Este logro productivo y estratégico político estadounidense fue posible por grandes inversiones en fracking (fracturación hidráulica), cuyo talón de Aquiles es el alto costo de producción de este petróleo de esquisto, ya que las inversiones dejan de ser rentables cuando el precio del barril de petróleo baja de 40 dólares.
Estados Unidos había proyectado aumentar la producción de petróleo este año hasta alcanzar 13 millones de barriles diarios, considerando una previsión de precios de 60 dólares por barril, pero los planes fallaron porque el aumento de la producción estadounidense y la de muchas explotaciones nuevas en el mundo condujo a una sobreproducción de petróleo.
El comportamiento general de la economía capitalista es cíclico y también los precios del petróleo fluctúan cíclicamente. Toda previsión que no tenga en cuenta los ciclos económicos está condenada a un rotundo fracaso. El aumento de las inversiones y el consecuente aumento de la producción comenzaron a doblegar el precio de los combustibles desde 2014. 56 empresas estadounidenses de fracking se declararon entre 2015 y 2016. La situación pinta desastrosa en 2020 con precios de menos de 30 dólares por barril y el efecto multiplicador de las quiebras petroleras podría llevar por sí solo a una recesión a Estados Unidos y por efecto dominó a otras economías.
En este escenario aparece la pandemia de coronavirus. Frena la gigante economía china, luego la de Europa occidental y finalmente la principal economía del mundo, la de Estados Unidos. En plena superproducción de petróleo la pandemia causa una reducción del consumo de combustibles en 20%. La bancarrota masiva de las explotaciones de fracking puede convertir la recesión estadounidense en una fuerte depresión, sólo superada por la Gran Depresión iniciada en 1929.
La defensa de los intereses de las transnacionales petroleras con grandes inversiones en el esquisto de Texas y del objetivo estratégico estadounidense del autoabastecimiento energético ha impuesto como solución la agresión a los competidores comerciales, principalmente contra Venezuela e Irán, escogidos por sus orientaciones políticas contrarias a Washington. Impedir o destruir la cosecha de los vecinos para que la propia no baje de precio.
Todo vale: romper los acuerdos nucleares con Irán, robarle la comida a Venezuela mediante el contrabando hacia Colombia, robarle la empresa de distribución de gasolina Citgo en Estados Unidos, robarle los depósitos bancarios en varios países, incluidas las reservas de oro en Gran Bretaña, aumentar las “sanciones” a Irán y Venezuela, asesinar un alto oficial iraní en Iraq, realizar ejercicios militares de Estados Unidos con los países vecinos de Venezuela.
Vale hasta el ridículo: el gobierno del mayor consumidor mundial de cocaína, Estados Unidos y el del mayor productor mundial de cocaína, Colombia, declaran que el gobierno de Venezuela es narcotraficante, para tratar de justificar las operaciones militares navales, aéreas y terrestres contra Venezuela.
Si la agresividad económica, política y militar era explicada por el objetivo de apoderarse del petróleo iraní y venezolano y controlar os precios internacionales de los combustibles, en la coyuntura actual se trata de eliminar la competencia para subir el precio y salvar las inversiones en fracking y otras explotaciones costosas.
Cuando Trump dijo que enviaba una flota naval se frente al litoral caribe venezolano, el solo anuncio hizo subir el precio del barril de petróleo de 20 a 26 dólares. Pero necesitan que suba a 40 dólares.
El peligro de guerra imperialista contra Venezuela o contra Irán es muy grande. Ya las recesiones anteriores fueron “solucionadas” con las guerras en Iraq y en Libia y Siria. En el Oriente Medio los efectos de estas guerras sobre los vecinos han sido evidentes. Una guerra se sabe dónde comienza, pero no dónde termina. La guerra entre Arabia Saudita y Yemen es una extensión. Nuevas alianzas y conflictos aparecen, como ha sucedido con el enfrentamiento entra Arabia y Emiratos de un lado y Qatar y Turquía del otro. Colombia y otros países vecinos se enganchan al carro de Washington.
Para Colombia la caída de los precios del petróleo y del carbón amenaza con un fuerte golpe a las finanzas públicas en plena epidemia. Resultado de un modelo y unos proyectos equivocados, que inclusive trataban hasta de la imposición del fracking.
Se trata ahora de los cambios económicos para garantizar la sobrevivencia de los colombianos en esta situación económica y de impedir la guerra imperialista.
Héctor Mondragón
Foto tomada de: bbc.com/
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