Ciertamente, las coaliciones configuran plataformas para el ejercicio y conquista del poder. Ahora bien, ellas surgen habitualmente de la alianza entre los partidos políticos. En Colombia, por artes de birlibirloque, no sucede igual; no nacen de la existencia de partidos, no al menos de partidos serios. En este caso, hay caudillos, o individuos que creen serlo, y votantes, pero no emergen de los partidos que establezcan un nudo, un vínculo sólido y duradero, entre políticos y electores.
Por este motivo, los “caudillos” arman esas coaliciones en función de las consultas internas. Así suman votos, a la vez que organizan una competencia entre ellos, casi un simulacro, eso sí, validado y regulado por el Estado y por la ley. De paso se ganan un espacio para hacer agitación, conquistar reconocimiento y recorrer las calles con sus megáfonos y volantes.
Como el objetivo común es el sumar clientelas particulares y franjas de opinión para sacar adelante un candidato con fuerza competitiva, tienen que ampliar el número de precandidatos. Pero están obligados a hacerlo solo hasta cierto punto, no vaya a suceder que incurran en una exagerada dispersión, enemiga de la eficacia; o no ocurra que terminen por atraer a un outsider, una especie de entrometido, en condiciones de alterar sustancialmente el juego de equilibrios internos. Es el dilema que por cierto enfrenta toda coalición, tanto si está en el gobierno, como si solo está en la pelea electoral. Un dilema que presiona a los miembros de una coalición a conseguir en la acción política una suerte de “óptimo de Pareto”, ese punto de equilibrio propio de la economía: ni muy poco ni muy muy; es decir, la cantidad suficiente para lograr una productividad adecuada, sin una extensión dañina que desfigure el “emprendimiento”.
Pues es el mismo dilema, la misma encrucijada, que ha tenido que encarar la alianza de los exalcaldes o Equipo de la Experiencia, ante la OPA u operación para compra de propiedad accionaria (solo por hablar en términos bursátiles) que le lanzó Oscar Iván Zuluaga del uribismo, dispuesto a comprar inicialmente un paquete sustancioso de acciones en dicha coalición para participar de su consulta interna; una practica parecida a la que ejercieron los banqueros Gilinski al ofrecer la adquisición de algunas empresas del GEA, antes conocido como Sindicato Antioqueño.
La oferta de Zuluaga era tentadora porque significaba un engrosamiento del caudal electoral; pero era así mismo “peligrosa” porque el nuevo miembro o adquiriente del paquete de acciones podía hacerse a la propiedad del “sindicato” entero, ya no de Antioquia, sino de los alcaldes con experiencia; con lo cual los arrastraría de una vez a un campo de identidad ideológica y política, nada propicio para la estrategia con la cual estaban dispuestos a proyectarse.
De ahí que la reacción de algunos miembros del emprendimiento electoral llamado Equipo de la Experiencia no se hiciese esperar. Juan Carlos Echeverry, exministro de Hacienda y exgerente de Ecopetrol, conocedor por tanto del mercado bursátil, rechazo semejante oferta de “compra accionaria”, sencillamente porque el comprador o nuevo miembro de la coalición -Oscar Iván Zuluaga- podría alzarse sin muchas dificultades con el triunfo en esa competencia “interna”.
Otra respuesta negativa la espetó por su lado Alex Char, exalcalde de Barranquilla y aliado por años de Germán Vargas Lleras. Su razonamiento fue más elíptico, más al sesgo, quizá, pues recordó que el Equipo de la Experiencia no deseaba ubicarse al lado de un agente polarizador. La idea sin embargo era como agua que llegaba al mismo destino, el no aceptar la OPA (la propuesta de ingreso) del uribismo, ya que muy seguramente rompería el equilibrio interior de la coalición y pondría a esta última como vagón de arrastre del expresidente Uribe Vélez, en una circunstancia en la que el exalcalde de Barranquilla alimenta sus expectativas en el sentido de hacerse a esa candidatura. Con toda evidencia, la oferta del uribismo no era la de inyectar capital, sino la de controlar la “empresa”, en un golpe maestro, precisamente por no estar pasando por un momento de fuerte acumulación de capital, dicho eso en términos electorales; sino al contrario por estar atravesando una coyuntura de divorcio con la opinión. Era por lo visto el del candidato del Centro Democrático, un lance de pokerista diestro, la mira puesta en coronar una doble victoria.
Ahora le tocará competir solo, sin la seguridad de llegar a la segunda vuelta; es decir, sin la garantía de enfrentar en esa última instancia a Petro, el rey de las encuestas hasta hoy.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: El Colombiano
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