En los medios de comunicación aparecen todos los días flagrantes violaciones a las normas del Estado tales como celebraciones, eventos deportivos, bailes y hasta convocatorias a fiestas sexuales en casas o a bordo de barcos. Para muchos la respuesta está a la mano: son gente ignorante o estúpida que se merece su propio destino. Son gente que no quiere entender ni hacer el caso debido a las normas. Son gente con un resentimiento social y desarraigo que linda hasta con problemas de tipo psicológico o mental. Sin embargo, los profesionales o científicos sociales no nos tragamos este anzuelo. No nos atenemos a la mera fenomenología (los hechos), sino que siempre estamos en las búsquedas permanentes de una o varias explicaciones, más profundas y, ojalá, más suficientes.
Se sabe que muchas de estas personas pertenecen a sectores de niveles bajos de educación y de una escasa cultura ciudadana lo que responde a procesos socio-económicos y culturales que son inherentes a la pobreza, la exclusión y la marginalidad. Todo esto conduce a una pérdida de autoestima en la gente. Amén de la larga ausencia de las instituciones del Estado en sus contextos sociales y territoriales. Sin embargo, existe una razón adicional a la cual quiero hacer breve referencia en este escrito: el monopolio o la no transferencia del saber médico científico a amplios sectores populares de nuestra sociedad. Esto aparte de las irregularidades e ineficiencias que soporta el Sistema de Salud colombiano, especialmente, a partir de la privatización de la salud con la Ley 100 de 1993.
No les parece dramático, que en tantas décadas de un alto y complejo conocimiento médico, sea ahora, con ocasión del Covid19, que por primera vez de manera masiva se haya tratado de enseñarle a la gente el cómo se debe lavar las manos y con qué frecuencia se debe hacer. En efecto, eso había que enseñarlo, desde antes, con las indicaciones del caso, para poder evitar los modelos de transmisibilidad de muchas enfermedades infecto-contagiosas. Esa información, por así decirlo, solo es “heredable” por medio del “Genoma Cultural”, y no por el genoma biológico que nos hace físicamente humanos. Aunque parezca increíble, esto debe ser enseñado dado que no basta con decir “lávese las manos” o, por ejemplo, “lávese los dientes”, para poder hacerlo de manera adecuada o correcta. Esto se enseña al igual que las ciencias. Y nuestro Sistema Educativo en estos temas, por cierto, es un genuino desastre, al igual que ante otros temas como la drogadicción, la sexualidad y la violencia.
Lo cierto es que la idea relativamente compleja de “desinfección” exige para ser admitida por las personas de un somero conocimiento, al menos sobre la teoría microbiana. De esta manera, sin educación e información adecuadas y permanentes, ni los ricos ni los pobres saben lavarse manos. Conocen por analogía. Los miembros de las clases populares se encuentran ante la enfermedad, la medicina y los médicos, como estar ante un universo extraño que les impone un lenguaje y unas reglas. Repito: ningún tipo de conocimiento se hereda por la genética. Igual ocurre con la cultura ciudadana, se transfiere socialmente. De persona a persona y de generación a generación. Es por lo tanto parte de una herencia social que ha sido interrumpida o bloqueada por lo cual la gente, de manera fácil y pronta, descontextualiza los problemas de la salud, al no lograr entenderlos para poder actuar ante la percepción y tratamiento de la enfermedad.
Nuestro sistema médico se ha caracterizado por la negativa de suministrar a los pacientes un mínimo de información sobre su cuerpo y sus enfermedades. Y cuando lo hace es de manera selectiva ¿Cuántos reclamos escuchamos en los medios de comunicación de los malos tratos recibidos por los pacientes ante la consulta? Y esta no transferencia hace que sean los pacientes, por sus propios medios, quienes construyan las representaciones del “mal que sufren”. Y lo hacen con lo que tienen a la mano: creencias, supersticiones, tradiciones (discurso popular) y algunos elementos fragmentarios del discurso médico. Un discurso que por mucho que intente ser coherente no puede lograrlo. Sin duda esas representaciones populares de la enfermedad terminan siendo un obstáculo más para el acogimiento de las medidas sanitarias o médicas propaladas por el Estado.
Agrava la situación las convocatorias públicas de las más altas esferas gubernamentales de Colombia para promover cruzadas de oraciones para que de esta manera los invocados nos ayuden a frenar el avance de esta crucial pandemia, tal cual como ha dicho la señora Vicepresidente de Colombia, Marta Lucía Ramírez, cuando nos informaba que el Gobierno Nacional había consagrado el país a nuestra señora de Fátima. Por un lado encontramos la no transferencia del saber médico científico y, paradójicamente, por el otro, el Gobierno del Presidente Iván Duque convoca, bajo una mirada anticientífica, a una “Jornada Nacional de Oración y Reflexión” para mitigar el dolor ocasionado por la pandemia del Covid19 a los colombianos. Tal vez sea por esto que algunos coterráneos, entrevistados por diferentes medios de comunicación social, manifiestan abiertamente que ellos están seguros que la enfermedad jamás los afectará. Súmele, entonces, a la “indisciplina social”.
Lo anterior sugiere la necesidad de un análisis socio-antropológico que convierta la resistencia o indisciplina de la gente en un fenómeno social y no en un inventario de meros sucesos, caprichos o antojos de unos fantasmas individuales. En este tema, como en muchos otros, tenemos que hacer uso de la palabra también los científicos sociales. Lo de la pandemia no es solo un problema exclusivamente sanitario, sino que es fundamentalmente un problema o una crisis social transcendente.
Carlos Payares González
Fuente: Infobae.com
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