Durante el fin de semana confinado, los colombianos vimos, con exclusividad por Noticias Uno, la realización de ejercicios militares del ejército colombiano en la Guajira, a 33 kilómetros de la frontera con Venezuela, y las declaraciones del Ministro de Defensa, Diego Molano, en las que afirma que el ejército nacional está en capacidad de responder cualquier agresión al país provenga de donde provenga.
“Provengan de donde provengan” es un eufemismo del ministro, para decir Venezuela, porque de ningún otro lado de nuestras abandonadas, pobres y desprotegidas fronteras terrestres con Panamá, Ecuador, Perú, Brasil, proceden amenazas que pongan en riesgo la seguridad nacional de Colombia y de los colombianos.
El problema con Venezuela es un conflicto comprado irresponsablemente por los sucesivos gobiernos colombianos en su empeño de coadyuvar a los intereses norteamericanos de hacer volver al redil de su influencia, la pérdida nación, que guarda en sus entrañas la mayor riqueza petrolera comprobada del mundo. Y el narcotráfico, con la narrativa de la guerra contra las drogas, es la excusa perfecta. Este empeño absurdo y peligroso, ocurre desde que Hugo Chávez Frías llegó al poder en 1999, al frente de su movimiento Quinta República, en un proceso de libre determinación del pueblo venezolano.
Desde que el extinto ex-presidente empezó a manejar los destinos de Venezuela las relaciones entre los dos países no han hecho sino agravarse. Salvo algunos cortos períodos de relativa tranquilidad, los gobiernos, atrapados y pertrechados en un juego de marionetas del poder mundial, se muestran los dientes y hacen de la porción de la frontera, en Arauca, un escenario de la confrontación, con consecuencias impredecibles para el ya complicado presente y futuro de ambas naciones.
Este agravamiento de la crisis fronteriza, la peor en la historia entre los dos países, de la que hace parte el ejercicio militar en mención, se dan en el contexto de la mayor crisis económica de la que el país tenga noticia a causa de la pandemia y de su pésimo manejo. Por su parte, en Venezuela, la ruina es absoluta. ¡Una verdadera locura!
A partir del apoyo irrestricto del gobierno Biden a la fumigación con glifosato a los sembradíos de hoja de coca, es notorio el envalentonamiento del gobierno en su indecoroso papel de servir de cabeza de playa del gobierno norteamericano para agredir Venezuela y ha aumentado su arriesgada apuesta de pelear con el vecino. El desarrollo de la crisis binacional que ya cumple dos décadas y algo, muestra como el narcotráfico sirve de excusa para intervenir Venezuela y clausurar la llamada revolución bolivariana y su alineamiento con Rusia y China. A esos intereses ha servido Colombia sin pudor.
Guerra y narcotráfico.
Desde que Álvaro Uribe desestimó la colaboración de Venezuela en las conversaciones para concretar un acuerdo de paz con las FARC, las relaciones con el país vecino no han hecho sino empeorar. La violación de la soberanía ecuatoriana en desarrollo de la Operación Fénix para matar a Raúl Reyes, (2008) en ese momento canciller de las FARC para la concreción de un dialogo de paz con la extinta guerrilla, encrespó las difíciles relaciones con Venezuela y los dos países rompieron relaciones diplomáticas con Colombia. Chávez desplegó sus tanques en la frontera. En ‘Aló presidente’, su programa televisivo, consideró que lo ocurrido podía ser el comienzo de una guerra en Sudamérica y subrayó, que “si a usted se le ocurre hacer eso en Venezuela, presidente Uribe, le mando unos Sukhoi, compañero”.
En 2010, se rompieron nuevamente las relaciones con movilización de efectivos y armas a la línea limítrofe en respuesta a las acusaciones de Uribe de que, con el auspicio del gobierno bolivariano, las FARC y el ELN utilizaban el territorio venezolano como refugio para beneficiarse de la producción y tráfico de cocaína. Chávez y Uribe escalaron el lenguaje: “Si se presentara una guerra con Colombia iríamos llorando, pero acudiríamos”, agregó el mandatario venezolano… Hago responsable al presidente Uribe de una guerra con Colombia, enfermo de odio, ficha del imperio yanqui, no derrotó ni a la guerrilla ni al narcotráfico. Venezuela es víctima de todo eso”. Dé la cara, sea varón, le increpó Uribe a Chávez en la Asamblea de la OEA, algo inusual en el lenguaje diplomático.
La intención del gobierno Uribe de desplegar bases áreas en el territorio nacional para servir de plataforma para una invasión norteamericana al país petrolero con la excusa del narcotráfico fue una intentona descabellada de esos perversos propósitos. Por fortuna, la Corte Constitucional, con el auto 288 de 2010, paró semejante engendro. A lo largo de esta larga crisis binacional, aviones rusos han violado el espacio aéreo colombiano.
La más notoria y la más agresiva ocurrió en 2013, cuando en pleno conflicto con Nicaragua por el lio de las aguas litigiosas en el Caribe, un Sukhoi soviético sobrevoló prácticamente sobre Santa Marta para no dejar dudas de con quien están en esta contienda. Aero naves rusas han repetido sus agresivos actos en abril del 2019 y julio de 2020. Naves gringas y rusas han surcado las aguas internaciones en el Caribe en el contexto de este litigio y los ejercicios militares han sido recíprocos. Más recientemente, el ridículo concierto en la frontera para sacar a Maduro del poder llevó a una nueva escala el conflicto binacional con el cierre del paso fronterizo.
En el actual escalamiento del conflicto, el narcotráfico y la guerra contra las drogas está en el centro de la escena. La decisión del gobierno Maduro de terciar en favor de la segunda Marquetalia, al mando de Iván Márquez, contra las otras facciones guerrilleras que utilizan el territorio venezolano para el trasunto de las drogas, ante la incapacidad del gobierno colombiano de proveer seguridad en la frontera, está propiciando una guerra en pequeña escala en la que cualquier incidente, provocado o no, puede conducir a un conflicto mayor.
Cañones, desplazamientos de tropas y de milicias, aviones de combate, hacen presencia del lado venezolano de la frontera, en el estado Apure, propiciando desplazamientos de población venezolana hacia Arauquita, Saravena y el resto del departamento. A Arauquita, lo separa del estado Apure, donde se desarrollan los combates, el rio Arauca.
Casi simultáneamente a los ejercicios militares en la Guajira, aviones militares norteamericanos realizan expediciones de inteligencia para espiar Venezuela, sus instalaciones militares, su capacidad aérea, sus comunicaciones, con el auspicio del gobierno colombiano. El ministro de Defensa Diego Molano lo explica: “El Estado colombiano, a través del Ministerio de Defensa Nacional, ha realizado acuerdos de cooperación con el Gobierno de los Estados Unidos en asuntos de lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y amenazas transnacionales”.
Se trata de una misión sin precedentes en el país, una operación de guerra. Según el medio especializado Webinfomil, que pudo seguir los movimientos de la aeronave, el avión de registro 62-4139 llegó al espacio aéreo nacional desde la Base Aérea Lincoln, en el estado de Nebraska, en Estados Unidos. En el camino, se reabasteció con el apoyo de otras aeronaves KC-10 Extender y KC-135 Stratotanker que la alcanzaron desde diferentes bases militares de ese mismo país. Una vez en Arauca, procedió a sobrevolar la frontera colombiana con Venezuela, hacia el suroccidente del país, desplazándose principalmente por los municipios araucanos de Tame, Cravo Norte y Puerto Rondón.
La fuerza aérea estadounidense lleva dos años ejecutando operaciones de este tipo. La respuesta no se hizo esperar. Según informó la Fuerza Área colombiana, la nave rusa Illyushin II-96-400VPU, en viaje desde Moscú hacia Managua se adentró a territorio colombiano en ruta no autorizada, como muestra la gráfica.
A ambos lados de la frontera hay sectores que promueven la locura de un enfrentamiento militar entre los dos países hermanados por la historia. En Colombia, para los sectores de extrema derecha del Centro Democrático presentes en el gobierno, encabezado por el presidente Duque y su recalcitrante ministro de Defensa, la guerra se convertiría en una oportunidad de perpetuarse en el poder envueltos en la bandera de la patria, eliminar la posibilidad de que sectores alternativos los desplacen del poder y seguir con sus tropelías en contra del país y sus mayorías empobrecidas por una pandemia pesimamente manejada, y de paso, salvar a Uribe de la cárcel.
Y en Venezuela, que nadó en millones de dólares, cuando el precio del petróleo alcanzó niveles de hasta US$ 140 por barril (2014), con una producción de más de tres millones de barriles día, que desaparecieron en la voraz corrupción que ha caracterizado el proceso bolivariano y que, cuando se destorció el precio, su absoluta dependencia del aceite fósil, aunado al boicot de los Estados Unidos, desnudo su ruina. Una guerra podría resolverle al mandatario Nicolás Maduro la falta de respaldo del pueblo venezolano de la que hoy carece, diseminado por las naciones del mundo en una diáspora inconcebible y dramática.
Lo que aconseja la diplomacia es convivir con la diferencia. Es lo que ha hecho vivible este mundo fragmentado, así como las relaciones entre naciones que piensan diferente o tienen economías distintas. Un pragmatismo inteligente que han disminuido la frecuencia de las guerras y de la violencia en los tiempos que corren. Ninguno de los dos países lo ha hecho.
En el fondo, los presidentes de los dos países se parecen, en su mediocridad, más de lo que admiten, atrincherados en su alineamiento en el juego del poder mundial. Hoy no existe entre los gobiernos ningún tipo de relación y los nacionales colombianos y venezolanos se encuentran en la mitad de la gritería y las dos naciones al borde de un enfrentamiento bélico. Entre más lejos de la diplomacia más cerca de la guerra. Los nacionales de los dos países pagarían con creces la estupidez de una guerra que toca a la puerta.
Una guerra se sabe cuándo empieza, pero no cuando termina y menos cuando los países no dependen de sus propias fuerzas y están sujetos al cálculo estratégico del delicado y frio juego de la geopolítica mundial. Siria es un espejo donde nos podemos ver para alentar a las fuerzas democráticas a alejar cualquier posibilidad de una guerra binacional.
Las fuerzas democráticas del país y de Venezuela deben decirle no la guerra. Ninguno de los bandos en disputa merecen liar armas en favor de ninguna de sus banderas y de sus ejecutorias. De Ambos lados de la frontera sus gobiernos actúan en pro de su propio enriquecimiento y dedicados a convertir sus países en apéndices de los centros de poder donde se deciden los destinos del mundo. Esa probable carnicería no la podemos cohonestar ni los colombianos ni los venezolanos.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: laopinion.com.c
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