Comienza su artículo afirmando que “La gran discusión económica de los últimos siglos (desde cuando empezó la disputa entre capitalismo y socialismo) tiene que ver con el tamaño del mercado y la libertad del mercado”. Me parece que no es muy preciso Abad, dado que la gran discusión en economía es entre la explicación del capitalismo de Marx y la interpretación de los clásicos y neoclásicos.
Dentro del modo de producción capitalista efectivamente una gran discusión es entre un Estado con mayor intervención o menor intervención, o en otros términos con mayor o menor libertad de mercado, pero sin poner en cuestión el capitalismo.
La confusión de Abad se debe quizá a que concibe al Estado en general y no diferencia sus distintas modalidades: el Estado feudal, el Estado capitalista, el Estado socialista. Esto limita el alcance de su análisis, lo que se ratifica con la siguiente afirmación: “No importa si el régimen es capitalista o socialista, creo que el Estado debe proveerle a toda la población agua potable y transporte público de calidad”. El Estado, según esto, es lo mismo independientemente del régimen o modo de producción. De otra parte, cree Abad que el Estado debe proveer además a toda la población de alimentos, vivienda y vestido? ¿O los debe dar solamente agua y transporte pero dejar que se mueran de hambre? Además se concentra en lo que debe hacer el Estado, desde sus creencias, y no en lo que es efectivamente el Estado capitalista desconociendo que es un instrumento al servicio del capitalismo.
A continuación se refiere a los intereses y conveniencias de las personas. Nos enseña que “solemos inclinarnos más hacia el socialismo o el capitalismo según lo que creemos que más nos conviene. Más que por la educación, pensamos por las circunstancias de nacimiento. Si nacemos privilegiados, en general no queremos perder los privilegios que tenemos. Si crecemos en condiciones muy duras, no nos molestaría un sistema (un Estado) que nos diera como por arte de magia parte de lo que otros tienen”. En esta frase se dicen muchas cosas y se ocultan otras más:
- La primera línea refleja que Abad tiene una cierta idea (seguramente inconsciente) de la concepción materialista de la sociedad y de la historia; las ideas de las personas están condicionadas o tienen cierta relación con sus condiciones materiales de vida. Aquí Abad le hace un involuntario reconocimiento a Carlos Marx.
- Pero, aunque habla de capitalismo no es consecuente en el análisis de sus características; el modo de producción capitalista consiste en la división de la sociedad en dos grandes clases básicas, los capitalistas, dueños del dinero y los medios de producción, y los trabajadores asalariados, dueños solamente de su fuerza de trabajo, la cual deben obligatoriamente vender a los capitalistas para obtener a cambio un salario que les permita comprar los bienes y servicios que necesitan para vivir. Pero para Abad, la sociedad se divide en privilegiados y no privilegiados (aquellos que crecen en condiciones muy duras). Quizá en un muchacho de tercer año de secundaria se podría aceptar esta interpretación simplona de las clases sociales, pero, ¿en un reconocido escritor y columnista de uno de los periódicos más importantes del país? Privilegiados y no privilegiados hay en todo tipo de sociedad, lo relevante es entender la forma concreta que asumen en cada modo de producción.
- Para rematar Abad asume que las diferencias entre privilegiados y no privilegiados, es cuestión de nacimiento, de la suerte de nacer en un hogar rico o en un hogar pobre. ¿Y siempre nacieron así? ¿Los abuelos y tatarabuelos de los privilegiados nacieron a su vez en hogares privilegiados? ¿En qué momento aparecieron los privilegiados y los no privilegiados? Esto a Abad no le preocupa, como no le preocupa a los capitalistas (los privilegiados) a quienes no les interesa que se indague mucho por la forma en la cual lograron acumular sus riquezas y convertirse en privilegiados. Le convendría mucho a nuestro analista estudiar algunos textos sobre el origen del capitalismo.
Pero la demostración de su profunda superficialidad no para aquí. Después de señalar el vínculo entre condiciones materiales y pensamiento, pasa a juzgar duramente las dos posiciones, ya que él no comparte ninguna. Nos dice: “el caso es que estas dos visiones son muy limitadas y obtusas pues ambas se limitan a la codicia: quiero un sistema que me conserve lo que tengo; quiero un sistema que me de lo que no tengo”. Vaya, vaya.
La primera definición de codicia en RAE es “afán excesivo de riquezas”, muy probablemente a esto se refiere Abad. Para él, Luis Carlos Sarmiento Angulo que tiene una riqueza acumulada de miles de millones de dólares e ingresos anuales multimillonarios está en la misma situación que un trabajador asalariado o un cuenta propia que recibe menos de $800.000 mensuales. Ambos son codiciosos, lo cual es muy malo. El que un trabajador pobre de solemnidad que no tiene vivienda propia y no logra alimentarse adecuadamente aspire a tener unas mínimas condiciones de vida es juzgado severamente como codicia por Abad y al mismo nivel que el afán de don Luis Carlos de llegar a tener 15.000 o 20.000 millones de dólares. Si estudiara un poco la economía y consultara empresarios o columnistas de Dinero y Portafolio, se enteraría rápidamente que el afán excesivo de riquezas es una cualidad usualmente propia de los capitalistas y no de los trabajadores en condiciones de miseria.
En forma en mi opinión incorrecta llama luego a la posición de los privilegiados “plutocracia” y a la posición de los no privilegiados “demagogia y populismo”. Ninguna de estas formas de gobierno (pasa de modo de producción a forma de gobierno como por arte de magia) le parece conveniente a Abad, que continúa ahora no en calidad de analista sino de diseñador social: “Y de lo que se trata es de encontrar una forma de gobierno que le brinde a la mayoría de las personas la posibilidad de desarrollar sus propias capacidades, inclinaciones, intereses. No un Estado que conserve a toda costa los privilegios, ni un Estado que despoje y reparta la riqueza de los privilegiados, porque en ninguno de los dos casos crece la riqueza. Se necesita un sistema que propicie el crecimiento de toda la torta de manera que más personas participen en la creación y en el disfrute de esas nuevas riquezas. Que de ellas no se apropie ni una camarilla política ni una pequeña elite económica.” Nuevamente en este párrafo Abad oculta más de lo que revela:
- Pasa sutilmente del modo de producción (capitalista o socialista) a la forma de gobierno y pone el énfasis en el Estado, como si las situaciones que generan las diversas condiciones de vida dependieran exclusivamente de éste último y no de la estructura económica.
- Se enfoca en las personas en general ignorando ahora las divisiones entre privilegiados y no privilegiados (capitalistas y trabajadores asalariados) y centrando su atención en el desarrollo individual de capacidades.
- Piensa con el deseo. Quiere un Estado bueno, que no conserve los privilegios pero que tampoco les quite a los privilegiados. Desea que el Estado capitalista no esté al servicio de los capitalistas pero no se le ocurre cuestionar por qué hay privilegiados y no privilegiados.
- Asume sin fundamento alguno que un Estado al servicio de los privilegiados no hace crecer la riqueza cuando la experiencia del capitalismo muestra que crece la economía y crece la riqueza y se concentra en unos pocos privilegiados.
- Repite el lugar común de que el asunto fundamental es el crecimiento como requisito para un mejor reparto de la torta; sin embargo la torta puede crecer y no repartirse bien. El crecimiento no implica necesariamente mejor distribución, como parece insinuar Abad. El asunto se queda al nivel del deseo de que la torta sea más grande y ojalá le toque a todos un pedazo.
- Plantea la piadosa aspiración de que las riquezas no se concentran en pocas manos y se refiere a una “pequeña élite económica”, para no decir unos pocos grandes capitalistas.
- Se refiere a la creación de la riqueza en abstracto y no cae en cuenta que toda la riqueza, el producto nacional, es elaborado por los trabajadores.
Y continúa con su sermón en contra del “socialismo”: “la igualdad y la justicia que un Estado puede ofrecer no consiste en darle a todo el mundo la misma casa y el mismo sueldo, sino en propiciar condiciones básicas para que la mayor parte de la población pueda desarrollar sus capacidades”. Es la misma cantinela de que el asunto es de condiciones individuales. Según esto los privilegiados pudieron desarrollar sus capacidades y los no privilegiados no, con lo cual se omite toda referencia al proceso de concentración del dinero y los medios de producción en unos y la expropiación de medios de producción de la gran mayoría de la población.
¿Cómo se logra el desarrollo de las capacidades? Al dar respuesta a esto amplía el alcance de las acciones del Estado que antes restringía solo a agua potable y transporte público: “Y esto solo se da si el Estado asegura educación básica gratuita y de calidad para todos y educación profesional o superior para los más dotados (sin que esto dependa de su origen económico sino de las capacidades de cada cual). Ese mismo Estado debe proveer lo básico en salud, alimentación y transporte para los que no lo tienen. Pero de ahí en adelante no debe temerle a la desigualdad”.
Nuevamente la enumeración parece incompleta. ¿Por qué no incluye la vivienda? O la atención a la población discapacitada, o a los desempleados, para solo mencionar algunos. Pero dejando de lado esto, resulta que finalmente si hay un conjunto de bienes y servicios que el Estado debe proveer. Luego Abad cree en cierta igualdad que implica poner límites a la libertad de mercado.
Termina su artículo con otras afirmaciones que reflejan la superficialidad y el sesgo de su análisis. Afirma que “lo que no comparte con la izquierda radical es su odio fijo y obsesivo contra el mercado. Su prejuicio y desconfianza contra el mérito y el éxito”. Esta afirmación hace pensar que si comparte algunas cosas con la izquierda radical pero, ¿quién es la izquierda radical? Abad no lo dice. Sería muy bueno que precisara cuál autor de la izquierda radical ha manifestado un odio fijo y obsesivo contra el mercado. Uno de los padres de la izquierda radical, Carlos Marx, muestra en El Capital cómo funciona el capitalismo y señala que se trata de una sociedad que no es resultado de una asociación libre de productores sino de una articulación de productores privados e independientes que compiten en el mercado para lograr mediante la venta de sus productos el mayor ingreso posible. Esta característica de la sociedad capitalista conduce a situaciones como las crisis, el exceso de producción por un lado al tiempo que mucha gente tiene necesidades insatisfechas, a la quiebra de los campesinos y pequeños productores y la conformación de oligopolios y monopolios que son la antítesis del libre mercado.
No se trata de “odio” contra el mercado, se trata de la explicación de qué es y cómo funciona el mercado y sus consecuencias negativas. Además, no se trata de cualquier mercado, sino del mercado capitalista, donde operan y compiten empresas capitalistas en búsqueda de ganancias y no de satisfacción de necesidades sociales. La afirmación de Abad es típica de muchos analistas que ponen afirmaciones en boca de autores anónimos, en forma sesgada o incorrecta, para luego refutarlas.
Finalmente defiende los efectos positivos del mercado: “Una vez el Estado asegure las oportunidades básicas (ojo, ya no habla de capacidades sino de oportunidades), la experiencia histórica real muestra que funcionan mejor las sociedades donde hay libertad de mercado. Nos guste o no estas crean más libertad, más riqueza y más prestigio justificado”. Abad no precisa que es funcionar mejor ni tampoco presenta evidencia alguna de la experiencia histórica real, pero seguramente está comparando la experiencia del capitalismo con el socialismo real. Asume supuestos no demostrados: a) que se aseguraron las oportunidades básicas en algunas sociedades; b) que hay efectivamente libertad de mercado.
Con esto se evita el problema de explicar de fondo por qué dentro del capitalismo hay países con mayor desarrollo económico que otros, como si esto dependiera simplemente de factores individuales. De otra, deja de lado la concentración de la producción, el ingreso y la riqueza, los monopolios y oligopolios que son todo lo contrario a la libertad de mercado, la carencia de libertad económica de los trabajadores asalariados que son en la práctica esclavos o siervos de los capitalistas.
Aunque al comienzo del artículo se refiere al capitalismo, como modelo opuesto al socialismo, Abad oculta por completo las características fundamentales de dicho modo de producción y se enfoca solamente en el rasgo de la existencia del mercado, el cual considera libre. A pesar de que el 1% de la población concentre en Colombia el 20% del ingreso y el 40% de la riqueza, lo cual ocurre también en el conjunto de la economía mundial, y del dominio de la economía y la política por un puñado de capitalistas, el continúa hablando de libre mercado; a pesar de que millones de personas son obligadas y sometidas por el sistema económico a vender su trabajo y convertirse en un “costo laboral” para otros, con la única de libertad de tratar de escoger cuál patrón lo van a explotar, Abad ve un mundo de libertades donde se permite la libre empresa. La libertad de mercado va acompañada de la esclavitud de los trabajadores.
Héctor Abad repite lugares comunes sin mayor sustentación. Termina su columna señalando que “no es lo mismo un burro que un gran profesor”. Evidentemente en asuntos económicos no es un gran profesor.
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Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: https://www.elindependiente.com/
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