Transformaciones desde el gobierno
Tras haber liderado numerosas protestas y demandas sociales, Evo Morales presidió tres gobiernos (22 de enero de 2006 – 10 de noviembre de 2019). Su Movimiento, el MAS, también controló el Congreso. En esos “años dorados” como los llamó el vicepresidente Álvaro García Linera, Bolivia -que había padecido recurrentes golpes militares- logró estabilidad política y una profunda transformación material y simbólica. Dejó de ser el país latinoamericano más desigual: la población en situación de pobreza se redujo del 66,6% al 35,1%, la pobreza absoluta bajó del 45,5% al 14,7%, el PIB subió de 9.000 a 40.000 millones de dólares y la tasa de cambio se revaluó de 8 a 7 pesos bolivianos, según datos de la Cepal[1]. Hizo reforma agraria, disminuyó la desigualdad, mejoró la calidad de vida y empoderó a sectores marginados, en especial a los indígenas, que son más del 65% la población. La Constitución de 2009 concedió cierta autonomía regional, lo que favoreció la convivencia y facilitó los negocios de ganadería y cultivos industriales de zonas opositoras.
A esos logros ayudó el haber abandonado las recetas neoliberales y haber mantenido un sostenido crecimiento económico. La inversión extranjera creció y la nacionalización del gas en 2006 generó ingresos, hasta entonces las multinacionales lo explotaban sin dejar mayores recursos al país.
Tensiones y salida del poder
El MAS ha dicho que, por temor a la división social, buscó una nueva reelección de Evo. A finales de 2017 el Tribunal Constitucional la autorizó a pesar de que, en la consulta de febrero 2016, se impusiera por 51,3% el NO a la reelección la cual implicaba reforma constitucional. Ese cambio generó malestar y llevó al gobierno a un callejón sin salida. La suspensión del escrutinio de los comicios del 20 de octubre de 2019, que pronosticaba una segunda vuelta, y la aparición al día siguiente de Evo ganando en primera vuelta por estrecho margen, aumentaron la tensión política. Los resultados finales lo declararon ganador con 47,08% de votos frente a 36,51% del expresidente (2003-2005) Carlos Mesa. La OEA hizo una auditoría y pidió anular el proceso electoral. Evo respondió que, aunque rechazaba ese informe, renovaba el Tribunal Electoral y convocaba a nuevas elecciones.
La seguidilla de acontecimientos suscitados por los esfuerzos reeleccionistas y las tendencias que estos revelan, permiten derivar lecciones[2]. A las denuncias de fraude le siguieron una treintena de acusaciones por supuesto genocidio, terrorismo, sedición, estupro, entre otros. Evo reiteró que estas eran “parte de una guerra sucia”. La respuesta descoordinada y confusa del gobierno y un apoyo popular poco significativo, acabaron de minar su legitimidad. Actores de diversas ideologías se radicalizaron y se impuso la derecha conservadora con episodios racistas como quemas de wiphalas (bandera indígena con reconocimiento constitucional), amenazas contra cualquier persona identificada con el oficialismo y amotinamiento policial. Fracasaron las negociaciones en favor de una transición que incluía renuncia de Morales, gobierno de consenso encabezado por la presidenta del Senado y convocatoria a nuevas elecciones. Los comandantes de las Fuerzas Armadas y de la Policía le “sugirieron” a Evo la renuncia, quien la asumió como un golpe y dejó la presidencia el 10 de noviembre de 2019. También renunciaron legisladores, ministros y autoridades regionales del MAS. Tras un mes en México, Evo se asiló en Argentina el 12 de diciembre.
Interinidad y nuevas elecciones
La conservadora Jeanine Áñez aprovechó el vacío de poder tras el derrocamiento de Evo y la renuncia de la presidenta del Senado; el 11 de noviembre, como segunda vicepresidenta, recibió de los militares la banda presidencial. Tenía 90 días para organizar elecciones, las aplazó a mayo, las pospuso para septiembre y se realizaron en octubre 2020. En sus 10 meses de presidencia interina, en lugar de preparar un mínimo acuerdo para enfrentar la pandemia y avanzar en la transición, lideró el revanchismo y la criminalización de Evo y de su entorno mostrándolos como una mezcla de autoritarismo, corrupción, deficiente gestión administrativa y despilfarro de recursos públicos. Cuando pretendió ser candidata, avivó una división de la derecha que subestimó al MAS. A la presidenta hay que abonarle un proceso electoral sin irregularidades y que, luego de cuatro días de escrutinio, evitó tensiones y acató el reconocimiento del triunfo del MAS declarado por el Tribunal Electoral.
El año de interinidad y de elecciones enfrentó distintas miradas de los 14 años de Evo en el poder. El MAS actuó con cierta autonomía frente a Evo en el exilio, revisó errores, se reconstruyó desde el Parlamento y apostó por la salida electoral más que por la resistencia en las calles. Sus dirigentes entendieron la complejidad de lo ocurrido, respondieron sin sobreactuaciones a los ataques, oyeron críticas de organizaciones campesinas e indígenas a las estrategias de copamiento del poder, desplazaron líderes sociales desgastados o aferrados a prebendas del Estado. Potenciaron liderazgos dispuestos a ir más allá de sus reivindicaciones inmediatas, a rehacer alianzas con sectores sociales urbanos, estimular la autogestión de las organizaciones sociales y su capacidad de impulsar propuestas alternativas a todos los niveles, asumiendo que se abre una nueva etapa del bloque étnico-social de matriz plebeya[3].
El nuevo triunfo del MAS
Luis Arce Catacora fue elegido con 54,5% en la primera vuelta, más de 7% de lo alcanzado por Evo en 2019. A ese contundente resultado ayudó la reunificación del MAS facilitada por el reconocimiento de sus errores, y que Arce como ministro de Economía de los gobiernos de Evo, es considerado arquitecto del milagro económico que generó crecimiento, inversión, control de inflación y recuperación sostenida del ingreso de la población.
El año de tensiones renovó el antagonismo oriente-occidente. Arce ganó en las seis regiones noroccidentales con más del 50% de votos sobre todo de los “collas” de las tierras altas, 65% en La Paz. Perdió en las tres zonas surorientales: Santa Cruz, Beni y Tarija. En dos se impuso Comunidad Ciudadana con Carlos Mesa, quien con 29% de votos del total nacional reconoció al MAS como vencedor, lo que no hizo el líder regionalista de las protestas de noviembre 2019 contra Morales, Luis Fernando Camacho, que con 14,3% de votos, quedó circunscrito a Santa Cruz, población “camba” muy conservadora. Gracias al voto rural, el MAS obtuvo 35% en Santa Cruz ocupando el segundo lugar y la mitad de sus senadores.
El MAS renovó la mayoría absoluta en las dos Cámaras de la Asamblea Legislativa Plurinacional, pero no los dos tercios que tuvo entre 2009 y 2019, necesarios para nombrar algunas autoridades del Estado. En el Senado, que se elige por territorios y en relación con la población, Arce tendrá 21 representantes, Mesa 11 y Camacho 4. Arce ganó en 6 de los 9 departamentos, Mesa en dos y Camacho en 1. En la Cámara de Diputados, de 130 escaños 73 apoyan a Arce, 41 a Mesa y 16 a Camacho.
El cuarto gobierno del MAS
En su intervención tras las elecciones, Arce esbozó una autocrítica, prometió unidad nacional y agradeció a un “jefe de campaña”, sin nombrarlo. Su vicepresidente, David Choquehuanca, canciller ahora distanciado del expresidente, fue decisivo por el apoyo que recibió de los Aymaras del altiplano paceño; con Arce ha dicho que un eventual regreso de Evo es competencia de los tribunales bolivianos. Entrevistado por El País, Arce respondió que Evo, quien “Tiene su rol como presidente del MAS, será bienvenido pero no tendrá ninguna participación en el nuevo gobierno. El puede contribuir en las relaciones con las organizaciones sociales. Y también va a estar bastante ocupado tratando de resolver los juicios que tiene”[4].
Evo declaró a la prensa argentina: “Tarde o temprano vamos a volver a Bolivia, eso no está en debate”, y se reunió con el presidente Alberto Fernández quien anunció que le gustaría acompañarlo “a que vuelva a su patria”. Pero tiene fuerte presión en su contra, no sólo de la derecha que exige que comparezca ante la justicia, sino del amplio rechazo en las encuestas y hasta en su partido, que no salió a pedir masivamente su regreso. Víctor Borda, dirigente del MAS y expresidente de la Cámara de Diputados, declaró que “el ciclo de Evo ha acabado”. La presidenta del Senado, Eva Copa, manifestó que su compañero de partido debía primero limpiarse de difamaciones antes de volver al país. “No es el momento adecuado” mientras tenga “problemas que solucionar”. Es de esperar que no trate de controlar el gobierno y las organizaciones que lo respaldan.
El 26 de octubre, la justicia boliviana anuló la orden de detención preventiva contra Evo por acusaciones de “terrorismo”. Este dijo que espera regresar pronto, a instalarse en Cochambamba para retomar el activismo sindical y dedicarse a la pesca. Y agregó: “Hay compañeros que me piden que vaya a la posesión y estoy muy agradecido… Todavía los movimientos sociales están debatiendo. Van a decidir ellos. La Confederación Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia está reunida, consultando cuándo vuelvo. Me piden que yo vuelva el día 11 de noviembre, porque yo salí un 11 de noviembre. Es muy simbólico. Pero repito, no está definido, ellos decidirán… Voy a hacer una tarea de reconciliación, no podemos estar enfrentados entre bolivianos”[5]. Regresará un Evo influyente aunque menos fuerte.
Arce tendrá que construir su propio liderazgo y, con el MAS, asumir que la presidencia no es un cheque en blanco. No tendrá el poder que Evo ejerció, prometió gobernar solo cinco años, al considerar que la alternancia gubernamental es conveniente. Se ha mostrado dispuesto a corregir errores, hacer acuerdos y ayudar a reconciliar la sociedad. En medio de la polarización y de la crisis económica agravada por la pandemia, tendrá que impulsar la unidad de los bolivianos, avanzar en su compromiso de hacer aprobar un impuesto a grandes fortunas para financiar el plan de recuperación, mostrar que su modelo sirve en tiempos de crisis e incertidumbre, y cumplir su promesa de estabilidad, crecimiento económico y atención de las demandas de la población.
Clave en estos tiempos inciertos que la salida haya sido pacífica y electoral en Bolivia pese a su división política, regional y racial, y que un MAS renovado retome la senda del cambio en el país de la región con mayores avances económicos e inclusión social en estas dos décadas del siglo XXI. Ese proceso -tan distinto del venezolano-, como lo ocurrido en Chile, revitaliza la esperanza democrática latinoamericana.
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[1] https://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/mauricio-cabrera-galvis/el-triunfo-del-socialismo-boliviano.html
[2] https://nuso.org/articulo/Bolivia-Luis-Arce-Evo-Morales/, https://nuso.org/articulo/Bolivia-Evo-Morales-elecciones/
[3] https://www.eldiplo.org/notas-web/nueva-etapa-del-mas/
[4] https://elpais.com/internacional/2020-10-23/el-regreso-de-evo-morales-no-despierta-pasiones-en-bolivia.html
[5] https://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/evo-morales-prepara-su-regreso-a-bolivia-y-dice-que-estara-al-margen-del-nuevo-gobierno/
Socorro Ramírez
Foto tomada de: RCN Radio
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