Me pregunto en qué universidad consiguen su título y a cambio de qué tantos redactores actuales. Lo he dicho más de una vez: en España, carecemos de un periodismo de investigación sólido y serio, por lo que no contamos con bastantes periodistas que se molesten mínimamente en consultar fuentes verosímiles y constatables y, en consecuencia, incapaces de preguntar lo realmente importante a sus entrevistados, además de reflexionar con un mínimo de consistencia mental.
Llevo leídos los suficientes libros e informes de expertos en medio ambiente y cambio climático como para saber que el planeta parece haber tomado las riendas de su propia existencia y nos exige una revolución distinta de las anteriores —neolítica, industrial y científico-tecnológica— como consecuencia de las barbaridades que la especie humana lleva puestas en práctica hasta ahora. Es como si nos dijese que «o me sacáis del atolladero en que me habéis metido o la diñamos». Sin embargo, continúa habiendo sectores que hacen oídos sordos o son ciegos que no quieren ver y se dicen a sí mismos que todavía podemos seguir creciendo un poquito más como buenos discípulos del capitalismo. Porque —no lo olvidemos— el capitalismo y su «vigoroso hijo», el neoliberalismo, son sinónimos de crecimiento infinito, y la realidad es lo suficientemente terca para insistir en decirles a ese par de reincidentes que está meridianamente demostrado que nuestro planeta no es una tierra sin límites, como creían los antiguos, y que nos parecemos más a una nave espacial con recursos menguados que al paraíso perdido de Milton.
En mi andadura por la farragosa senda de los obstáculos que se le han puesto al medio ambiente a lo largo de cincuenta años, he podido constatar que la situación va de mal en mucho peor. Con todo, es difícil, por muy buena voluntad y energía que poseamos, tener un conocimiento que «rasque» la capa superficial de lo que sabemos. No obstante, si alcanzamos la clarividencia suficiente, llegaremos a descubrir que nuestra especie ha cometido el crimen más aterrador hasta ahora nunca perpetrado, consistente en el envenenamiento progresivamente creciente del planeta sobre el que ha aterrizado. Se trataría del aspecto negativo, si bien hay también uno positivo, si tenemos suerte en el empeño, que consiste en llevar a cabo acciones que detengan dicho envenenamiento.
Lo más terrible, no obstante, es que dicho crimen se está cometiendo ante la monstruosa inercia de nuestros dirigentes, que hace más de cuarenta años que saben la verdad y que tienen amplia información acerca del cataclismo que ha empezado a caernos encima. Incluso hay fecha de «salida» frente al cambio climático: el Protocolo de Kioto (1997), que no sirvió absolutamente para nada, puesto que no solo no se invirtió la curva de emisión de gases de efecto invernadero sino que ni siquiera se estabilizó. Ni una sola COP1, cumbre, conferencia, promesa o compromiso ha impedido que las temperaturas continuasen subiendo de manera cada vez más exagerada y grave, con el consiguiente empeoramiento de las condiciones de todos los seres vivos que pueblan la Tierra.
Nuestro error fue y ha sido creer en la movilización y esfuerzo de los dirigentes, confiar en ellos, pensar que «harían algo» para solucionar nuestros problemas, poner nuestro destino en sus manos… durante demasiado tiempo.
No caímos en la cuenta de que nuestros gobernantes estaban «casados» con multinacionales y potentísimos lobbies del sector agroalimentario, el transporte, la industria agroquímica y la industria textil; por mencionar solo unos pocos…, porque el motivo de dicho «desposorio» es oponerse a cualquier ataque a su dinero, cada vez en mayor cantidad, consistente en billones y billones casi exentos de impuestos y colocados muchos de ellos en paraísos fiscales. «¿Y por qué esa obsesión acumulativa si les faltará tiempo para gastarlo todo?», se podrían preguntar ustedes. Porque, como ya he dicho, el «capitalismo» es sinónimo de «crecimiento» y no hay droga lo bastante potente que detenga y cure ese cáncer. «¿Y de qué forma consiguen que dicho crecimiento no solo persista sino que incluso aumente?», se podrían preguntar ahora. Porque, al otro lado de la barrera, estamos nosotros, que compramos y consumimos cada vez más y de cualquier manera.
Ya que he introducido el término «barrera», quizás sería conveniente que nombráramos a quiénes están a cada lado de esta. Nuestros gobernantes y los potentados que los protegen podrían denominarse «ellos»; la gente como ustedes y como yo —pequeños, grandes, medianos, burgueses, proletarios, desempleados, trabajadores, mujeres, hombres, jóvenes, adolescentes, niños, ancianos, los de izquierdas, los de derechas…— , «nosotros». Para «ellos», nosotros somos una masa informe cuya única actividad consiste en trabajar para consumir. Por supuesto, no nos ven como individuos pensantes y distintos entre sí. No obstante, si han estado cuarenta años ocultándonos información y obligándonos a avanzar a ciegas, de manera inconsciente y crédula, es porque algo se deben temer.
¿Y por qué creen que nos ocultan y guardan en secreto lo que ocurre? ¿Por qué creen que nos manejan mediante la desinformación? Puede haber más de una respuesta. Por un lado, se me ocurre que podría ser una decisión consciente, consecuencia de su miedo a que reaccionásemos y eso frenase el crecimiento infinito, su «Deus ex machina»; por el otro, que actúan como resultado del inmovilismo, inercia, parálisis y anestesia en que les ha sumido el sistema capitalista. De cualquier modo, ambas actitudes son un crimen de extrema gravedad y su manifestación más evidente, un silencio intolerable y una censura informativa de todo tipo a través de los canales habituales, que hoy son tan amplios y perfectamente constatables. En efecto, es casi imposible encontrar datos suficientes, a pesar de una investigación exhaustiva, que nos permitan hacernos una idea de la auténtica realidad. Y aquí no se trata de «interpretación» versus «verdad», sino simple y llanamente de la verdad como aproximación a lo que es científicamente verificable; asimismo, es casi imposible encontrar informaciones actualizadas. En resumen, es más difícil para cualquiera de «nosotros» conseguirlas que encontrar una aguja en un pajar. Y eso por no remitirnos a informes de una vacuidad tan extrema que, al final, por agotamiento o frustración terminamos desistiendo. Así que, nada o casi nada sabemos de los riesgos inmensos que correrá en un futuro próximo —de hecho, está corriéndolos ya— nuestro hermoso y querido planeta. Es decir, nada sabemos de forma minuciosa del daño que todo tipo de industrias y actuaciones capitalistas le están infligiendo a la Tierra.
Y, frente a esta actitud criminal que implica la desinformación, nos encontramos con la presión publicitaria incondicional, sistemática, compulsiva, acosadora y continua de «ellos» para que sigamos comprando cada vez más. No conozco ninguna publicidad que abogue por el «compre usted menos para ser feliz», pero sí aquella que vincula nuestra felicidad exclusivamente a la compra de todo lo que se nos ofrezca y nos consideremos a nosotros mismos y a otros como fracasados y ridículos si no consumimos.
Así pues, «ellos» saben que el tándem desinformación y consumismo nos ha convertido en autómatas incautos y permisivos y ha puesto nuestras vidas en un peligro mortal.
__________________
1 Conferencia de las Partes. Cumbre anual que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático.
Pepa Úbeda
Deja un comentario