La expectativa generada por la campaña en redes sociales anunciando la emisión de la serie, logró que el primer capítulo fuera visto por 6 millones o más personas de Colombia y el mundo. Éxito espectacular, que no pudo ser silenciado por los medios de comunicación, primera derrota del establecimiento que quiso minimizar el impacto de la serie. También sorprendió al Uribato y su jefe que miraron con displicencia la llegada del documental que registra testimonios y hechos sobre el imperio del mal que construyó durante su ejercicio del poder, con saldo trágico para la verdad, la vida, los derechos humanos, la justicia, la paz y la democracia del pueblo colombiano.
La serie, se apoya en el alegato escrito por Gonzalo Guillén, que tituló “por qué llamo matarife a Uribe”, para defenderse de una tutela interpuesta por Álvaro Uribe, que pretendía obligarlo a retractarse del tono encendido con que el periodista lo trataba en sus escritos, al tildarlo de paramilitar, asesino, mafioso y de peor enemigo de la paz. Además, lo acusó de avalar al ex gobernador de la Guajira, Kiko Gómez, condenado a 50 años de prisión por innumerables crímenes, para “llevar coca a los Estados Unidos a través de rutas de Venezuela”.
El trato era el mismo que se había generalizado a través de las redes sociales por activistas, influenciadores y periodistas, contra quienes el personaje inició una dura persecución jurídica para silenciarlos; actitud que le valió el mote de “el innombrable” que circulaba profusamente por dichas redes. La tutela la perdió Uribe, no se sabe por qué no apeló, pero, desde entonces, se sintieron autorizados para referirse al patrón del mal, con todos los epítetos conocidos, en especial el de “Matarife”.
El atractivo del documental, que motivó la inusual tormenta de espectadores, en mi opinión, es el novedoso registro visual del oscuro pasado del principal personaje de la serie y de la clase gobernante colombiana, seguramente respaldados en pruebas incontrastables como lo anuncian sus autores. Es el examen de hechos penalizables, ampliamente conocidos, incluso judicializados, escasamente comentados, que se mantienen en la impunidad y la denuncia de otros acontecimientos cuidadosamente tapados para impedir que fueran de conocimiento público.
La primera novedad del pasado, consiste en que el Club El Nogal, fundado por el entonces ministro de gobierno de Uribe, Fernando Londoño Hoyos, fue el centro de congregación del nuevo Jet Set capitalino, conformado por la élite rural y empresarial surgida en la década de los 80 y los 90 del siglo pasado, beneficiados por las grandes fortunas provenientes de los carteles del narcotráfico. Denuncian los primeros videos que “algunos miembros de esta élite decadente, aseguran que en ese lugar se planeaban masacres y organizaban carteles en los que se recogían fondos para las AUC, cuando la consigna era limpiar con motosierra cualquier cosa que sonara a socialismo”. El jefe de escoltas del ministro Londoño, coronel Juan María Rueda, oficiaba como jefe de seguridad del club, siendo militar activo.
Al encopetado club pertenecían o eran frecuentes invitados los parlamentarios y altos funcionarios de los dos gobiernos de Uribe, condenados por parapolítica, por corrupción estatal, los del carrusel de la contratación, agro-ingreso seguro, la Yidis- política, el cartel de la toga, el escándalo de Odebrecht, los del fraude a la salud, los lavadores de dólares y la mayoría de los “perfumados vándalos relacionados con la corrupción, el paramilitarismo y el narcotráfico, que se encuentran hoy pagando pena en la cárcel de la Picota, en un patio especial al que irónicamente bautizaron con el nombre de “El Nogalito”, para seguramente sentirse como si jamás hubieran salido del privilegiado y opulento club de Londoño Hoyos.
La corporación de la muerte
En el segundo capítulo el autor, basado en la teoría de Claus Roxi, tratadista alemán del derecho criminal, se argumenta que Uribe ha montado un aparato de poder, como una verdadera corporación de la muerte, desde la cual, se cometieron crímenes de todo tipo, que, aunque en algunos casos las acciones criminales no hayan sido ordenadas, ni ejecutados por él, le corresponde la mayor grado de responsabilidad de las mismas, si bien “tampoco haya sido el encargado de prender la motosierra, aplicar la tortura o apretar el gatillo”, por haber sido él, generador de los cientos de miles de muertes, en tanto “organizador de esa maquinaria del crimen, creada en asocio con el cartel del narcotráfico de Medellín, el paramilitarismo y los grandes terratenientes colombianos” asegura el autor; sin olvidar las mafias de la corrupción administrativa, los partidos y movimientos políticos de la extrema derecha, la cúpula militar, la mayoría del cardenalato y los jerarcas de las otras sectas religiosas; así como, la connivencia de los gobiernos de los Estados Unidos, agregamos nosotros.
A esta organización, estructurada en el marco estatal que “aún continua operando”, él, “le dictó claras políticas homicidas que continúan causando la muerte de millones de civiles inocentes y que tiene un mapa definido de poder, estructurado jerárquicamente desde sus inicios”, al punto que, amparados por esta, las bandas sicariales, abalearon políticos de izquierda, periodistas y sindicalistas y, coroneles del ejército y comandantes paramilitares, planearon y ejecutaron las masacres. El narrador, que es el propio Daniel Emilio, hace notar que “el único ser esencial en todo el organigrama, era el hombre que ha dictado los parámetros de comportamiento homicida de agentes estatales, en coordinación con bandas sicariales, paramilitares y narcotraficantes, es el hoy senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez. El matarife, el genocida innombrable”.
Es por esta razón que el autor, basado en la teoría de Roxi, sustenta que “El Matarife” debe ser juzgado y condenado, por genocidio, como en su momento lo fueron Hitler y sus cómplices en la dictadura fascista de Alemania o el dictador y sus secuaces en Argentina, que, si bien no fueron ejecutores de tantos crímenes de lesa humanidad, si eran los indispensables de “aquellos criminales aparatos de poder que causaron la muerte de millones de seres humanos”. Si bien se dice que el principal protagonista de esta historia, debe ser condenado a pagar cuantiosa pena, por haber sido el inspirador y ordenador en muchos casos de asesinatos y masacres, hay que remarcar que los expedientes de los procesos que enfrenta, duermen en los anaqueles de la impunidad, porque buena parte de la rama judicial, forma parte de ese demoledor y criminal aparato de poder, en el que su misión es tapar, no juzgar y condenar.
Esquirlas sociopáticas
En la narrativa del tercer capítulo, desarrollada en dos videos, se demuestra que, como consecuencia del flujo masivo de dólares del narcotráfico que entraron al país, se convirtió en el “energizante artificial que consumían todos”; comerciantes y banqueros, se convirtieron en lavadores de millones de divisas provenientes del maldito negocio, convertidas en capital acumulado y legalizado y, hasta las damas del jet Set, fueron transformadas “en costosos objetos de consumo”. Como ejemplo, en el video se muestra a la diva de la TV de ese entonces, Virginia Vallejo, amante Pablo Escobar, revelando que “Uribe les consiguió las licencias a todos los narcos para las pistas y los aterrizajes para los aviones y los helicópteros” en los que seguramente transportaban la cocaína a los Estados Unidos. Denuncia que jamás fue investigada por la Justicia colombiana.
Esa novedosa casta de nuevos ricos, convirtió el Club El Nogal, “ en la sede alterna de la clase política gobernante y epicentro del surgimiento de una oleada de corrupción estatal, de violencia política, el centro de operaciones del paramilitarismo, lugar de congregación de ideólogos neonazis y fanáticos religiosos de extrema derecha, que reactivaron el “Movimiento de Restauración Nacional” fundado por las paramilitares en los años 80, para ponerlo al servicio del Procurador Alejandro Ordoñez”.
Otras novedades del pasado que la serie sacó a la luz pública, dan cuenta de que “El Nogal” fue convertido en el fortín del gobierno de Álvaro Uribe, en donde seguramente se reunía el estado mayor del Uribato; allí, se negociaban las coimas, se repartían los contratos de mega obras, y “se planeaban elaboradas maneras de blanqueamiento de divisas”. Así mismo, se hace público que en el hotel del club “Vivian por temporadas algunos ministros durante el mandato de Álvaro Uribe”; que incluso, la ministra de defensa, Martha Lucía Ramírez, “tenía una habitación permanente en el hotel” en la cual pernoctaba con frecuencia y probablemente, coincidía con el jefe paramilitar, Salvatore Mancuso, quien igualmente dormía en el hotel cuando llegaba a Bogotá, se dice que allí estuvo el asesino la noche anterior del atentado, posiblemente para asistir, según testimonios, a una de las tantas reuniones que la Señora ministra “sostuvo con los comandantes paramilitares” .
Como en los guiones de las mejores películas de suspenso, el libretista reproduce el espectáculo de la entrada de Mancuso al Club, quien ingresaba “en camionetas blindadas, por la puerta de atrás, exclusiva para el ingreso de camiones cargados de comida y carne” …”las cámaras se apagaban, para que el asesino de millares de gentes inocentes, pudiera ingresar tranquilamente por las instalaciones, estando vigentes varias órdenes de captura, incluso internacionales, luego le servían el tinto que se lo tomaba paseando alrededor de la piscina y, hasta aseguraban haberlo visto disfrutando del vapor del baño turco”. Bueno, uno se lo imagina enseñoreado y sonriente, disfrutando del manto de impunidad que le proporcionaban sus amigos ganaderos, terratenientes y del gobierno, socios del club.
Creo entender que cuando el autor y libretista de la serie afirma que la sociedad colombiana padece una especie de “sociopatía institucional” se refiere a la enfermedad que traslucen el personaje principal de esta bien contada historia y sus cómplices, los integrantes del aparato demoledor, que articuló y puso bajo su control las tres ramas del poder público, para poner a funcionar la maquinaria de la muerte integrada por dos brazos armados, las Fuerzas armadas y las bandas paramilitares, que bajo las órdenes de su comandante en jefe, sembraron el terror y derramaron la sangre de millones de colombianos inocentes y causaron el éxodo de otros tantos millones de colombianos que abandonaron sus tierras huyendo de esa pavorosa violencia que azotó y hoy ha vuelto a azotar al pueblo colombiano.
Esta es la síntesis de la definición de sociópata, que se encuentra en los libros de psicología: es una persona que sufre un trastorno antisocial de la personalidad y de la salud mental, una patología de tipo psicológico, que le provoca un comportamiento impulsivo, de hostilidad y le desarrolla conductas antisociales, de desinterés hacia los demás, tendencia a mentir, a quebrantar las leyes, que no se preocupa por su seguridad, ni por la de los demás. La sociopatía es una enfermedad crónica que no tiene cura, catalogada como desorden de la personalidad antisocial en quien la padece, que lo vuelve impulsivo y en ocasiones agresivo y violento, es muy egocéntrico y carente de sentimientos de culpa, vergüenza o arrepentimiento. Todos los síntomas de esta patología, menos la de que no se preocupa por su costosa seguridad para el erario, encajan en la personalidad del Matarife, el genocida innombrable.
José Arnulfo Bayona, Miembro de la Red Socialista de Colombia
Foto tomada de: https://www.las2orillas.co/
Deja un comentario