Suena complejo pensar en diseñar campañas pedagógicas a nivel mundial, conducentes a que los millones de consumidores del mundo, por un momento, revisen los impulsos que los llevan a querer cambiar cada dos años, vehículos, televisores y celulares, entre otras mercancías. Quizás si se hicieran más durables esos equipos, entonces no habría la pulsión de quererlos cambiar antes de que la obsolescencia programada les ponga fin o empiecen a presentar fallas en su funcionamiento. Así, tanto el consumo enfermizo de mercancías, como la acción intencional de fabricar equipos cuya vida útil ha sido programada por los fabricantes que buscan sobrevivir en un mercado competitivo, son factores que van de la mano y que deberían de hacer parte de la discusión en las cumbres ambientales. En estas suelen asumirse compromisos macros, sin que estos factores hagan parte de las responsabilidades que deben adjudicarse de manera sincera los países desarrollados y los que aún están, equivocadamente, buscando alcanzar esos niveles de desarrollo (desarrollismo).
Sobre el espinoso asunto de la reproducción humana poco se habla por cuanto el sistema capitalista está montado sobre la garantía de que habrá nuevos clientes, es decir, nuevos agentes al servicio del sistema universal de dominación y transformación de los ecosistemas que el ser humano viene consolidando desde tiempos inmemoriales. Si lo que hoy afronta el mundo es una crisis civilizatoria, como lo aseguran varios académicos, entonces lo que hay que revisar a fondo es la condición humana, su presencia dominante, pero sobre todo, sus acciones depredadoras que la hacen ver como una plaga incontrastable. La única capaz de modificar sustancialmente estructuras reproductivas y de romper conexiones sistémicas. No es gratuito que hoy se hable del Antropoceno, como la actual era geológica.
Lo dicho por el secretario de la ONU, Antonio Guterres, debería de concitar discusiones y reflexiones que conduzcan de verdad a revisar la fatal incidencia de una especie que, como la humana, se jacta a diario de haber creado una vida artificial que le ha permitido sobrellevar sus debilidades naturales(biológicas), e imponerse sobre las otras especies, en el marco de acciones conscientes-inconscientes de toma de distancia de la naturaleza y de una histórica negación de su pertenencia a las complejas relaciones rizomáticas que dan vida a eso que llamamos naturaleza.
Guterres señaló que “es el momento de decir basta. Basta de brutalizar la biodiversidad, basta de matarnos a nosotros mismos con carbono, basta de tratar a la naturaleza como una letrina (…) y de cavar nuestra propia tumba“. A pesar de la fuerza semántica, lo dicho por el funcionario de la ONU solo quedará en los registros periodísticos. Y es así, por cuanto hay una inercia civilizatoria que el ser humano ya no maneja y no puede controlar. De esa inercia civilizatoria hacen parte el mercado, el consumo, la reproducción humana y el sistema capitalista. A esos tres factores o elementos hay que sumarle dos más: de un lado, la ciega confianza en que la tecnología servirá para mitigar y enfrentar los problemas generados por las crisis climáticas. Del otro lado, la aspiración de vivir en escenarios tan artificiales, que ya pueda hablarse y situarse en un mundo posnaturaleza. Y para ello, necesitará avanzar en la consolidación de un poshumanismo, lo que nos conducirá, muy seguramente, al nacimiento de un nuevo ser (poshumano) no solo capaz de sobrevivir en medio de difíciles condiciones atmosféricas, sino alejado de cualquier preocupación o angustia ética y moral, por aquellos que no alcanzaron a crear aquellos escenarios alta y tecnológicamente artificiales que les garanticen vivir en condiciones de seguridad y dignidad. Mientras se toma consciencia, la especie humana seguirá convirtiendo el planeta en una maloliente letrina, en un basurero de carros, motos, celulares, llantas, lavadoras e impresoras, entre otras tantas mercancías, sin asumir que se convirtió en una peligrosa plaga. Sin duda alguna, olvidarnos de la fragilidad del ser humano, e ignorar la de los ecosistemas naturales, nos convirtió en una peligrosa especie. Quizás los conflictos, las crisis y los problemas socioambientales y ecológicos que hemos generado se expliquen en virtud a que somos finitos y el sabernos así, es la fuente de nuestros errores al dominar el planeta como lo hemos hecho. Y más complejo se torna esa realidad, cuando es la cultura dominante, la que termina por tapar esos errores, minimizar sus impactos y legitimar las soluciones que la ciencia, la tecnología y la técnica suelen proponer para paliar los daños ambientales.
Germán Ayala Osorio
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