Se propone un análisis político de los dos discursos. Inicio con apartes de lo dicho por el jefe de Estado en su primera alocución, previa a la jornada de protesta.
“Mañana, Colombia tendrá una jornada de protesta convocada por diferentes sectores sociales. Sabemos que son muchos los desafíos que como país tenemos que superar. Que son válidas muchas de las aspiraciones sociales y que tenemos problemas que a lo largo de la historia han envejecido mal. Por eso, trabajamos de día y de noche para encontrar alternativas y superar los obstáculos como lo hemos hecho como Nación a lo largo de nuestra historia. Sin embargo, hay unos pocos que ven en el derecho a la protesta una oportunidad de agitación basada en mentiras que lo único que buscan es generar división entre los colombianos. Ellos se equivocan. Nuestro país no quiere volver al pasado. Y este gobierno no va a permitir que algunos nos devuelvan a viejas confrontaciones que ya no tienen ningún sentido. Hoy, como siempre, todas las instituciones del Estado están al servicio de los ciudadanos…”
Lo primero que hay que indicar es que, por el tono de voz, la gesticulación y el movimiento de sus manos, Duque sigue hablando como si aún fuera candidato a la presidencia. La vehemencia con la que se expresa, no logra consolidar el poder de convencimiento y persuasión que se requiere para convencer a los colombianos que siguieron atentos su intervención.
En su discurso, intentó ocultar los problemas y las dificultades que arrastra su gobierno desde hace 15 meses, para ganar en legitimidad social y política. El primer error en el que cae el presidente es en desvirtuar la protesta. En lo citado, expresa a los colombianos que está informado de la jornada de protesta. Y en lugar de reconocer los propios problemas de su gestión, apela a nomenclaturas más favorables desde el punto de vista de las representaciones sociales que las acompañan. Además, no se da por notificado de que la protesta, en parte, es contra su figura, que para muchos analistas y colombianos del común se torna inconsecuente e inocua. No es gratuito que la gente se refiera a él como el “subpresidente”.
Por eso habla de desafíos y aspiraciones sociales, con las que claramente marca distancia de su gestión, en la medida que las pone en un terreno aspiracional indeterminado. Y en el momento en el que reconoce la existencia de problemas, lo hace ubicándolos en el pasado, en la historia. Es decir, saca su espejo retrovisor para tratar de ocultar sus propios desaciertos en estos 15 meses de gobierno.
A renglón seguido, minimiza a los sectores convocantes de las movilizaciones. Inicialmente habla de sectores, pero luego, habla de unos pocos. Por esa vía, casi que personaliza la protesta, descartando de plano que detrás de las mismas no solo haya sectores de poder, como centrales obreras y sindicatos, sino diversas asociaciones de la sociedad civil y cientos de miles de ciudadanos descontentos con su gestión y con el sector de poder que coadyuvó a llevarlo a la Casa de Nariño: el uribismo.
En su intención de desvirtuar y deslegitimar la protesta social, a pocas horas de producirse, el presidente Duque apela al discurso moralizante y vacío con el que adelantó su campaña electoral. Expresiones como dividir, polarizar, agitar, destruir y no construir, entre otras, las recupera para el propósito ya señalado de restarle legitimidad y el sentido político a la jornada.
Por ello habla de agitación y de división basada en mentiras. Sin decirlo, hace referencia al tema del “paquetazo” laboral y pensional que se avecina, el mismo que el presidente ha negado a pesar de las evidencias que desde diversos sectores se han exhibido en las redes sociales y otros espacios. Entre estas, lo que dijo a varios medios, su propio Ministro de Hacienda, quien señaló que “si los colombianos quieren pensionarse, tendrán que ahorrar”. A lo que se suma el proyecto de ley presentado por su partido el Centro Democrático, con el que se busca introducir reformas laborales[1] que terminarán por pauperizar aún más a los trabajadores.
Detrás de su manida palabra dividir, el presidente intenta imponer la idea de que en Colombia hay una enorme cohesión social y que no existen grietas, a pesar de la evidente lucha de clases que se respira en el país. A renglón seguido, señala que quienes convocan a la protesta social, esos pocos, están equivocados.
Y continúa haciendo gala de la figura del pasado para indicar que esos pocos quieren regresar al país a viejas confrontaciones. ¿Acaso se refiere Duque a las viejas disputas entre izquierda y derecha, en el marco de la guerra fría? De esa manera, Duque Márquez acompaña a Uribe, quien en su momento se alineó con Fukuyama, y habló del fin de las ideologías.
Ahora miremos apartes de la alocución del presidente, horas después de haberse producido una de las más grandes movilizaciones sociales de los últimos años, para protestar por asuntos políticos, sociales y económicos.
Como hecho curioso, en la primera alocución, la imagen de fondo estaba soportada en los colores de la bandera de Colombia. En la segunda intervención radio televisada, el fondo cambió. En esta oportunidad, unas franjas azules y blancas y al lado derecho la bandera, daban cuenta de un sobrio fondo. Al parecer, ese fondo fue improvisado porque el presidente no se encontraba en la Casa de Nariño.
Pero antes de mirar los apartes de su discurso, hay que señalar que la expresión de su rostro era distinta. En la primera alocución se advertía un presidente seguro por las medidas adoptadas para afrontar las marchas y por el miedo generalizado que medios y periodistas afectos al Régimen, generaron para evitar que más gente se sumara a las protestas. Se sentía triunfador.
A lo que se sumarían las acciones judiciales (declaradas ilegales, con posterioridad), como allanamientos a medios culturales, a líderes estudiantes y a profesores. Quizás estas circunstancias permitieron al presidente sentirse tranquilo, porque se suponía que esas acciones mediáticas y judiciales serían suficientes para asustar a los marchantes. Sin duda, la sorpresa fue enorme. De allí que el rictus del presidente, al momento de la segunda alocución, era distinto: se notaba nervioso, molesto, confrontado, pero con una inocultable soberbia.
“Como presidente de todos los colombianos quiero hablarles sobre los sucesos de este día. Hoy, a pesar de los actos de violencia, atribuibles a vándalos que no representan el espíritu de los marchantes colombianos demostramos que este país puede ejercer las libertades individuales sin afectar las libertades de los demás… no me cansaré de decirlo, somos un gobierno que escucha y que construye… hoy hablaron los colombianos, los estamos escuchando. El diálogo social ha sido la bandera principal de este gobierno. Debemos profundizarlo con todos los sectores de nuestra sociedad y acelerar nuestra agenda social y nuestra lucha contra la corrupción”.
En la primera frase resaltada, ataca la idea de que Duque está gobernando para unos pocos. Y lo intenta hacer, apelando al universal <<todos los colombianos>>. Es claro que está gobernando para Sarmiento Angulo, el gran banquero y para las grandes compañías.
En lugar de reconocer en primera instancia las multitudinarias marchas, expone como más importante los desmanes de unos pocos desadaptados. Aunque hizo bien en separar a los vándalos de las marchas, insistió en subvalorar a las nutridas manifestaciones.
Luego, insiste en señalar que la protesta no era necesaria, porque su gobierno escucha. Es decir, vuelve a la tesis de que unos pocos son los que aún no logran dialogar con el gobierno. Y vuelve y se ratifica al decir que los estamos escuchando. Lo curioso es que evita convocar al diálogo social hoy viernes 22, después de que las protestas pacíficas continuaron (cacerolazos en varias ciudades, incluyendo Bogotá), decidió convocar para el 27 de noviembre.
Y termina con la frase de campaña y en particular, con su lucha contra la corrupción. De esa manera, intenta ocultar que su gobierno, como todos los anteriores, viene apelando al clientelismo, a la mermelada y al pago de favores.
Lo más probable es que la “conversación nacional para acrecentar la agenda social del gobierno” programada para el 27 de noviembre, no prospere por la soberbia exhibida por el presidente y porque cuenta con el respaldo de un Establecimiento que hará todo lo posible y apelará a todo lo que esté a su alcance, para continuar entronizando no solo el modelo económico neoliberal, sino el cerramiento democrático que sirve a los propósitos de la élite empresarial, militar y política que soporta y hace funcionar al actual Régimen de poder.
Es curioso que hable de conversar, y no de dialogar. El diálogo supone una discusión amplia y la exposición de argumentos, mientras que conversar puede dar cuenta de unas reuniones y de unos encuentros para “conocer impresiones” de los otros, sin que ello comprometa a las partes con algo que debe cambiar. El diálogo tiene un sentido político, mientras que conversar está soportado, para este caso en particular, en la postura arrogante y soberbia asumida por Iván Duque Márquez.
Llama la atención el silencio de los partidos políticos y el de sus voceros. La crisis de gobernabilidad de Duque se tornará insostenible. Hay que buscar salidas institucionales para detener la sensación de desgobierno que se viene generalizando.
A lo que se suma la falta de un liderazgo y decisión de las universidades privadas y públicas para confrontar al gobierno, en el sentido de exigirle que convoque con urgencia a un diálogo político amplio. Y también hay que señalar los silencios cómplices del empresariado que, al estar totalmente comprometido con este gobierno, es co-responsable de la inequidad y de las condiciones de pobreza y desigualdad que motivaron las protestas. Y me pregunto: ¿en dónde están los intelectuales? Y el silencio de la Iglesia Católica, que hizo bien en apoyar las movilizaciones, pero que hasta el momento calla ante la terquedad y la soberbia de un gobierno que desestima y subvalora el poder de la protesta social.
Y mientras llega el 27 de noviembre, ciudades como Cali y Bogotá son víctimas de una bien orquestada campaña para generar terror y miedo en la ciudadanía. Las hordas de vándalos, acompañados por Policías, dan cuenta del funcionamiento de un “doble Estado”. Y sobre este asunto el presidente guarda un sospechoso silencio.
Adenda: ojalá que, dentro de los temas a discutir, que son variados, se incluya el que tiene que ver con el actuar criminal de agentes del ESMAD. Las imágenes que circularon por las redes sociales, de agentes de ese grupo antidisturbios, pateando a una muchacha que iba en bicicleta y los disparos en la cara a varios jóvenes con pistolas de goma, entre otras actuaciones, ameritan poner en consideración el desmonte del ESMAD o por lo menos, el retiro de esos agentes que actuaron como bestias y vándalos. Hay que advertir sobre la posibilidad de que detrás de los actos vandálicos que se presentaron en Cali y Bogotá, estén grupos de policías, agentes de seguridad del Estado y del propio ESMAD. Recordé el caso de los R-15 en Cali. Si Duque no se manifiesta en torno a este asunto, su propuesta de “conversación social” terminará siendo inocua y terminará por exacerbar más los ánimos.
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Germán Ayala Osorio
Foto obtenida de: https://www.semana.com/
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