El país siempre ha estado acostumbrado a que ante la cercanía de las elecciones el presupuesto público se dispara para favorecer los intereses de los grupos políticos en el poder. En esta administración esto se ha mantenido en el tiempo a través de las obras públicas y, aunque sea bienvenido un halo de eficiencia y eficacia, no se puede desconocer que el fisco ha estado bajo los intereses de los posibles candidatos, donde la favorabilidad le ha correspondido a uno solo. No es que antes no se hiciera, es que el tema de la mermelada cada vez adquiere matices más sorprendentes y la corrupción sigue galopando bajo la mirada esquiva de todos.
Como nunca antes, e incluso en tiempos del proceso 8.000, de la época de los carteles y de los paras más activos en el poder público, la corrupción había tomado posiciones como hoy, ya por la fuerza de los hechos tiene en vilo a quienes han ostentado el poder, en especial los últimos 16 años. Y todo va quedando para que siga siendo así, para que las maquinarias funcionen con la mermelada utilizada. El problema mayor es que ante el proceso de paz, el chantaje se torna manifiesto, hay que darle continuidad so pena de ver caer el esfuerzo de los últimos años en procura de la reconciliación. Y este se constituye en el acto supremo de la corrupción.
Todo parece, hasta este momento, que la continuidad es la vía que tomará el país, que las elecciones terminarán disputándose por Vargas Lleras, quien ha mostrado resultados en ejecución y ha gozado de tener una chequera funcionando tanto en el Ministerio como en la Vicepresidencia; por el centro Democrático, quien a pesar de los escándalos, sigue demostrando que el país, por lo menos la mitad de los que salen a votar, sigue dispuesto a tener a alguien en la presidencia que sea capaz de hablar fuerte, con verraquera (de allí las bravuconadas de Vargas Lleras a Maduro y a Diosdado, quienes respondieron con gusto ya que a ellos el enemigo externo les viene muy bien a sus enormes problemas internos). Las demás figuras se irán desvaneciendo en el camino, y quien resulte, si así sucede, de los sectores “alternativos” no tendrá una tarea nada fácil, solo enfrentarse a las maquinarias, quienes se alinearán hacia los que les van a garantizar mantener sus condiciones de poder, si llegan divididos a la primera vuelta, como parece que va a suceder, no tendrán mayores oportunidades para lo que sigue.
Este panorama arriesgado por lo prematuro, los tiempos y las vicisitudes de los procesos, solo es un escenario que puede ser el más viable y que obviamente tendrá en el próximo año y medio todas las sorpresas posibles. Pero sirve en este momento para decir algo que marca sustancialmente a la Economía. Los empresarios colombianos (al menos buena parte de ellos), y ya lo demostraron en el plebiscito, no van a realizar apuestas arriesgadas en el manejo del país, ya apostarle a la paz les ha implicado bastante, su certeza económica siempre ha estado en el mantener las condiciones políticas vigentes, independiente si ellas le benefician o no a las mayorías, por algo la estrechez de los mercados, la pobreza y la desigualdad son las características predominantes como país.
Esto se une a unas condiciones externas inimaginadas años antes por quienes están convencidos que el nuestro es el único modelo de desarrollo posible. El mundo no solo gira a la derecha, ya lo estaba y el progresismo liberal vivido 20 años antes no ha sido otra cosa que una vaga ilusión, las pericias del propio sistema que ha sido capaz de tomar pieles distintas, cambiar de colores para mantenerse vigente. Las derechas no solo recuperan el control político, sino que, ante las propias crisis económicas, los territorios conquistados y por conquistar, el modelo de desarrollo se recompone tomando visos que van más allá del nacionalismo, nuevos aires de imperialismos (de fascismos) que marcarán un nuevo orden geopolítico. Ante esto Colombia ha permanecido en silencio, bueno también el mundo, los débiles continúan expectantes. Sin duda el país se le jugará a la potencia del Norte, esto también hará parte de las búsquedas por la aparente estabilidad.
Todo esto sigue la tradición del manejo de la gestión en apariencia prudente, pero que ha sido conservadora a más no poder de la economía. La escasa apertura a los mercados internacionales, la ortodoxia monetaria, el seguimiento irrestricto a las directrices de los organismos internaciones, ahora con más ahínco al FMI y a la OCDE, han marcado décadas de permanencia, de mantener el estatus de una economía sólida y en crecimiento, aunque tales cosas no contribuyan significativamente a generar el desarrollo requerido.
Así las cosas, ante una reforma tributaria que tuvo solo el propósito de expandir los impuestos entre la población, el Banco de la República, aún con el plausible cambio de gerente, mantiene una posición férrea frente al manejo de la inflación. Pero esto no es gratuito y el primer pulso con el Gobierno lo ganó el Banco. El Ministro Cárdenas abogó por reducir las tasas cuando el año pasado ante el fantasma de la inflación (que se explicó por los paros fundamentalmente) la propia Junta Directiva ahogó la economía subiendo las tasas de interés. Ante un año electoral el Gobierno sale a defender políticas expansionistas y el Banco se mantiene y se mantendrá férreo a su mandato de controlar la inflación, por encima del crecimiento y del empleo como ya lo ha demostrado en las últimas dos décadas.
Cosa parecida ocurrirá con el mercado cambiario. La divisa se mantendrá alta debido a las presiones de los Estados Unidos por recuperar su economía a partir de la inversión y los mercados internos. A esto se le sumará una mayor oferta de petróleo, que no solo mantendrá el precio del barril estable o a la baja, sino que esto tiene efectos revaluacionistas sobre el peso y por ende impactos fiscales que harán necesaria una nueva reforma tributaria para el entrante gobierno.
Así las cosas, no hay por qué esperar un comportamiento creciente de la inversión, por el contrario, ante las expectativas de tanta incertidumbre, es de prever que los inversionistas preferirán mantener sus posiciones en dólares, en papeles de media rentabilidad o sostenerse en sus posiciones actuales y esperar a que el panorama presente mejores condiciones. De esta manera, un crecimiento del 2.0 % para el año 2017 sería más que satisfactorio.
Otro de los temas que el país aún no sabe que esperar es el del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, solo para hacer referencia a ese que es el principal socio comercial. El tratado ha venido experimentando dinámicas superavitarias a favor de los EEUU, aspecto favorable ante las revisiones que Trump va a hacer de los acuerdos. Sin embargo, temas como las condiciones del trabajo, su vigilancia y control a través de los compromisos de fortalecer la inspección y control, o la defensa a los derechos laborales y de asociación, que fue el compromiso fundamental ante la firma (Plan de Acción Laboral Obama-Santos), se han quedado rezagados.
Los nuevos vientos de defensa al trabajador norteamericano serán una excusa suficiente para solicitar la revisión al TLC. Si esto se da, sería el mejor de los mundos, revisar el TLC que no ha servido para mayor cosa en materia de comercio y, aunque con avances, no se ha dado cumplimiento a las modernizaciones institucionales exigidas hacia Colombia. Lo concreto es que el comercio exterior seguirá deteriorándose dada la caída en la demanda de las materias primas. Colombia no se preparó, por el contrario, se desindustrializó y se desruralizó, menoscabó su estructura productiva que es débil no solo para atender al mercado interno sino para acceder a mercados internacionales. El comercio exterior, a pesar de las promesas del modelo aperturista, no es la solución a los problemas crecientes de ingresos para el país.
Un año entonces poco halagador. Inflación persistente, altas tasas de interés, escasa inversión, caída del comercio exterior, poco crecimiento, problemas de empleo, la corrupción a flor de piel y la politiquería capturando votos en una época donde la gente pobre queda a expensas de las promesas y los dineros de los políticos. Es la debilidad de la democracia, es la vulnerabilidad de la economía no solo del país, sino de las personas, de las gentes que siempre ven postergadas sus posibilidades de un mejor futuro, de echar por tierra los sueños emotivos que todos tenemos el 31 de diciembre.
Jaime Alberto Rendón Acevedo: Director Programa de Economía, Universidad de La Salle
Febrero 8 de 2017
Deja un comentario