El discurso de los polos opuestos murió hace más de treinta años con la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética. Ahora no está en el centro del debate cambiar el capitalismo por otro proyecto de sociedad. La discusión política, social y económica gira en torno a más o menos mercado, más o menos Estado, menos democracia representativa más democracia participativa, menos individualismo más colectividad, menos economía extractiva más economía del conocimiento, más derechos para las mayorías y no solo para las minorías.
Incluso, el discurso de los partidos comunistas es ahora sobre los derechos, la equidad, la defensa y el desarrollo de la producción nacional para actuar con capacidades propias en el comercio internacional.
A secas, la Tierra es un planeta capitalista con estrategias diseñadas por una minoría de políticos y de trimillonarios para controlar el Estado y la sociedad en todas sus manifestaciones, en detrimento de las inmensas mayorías, incluso de los mismos Estados que son sus obedientes servidores. Un país de ingreso medio es más pequeño que cualquiera de los más gigantescos conglomerados empresariales. Por ejemplo, Amazon, invierte en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) más que América Latina, sin Brasil, o que Canadá, España, los Países Bajos o las Naciones escandinavas, y genera tantos empleos directos como la población de una ciudad de 600.000 habitantes.
Así, la protesta social para superar las enormes asimetrías, inequidades y destrucción de los ecosistemas naturales, son las nuevas banderas. Sin embargo, en la mayoría de casos es neutralizada luego de importantes victorias menores.
Es muy pronto para que surja un nuevo tipo de sociedad cuando hace apenas treinta años se acabó la utopía marxista. En la medida que el vacío de una oposición al capitalismo no ha sido reemplazada por otra propuesta de sociedad, ese vacío ha permitido que el capitalismo actúe con plena libertad, y para defenderlo en sus expresiones más mezquinas, está la ultra derecha.
El planeta está regido por un sistema económico global que gobierna todas las instancias de la vida de las personas y de los Estados. Es lo que el ser humano ha creado, impuesto y perfeccionado con cosas buenas, regulares o malas. Los intentos por crear un sistema distinto, fracasaron.
En los pocos países que han insistido o tomado un camino diferente, los resultados son desastrosos, con excepción de Cuba que ha sobrevivido y realizado cosas muy buenas, otras no, y no sabemos cómo sería ese modelo sin el bloqueo de los Estados Unidos. China se declara comunista, pero su sistema económico es capitalista. Se puede recorrer el globo y se encontrará que todo lo rigen las fuerzas del mercado, en lo económico, social, institucional y político, con normas y reglas de juego a través de una densa red de organismos internacionales que están supeditados al poder del gran capital internacional y de las grandes potencias. Los demás países están para votar a favor de que digan aquellos y tomarse la foto de falsas sonrisas.
Así, el discurso de la ultraderecha latinoamericana y en particular de la colombiana, sobre los peligros del comunismo, del socialismo, del castrochavismo, del madurismo, es un discurso delirante, irracional y perverso para sostener un sistema de atraso, inequidad y violencia. La ultraderecha no reconoce otras experiencias exitosas, como Lula en Brasil, la Concertación en Chile, Mujica en Uruguay, incluso, Correa en Ecuador, los cuales no han sido más que procesos de izquierda, centro izquierda o social demócratas, como se quieran llamar, pero no son comunistas ni otra barbaridad que la derecha y la ultraderecha defensoras de un capitalismo depredador, se puedan imaginar.
Han sido modelos sociales de mercado, es decir, que reconocen el capitalismo pues nunca han atentado contra la propiedad privada ni han intentado estatizar la producción, ni cosa parecida. Incluso, en Chile lo hicieron sin derrumbar el neoliberalismo que bloqueó un sistema más justo, sostenible, equitativo, de oportunidades para todos y no solo para unos pocos. Por haber sido social demócratas en lo político y neoliberales en lo económico fue la razón por la cual se produjo la revolución pacífica de unos jóvenes maravillosos que el mundo mira con asombro y admiración.
De esta manera, pensar que la izquierda de Colombia gobernaría en contra del capitalismo, y que va a imponer un modelo económico de ultra izquierda o socialista, es una estupidez, porque ni existe ni es posible puesto que el mundo vive un periodo de incertidumbre, por tanto, ni siquiera se puede hablar de transición, debido al cambio climático y tecnológico, a las inequidades globales producidas por el capitalismo de los últimos treinta años, y por tensos cambios que están sucediendo en la geopolítica mundial.
En este contexto, el discurso de la ultra derecha que articula neoliberalismo y neofascismo, es un discurso fuera de los debates que vienen. La ultraderecha es una defensa de lo más negativo sucedido en el último siglo, y ese pasado no puede ser ni el presente ni el futuro de una nación y de la humanidad. El discurso del miedo y de la estupidez sumió a Colombia en dos largos periodos de violencia y asiste al nacimiento de un tercero sin que el segundo se hubiera cerrado.
En las elecciones que se avecinan, un candidato y un precandidato abrazan el discurso de la ultraderecha. En los primeros debates se constata en las ideas que comunica Oscar Iván Zuluaga contra la paz y su básico esquema económico, y Fico en la misma línea de un conservatismo ultra radical, sin conocer aún que piensan otros, como Alex Char, que se presume del mismo talante porque es del Equipo por Colombia.
Es una diatriba vacía, porque no se puede llamar narrativa, con una carga de deformación y de superficialidad afianzado en el ataque a las ideas de otros sin mostrar las propias para entender como superarían los problemas de un sistema de múltiples subsistemas interconectados que sufre una falla multisistémica, tal cual le ocurre a una persona cuyo organismo colapsa por la cantidad de patologías que lo aquejan.
El discurso de la sinrazón se soporta en una eficaz propaganda. Son anti intelectuales por definición pues son lo contrario a una sociedad libre en la cual la palabra se escucha porque la ciudadanía piensa, se empodera, participa y decide. Su discurso sobre el desarrollo no existe. El arte, la cultura, la ciencia, la tecnología, tienen un margen estrecho de expresión y desarrollo. Jamás están en un conversatorio con pensadores, porque sus discursos son irreales con “enemigos” que solo existen en su fanatismo.
Tienen un jerarca: en Colombia, Uribe, en Chile, Pinochet, con la diferencia que aquel perdió la cordura, y el segundo se concentró en crear la sociedad perfecta, ilusión que duró cerca de medio siglo. En Brasil, Bolsonaro y Temer neutralizaron el proyecto nacional de desarrollo que implementaron Lula y Dilma. En Ecuador bloquearon a Correa, en Bolivia lo intentaron, pero no pudieron. Trump ganó, sin embargo, en la derrota generó una crisis institucional descomunal. La historia de la nueva ultraderecha es larga, pero no se perpetúa, en Colombia sí, es su desgracia. Una oportunidad son las elecciones del 2022 para lograr una transición a través de una unión que supere las ligeras diferencias que existen entre el centro y la izquierda.
La ultra derecha esgrime un discurso victimizante. Pero tiene una concepción del orden público que abusa y deforma los instrumentos constitucionales para reprimir la protesta social, darle un marco legal que ampare los genocidios que se cometen con el amparo del Estado, captura las instituciones de control y de justicia, toma recursos públicos a través de leyes que se saben inconstitucionales, como los cambios a la ley de garantías o el nuevo estatuto de seguridad ciudadana para impedir la protesta social.
La ultra derecha se declara nacionalista para imponer su concepto de seguridad, su concepción de la inversión, de crecimiento y del conocimiento que se debe estimular y cual conocimiento se debe prohibir.
Al final, el objetivo es un pensamiento único que perpetúa la inequidad y defiende la acumulación de una minoría insensible a las angustias, necesidades y sueños de los demás. Para ello imponen el miedo a través de la más cruenta violencia.
Jaime Acosta Puertas
Foto tomada de: Caracol.com.co
Luis Gonzálezrubio Ibarra says
Excelente columna,más claro no canta un gallo. La ultraderecha seguirá saboteando cualquier intento de lucha por conseguir un estado más igualitario por parte de demócratas estudiosos e inteligentes.