Después, las cosas no dejaron de ser sórdidas, pero además se complicaron. La cruda división, que sobrevino en el seno de las élites, desató no solo los insultos mutuos; también las maquinaciones ocultas.
La prohibición de una segunda reelección uribista abrió una querella de nunca terminar, entre dos alas de la “clase gobernante”; cada una de ellas decidida a quedarse con el control sobre el personal parlamentario; una fractura que se ahondó con la iniciativa de paz del presidente Santos. Fue un suceso que despertó en el expresidente Uribe un rechazo total, utilizando esta postura como el expediente con el que se movilizaría para la reconquista del poder, eso sí, por interpuesta persona.
Confirmada la fractura, por arriba; los dos bloques en que se partió la antigua coalición, tenían que enfrentarse en las presidenciales de 2014. Lo hacían para definir, en mayo, la reelección de Juan Manuel Santos o el regreso del uribismo puro y duro. Un uribismo que contaba con la plataforma de un partido, conformado por el personal más “leal”; y de cuyas entrañas surgió una figura caldense de origen conservador, Oscar Ivan Zuluaga, la cual vino a fungir como candidato. Era lo que se dibujaba en la superficie.
Las intrigas secretas y la apropiación de la información
Ocultas, sin embargo, entre los pliegues de las campañas, se producían las peripecias, se tejían las intrigas secretas para apropiarse de la información, útil a los golpes mutuos. Fueron peripecias e intrigas barnizadas con el color local; y adornadas con la presencia de personajes tributarios de la mitomanía criolla. A la sordidez de siempre, se agregaban los extravíos pintorescos; no por ello, menos criminales.
Para las presidenciales de 2014, ya el denominado Centro Democrático braveaba por la reconquista del poder. La organización de su campaña contrató a un hacker, experto en interceptar virtualmente las comunicaciones ajenas y en promocionarse como el más hábil usurpador de los flujos comunicacionales que circulan por la red. Un embaucador, sin duda. Pero también un experimentado técnico en el asalto a las comunicaciones de quien fuere el adversario de su contratante.
Su misión consistió en acceder subrepticiamente a los mensajes intercambiados entre los negociadores, a propósito de la paz. Para lo cual, hackeaba información reservada. Y la que no podía hackear, la compraba en el mercado clandestino.
La idea era la de acceder a información explosiva que, debidamente manipulada, pudiese debilitar la campaña del presidente Santos, empeñada por otra parte en consolidar el proceso de negociaciones, al que había convertido en su bandera ganadora.
“Pillado” el hacker en su avieso ejercicio de manipulación y desinformación, un ejercicio hecho bajo la aparente complicidad de Luis Alfonso Hoyos, guía espiritual de Zuluaga, terminó condenado, después de auto-incriminarse.
Ahora, ha venido a saberse que el hacker Andres Sepúlveda- ese era su nombre- fue descubierto por un operativo de contra-espionaje, ejecutado por un agente doble, otro hacker, el español Rafael Revert; contratado por la misma campaña uribista para iguales oficios, pero que terminó conspirando contra Sepúlveda, a quien había ofrecido sus servicios; y a quien finalmente entregó, con la prueba reina del video, en el que aquél aparecía haciendo revelaciones non sanctas a un candidato, que las recibía sin aprensiones.
Sepúlveda, entonces, capturaba información secreta del gobierno de Santos, en el campo de la seguridad. Y Revert, su “socio” de fechorías, lo espiaba a él y le entregaba información a otros actores ocultos; a intermediarios, probablemente al servicio de la Dirección Nacional de Inteligencia, el organismo que reemplazó al DAS.
El director de esta agencia, almirante Álvaro Echandia, ha negado el hecho de que las tareas de contra-espionaje las haya ejecutado el español bajo su dirección. Sin embargo, en el acervo de indicios, recabado por los investigadores judiciales y por los medios, aparece la evidencia de que dicho hacker, apodado el “tenista”, proporcionaba la información, y reclamaba los pagos correspondientes, a un agente oculto, encubierto bajo el seudónimo de “Charlie”. El cual haría parte de una red de inteligencia, cuya pertenencia al Estado deberán confirmar la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia.
Hubo, pues, en los entresijos de las campañas electorales, una doble trama de espionaje; fueron tramas que incluían prácticas de manipulación informativa, en defensa de “empresas” políticas, apoyadas normalmente en la existencia tradicional de las redes clientelistas y de las adhesiones caudillistas.
En la primera de dichas tramas, se evidencia el propósito criminal de traficar con información para dañar el proceso de paz y debilitar la campaña de Santos. En la trama opuesta aparece la investigación oficial (no necesariamente ilegal) encaminada a develar dicho tráfico; pero también la intervención de un contra-espionaje, que entrañaría infiltración a una campaña política; ahora, parcialmente denunciada por Julian Quintana, antes alto responsable de la investigación policial en la Fiscalía; y en el presente, funcionario del Congreso, bajo el padrinazgo de un representante uribista. Se trataría de una infiltración hecha a través de dos hackers, un español y un ecuatoriano, cuyas conductas podrían implicar un cierto grado de inducción hecha al candidato uribista, aprovechando su animadversión contra las negociaciones de paz, lo que coincidía con el interés de Sepúlveda por mostrarse muy listo en la consecución de información reservada, en beneficio de la campaña que lo contrató.
Manipulaciones contra la democracia
Este juego rocambolesco de espionajes contrapuestos; el uno abiertamente ilegal, el otro probable combinación de prácticas legales e ilegales, pone al descubierto el subsuelo de la competencia democrática entre las élites colombianas, cuando quiera que se abocan a una disputa más abierta que lo habitual; un subsuelo en cuya penumbra se mueven sigilosos- con el sigilo mañoso del delincuente- los agentes del saqueo informático, los personeros de la información manipulada. Y lo hacen con toda la arbitrariedad que este tráfico entraña; como la doble faz, invisible pero efectivamente dañina, que se esconde tras del rostro simuladamente limpio y sincero con el que aparece la competencia democrática por el control del gobierno.
Este régimen político implica no solo elecciones; también garantías. Y estas últimas suponen la disminución radical del margen que dé cabida a los juegos secretos del poder; de ese poder arcano, en el que las decisiones se envuelven en el misterio y el anonimato, con el fin de sustraer las responsabilidades. Se trata de un conjunto de prácticas y de técnicas que, absorbiendo la información sobre los adversarios, la convierte en material utilizable para torcer la voluntad de los individuos. Sus efectos insidiosos prueban hasta qué punto, la democracia puede convertirse en un cascarón vacío; y todo por la competencia desleal que al ciudadano y al representante elegido les hacen el polizonte y el que “chuza”; el delator y el sabueso inescrupuloso.
Ricardo García Duarte
Deja un comentario