Aun así, es correcta la imagen general de un presidente electo que en parte debe su puesto a la intervención de una potencia extranjera, y da muestras claras de estar dispuesto a usar la política estadounidense para recompensar a esa potencia.
Pero seamos sinceros: Trump no es, en absoluto, el único tonto útil de esta historia. Como dejaba claro un reportaje reciente del NYT, los malos no habrían pirateado las elecciones de EE UU si no hubieran tenido mucha ayuda tanto de los políticos estadounidenses como de los medios de comunicación.
Permítanme explicar a qué me refiero cuando digo que los malos piratearon las elecciones. No hablo de alguna teoría de la conspiración descabellada. Me refiero al impacto evidente de dos factores en la votación: el martilleo constante de las filtraciones amañadas por Rusia sobre los demócratas, y nada más que los demócratas, y la exagerada y completamente injustificada intervención a última hora del FBI, que parece haberse convertido en una institución muy partidista, con clara simpatía por la extrema derecha.
¿De verdad hay alguien que ponga en duda que estos factores modificaron al menos un 1% de los votos en los estados bisagra? De ser así, supusieron una diferencia en Michigan, Wisconsin y Pensilvania (y, por tanto, le entregaron a Trump la victoria en el Colegio Electoral, aunque consiguiese casi tres millones menos de votos en total). Sí, piratearon las elecciones.
Por cierto, las personas que responden a esta observación hablando de los errores de la estrategia de campaña de Clinton no captan el fondo de la cuestión, y siguen actuando como tontos útiles. En todas las campañas se cometen errores. ¿Desde cuándo esos errores justifican que una potencia extranjera manipule unas elecciones y que un organismo encargado de hacer que se cumpla la ley actúe de forma deshonesta?
¿Y por qué funcionó la manipulación? Es importante darse cuenta de que la declaración de la CIA tras las elecciones, en la que señalaba que Rusia había intervenido en favor de la campaña de Trump, fue una confirmación, no una revelación (aunque nos hayamos enterado ahora de que el propio Putin intervino en ello).
La inclinación de Trump y sus asesores por Putin era patente meses antes de las elecciones (yo escribí sobre ello en julio). Hacia mediados del verano, la estrecha relación entre WikiLeaks y el espionaje ruso también era evidente, al igual que el alineamiento cada vez mayor de la página web de filtraciones con los nacionalistas blancos.
¿Rechazaron los políticos republicanos, que con tanta ostentación ondeaban la bandera y ponían en duda el patriotismo de sus rivales, esta contribución extranjera a su causa? No. De hecho, que yo sepa, ninguna figura republicana importante se mostró mínimamente dispuesta a criticar a Trump cuando este pidió a Rusia directamente que piratease a Clinton.
No debería sorprendernos. Hace mucho tiempo que resulta evidente —excepto, al parecer, para los medios de comunicación— que el Partido Republicano moderno es una institución radical, dispuesta a infringir las normas democráticas con tal de conseguir el poder. ¿Por qué iba a ser diferente la norma de no aceptar ayuda extranjera?
Lo más sorprendente fue el comportamiento de los medios de comunicación, y no me refiero a medios de pacotilla; hablo de organizaciones grandes y de prestigio. Los mensajes electrónicos filtrados, que todo el mundo sabía que probablemente eran fruto del pirateo ruso, se publicaron sin respiro como si fueran revelaciones escandalosas, aunque, en la mayoría de los casos, lo único que revelaban era que los demócratas son humanos.
Por otra parte, los medios de comunicación destacaban obedientemente la historia del servidor de Clinton, en la que nunca hubo pruebas de transgresión, pero que, en la mente de la ciudadanía, se integró en la percepción de un enorme escándalo de “mensajes electrónicos”, cuando ahí no había nada.
Y luego llegó la carta de Comey. El FBI no encontró nada en absoluto, literalmente. Pero la carta aparecía en todas las portadas y noticias televisivas, y esa cobertura —por parte de medios informativos que seguramente sabían que les estaban utilizando como arma política— fue, casi con certeza, decisiva el día de las elecciones.
Así que, como he dicho, ha habido muchos tontos útiles este año, y han hecho que el pirateo electoral triunfe.
¿Y ahora, qué? Si queremos tener alguna esperanza de redención, la gente tendrá que dejar de permitir que la utilicen del modo en que la han utilizado en 2016. Y el primer paso consiste en admitir la horrible realidad de lo que acaba de pasar.
Lo cual significa no intentar cambiar de tema hablando de estrategias de campaña, que es un asunto legítimo, pero no guarda relación con la cuestión de la manipulación electoral. Significa no justificar la cobertura informativa que ha dado alas a esa manipulación.
Y significa no actuar como si estas hubiesen sido unas elecciones normales cuyos resultados encomiendan al vencedor alguna misión, o mejor dicho le otorgan alguna legitimidad, más allá de los requisitos legales básicos. Tal vez resulte más cómodo fingir que todo va bien, que la democracia estadounidense no está al borde del abismo. Pero eso sería llevar la tontuna útil al siguiente nivel.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2016/12/16/actualidad/1481899535_720172.html
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