Primer acto: Fachin reordena el tablero
La calurosa y nublada tarde del sábado 7 de abril de 2018, en la que Luiz Inácio Lula da Silva, entonces de 72 años, fue detenido en el Sindicato de Trabajadores Metalúrgicos del ABC, en São Bernardo do Campo, marcó un momento fatal en la carrera del ex-obrero convertido en Presidente de la República. Nadie, ni siquiera el “hombre” de Obama, queda impune durante 580 días a la sombra de graves acusaciones. Allí terminó un ciclo.
Fue en el período que se abrió, post-prisión, que vimos emerger al actual presidente Jair Bolsonaro, ocupando el vacío de liderazgo popular encarcelado en Curitiba. He aquí, después de tres años, en los que el vacío de una oposición políticamente eficaz al ex militar retirado volvía irrespirable el aire nacional, que se produce el milagro de la resurrección. Para eso, no bastaba con que Lula quedara libre. Tenía que poder presentarse a las elecciones presidenciales, desde siempre su arma infalible para ser escuchado en Brasil.
Años atrás, al comienzo de esta crisis sin fin, un amigo mencionó, sobre Dilma Rousseff, la obra Filoctetes, de Sófocles, que yo no conocía, sobre una víctima del ostracismo. Al observar lo sucedido en las 72 horas desde que Lula fue rehabilitado hasta el final de su “épico” discurso, el recuerdo volvió.
Sin avisar a nadie, el lunes 8 de marzo, con un número de muertos por Covid-19 creciendo sin parar, Edson Fachin, el enigmático ministro del Superior Tribunal Federal (STF), que apoya a Moro y Lula al mismo tiempo, asumió el papel de Ulises, no de Guimarães, sino del Griego, y sacó al personaje desterrado de la isla desierta.
Tal vez, con la rehabilitación del lulismo, los aqueos ganarán Troya, ¿habría pensado el juez? En el caso de la tragedia brasileña, guste o no el pasado de Lula, a izquierda o a derecha, el papel que ahora se le ha asignado es salvar la democracia. El régimen democrático es el único medio de volver a tener no la resolución de todos los problemas, que, sabemos, solo ocurre en los cuentos de hadas (y los dramaturgos no creen en ellos), pero sí un mínimo de racionalidad en la conducta del Estado.
Cabe señalar que la reserva de Fachin fue tal que incluso Lula, que pasó de una hora a otra, fue tomado por sorpresa. Lo que le dio un espacio para el indispensable calentamiento fue la entrada en escena de otro integrante del STF, cuya larga costura contra Lava Jato explica, en parte, la espectacular jugada de su colega que hizo carrera en Paraná.
Sí, porque al día siguiente de la decisión de Fachin, cuando Lula ya anunciaba la rueda de prensa que se vio obligado a aplazar, Gilmar Mendes, esgrimiendo el juicio sobre la sospecha de Moro, tomó a la fuerza el centro del escenario para contar, en una cadena nacional, cómo el exdirector autoproclamado de Lava Jato, una especie de guardián de la Torre de Londres -en la célebre expresión de otro Sérgio (Machado) -, había conspirado con fiscales y policías para incriminar y condenar a Lula y, quién sabe, paso a paso, para proclamar, al estremecimiento de las leyes, una República independiente en Paraná.
Finalmente, secundado por Ricardo Lewandowski, Mendes acabó apuntalando moralmente la decisión tomada por Fachin en la “toma” anterior. (Si esta pieza no fuera tan corta, sería interesante explorar la disputa por el protagonismo entre sus excelencias. Queda para otra oportunidad).
Pero, a pesar del interés suscitado por la oratoria de Mendes, que no escatimó en alusión ni a la muy escandalosa decisión propia de impedir que Lula asumiera la jefatura de la Casa Civil en marzo de 2016, Fachin se robó la escena, ya que lo principal estaba resuelto: hasta otra orden, Lula es candidato. Quizás esto explique, en parte, el repentino acceso democrático de Fachin. Anticipándose a Gilmar, Fachin trató de salvar a Moro de las sospechas.
Al fin y al cabo, Kassio Nunes Marques, debutando en la condición de primera persona nominada por el bolsonarismo para STF, pidió una vista del proceso, con lo que pospuso la probable condena del “alguacil”de Curitiba, que vengaría a todos los que hace un lustro denunciaron en vano las flagrantes ilegalidades cometidas en la versión local de la Torre de Londres.
Desde el punto de vista político, el paso procesal determinado por Nunes Marques es secundario. Mucha agua correrá por debajo del puente jurídico hasta la campaña de 2022, y nadie puede estar seguro de lo que sucederá, ni siquiera si Lula realmente será candidato. Lo importante es que Lula ha vuelto a ser candidato ahora y, a pesar suyo, fue reconocido por Mendes y Lewandowski (pero Cármen Lúcia también pronunció un sonoro “gravíssimo” durante el discurso de Gilmar Mendes), la condición de ser víctima de una operación macabra.
Antes de pasar al segundo y último episodio de esta obra resumida, vale la pena señalar que Fachin preparó cuidadosamente el “ippon” del 8 de marzo. Un mes antes, concedió una entrevista a Folha llena de mensajes fuertes, cuyo alcance sólo ahora es comprensible.
En la ocasión, Fachin criticó la “remilitarización del gobierno civil” impulsada por Bolsonaro; alertó sobre “intimidación de cierre de los otros Poderes”; recordó el asalto al Congreso estadounidense, ocurrido el 6 de enero, para decir: “No hubo adhesión de líderes políticos al intento de golpe y no hubo actuación ilegítima de las Fuerzas Armadas”.
Finalmente, declaró, para que no quedaran dudas: “Como vicepresidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE) y como futuro presidente que va a preparar las elecciones de 2022, estoy sumamente preocupado por las amenazas que viene sufriendo la democracia en Brasil y por lo que puede resultar de las elecciones de 2022”.
Segundo acto: Lula ve una avenida y va a por el gol
Como el escenario general era de lo peor, las condiciones atmosféricas para el reingreso lulista fueron excelentes. La gestión negacionista de la pandemia ha transformado a Brasil en un posible invernadero global para las variantes del coronavirus. Con más de 2.000 muertos al día, un récord desde que comenzó a extenderse el Covid-19, los enfermos mueren esperando un lugar en la UCI, los médicos se ven obligados a elegir entre los que tienen más probabilidades de sobrevivir y los cadáveres son acondicionados en contenedores.
Con el retraso del gobierno en la compra de vacunas, solo el 5,8% de los ciudadanos recibió su primera dosis. En Estados Unidos, otra nación administrada por un negacionista hasta el 20 de enero, casi el 20% de la población ha sido vacunada. Aquí la responsabilidad del ministro de Salud – apodado General Pesadilla en el Congreso, según un comentarista de televisión – está siendo investigada por el STF.
La negativa de Bolsonaro a promover el aislamiento social, con la economía como bandera, tampoco funcionó. Mientras que China, que optó por duras medidas de contención, logró crecer un 2,3% en 2020, Brasil perdió un 4,1% del PIB. Como resultado, el desempleo aumentó del 11,9% al 13,5%.
El cuadro descrito sería suficiente para alegrar la “rentrée” de cualquier exiliado. Bastaba demostrar alguna empatía con el pueblo y enumerar un programa mínimo – vacuna, empleo y escuela- para salir bien.
Pero Lula, en su discurso que pronunció del miércoles (10 de marzo), entre el final de la mañana y el almuerzo prolongado, hizo mucho más. Además de aparecer en la piel del anti-Bolsonaro, con uso explícito de máscara, pidiendo consejo médico antes de sacarla para hablar, y enumerando contactos internacionales para contrastar el aislamiento amarillo verdoso, desarmó a los espíritus hablando del sufrimiento por el que pasó. Allí, Lula interpretó a Churchill, despertando la emoción de quienes lo vieron, desde las oficinas de Faria Lima hasta los rincones de esta nación sin fin.
Comenzó contando una verdadera parábola que, según la revista Época, está en “La autobiografía del poeta esclavo” de Juan Francisco Manzano, publicada en 1840, único material del tipo escrito por un latino (cubano). Después de recibir 98 latigazos, el esclavo se enfrenta a la alternativa de salvar los dos últimos si agradece al amo. Prefiere tomar los que faltan, en lugar de ceder ante los dominantes. Mensaje: mis verdugos me hicieron sufrir mucho, pero no pudieron quebrantarme; Mantuve mi dignidad.
Entonces, consciente de que se había mostrado íntegro, es decir, capaz de gobernar, el candidato afirmó lo inesperado: no guardo resentimiento con nadie. La vida sigue. Reelegido, hablará, literalmente, con todos: empresarios, financieros, militares, sindicalistas, sin tierra, sin techo, periodistas, líderes identitarios. Abrió una curiosa excepcionalidad para los dueños de los medios de comunicación, de los que dijo que prefería mantener cierta distancia, negándose a los almuerzos privados.
Las reacciones al pronunciamiento muestran que Lula, en lenguaje futbolístico, recibió el balón de Fachin y vio una avenida abierta que lo condujo directamente al gol. En cuestión de minutos, los medios comenzaron a informar que Bolsonaro, afectado por el regreso del exjefe de Estado, había comenzado a usar una máscara en las ceremonias públicas.
Hamilton Mourão, que en 2018 habló de autogolpe, se convirtió en demócrata cuando afirmó que “si el pueblo quiere el regreso de Lula, paciencia”. João Doria reconoció que Lula (y Bolsonaro) tienen “una fuerte densidad política y electoral”. Rodrigo Maia, incluso criticado por Lula por no someter a votación el juicio político, insistió en que el líder del PT tiene una visión de país y “respeta y defiende la democracia”.
¿Qué ocurrió? ¿Surgió el Joe Biden brasileño? Todavía no. Resulta que la alineación precisa de Fachin, seguida de la demostración de que el jugador estaba en forma, erigió un dique de contención temporal para Bolsonaro y sus locuras de extrema derecha posmoderna.
Ante la posibilidad de alternar el poder en 2022, los ocupantes del Planalto percibieron que no puede hacer cualquier cosa. Están limitados, que es la esencia de la democracia moderna. El gobernante de hoy estará mañana en la llanura. Por eso, necesita tener miedo.
Ciertamente que, en la práctica, nada será tan simple como parecen prometer desde arriba los pases entre el segundo (8) y el cuarto (10). Sobre la base de la realidad, el tejido sociopolítico ha sido ocupado por grupos cada vez más agresivos y depredadores.
La nota del Club Militar repudiando el regreso de Lula muestra que los militares, completamente fuera de la política entre 2003 y 2010, entraron a la arena (valga el juego de palabras) de verdad. Ahora que ha salido la pasta del tubo, ¿quién se la va a poner de nuevo?
Está claro que Bolsonaro, tal como Trump, amenazará con un golpe de Estado si pierde las elecciones de 2022. Al día siguiente de la decisión de Fachin, el presidente declaró: “No hay problema. Me gustaría enfrentar a cualquiera, si soy candidato, con un sistema electoral que pueda ser auditado”. A pesar de la extraña sintaxis presidencial, cuando Fachin concedió la entrevista a Folha en febrero, advirtió que eso pasaría. Con Lula en el desfile, Bolsonaro, si se pierde, dirá que hubo fraude. ¿Cómo reaccionarán los militares?
Fachin sabe de lo que está hablando. En abril de 2018, seguido por Cármen Lúcia, Luiz Fux, Luís Roberto Barroso, Alexandre de Moraes y Rosa Weber, encabezaron la negativa al habeas corpus que podría haber abierto la puerta a que Lula apareciera en las urnas ese año, salvándonos, quizás, de esta agonizante travesía.
El relator del caso, argumentó “ausencia de ilegalidad, abuso o teratología” en la decisión de arrestar a Lula, incluso después de que el comandante del Ejército amenazó al tribunal el día anterior (o “alertó”, como prefirió reafirmar en el libro General Villas Bôas: conversación con el comandante (Editora FGV).
Coro final
“Last but not least”, para que no digan que no hablé de flores (se acabó el espacio). En medio de la tensión militar, el “mercado” hará todo tipo de chantajes para que Lula, si es candidato, se comprometa con un equilibrio fiscal que le impedirá generar los empleos, el bistec y la cerveza que prometió al “povaréu sonámbulo” en su discurso del miércoles.
Si se mantienen las condiciones actuales, la séptima vida del lulismo implicará que Brasil celebrará 200 años como nación independiente, y eternamente semi-construida, en medio de una épica campaña.
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