¡El chisme es encantador!
La historia es simple chisme.
Pero el escándalo es chisme hecho tedioso por la moral.
Oscar Wilde
El peor castigo que a un político se le puede infligir es que la gente no lo mencione. Sin embargo, la gente de muchas maneras se ríe de los malos o buenos gobernantes. En realidad la propia idea de que el pueblo “elige” a sus representantes es, de por sí, en muchos sitios del Mundo, algo tanto cómico como trágico. Esa idea le permite a la gente que al menos se reserve el derecho de burlarse de los políticos y funcionarios públicos cuando los cargos les han quedado grandes o en veces, dada la feroz rapacidad, pequeños. De todo esto ha habido en la llamada “viña del Señor”. Slajov Zizek en “Mis Chistes, Mi Filosofía” (2015), manifiesta que:
[…] los chistes políticos le proporcionan a la gente corriente una manera fácil y tolerable de desahogarse, de mitigar sus frustraciones […] ahí reside el misterio: son idiosincrásicos, representan una singular creatividad del lenguaje, y sin embargo, son colectivos, anónimos, sin autor, de repente aparecen de la nada.
Dice Alexander Rose, en “Cuando la política es cosa de risa” (2007), que:
En tiempos de paz, reconocemos no sólo que nuestros líderes no son mejores que nosotros sino que, en muchos casos, son peores. Nosotros, al menos, nos ocupamos de lo nuestro y vivimos de manera honesta; ellos, por su parte, se arrojan voluntariamente al remolino de la política, ¿con qué propósito? ¿Para obtener poder? ¿Gloria? ¿Dinero? ¿Fama? Nosotros tenemos la sospecha, tal vez errónea, de que, sea cual sea la razón, debe ser maligna. Algunos políticos pueden estar motivados por la Gran Visión, otros por el Fervor Moral y otros más por una Ambición Feroz, pero hay una cosa cierta: todos quieren trepar hasta el último peldaño de la resbaladiza escalera del poder para controlar las cosas y darles órdenes a los demás.
El político se ve abocado en veces a cometer payasadas y dislates que terminan siendo caricaturizados por la gente. La más popularizada forma de la crítica social está representada por una especie de humor o de sátira política. En nuestras sociedades afloran chistes y sátiras en los improvisados tertuliaderos de cualquier plaza de pueblo o de ciudad, sobre la irresponsabilidad o la truculencia de nuestros ilustres políticos o funcionarios que habitan por la gracia de la “señora democracia” en los mal llamados “Palacios de Gobierno”[1]. De ahí que algunos sugieran que la lengua es el órgano más eficiente de los más reconocidos ‘críticos sociales’ en cualquier villa o pueblo. Me veo obligado a aclarar que un auténtico satírico está siempre ilustrado y actuante para poder construir la poderosa crítica. Aunque la sátira se nutre de la ironía, el sarcasmo, la analogía, el ridículo y la parodia, no deja de cimentar su expresión en los hechos de la cotidianidad.
Sin embargo, mucha gente prefiere simplemente, como lo decía el Nobel colombiano García Márquez, ‘mamar gallo’ a toda hora, en vez de opinar con humor estudioso. Reconozco que la ‘inercia carcajeante’ sirve, de alguna manera, como una especie de auto-terapia o de catarsis social: ‘reír es mejor que llorar’ dice medio mundo (sin preguntarle al otro medio que también llora) Una verdadera sátira tiene por objeto censurar acremente o poner en ridículo a alguien o algo que de muchas maneras no agrada, así sea en mera apariencia. Puede apreciarse, entonces, que el objetivo de la sátira queda castrado cuando solo se busca la “burla por la burla”, cuando de lo que se trata es de denunciar o de criticar para corregir un disoluto comportamiento. Por esa razón la sátira puede abarcarlo todo.
Cuando los “líderes políticos” (que puede ser cualquiera) se olvidan de los representados aflora un descontento que arrasa cualquier racionalidad política. Las elecciones son ganadas, por ejemplo, por unos irreverentes que lindan con las formas más grotescas de la estupidez humana. En un pequeño ensayo del político de “centro”, exministro del Reino Unido, como lo es Tony Blair (“Cómo salvar al Centro”. El Espectador. 2017), se lee:
[…] algunas personas tienen la sensación de poder al ser irrespetuosas con la forma habitual y acordada de hacer las cosas y sacudir el orden establecido. Pero no deberíamos engañarnos. Sacudir el sistema puede producir el cambio necesario, pero también puede tener consecuencias que no son intencionadas ni benignas… El populismo no es algo nuevo […]
El sociólogo Zygmunt Bauman ([2]) sostiene que los políticos no pueden existir sin el precario humor y la mordaz sátira. Hacen parte de ello, para mal o para bien. Es decir, no pueden existir sin el mundo del banal entretenimiento. De la mordacidad popular como venganza. Agrega el polaco Bauman que:
[…] las nuevas formas de entretenimiento político avanzan paralelas a la desaparición gradual de la vieja forma de humor de calidad. El nuevo humor político tiene más que ver con el odio encubierto que con las risas y los chistes, y en la actualidad el odio tiene que ver con las irritantes payasadas políticas. Son fácilmente convertibles e intercambiables. El odio se convierte en una valiosa mercancía política.
En cualquier comunidad existen normas de control tanto explícitas como implícitas. Entre las primeras figuran las normas legales a las cuales todos deberíamos someternos; entre las segundas, se encuentran aquellas que no responden a ningún código formal o establecido, por ejemplo, son los chismes, pasquines, murmuraciones, sátiras, etc., con un alto poder de disociación o de censura que hacen que más de una persona se exima de un proceder bajo o deleznable. Bajo el imperio de las segundas es cuando algunos aprovechan para que la farsa o la mentira soplen sobre cualquier terruño o grupos de personas. Hasta el extremo que se pueden ganar elecciones o plebiscitos estimulando la mentira y el miedo. Casi todas las posiciones que se asumen por medio de la denigración (chisme o pasquín) son internamente falsas. Incluso, de doble y hasta de “triple moral”. Es cuando las vilezas propias de quien señala con el dedo inquisidor se indilgan a los demás con aparente competencia moral y ética. Los esfuerzos de los inquisidores, en este caso, están destinados a huir de su propio “ser”, a cegarse ante su evidencia deplorable para evitar cualquier cara a cara (“careo”) ante lo que debe ser. Es una extraña lógica dictada por el odio, cegada por el rencor, nutrida o catalizada por el chisme, la mentira y la conclusión delirante.
Como lo dice Ortega y Gasset:
Se vive humorísticamente, y tanto más cuanto más trágica sea la máscara adoptada. Hay humorismo donde quiera que se viva de actitudes revocables en que la persona no se hinca entera y sin reservas. De ahí que nunca como ahora estas vidas sin peso y sin raíz (deracinées de su destino) se dejan arrastrar por la más ligera corriente. Es la época de ‘las corrientes’ y de ‘dejarse arrastrar’. Casi nadie presenta resistencia a los superficiales torbellinos que se forman en arte o en ideas, o en política, o en los usos sociales. Por lo mismo, más que nunca, triunfa la retórica.
No obstante, en una sociedad descalabrada es cierta fortuna que aún empecinemos en reír para no convertirnos en unces montón de seres afligidos. Ante el abandono y la no participación no queda más remedio que la peor salida a la vuelta de la esquina. Lo cierto es que la realidad es caricaturizada por inusitados improvisadores de burla y sarcasmo. Estas manifestaciones hilarantes, entendidas por muchos como ‘brillantes’, han llegado a ser parte de la gran o pequeña historia cultural de los pueblos. Sin embargo, esta manía socarrona puede convertirse en un arma de doble filo que termina minimizando la gravedad de las circunstancias. Por un lado se puede adobar o adornar las palabras pero es imposible evadir el filo que produce herida. Por el otro la mirada reflexiva o crítica queda reducida a meros “apuntes del momento” que deslegitiman cualquier esfuerzo intelectual. Con el ingenioso chiste o la socarrona ironía no se incide necesariamente sobre la realidad, dado que se esconde en veces las explicaciones más complejas o verdaderas sobre la realidad. La gente termina burlándose simplemente en vez de reflexionar y tomar conciencia sobre nuestros descalabros para poder actuar: la burla por la burla. Confundimos casi siempre el reír con el burlar. Y el burlar con el criticar. Algo así como si aceptáramos que donde no se puede seguir amando debemos odiar o pasar de largo.
Debo ser franco: atacar el conformismo que arropa a nuestros pueblos es una tarea que exige temeridad y que requiere repensar y renegociar algunos de los presupuestos fundamentales de la sociedad actual. El problema que se genera cuando sólo nos atenemos a la burla o a la sorna política es el que dejamos de interrogarnos y de comprometernos. Toda sociedad que renuncia al preguntar no puede encontrar respuestas sobre los problemas que la afligen. A la incertidumbre solo le aguarda más incertidumbre.
Dice Zygmunt Bauman (2011) ([3]):
El mundo contemporáneo es un recipiente colmado de miedo y frustración que buscan desesperadamente una vía de escape común. El anhelo de esa vía de escape, como nos recuerda Ulrich Beck, no se contradice con el individualismo, sino que es producto de la patologización del individualismo. La vida individual está sobresaturada de aprensiones oscuras y siniestros presagios que se padecen en soledad y que resultan, por ese motivo, y por ser elusivos e inespecíficos, aún más pavorosos. Como en el caso de las soluciones sobresaturadas, una mota de polvo es capaz de desencadenar una violenta condensación.
Podemos afirmar que la risa o la burla con un alto contenido social pueden ligarse al alivio o al miedo por lo que se vive. Se convierten en un “suspiro de alivio” al comprobarse que la adversidad o el contrario no son tan poderosos como parece ser; y, que no existe un “destino” al que ineluctablemente las víctimas deban someterse. Tal cual como lo dice Milan Kundera ([4]): “Las cosas despojadas de su supuesto significado… nos hacen reír”. Con la risa las cosas que nos oprimen se hacen más livianas y más soportables. Con la risa y la burla social demostramos que somos más libres porque encontramos al menos a quien culpar de nuestras desdichas. Sin embargo, de manera ambivalente, la risa también nos sirve para ocultar el miedo. Para soportarlo y aceptarlo. La risa no siempre es signo de rebeldía sino signo trágico de reconciliación con el miedo. El “populacho” tiene “derecho” a reírse del gobernante hasta no transferir el límite trazado por la letra de la norma. Como dice Theodor W. Adorno: “ahora el individuo es prácticamente incapaz de cualquier impulso que no pueda clasificar como parte de alguna constelación reconocida por todos”. ([5]) En toda risa suenan ecos del miedo. Bien sabemos que tanto ángeles como demonios son manifestantes de la risa. Y existe un ángel y un demonio dentro de cada uno de nosotros.
Así mismo, todo poder terrenal involucra violencia, negación, falsedad, alarma y miedo de los sometidos. Es el llamado “crimen suprajurídico de todo poder”. El miedo a lo oficial es una imperfecta réplica del conocido “miedo cósmico” o sobrenatural. A ambos por prescripción normativa les debemos sumisión y obediencia a cambio de la tranquilidad. Ante ambos somos seres vulnerables. No les basta con elaborar y detallar las reglas que debemos admitir y obedecer, sino que agregan el miedo o el terror al castigo que conlleva la desobediencia a dichas reglas. Sin embargo, todos somos humanos, por lo tanto, mortales o transitorios. Lo que hace de la norma algo vulnerable.
A partir del Iluminismo, con la experimentación demostrativa, se ha venido presentando una batalla entre el miedo oficial y la risa o burla popular. La risa y la burla liberaban a la gente del miedo oficial, eclesiástico y gubernamental. La risa y la burla popular hace que el quebranto y el miedo sean más tolerables; a la vez, el dolor de la miseria y el miedo le ponen freno a la risa y burla. Muchas veces la risa y la burla actúan como sumideros a los que van a parar los desechos de la marginalidad. De muchas maneras podemos afirmar que la risa, la burla y la sátira se constituyen en el único poder de los impotentes, ante el miedo que provoca lo oficial para someternos. Pero también pueden constituirse en cómplices del poder: Es cuando el miedo no se esgrime para apagar la risa y la burla, sino que encuentra en ellas su refugio más seguro. Su póliza de seguro. Ahora es comprensible como en sociedades injustas la oficialidad estimula bailes, comparsas, ferias y festivales como apéndice necesario del peor estado de pobreza e indignidad. Circo y pan al mejor estilo romano. Como el ave fénix, en este caso, el poder emerge de la risa y de la burla rejuvenecido. Es entonces cuando la risa y la burla no son actos de liberación y de rebeldía popular, sino de reconciliación sumisa y domesticada. No son actos de contrastación en la búsqueda incesante de un buen vivir, sino que son actos de miedo y de terror ante el ejercicio de poder de quienes gobiernan como castas predestinadas.
Carlos Payares González: Odontólogo y Sociólogo Universidad de Antioquia
NOTAS
[1] Como en cualquier régimen feudal-monárquico algunos de nuestros pueblos tienen ‘Palacios de Gobierno’: una cruda caricatura tomada a pecho por los nuevos “reyezuelos” y “primeras damas” de la oficialidad.
[2] Bauman, Zygmunt. 2015. Ceguera Moral. Espasa Libros S.L.U. España.
[3] Bauman, Zygmunt (2011) En Busca de la Política. Talleres Gráficos Nuevo Offset. Buenos Aires.
[4] Kundera, Milan. The Book of Laughter and Forgetting. Tomado de Zygmunt Bauman. Op. Cit.
[5] Theodor W. Adorno (1991) Minima Moralia. Reflection from Damaged Life. Londres.
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