for our future”, OpenDemocracy (January 3, 2018). Online: https://us1.campaign-archive.com/?e=d77f123300&u=9c663f765f28cdb71116aa9ac&id=367a142d39
- Henry A. Giroux, The Terror of the Unforeseen (Los Angeles: Los Angeles Review of Books, 2019).
Henry Giroux
Fuente: https://www.elviejotopo.com/articulo/terrorismo-pedagogico-y-esperanza-en-tiempos-de-politicas-fascistas/
Foto tomada de: Otras Voces en Educación
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