«Los lugareños, los habitantes de las aldeas, y de las montañas
no piensan con la misma rapidez que las gentes de la capital.
Absorben más despacio y con más cuidado las ideas
y se las apropian a su manera».
Stefan Zweig (p. 26)
Una euforia se levantó como polvareda al conocerse los resultados de las elecciones en Estados Unidos. La euforia, tras el triunfo de Biden y la impaciencia que significó la espera, arrastró y envolvió un optimismo económico, político y social, que ha hecho renovar las esperanzas por un clima menos belicoso, xenófobo y discriminador. Bajo este contexto, cabe formular la siguiente pregunta: ¿Qué se puede esperar en términos geopolíticos tras la elección demócrata en la presidencia de Estados Unidos? ¿Qué elementos podrían ofrecer pistas para la nueva geopolítica?
Lo primero que hay que hacer es poner la euforia en su lugar y aterrizar el resultado de la elección. No ha ganado el comunismo, ni el socialismo, ha ganado el mismo capitalismo. Ha ganado la normalidad económica, para ponerle un acento ajustado a la pandemia. Hoy pocos negarían que la euforia generada se debe al haber impedido la continuidad de un extraño personaje que posó como político, cuando se comportó siempre de cualquier otra manera, pero menos como primer mandatario. Fue la muestra de que los asuntos de Estado, sí requieren de personas que comprendan los marcos políticos sobre los cuales ellos se desenvuelven, pues de lo contrario ocurre lo mismo que pasa cuando un recién nacido toma un cuaderno en sus manos y se enfurece. Sin embargo, el peligro es que no todos los asuntos de Estados se pueden descuadernar, pues el Estado también goza de herramientas que son para utilizarlas. Ante el mismo caso del recién nacido, aquí equivaldría a tomar un martillo. Posiblemente el resultado sería muy lamentable.
Trump se había vuelto un personaje incómodo. Su proceder y sus actitudes, unas veces improvisadas, otras reaccionarias, estaban conduciendo a Estados Unidos y al mundo por el tobogán de las desgracias, donde el poder hegemónico incluso estaba puesto en cuestión.
Poder hegemónico
Estados Unidos lleva por lo menos un siglo de hegemonía y determinando la geopolítica. Algunos hechos que demuestran su hegemonía es la determinación de su moneda como medio para las transacciones internacionales, su papel protagónico en los diferentes organismos internacionales, su apoyo militar a quien considera aliado en el concierto político-económico, sus bases militares regadas como fichas de un rompecabezas que aún no se terminan de armar, su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y otras instancias multilaterales, sus planes de «ayuda» y «cooperación» con los que domina gobiernos o compra conciencias, su conquista y disputa por el espacio y el financiamiento de centros de investigación; todos ellos son una pequeña muestra del poder de un imperio que lucha por sostenerse y mantenerse.
La elección de Trump como presidente, no de un país, sino de un imperio, fue un acto suicida que atentó contra dicho poder hegemónico. El terreno que llevó años conquistar fue puesto en cuestión en tan solo una administración del magnate neoyorquino. Hoy el reto claro para Biden es recuperar dicho terreno político perdido, pero no para salvar al mundo, ni mucho menos para lograr conquistas que reformulen cambios en el modelo económico dominante, sino para recuperar el poder hegemónico que venía siendo cuestionado por otras fuerzas y bloques.
La mayor defensa del poder hegemónico de Estados Unidos está en evitar que los linderos políticos impuestos por ellos durante décadas se corran hacia adentro. De allí que seguir manteniendo políticas intimidatorias y que asfixien a quienes consideran sus enemigos, tal vez seguirá siendo un asunto de Estado que no lo bajarán del nivel de seguridad nacional a donde lo subieron desde hace por lo menos cinco décadas.
Para ello, el discurso del multilateralismo será un buen medio. Por eso se equivocan quienes vean al multilateralismo como un fin para la administración Biden, ya que bajo esta idea lo que necesita es instalar y activar las debidas frecuencias y canales que le garanticen un equilibrio político, un rápido ajuste económico y su status hegemónico. Aquí será clave, tanto Europa, como Asia, pero aún no es todavía claro el marco de referencia sobre el cual se reconstruirá esta geopolítica: ¿Será sobre la base de los derechos humanos, el terrorismo, la democracia, el Covid-19, el cambio climático?
No obstante, no hay duda que será muy importante que EE.UU. vuelva al Acuerdo de París, que haga parte del financiamiento investigativo en todos los campos, especialmente ahora de la OMS por el tema de la pandemia; pero será vital que logre demostrar avances reales en la emisión de gases efecto invernadero y en democratizar los canales financieros y de crédito para evitar las asfixias que padecen países como Venezuela y Cuba en el continente. Muchos se equivocan todavía en los análisis geopolíticos al omitir o esconder premeditadamente esta realidad, incluso al no poner en escena a Estados Unidos; sin embargo, perseguir un mundo más sostenible dentro de un modelo económico que se sustenta en el consumo, es a todas luces contradictorio; y pensar que con Biden llegó la hora de levantar los bloqueos, es prácticamente impensable.
El espacio
La conquista del espacio se puede decir que tuvo lugar con la guerra fría. Fue determinante en la geopolítica de aquella época y hoy tal vez la discusión es sobre cómo mantenerse en él, fortalecer el dominio y evitar lo que podría denominarse: una guerra espacial. La pandemia puso en evidencia la importancia de las telecomunicaciones y ellas pasan por allí, de manera pues que todos los Estados buscan la forma de mejorar sus comunicaciones, pero también de custodiar la información que pasa por sus redes y satélites.
Dicha información es oro a la hora de pensar en cualquier asunto de Estado y sería impensable lo que significaría perder un satélite o desconectarse de una de las redes que lo involucren. Los efectos serían devastadores y equivalentes a una pandemia tecnológica tras «confinar», por ejemplo, las comunicaciones de un país.
La concepción de terrorismo
Este sería un tercer elemento que determinaría la nueva geopolítica. Como lo dice Harari (2018, p. 181), el terrorismo mata mucho menos que la diabetes y la contaminación atmosférica; sin embargo, se le teme más a una declaración terrorista que al azúcar y al monóxido de carbono.
Siendo el terrorismo una estrategia militar, habrá que esperar las acciones y declaraciones que Biden realice. Ellas determinarían si la geopolítica se guiaría por un asunto militar y muy parecido a sus antecesores, o si renuncia a esta narrativa como estrategia.
He aquí entonces tres elementos que podrían determinar la nueva geopolítica, que sin bien no son nuevos, las posturas que Biden adopte en cada uno de ellos sí sería determinante.
Referencias
Harari, Y. N., 2018. 21 lecciones para el siglo XXI. Bogotá: Debate.
Zweig, S., S.D.. Fouché. Colección Libros Revistas Bohemia ed. Caracas: Marca S.A..
Jorge Coronel López, Economista, Mg. en Economía
Foto tomada de: BBC.VOM
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