Cuando se dio cuenta que los otros candidatos, incluso Alckmin, entonces gobernador de São Paulo y candidato del PSDB, no superaba los 5% en las encuestas y se lanzó como el candidato anti-PT, que la derecha siempre está buscando en las elecciones. Designó a un ultra neoliberal, pinochetista, Paulo Guedes, como ministro de Economía, para garantizar el apoyo del gran empresariado y de los medios de información.
Su discurso de campaña asumió los tonos trumpistas, radical de derecha, proponiéndose salvar el país del caos que habría sido producido por gobiernos de izquierda, atacando al Parlamento, al Poder Judicial, a los medios, a la “vieja política”, comprometida con la corrupción.
Ganó las elecciones, en las condiciones que se conoce, y pasó a gobernar con el mismo discurso de campaña. No se había dado cuenta que el discurso de campaña es una cosa, y el gobierno es otra. La campaña se orienta por lo que las personas – o por lo menos una parte de ella – quieren oír, según las encuestas, que comandan los discursos electorales. Se gobierna según otros criterios.
Bolsonaro perdió todo el primer año de su gobierno, manteniendo el mismo discurso agresivo, aislándose así del Congreso, del Poder Judicial, de los medios, perdiendo los apoyos que tenía, cansados de los conflictos, de las crisis que ha marcado el gobierno.
Hasta que, cuando se dio a ruptura con Sergio Moro, Bolsonaro cambio sus alianzas, dado que perdía apoyos vinculados a la supuesta lucha en contra de la corrupción. Estableció alianza con el bloque parlamentar más fisiológico, el llamado
“Centrão”, para garantizar mayoría parlamentaria, que impidiera un eventual impeachment. Enseguida pasó a moderar su discurso – dejando los tonos más radicales para otros miembros de su gobierno -, acercándose al Poder Judicial y del Congreso.
Como él mismo pasó a argumentar, él necesita gobernar. Pasó a ser más pragmático, para poder aprobar iniciativas en el Congreso, para intentar controlar el Poder Judicial para protegerse, él y sus hijos de los procesos que tienen en contra.
Pasó a encarar las condiciones de reelegirse en 2022, para lo cual apeló, en la pandemia, a un auxilio emergencial a los más necesitados, con lo cual pretendió recuperar los sectores que había perdido. Pero ese auxilio no pudo mantenerse, debido a la inflexibilidad del ajuste fiscal que comanda su gobierno. Tuvo que disminuir el auxilio a la mitad y, aún así, decidió que terminara a fines del año.
Bolsonaro se queda presionado entre la necesidad de apoyo para intentar la reelección y los requerimientos de la política económica. Bolsonaro aplazó cualquiera posibilidad de auxilio para después de las elecciones municipales de noviembre, porque necesitaría nuevo impuesto, el que tampoco el Congreso tiene disposición de aprobar.
El resultado fue inmediato. Bolsonaro ha vuelto a perder los apoyos que había conquistado. En una ciudad como São Paulo, que se había vuelto el bastión conservador de Brasil, su apoyo se redujo a 27% y el rechazo es del 46%. En el nordeste y el mismo Porto Alegre, el rechazo supera el 50%.
Así , el gobierno Bolsonaro se queda condenado a oscilaciones entre concesiones que los medios tildan de “populista” y reafirmaciones del ajuste fiscal. Y el discurso oscilando entre el pragmatismo y el discurso de campaña.
Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/209388?utm_source=email&utm_campaign=alai-amlatina
Foto tomada de: https://www.alainet.org/es/articulo/209388?utm_source=email&utm_campaign=alai-amlatina
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