El primer movimiento proveniente de las altas instancias fue la renuncia de Carlos Fernando Galán a cambio Radical, a solo semanas de concluir su período como senador y a un año de la inscripción de candidatos a la Alcaldía de Bogotá, después de que el partido decidiera abandonar la defensa del proceso de paz para ingresar al Gobierno. Hoy, con su movimiento “Bogotá para la gente”, y desde el Concejo, aspira a competir con lista propia en las elecciones al Congreso de 2022. Los hechos más recientes han estado marcados por los casos de los senadores Rodrigo Lara y Jorge Robledo que dejaron sus partidos, y la expulsión de Roy Barreras y Armando Benedetti del partido de la U.
El río de la política colombiana está revuelto y todo indica que la próxima lid electoral será feroz. La polarización política crece día tras día y los partidos tradicionales se hunden en el desprestigio mientras se fragmentan en su interior y crece el número de aspirantes a la presidencia. Ante esta situación que alimenta la desconfianza de la ciudadanía, nada está dicho. Lo único claro es la erosión del prestigio de Álvaro Uribe que ha llevado al Centro Democrático a tomar conciencia de que si quiere asegurar su permanencia en el poder deberá restablecer sus vínculos con el partido de la U y con un sector amplio de Cambio Radical. Al abrigo de estos movimientos que buscan alinderar tropas, se multiplica el número de aspirantes a la primera magistratura tanto a la izquierda como a la derecha del espectro político, atentos a dos procesos: en primer lugar, a la elección al Congreso de la República la cual dará una indicación de la correlación de fuerzas entre los diferentes bandos; en segundo lugar, a lo que surja de las consultas que se lleven a cabo en el seno de cada partido o movimiento político.
Hay aspirantes a la Presidencia cuyas intenciones han sido anunciadas desde hace semanas como Carlos Holmes Trujillo, Sergio Fajardo o Gustavo Petro, líderes representativos de la derecha, el pretendido centro y la izquierda, pero todavía queda mucho trecho por recorrer en un escenario caracterizado por la incredulidad de la mayoría. El llamado voto de opinión, volátil, manipulable e impredecible pesa cada vez más y ha dado la espalda a los partidos o a lo que queda de ellos, quedando a merced de las emociones y los estados de ánimo.
Hace algunos años teóricos como Antony Downs pensaban que en sistema multipartidista cada partido estaba motivado para permanecer en su sitio y diferenciarse lo más posible de partidos cercanos ya que un movimiento hacia la izquierda para ganar votos le haría perder los mismos votos en favor del partido a la derecha, de modo que lo más sensato en caso de ser necesario, era moverse hacia el centro político. Es lo que muchos estrategas políticos han pensado en la situación actual y de allí la apuesta que algunos hacen. Se olvida, sin embargo, que este planteamiento supone la existencia de partidos, no de fábricas de avales, y que cuando el electorado está polarizado, un cambio en los partidos produce un cambio radical de la política por lo que apostarle al centro no es lo más indicable. Así lo ha entendido la derecha en Colombia y ello se evidencia en los términos que algunos de sus representantes utilizan en sus intervenciones públicas las cuales tienen como referente primario, en un terco reduccionismo, el ataque al proceso de paz, sin tener en cuenta otros factores que tienen en ascuas a la opinión pública. ¡Mentiroso! Llamó el consejero presidencial de Seguridad Nacional a uno de los negociadores en La Habana, empeñado aquel en plantear a los colombianos que el verdadero mal de la grave crisis que vive el país es el narcotráfico al que el gobierno de Santos dejó irresponsablemente la puerta abierta.
En el crispado clima polarizado que vive la política hoy, el diálogo y la argumentación han cedido el espacio a los calificativos despectivos: en una orilla están los “mamertos” y en la otra los “fachos”. Y mientras los unos le apuestan a más control y represión para asegurar el orden público, los otros no abandonan la idea de mantener viva la protesta social, acallada en parte por la pandemia del coronavirus, pero dispuesta a hacerse sentir, atizada por el inconformismo y la indignación ante el creciente autoritarismo y violación de los derechos humanos.
La memoria es corta, pero no puede perderse de vista que la vida política de Colombia ha estado lastrada por la corrupción y la impunidad. Estos males han sumido al país en una crisis que ha potenciado los males endémicos de la democracia colombiana y fortalecido las redes clientelares, dando lugar a una patrimonialización del sistema estatal en favor de unas élites personalistas que terminan por afectar los órganos de control y la justicia. El último y descarado acto de esta dinámica perversa es la propuesta del uribismo radical de escoger como candidato presidencial a Tomás Uribe para garantizar que no se traicione al caudillo y pueda este seguir dirigiendo los destinos del país.
La clave fundamental para contrarrestar el oportunismo y el actual estado de cosas, y así lo entiende buena parte del sistema político y judicial, reposa en proteger y fortalecer las claves de la democracia – la rendición de cuentas y la transparencia – unidas a la necesidad de acotar los circuitos clientelares que instrumentalizan la acción política para su propio beneficio.
Rubén Sánchez David, Profesor Universidad del Rosario
Foto tomada de: Facilguia
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