Si, además, los intereses generales cuentan con el apoyo de ámbitos respetados socialmente —como pueden ser algunas corrientes religiosas y determinadas teorías éticas laicas—, el compromiso es aún más trascendente. Pensemos, por ejemplo, en el concepto religioso de «custodia» aplicado a nuestro planeta. Nos apremia a asumir la responsabilidad de proteger el «hogar terrenal» como guardianes temporales o cuidadores para que las generaciones posteriores puedan disfrutar tal como hemos disfrutado nosotros. Por su parte, aquellas teorías éticas que consideran que las acciones correctas son las que generan mayor cantidad de bienestar humano nos obligan a actuar de forma que las generaciones futuras gocen de las mismas alegrías y carencias que nosotros.
En el ámbito de los derechos humanos fundamentales empieza a cuestionarse que sean únicamente patrimonio del presente y hablan de su proyección también en el futuro, porque nuestros descendientes tienen tanto derecho a ellos como nosotros mismos. Del mismo modo que, tanto los humanos vivos como los no nacidos, tienen el mismo peso en el planeta mientras se desarrolle su existencia, porque es una casa común y nuestro deber moral es mantenerlo en condiciones para quienes vendrán después.
Con todo, el carácter universalista de los principios enunciados hasta ahora no puede obviar el hecho de que también tenemos responsabilidades con quienes dependen de nosotros en el presente, puesto que, igualmente, nos necesitan.
En otro orden de cosas, el sentido de «completitud» está vinculado a la creencia de que solo si la vida tiene sentido todo «va bien», y una vida con sentido no se basa especialmente en el placer, sino en el disfrute derivado de conseguir algo que es importante para uno mismo y para los demás.
Asimismo, cuando aspiramos a lograr aquello que consideramos importante, solemos elaborar un proyecto que no tiene por qué ser algo grandioso. De hecho, sería un error considerar que solos los proyectos «espectaculares» merecen la pena. En efecto, los realmente válidos no nacen en un día y se mantienen estáticos para siempre, sino que evolucionan y crecen a lo largo de toda una vida. Sin embargo, la constitución de un proyecto que se desea válido debe ir acompañada de un cierto éxito, puesto que sería muy doloroso no obtener ningún resultado de los perseguidos. De igual modo, todo proyecto debe ser fruto de la voluntad de la propia persona y, por tanto, no venir impuesto de manera coercitiva por otros. Finalmente, un proyecto significativo debe acompañarse de resultados positivos para un número importante de personas, como podría ser el hecho de convertirnos en custodios del planeta para dejar un mundo mejor o, al menos, parecido al actual para quienes vendrán detrás.
Aquellos proyectos que presenten las características enunciadas en el párrafo anterior se sentirán como fundamentales porque valorizan la vida humana. Por el contrario, si no hubiese personas dispuestas a llevar a cabo proyectos como los apuntados, el valor perdido sería enorme. No obstante, el dilema entre decantarse por intereses particulares o generales sigue siendo grave y sin resolver todavía.
En todo caso, la solución consistiría en tratar de integrar ambas perspectivas. El problema está en cómo hacerlo…
Una opción podría consistir en tomar decisiones que surgiesen de procedimientos correctos, porque una actuación correcta recibiría un respaldo colectivo. Ahora bien, no debemos pasar por alto que el procedimiento más correcto implica incluir la máxima cantidad posible de puntos de vista, para contar con la mejor información disponible y aspirar a consolidar normas de conducta aceptables por todo el mundo basadas en lo que se puede hacer mejor.
Todo interés general o global es básico si queremos resolver cuestiones éticas que implican a muchos. Se tendrán, pues, que respetar, tanto las conversaciones como las decisiones de todos los participantes, porque todas las partes afectadas tienen el mismo estatus. Así pues, no podemos olvidar que cada uno de los participantes, sea individuo o grupo, aporta a la conversación ideal sus propias estructuras vitales, sus proyectos individuales y sus relaciones especiales.
Ahondemos en la cuestión. En una conversación pueden aparecer distintos puntos de vista, fruto variadas parcialidades o subjetividades concretas. Igualmente, los diversos proyectos que van surgiendo dan lugar a necesidades y demandas específicas. En consecuencia, el debate que se establezca deberá tratar de manera justa y equitativa todas las reivindicaciones expresadas y buscará una distribución de beneficios y cargas con la que todos se sientan cómodos. En el caso de las cargas, por ejemplo, nuestros descendientes solo nos piden que asumamos la parte de sacrificio que nos corresponde para que ellos puedan tener un futuro mínimamente digno.
En cuanto a los proyectos personales aportados al debate, tendremos que asumir que son revisables siempre que constatemos que, para el bien de los demás, es conveniente rebajar el nivel de «necesidades» personales que el capitalismo ha potenciado en nosotros. Si los limitamos o modificamos, probablemente no será necesario que sea demasiado, podremos contribuir eficazmente a que las generaciones futuras tengan oportunidades para llevar una vida que merezca la pena. Por tanto, se tratará de fijar la atención en aquellos detalles necesarios que aseguren el futuro del planeta y valorar su coste.
Finalmente, varias son las lecciones que se pueden extraer si un debate es el adecuado. La primera, que la gente no nacida aún debe tener un peso en nuestras creencias éticas; intentemos imaginar sus voces y escuchar sus argumentos. La segunda, que debemos valorar más y mejor los vínculos humanos que hay en nuestras vidas y los proyectos personales que vayan surgiendo. La tercera, que los intereses particulares también son importantes, puesto que fundamentan nuestras vidas como individuos. La última, que el sentido de nuestras vidas finitas emana de nuestras relaciones con los demás; sobre todo con quienes van a sobrevivirnos.
Vinculémonos, pues, al futuro de la humanidad; preocupémonos por ella.
Pepa Úbeda
Es verdad. El compromiso ético debe llevarnos a la empatía y la identificación con toda la humanidad de todas las épocas, y dadas las perspectivas, de forma especial con las nuevas generaciones. Esto también nos lleva a la reflexión sobre los derechos de los animales, nuestros compañeros de viaje “mal tratados” . Desde luego, sería bueno que los transhumanist as tomarán nota de las reflexiones de este artículo!
Esta mañana, muy tamprano a las 7 como de habitual he salido a andar y muyangustoda he observado
los parques , he cruzado varios,. Llenos de basura, botellas, comida tirada, latas, sin hablar de montones de envoltorios y plásticos. La misión de GUARDIANES para las generaciones posteriores brillaba por su ausencia. Sueño con una educación donde lo particular y comun va de mano. Cuando uno siente la responsabilidad por el común, cuando no se contrapone lo mio y de los demas, emprenderemos las actitudes y políticas correctas.