Ya no son los partidos los que por sí mismos definen el formato de la competencia por el poder; son ellas las que determinan la carrera por la presidencia, factor esencial de la disputa democrática.
Las hay de todos los colores y sabores. Se regalan los deseos más fervientes de coherencia y solo dejan ver el lastre inevitable de sus pedestres contradicciones.
Quieren forjar por cierto la unidad, pero apenas evidencian la división múltiple del arco político, el que va de la derecha-derecha hasta la izquierda más radical, el mismo que pasa por los matices más variopintos del así llamado ‘centro’, ese lugar incierto y oscilante, del que todos los candidatos y todas las alianzas, al final, quisieran reivindicarse.
Claro está que la formación de coaliciones obedece a un impulso centrípeto, al acercamiento hacia un núcleo común de acción, para contrarrestar el divisionismo. Pero el proceso es tan solo la expresión, a la inversa, de la fragmentación, de una existencia múltiple de fracciones entre las élites políticas, esa tendencia centrífuga a la emergencia de aspiraciones políticas, cada una bajo su fuerza autónoma.
El bipartidismo dominante en Colombia durante los 16 años del Frente Nacional más los tiempos de su prolongación dio paso, después de la constitución de 1991, a un régimen de coaliciones hegemónicas, previa una etapa corta de dispersión, esa que tuvo lugar en el 2002 con la aparición de más de 20 partidos en la liza electoral.
A lo largo de los 8 años de gobierno de Uribe Vélez el escenario sufre una recomposición y la crisis de los partidos es llenada por una coalición hegemónica que apoya al gobierno e impone sus amplias mayorías en el Congreso; por cierto, bajo el paraguas de un frente alrededor de la seguridad interna. La coalición hegemónica se prolonga, aunque atenuada durante los 8 años de Juan Manuel Santos, ya para entonces, en torno del proceso de paz.
Al término de 16 años de coaliciones hegemónicas (Uribe y Santos), las crisis ya no solo tocan sensiblemente a los viejos partidos, sino que afectan a los nuevos, a los que como la U, han surgido para reemplazarlos; y entonces la fragmentación se prolonga, pero ya sin un centro de gravedad representado por una coalición dominante bajo el influjo del gobierno y de un proyecto catalizador, como en su momento lo fueron alternativamente la seguridad y la paz.
La fragmentación excesiva en el personal político, viejo o nuevo, alternativo o tradicional, queda reflejada en la existencia de 40 candidatos presidenciales, mal contados. Es el efecto de la resta, presente en los segmentos del espectro ideológico, de izquierda, centro o derecha. Traslapado, emerge el efecto contrario, el de la suma, el de agrupar candidaturas en forma de coaliciones, para no sufrir de antemano la derrota en cualquier escenario de competencia electoral.
El resultado naturalmente no ha sido hasta ahora el de una coalición dominante que se dibuje en el horizonte, sino más bien, el de múltiples coaliciones que suman, cada una, caudillos, partidos, clientelas o votos de opinión: un coalicionismo fragmentado, nuevo invento de la política colombiana. No una congregación, sino la segregación de conjuntos fraccionados.
Al agotarse el calendario de las alianzas y los acercamientos, en marzo próximo, ya hay decantadas tres o cuatro coaliciones, cuya metodología de selección para el candidato es el de la consulta interna. Son el Pacto Histórico, el Centro Esperanza, el Equipo Colombia y la Alianza de las Iglesias. Su composición sin embargo debe variar en los próximos tres meses. Se trata de la forjación in working, con nuevas divisiones y con reagrupamientos en ciernes. Divisiones como las que surjan por las peleas que se entablen en razón del encabezamiento en las listas. Y reagrupamientos como los que sean provocados por la escasez de votos en cada aspiración.
Ya los televidentes tuvieron oportunidad de escuchar los piropos y las flores que sotto voce ha lanzado algún miembro de los Esperanzados para referirse a los Galán, hermanos pertenecientes a la misma coalición. Uno de estos, por cierto, ha observado con causticidad justificada que, en esa familia de nuevos parientes, la del centro, se ocupan más de la mecánica de las listas que de las ideas. Por otro lado, es probable que el uribismo, vistas sus dificultades en las encuestas termine por recalar en una de las coaliciones en construcción, quizá la de los alcaldes, un poco más indoctrinaria que las demás, aunque todas se esfuercen por un indoctrinarismo de lo más insípido, a la espera de reclutar más simpatizantes; es algo que también tendrá que hacer el liberalismo, huérfano de una candidatura propia.
De todos modos, las distintas coaliciones, más allá de los discursos de circunstancia, lo que quieren es llegar a la segunda vuelta a toda costa. Pero para ello tendrán antes que destrozarse entre sí. Ese es el juego.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: www.elespectador.com
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