Debemos resaltar el carácter festivo y alegre de las movilizaciones, donde comparten jóvenes con adultos, trabajadores con desempleados, mujeres con hombres, congresistas con académicos y trabajadores sociales, madres y padres con hijas e hijos. Adicionalmente, debemos destacar esa novedosa y pacífica forma de protesta social, el ‘cacerolazo’, que con carácter autónomo se generó -ningún liderazgo se puede atribuir esas expresiones espontáneas del descontento- en varias ciudades del país, que expresan las inconformidades en los barrios, en los conjuntos residenciales, en las comunidades locales.
Lo anterior son síntomas de cambio muy interesantes, en la forma y en el fondo, de la expresión del descontento social y que reflejan nuevas realidades de manifestantes, los jóvenes, pero también la pérdida del miedo por la población adulta, que marcó mucho la agenda de las manifestaciones sociales en el pasado, y cuyos cambios en buena parte debemos atribuir como resultado positivo derivado de la firma del Acuerdo de Paz con las FARC, pero que debemos saber interpretar.
Debemos señalar que si bien hubo una convocatoria formal por el Comité Nacional de Paro y otros grupos ciudadanos, es necesario destacar que un buen porcentaje de los que han salido a marchar o se expresan en diferentes formas, lo hacen de manera autónoma, por sus molestias con la actuación del Gobierno, porque no comparten que a los Ministros -y esto hay que decirlo, no es solo en el actual Gobierno, también lo han sido los de pasados gobiernos-, les preocupa más cumplirles a los organismos financieros internacionales y a las llamadas calificadoras de riesgo, que a las demandas y problemas de los ciudadanos. Pero además, los ciudadanos sienten que no hay transparencia en las iniciativas de Gobierno, que en el fondo quieren imponer el modelo hoy plenamente fracasado como en el caso del sistema de pensiones en Chile, pero no lo dicen abiertamente, que quieren reformas laborales para mejorar las ganancias de grandes empresarios, pero sin importar los costos para la población trabajadora y especialmente para los jóvenes trabajadores. Todas esas inconsistencias, además de las filtraciones de las ‘tensiones y disputas’ al interior del equipo del ejecutivo, dejan profundas preocupaciones acerca de la seriedad de quienes nos están gobernando.
Las convocatorias a la protesta social, en cualquier sociedad, son una especie de válvula de escape de inconformidades sociales acumuladas -de sectores sociales muy diversos con orientaciones políticas disímiles- y con frecuencia se desbordan no sólo en términos temporales –terminan prolongándose y en ocasiones toman dinámicas muy fuertes y en otras entran en lógicas de marchitamiento o de fatiga de un sector de la sociedad-, sino en los alcances de la misma -para algunos es la ilusión de lograr convertirlas en mecanismos para ‘tumbar el gobierno’, o volver realidad sus fantasías políticas-, pero con frecuencia no terminan respondiendo a ninguna dinámica organizativa -ningún partido político, ni liderazgo individual puede atribuirse exclusivamente su capacidad de convocatoria- por lo cual algunos consideran que son prácticas cuasi-anárquicas, o la expresión de incredibilidad con los liderazgos y formas de organización tradicionales.
Lo que sí parece altamente probable es que si no hay una lectura adecuada de parte del Gobierno, una escucha de las solicitudes y una respuesta en términos de políticas asertivas, el riesgo de que las protestas sociales se repitan a relativo corto plazo y quizá con mayores intensidades, es altísimo y ello puede conllevar situaciones de inestabilidad e ingobernabilidad para el Gobierno. Por ahora el Gobierno, como respuesta, ha convocado a una ‘conversación nacional’ –que para algunos es una réplica de la iniciativa en su momento del Presidente Macron de Francia frente a las movilizaciones de los llamados ‘chalecos amarillos’-, con una agenda y una metodología que no está clara –¿es solo conversación o incluye concertación, acuerdos y reformas?- y un tiempo establecido hasta el 15 de marzo del próximo año. No hay duda que una nueva agenda política entró en la realidad colombiana; la Colombia de hoy no es la misma a la de antes del 21 de Noviembre. Esperemos como se maneje la situación para ver si es una oportunidad del Gobierno para escuchar con humildad y hacer rectificaciones y por esa vía lograr re-legitimarse o por el contrario contribuye con actitudes arrogantes a acentuar la conflictividad social.
Sin duda, en un mundo interconectado como el actual, incide el ‘efecto demostración’ de lo que viene sucediendo en varios países de la región y del mundo, con gobiernos a la defensiva y movilizaciones sociales en alza. Recordemos en la región los casos recientes de Ecuador, Chile, Haití, Bolivia y a nivel más global los de Hong Kong, El Líbano, Cataluña en España. Los ciudadanos están viendo que ante la incapacidad de sus dirigentes de dar respuestas a sus demandas, consideran esa especie de ‘democracia callejera’ como una opción válida a la cual recurrir. Sin embargo, no se puede olvidar que cada proceso social tiene sus especificidades y no es sencillo pensar en replicar prácticas que en otros casos produjeron determinados resultados.
Desafortunadamente se presentaron actos de vandalismo en varias ciudades, minoritarios pero que debemos reseñar, que no solo deben ser condenados y rechazados, sino que llevan a muchos ciudadanos a perder confianza en la protesta social y a justificar medidas excepcionales del Gobierno.
Pareciera que estamos entrando en una fase convulsa de protestas sociales que no es claro cuál será su desarrollo definitivo –con crecientes sectores que son afectados, especialmente de sectores trabajadores populares, aquejados con el transporte público, por ejemplo, comienzan a mirar con rechazo estas movilizaciones, para no hablar de los comerciantes y otros sectores de trabajadores independientes-, desafortunadamente con muertos y heridos como el estudiante Dilan Cruz, golpeado por un aparato explosivo disparado por un miembro del ESMAD (Escuadrón Móvil Anti Disturbios de la Policía Nacional); pero también de cuestionamientos a las representaciones organizativas y partidistas tradicionales tanto de derecha, como de centro e izquierda.
La dinámica de las protestas dependerá en buena medida de la capacidad del Gobierno de escuchar y atender la diversidad social, pero también de la capacidad del liderazgo social, especialmente de instancias como el Comité Nacional del Paro, de lograr asumir la conducción del diálogo con el Gobierno y eventuales nuevas movilizaciones; un riesgo presente, también, es que progresivamente se llegue a un debilitamiento o marchitamiento de la protesta o al predominio de tendencias anárquicas y/o represivas.
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Alejo Vargas Velásquez
Foto obtenida de: https://www.eltiempo.com/
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