Enormes extensiones de Turquía y Grecia están hoy bajo las llamas. Más de 93.000 hectáreas, en diversas islas de esa región y hasta en las afueras de Atenas, quedaron reducidas a cenizas entre el 29 de julio y mediados de agosto. De 2008 a 2020, unas 2.300 hectáreas se incendiaron, como promedio, en agosto de cada año.
La región más fría de la Siberia oriental también explota a paso redoblado. Según la agencia meteorológica rusa Rosguidromet, más de 3,4 millones de hectáreas de bosques se han quemado. Y el fuego continúa a propagarse. El humo y las cenizas recorren 3.000 kilómetros desde la Sajá-Yakutia, epicentro actual del fuego, hasta el Polo Norte, diseñando a su paso un fenómeno nunca antes visto. En el extremo oriente, enormes extensiones de Australia siguen evaporándose bajo las llamas.
Apenas algunas semanas atrás, en julio, la Renania-Palatinado, en el oeste de Alemania, así como la Renania del Norte-Westfalia y zonas de Baviera, se vieron arrasadas por inundaciones con el lastre de centenares de muertos y desaparecidos. Todo con una magnitud desconocida hasta ahora. Los Países Bajos, Bélgica y Suiza vieron sus ríos y lagos desbordados anegando regiones enteras, con el corolario de pérdidas significativas en la infraestructura y la producción agrícola.
Canadá y regiones de Estados Unidos estallaron debido a temperaturas superiores a los 50° y las llamas, incontrolables, causadas por tanto calor. Regiones importantes de España se confrontaron en días pasados a una fuerte ola de calor. Sicilia y Cerdeña, al sur de Italia, registraron la semana pasada, las temperaturas más elevadas de la historia europea (superando los 48 grados centígrados de Atenas en 1977).
También la Amazonia, el año pasado, protagonizó incendios de dimensiones continentales. Los huracanes en serie, más devastadores que nunca en América Central y el Caribe en noviembre-diciembre del 2020, y los tifones trágicos en el Asia lejana, confirman que las condiciones climáticas del planeta entero están empeorando.
Y esta lista es solo escueta. En la actualidad, casi en cada país o región se producen fenómenos climáticos particulares –sequías prolongadas, bajantes de ríos, inundaciones descontroladas, entre muchos otros etc.– resultantes, en gran parte, de las alteraciones aceleradas del ecosistema.
Drama global
Los expertos coinciden en señalar que el clima está cambiando en todos los rincones del planeta a una velocidad sin precedentes. Anticipan, incluso, que algunos de estos cambios, tienen ya consecuencias irreversibles por miles y, aun, cientos de miles de años. El medicamento es simple: solo una acción enérgica y duradera para reducir los gases de efecto invernadero puede limitar el impacto de estas alteraciones.
La segunda semana de agosto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC en inglés) publicó un nuevo informe que demuestra que las emisiones de gases de efecto invernadero resultantes de las actividades humanas son responsables del calentamiento del planeta en un 1.1° grados centígrados entre el periodo 1850-1900 y el presente. Más alarmante aún: predice que, a este ritmo, durante los próximos 20 años la temperatura global continuará recalentando al planeta otros 1.5 grados centígrados o más. Previsiones que anticipan en una década los plazos de deterioro previstos en estudios anteriores.
Según el VI Informe de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que acaba de publicarse en Ginebra, Suiza en 2019 la concentración atmosférica de CO2 fue la más alta en los últimos 2 millones de años. En tanto que la de gas de efecto invernadero fue la más elevada de los últimos 800 mil años. Por otra parte, el aumento acelerado del nivel de los mares y océanos supera todo lo acontecidos en los últimos 3 mil años.
Síntomas principales
Este último informe detalla algunos de los síntomas más corrientes de la enfermedad climática planetaria.
La intensificación del ciclo del agua. Lo que produce lluvias más intensas, y hace que las inundaciones y sequías sean más comunes. Así también, el cambio en los patrones de lluvias. En perspectiva, en las latitudes altas, la precipitación posiblemente aumentará, mientras que se proyecta una disminución en las zonas subtropicales. La precipitación de los monzones variará, siendo diferente en cada región.
Las áreas costeras sufrirán la subida del nivel de las aguas a lo largo del siglo XXI, lo que producirá mayores inundaciones en las zonas más bajas y una creciente erosión. Los fenómenos extremos en las costas, que antes se producían cada cien años, ahora serán anuales.
Por otra parte, este mayor calentamiento amplificará el deshielo de la capa de permafrost y la pérdida de la nieve de temporada, así como el derretimiento de los glaciares y la destrucción de la capa ártica durante el verano.
Los cambios oceánicos conducirán a mayores olas de calor marinas, un aumento en la acidificación del agua y una reducción de los niveles de oxígeno. Modificaciones que se prevén para todo el siglo con graves consecuencias para los ecosistemas marinos.
En los centros urbanos, diferentes aspectos del cambio climático se amplifican a niveles hasta ahora casi desconocidos, como el aumento acelerado de las temperaturas, la frecuencia de las inundaciones por las lluvias y el incremento del nivel del mar en las urbes emplazadas en zonas costeras.
Pareciera que no se hace nada
Este informe también es clave porque presenta el estado actual del conocimiento científico sobre el cambio climático: la evidencia del origen antrópico del calentamiento es cada vez más evidente y cada rincón del planeta se ve seriamente afectado.
Las reflexiones de Sonia Seneviratne, investigadora suiza y coautora del mismo, no dejan de sorprender por su franqueza. Seneviratne llega a la conclusión que, desafortunadamente, el objetivo de limitar el aumento de la temperatura a un 1.5° está cada vez más fuera de alcance. Por esta razón, hay que actuar de inmediato si se quiere evitar superar este umbral.
Para esta experta en clima, que se encuentra entre las más prestigiosas a nivel mundial, una novedad importante del documento de las Naciones Unidas es el reconocimiento de que se han dado eventos extremos – catastróficos— que muy probablemente no hubieran ocurrido sin la influencia humana.
Sin embargo, el aspecto más preocupante es que todos estos cambios excepcionales se corresponden con lo que muchos expertos ya anticipaban. Concretamente, que mientras se preservara el mismo modelo económico y se bloquearan políticas significativas de reducción de emisiones – un escenario ideal de business-as-usual— no podía esperarse otra cosa que un deterioro significativo de las condiciones climáticas planetarias. “Es como si no hubiéramos hecho nada por el clima”, subraya Sonia Seneviratne en una entrevista con swissinfo.ch.
La investigadora que coordinó la elaboración del capítulo sobre “hechos extremos” del Informe, se resiste a aceptar el concepto de “nueva normalidad. Lo esencial, según ella, es estar conscientes de que mientras el calentamiento continúe intensificándose, también estos eventos seguirán intensificándose. Si no se reducen significativamente las emisiones, lo que la tierra experimentará en los próximos diez años será de una magnitud y de una gravedad mucho mayor que la que se observa hoy.
Seneviratne concluye con dos reflexiones torales. Estamos comenzando a presenciar eventos que no hubieran ocurrido sin el calentamiento global. No solo aumenta la frecuencia de las olas de calor y las fuertes lluvias, sino también una serie de trastornos climáticos nunca antes vistos. Por otra parte, estamos observando la presencia de múltiples desastres en una misma región y cataclismos combinados en diferentes regiones. Por ejemplo, Suiza, en 2018, padeció una importante ola de calor extremo que también afectó a muchos otros países de Europa, Asia y América del Norte. Este verano nuevamente se viven realidades extremas, casi simultáneamente, en varias zonas del planeta. Esta multitud de fenómenos simultáneos y en ocasiones en una misma región, dificulta cualquier proceso de adaptación.
¿Prevenir o adaptarse a la crisis climática? Pregunta esencial que comienza a circular en un mundo científico que se reconoce desbordado por el impacto, casi inconmensurable y exponencial, de la crisis climática.
La reflexión de Seneviratne ayuda para situarse. Una mayor precisión en las investigaciones puede facilitar la anticipación de los cataclismos. Pero no hay seguridad alguna de que permita evitar desastres. “El calentamiento es tan rápido, que las medidas de adaptación luchan por mantenerse al día. Se necesitan años para adaptar las infraestructuras e intervenir para que las viviendas sean más resistentes al calor o a las lluvias extremas. Un marco de tiempo que no tenemos”, enfatiza.
Adicionalmente, precisa, debemos rendirnos a la idea de que no seremos capaces de hacer frente a todos los eventos que estamos presenciando ahora: habrá consecuencias negativas incluso si intervenimos con medidas de adaptación. Según esta investigadora, la única opción estratégica para evitar desastres, es la reducción de las emisiones.
El VI Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), fue elaborado por 200 expertos de más de 65 países quienes trabajaron sobre la base de 14.000 publicaciones científicas. La primera parte presenta estudios actualizados sobre la crisis climática y eventuales desarrollos futuros. La segunda parte, que se publicará en febrero del 2022, pondrá el acento en posibles medidas de adaptación. La tercera, sobre la reducción de gases de efecto invernadero, está prevista para marzo del mismo año. Una versión integral en formato sintético se difundirá en septiembre del año venidero.
Desde su creación en 1988, el IPCC ha publicado cinco informes de evaluación científica y numerosos estudios especiales. Es el principal órgano internacional para la evaluación del cambio climático. Fue creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Se propone ofrecer al mundo una visión científica del estado actual de los conocimientos sobre el cambio climático y sus posibles repercusiones medioambientales y socioeconómicas.
Código rojo, mínima esperanza
Un artículo de las Naciones Unidas sobre el Informe del IPCC subraya que “una reducción enérgica y duradera de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero pueden limitar la magnitud del cambio climático”. Según su proyección científica, dicha reducción podría aportar rápidos beneficios para la calidad del aire; de todas maneras, podría tomar entre 20 y 30 años hasta que las temperaturas de la Tierra se estabilizaran.
Este informe, aprobado por los 195 gobiernos que forman parte del citado Grupo, “proporcionan una contribución inestimable a las negociaciones y la toma de decisiones relacionadas con el clima”, enfatiza la ONU. Y reconoce que a menos que haya una inmediata reducción a larga escala de los gases de efecto invernadero, será imposible limitar el aumento de la temperatura media de la Tierra a esa barrera o incluso a la de los 2°.
La humanidad enfrenta un “código rojo”, climático, según las Naciones Unidas. Para los analistas y expertos, los tiempos se acortan y muchos de los daños se acompañan ya del trágico concepto de irreversibilidad.
Todos somos responsables
Dos ironías universales. La primera, que un informe tan dramático, que viene preparándose desde hace años, se publique justo en agosto del 2021, en medio de un planeta en llamas.
La segunda, la doble moral de gobiernos y esferas de poder económico que suscriben un estudio de contenido preocupante, pero casi sin inmutarse ante la urgencia de modificar sus políticas nacionales a fin de adoptar las reducciones necesarias. Reconocen la catástrofe en puerta, pero sin cambiar en nada los caminos ni rectificar las causas que conducen hacia ella.
Miopía terminal que afecta, también, a una parte importante de los habitantes del planeta con poder de consumo. A pesar del grito desesperado de minorías militantes a favor del clima, se multiplican actitudes cotidianas contraproducentes: turistear en las Bahamas, Tailandia, Recife o Tenerife; usar cada día nuestro propio auto hasta para ir tan solo a la esquina; consumir plástico como caramelos; climatizarnos cada instante en el verano o calefaccionarnos con petróleo en el invierno; o bien, depositar las reservas familiares en bancos que invierten fortunas en proyectos antiecológicos.
La Tierra arde y pareciera que no hay código rojo que valga.
Sergio Ferrari, El autor es periodista argentino radicado en Suiza. Acreditado ante el Gobierno suizo en Berna y la ONU en Ginebra.
Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/213466
Foto tomada de: https://www.alainet.org/es/articulo/213466
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