El ex rector de la universidad de los Andes no solo es el remplazo de Sergio Fajardo, sino que hace las veces de mensajero y mensaje de esa parte del establecimiento que se cansó del patriarca antioqueño. Quienes lideran ese movimiento interno, aspiran a devolverle en algo la decencia a la política, y por ese camino, maquillar la desvencijada institucionalidad democrática, dejada así por el obsecuente y fatuo de Iván Duque Márquez.
Las precandidaturas de María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Óscar Iván Zuluaga y Rafael Nieto representan no solo el declive de la secta-partido, sino el inocultable desespero que les produce a todos, la consolidación de la JEP. La señora Cabal, en particular, exhibe un talante político que se aplaude en las entrañas de los uribistas pura sangre, es decir, en la galería. Quizás ese factor sea su propia condena como aspirante presidencial. Sin mayores méritos en la administración del Estado, María Fernanda Cabal quiere ser presidenta para devolver al país a los tiempos en los que su mentor debilitó las instituciones y por poco hace fracasar el equilibrio de poderes. Cercana al mundo castrense, Cabal busca, sin decirlo, volvernos a los tiempos de la Seguridad Democrática.
En esa misma línea van Paloma Valencia y Rafael Nieto, dos uribistas pura sangre que insisten en la tesis negacionista del conflicto armado interno y por ese camino, continuar con la estrategia de perseguir a todo lo que les huela a izquierda y progresismo. Valencia, con su tono ventijuliero, busca parecerse a Uribe, vociferando y manoteando. Solo le falta apelar a las vulgaridades que acompañaron “memorables frases” como “donde lo vea le voy a dar en la cara marica” o “esta llamada la están escuchando esos hijueputas”. Al querer hablar y actuar como Uribe Vélez, la hija de la rancia élite de Popayán, también busca la bendición de militares y policías. En la misma dirección ideológica va Rafael Nieto, quien, por su inexistente carisma, está obligado también a hablar como macho de pueblo. A estas tres fichas de Uribe los une que ninguno tiene un proyecto de país con el que se busque superar problemas estructurales como la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la inequidad. Sin discursos elaborados, estos tres mosqueteros se parecen más al popular Porthos, que al posiblemente más inteligente de los 4 mosqueteros, el reconocido D’Artagnan.
Entre tanto, Óscar Iván Zuluaga, el menos bravo de la camada, intenta recuperar la imagen de un político estudioso de los problemas del país. Habla más como técnico, con la intención de llegarle a los profesionales, en particular a los economistas clásicos y a los agentes de poder económico del país, a los que, por supuesto, está dispuesto a cuidar sus intereses como ningún otro precandidato presidencial.
Así entonces, Uribe Vélez o el 1087985, sabe que de sus precandidatos debe sacar el menos malo, para llegar con algo de fuerza política a transar puestos con Alejandro Gaviria. El hijo de Salgar sabe que su reinado está terminando y de la peor manera. Y es consciente que, con esos 4 mosqueteros, no logrará salvarse del ostracismo al que él mismo se condujo y llevó a su secta. Este último no está en condiciones de rechazar el apoyo electoral y político del uribismo, así sea consciente que él representa la transición que desde el establecimiento se está impulsando para irse desprendiendo del capataz antioqueño que ya está cumpliendo su ciclo como el Gran Fusible de Sarmiento Angulo, del GEA y de otros conglomerados que lo pusieron en la presidencia y lo usaron hasta el cansancio. Veremos qué sucede en el 2022 en este platanal con bandera.
Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo
Foto tomada de: El Espectador
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