Las altas tasas de desempleo juvenil solo han servido para decir que son el reflejo del desprecio empresarial sobre los jóvenes debido a la falta de experiencia o de compromiso con los cargos, bajo la idea de que los jóvenes abandonan los puestos con frecuencia. Si bien la experiencia es un obstáculo que está impidiendo ampliar la ocupación juvenil, la idea de abandono y rotación no es un patrón que se pueda generalizar a todos los sectores.
La falta de experiencia se ha buscado enfrentar a través de incentivos a la demanda. Para ello se han llevado a cabo reformas en las que se han ofrecido descuentos tributarios o pagos a parte de la nómina, siempre y cuando se contraten jóvenes. Estas políticas, loables desde su espíritu, tienen un problema y es que suponen que las empresas no contratan jóvenes por dichas razones exclusivamente. En consecuencia, se ha creído que la creación de incentivos a la contratación juvenil haría reaccionar la demanda laboral inmediatamente. En otras palabras, se ha supuesto que la demanda laboral juvenil es altamente sensible a los cambios en los costos de contratación de inexpertos.
Lo anterior es muy discutible porque desde antes de la pandemia se ha visto cómo las dinámicas económicas de las empresas se han modificado. Para empezar, es imposible unificar el análisis y tratar a todas las empresas como si fuesen semejantes. Segundo, los cambios en las participaciones sectoriales –desindustrialización– y los nuevos modos de producción, que han llevado a tercerizar procesos y a elevar la contratación de independientes y cuenta propia, han puesto nuevas condiciones en la demanda laboral que van más allá de la inexperiencia juvenil y de la falta de compromiso con los cargos. Sencillamente, estos cambios en los modos de producción atomizaron procesos, estrecharon las plantas de producción y de personal e hicieron creer que una persona con cierta formación ya estaba habilitada para emprender.
La desindustrialización limitó el abastecimiento de ciertos insumos que pasaron a importarse y la falta de compromiso político para diseñar políticas agrícolas que permitieran dinamizar el campo, llevó a que la producción de alimentos fuese una odisea, por eso ahora se prefiere su importación. Desde cualquier punto de vista esta decisión es inaceptable, pues dada la extensión rural del país, la calidad de los suelos, los climas y la experiencia en el manejo de cultivos, era el momento de que el país fuese un proveedor mundial de alimentos y no un importador neto. ¡Si esto no es culpa de las malas políticas implementadas y del interés político para impedir el desarrollo agrícola, debido a que toca corregir la desigualdad de tierras! Entonces, ¿Es culpa de quién?
Por estas razones se fueron estrechando las oportunidades laborales y se produjo migración a la ciudad, aunque este último fenómeno se explica en mayor medida por la violencia. Las empresas se fueron volviendo más pequeñas y frágiles, tanto que el 92% del millón seiscientas mil empresas que tienen registro mercantil, son microempresas, es decir, unidades productivas con menos de 5 trabajadores y bajos activos.
Esta tercerización de procesos ha creado sin duda unos emprendimientos interesantes, pero han sido más los que se han creado con bajo valor agregado y en condiciones muy precarias y sin cumplimiento de normas, es decir, sin registros ni permisos. A esto se le denomina informalidad, categoría que debe ser discutida, pero más allá de esto, lo que se ha creado son mercados muy pequeños, con pocas posibilidades de expansión, mucha competencia microempresarial y en condiciones de encadenamientos productivos indeseables, donde las ventas se hacen con pagos a plazo, pero la responsabilidad de IVA se debe cumplir así no se haya recibido el pago de la factura.
Además de lo anterior, la cartelización de muchos mercados también juega un papel preponderante. Lo mismo que el contrabando y el narcotráfico, que ha permeado múltiples circuitos económicos.
En consecuencia, la falta de oportunidades labores para los jóvenes tiene raíces que van más allá de su inexperiencia o su deseo de estar cambiando de empleo. Estas ideas o narrativas no están ayudando a comprender la dimensión del fenómeno, pero sí contribuyen para que se legisle en función de disminuir salarios o de seguir generando incentivos a la contratación, que no aportan sustantivamente al problema.
Los datos del Dane con corte a noviembre de 2021, muestran que los jóvenes no están buscando empleo. Esto puede explicarse por lo siguiente: i) los jóvenes se están desencantando de buscar, lo cual es muy preocupante y grave. ii) alguna situación se los está impidiendo, puede ser algún empleo informal o de rebusque, lo cual también es muy grave, pues estos no son empleos de calidad, ni dignos o decente. Aquí cabe también el hecho de que estén realizando alguna actividad bajo plataformas. Si es sobre aquellas que se caracterizan en domicilios o transporte, no deberían ser un aspiracional de empleo.
Pero hay más razones que motivan la preocupación. Al comparar el trimestre sept-nov de 2021 con 2020, la ocupación de los jóvenes disminuyó. No tiene mucho sentido que, en el año de la reactivación, como lo han denominado algunos, y en el año donde no hubo cierres de la economía, la ocupación juvenil haya disminuido. Algo debe estar pasando y temo que no es nada bueno.
Finalmente, desde antes de la pandemia algunos hemos llamado la atención en temas como: la estrechez de los mercados para las empresas, los problemas para hacer parte de cadenas productivas, así como las evidentes desconexiones territoriales debido al mal estado de las vías terciarias; en línea con políticas de desarrollo y naturalmente con impacto en el empleo. Un buen programa de empleo debería considerar estos elementos, pues nadie puede negar que, si se mejora la infraestructura vial entre municipios, se facilita la movilidad de personas y productos, especialmente agrícolas, haciendo que se reduzcan los costos y generando nuevas dinámicas entre los territorios. Esto que aparentemente es tan sencillo, todavía no se quieren comprender. La idea de que no hay recursos, no puede seguir limitando el desarrollo y el empleo. Hay que buscar salidas a estos cuellos de botella y las salidas están más allá de la inexperiencia juvenil.
Jorge Coronel López, Economista, Mg. en Economía, Columnista Diario Portafolio
Foto tomada de: RCN Radio
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