En una nueva entrevista exclusiva para la revista Truthout, realizada por su estrecho colaborador C. J. Polychroniou, sobre la actual crisis entre Rusia y Ucrania, Noam Chomsky esboza cuáles son los peligros mortales de la intransigencia de los Estados Unidos sobre el ingreso de Ucrania en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aun cuando los principales aliados occidentales han vetado ya anteriores esfuerzos de los Estados Unidos en esa dirección. También trata de arrojar algo de luz sobre las razones por las que los republicanos norteamericanos parecen estar hoy divididos respecto a Rusia.
La siguiente transcripción ha sido ligeramente editada por razones de extensión y claridad.
Las tensiones siguen aumentando entre Rusia y Ucrania, y hay poco espacio para el optimismo, ya que la oferta de los Estados Unidos para la desescalada no satisface ninguna de las demandas de seguridad de Rusia. Por lo tanto, ¿no sería más exacto decir que la crisis fronteriza entre Rusia y Ucrania se deriva en realidad de la intransigente posición de los Estados Unidos sobre la pertenencia de Ucrania a la OTAN? En ese mismo contexto, ¿es difícil imaginar cuál habría sido la respuesta de Washington en el hipotético caso de que México quisiera unirse a una alianza militar impulsada por Moscú?
Apenas sí hace falta que nos detengamos en esta última cuestión. Ningún país se atrevería a dar ese paso en lo que el Secretario de Guerra del ex presidente Franklin Delano Roosevelt, Henry Stimson, llamó “nuestra pequeña región de por acá”, cuando condenaba todas las esferas de influencia (excepto la nuestra, que en realidad no se limita al hemisferio occidental). El [actual] Secretario de Estado, Antony Blinken, no es menos inflexible hoy en día al condenar la pretensión de Rusia de mantener una “esfera de influencia”, concepto que rechazamos firmemente (con las mismas reservas).
Hubo, por supuesto, un caso famoso en el que un país de nuestra pequeña región estuvo a punto de establecer una alianza militar con Rusia, la crisis de los misiles de 1962. Las circunstancias, sin embargo, eran muy distintas a las de Ucrania. El presidente John F. Kennedy estaba intensificando su guerra terrorista contra Cuba hasta amenazar con una invasión; Ucrania, en cambio, afronta amenazas como resultado de su posible adhesión a una alianza militar hostil. La imprudente decisión del líder soviético Nikita Jruschev de dotar a Cuba de misiles fue también un esfuerzo por rectificar ligeramente la enorme preponderancia de la fuerza militar estadounidense después de que JFK respondiera a la oferta de Jruschev de reducir mutuamente las armas ofensivas con la mayor acumulación militar de la historia en tiempos de paz, aunque Estados Unidos ya estaba muy adelantado. Ya sabemos a lo que condujo eso.
Las tensiones en torno a Ucrania son extremadamente graves, con la concentración de fuerzas militares de Rusia en las fronteras de Ucrania. La postura rusa lleva siendo bastante explícita desde hace tiempo. El ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, la expuso claramente en su conferencia de prensa en las Naciones Unidas: “La cuestión principal estriba en nuestra clara postura sobre lo inadmisible de una mayor expansión de la OTAN hacia el Este y el despliegue de armas de ataque que podrían amenazar el territorio de la Federación Rusa”. Lo mismo reiteró poco después Putin, como ya había dicho a menudo con anterioridad.
Hay una forma sencilla de abordar el despliegue de armas: no desplegarlas. No hay justificación para hacerlo. Estados Unidos puede alegar que son defensivas, pero Rusia seguramente no lo ve así, y con razón.
La cuestión de una mayor expansión es más compleja. La cuestión se remonta a más de treinta años atrás, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se estaba derrumbando. Hubo amplias negociaciones entre Rusia, los Estados Unidos y Alemania (la cuestión central era la unificación alemana.) Se presentaron dos visiones. El líder soviético Mijail Gorbachov propuso un sistema de seguridad euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok sin bloques militares. Estados Unidos lo rechazó: la OTAN permanece, y el Pacto de Varsovia de Rusia desaparece.
Por razones obvias, la reunificación alemana dentro de una alianza militar hostil no es asunto menor para Rusia. Sin embargo, Gorbachov aceptó, con una contrapartida: nada de expansión al Este. El presidente George H. W. Bush y el secretario de Estado James Baker estuvieron de acuerdo. En palabras de ambos a Gorbachov: “No sólo para la Unión Soviética, sino también para otros países europeos, es importante tener garantías de que si los Estados Unidos mantienen su presencia en Alemania dentro del marco de la OTAN, ni una pulgada de la actual jurisdicción militar de la OTAN se extenderá en dirección al Este”.
“Este” significaba Alemania del Este. Nadie pensaba en nada más allá, al menos en público. En eso estaban de acuerdo todas las partes. Los líderes alemanes fueron aún más explícitos al respecto. Estaban encantados con el mero hecho de contar con el acuerdo ruso para la unificación, y lo último que querían eran nuevos problemas.
Hay una amplia investigación académica sobre el asunto – la de Mary Sarotte, Joshua Shifrinson y otros- que debate exactamente quién dijo qué, qué quiso decir, cuál es su estatus, etc. Es un trabajo interesante y esclarecedor, pero a lo que se reduce, cuando el polvo se asienta, es a lo que he citado de los documentos desclasificados.
El presidente George H.W. Bush cumplió prácticamente con estos compromisos. Lo mismo hizo el Presidente Bill Clinton al principio, hasta 1999, el 50 aniversario de la OTAN; con un ojo puesto en el voto polaco en las siguientes elecciones, según han especulado algunos. Admitió a Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN. El presidente George W. Bush -el adorable abuelo bobalicón al que celebraba la prensa en el vigésimo aniversario de su invasión de Afganistán- eliminó todas las restricciones. Incorporó a los estados bálticos y a otros. En 2008, invitó a Ucrania a entrar en la OTAN, metiendo al oso el dedo en el ojo. Ucrania es el corazón geoestratégico de Rusia, aparte de las íntimas relaciones históricas y de una extensa población orientada a Rusia. Alemania y Francia vetaron la imprudente invitación de Bush, pero esta sigue todavía sobre la mesa. Ningún líder ruso la aceptaría; desde luego, Gorbachov, no, tal como dejó claro.
Como en el caso del despliegue de armas ofensivas en la frontera rusa, hay una respuesta directa. Ucrania puede tener el mismo estatus que Austria y dos países nórdicos durante toda la Guerra Fría: neutral, pero estrechamente vinculado a Occidente y bastante seguro, parte de la Unión Europea en la medida en que decidan serlo.
Los Estados Unidos rechazan obstinadamente este resultado, proclamando con altivez su apasionada dedicación a la soberanía de las naciones, que no puede infringirse: debe respetarse el derecho de Ucrania a entrar en la OTAN. Esta postura de principios puede ser alabada en los Estados Unidos, pero seguramente está provocando fuertes carcajadas en gran parte del mundo, incluido el Kremlin. El mundo no ignora nuestra inspiradora dedicación a la soberanía, principalmente en aquellos tres casos que enfurecieron especialmente a Rusia: Irak, Libia y Kosovo-Serbia.
No es necesario hablar de Irak: la agresión estadounidense enfureció a casi todo el mundo. Los ataques de la OTAN a Libia y Serbia, un bofetón ambos en la cara de Rusia durante su fuerte declive en los años 90, se revisten de honestos términos humanitarios en la propaganda norteamericana. Todo ello se disuelve rápidamente al ser objeto de examen, como se ha documentado ampliamente en otros lugares. Y no hace falta revisar el rico historial de veneración de los Estados Unidos por la soberanía de las naciones.
A veces se afirma que la pertenencia a la OTAN aumenta la seguridad de Polonia y otros países. Se puede argumentar con mucha más fuerza que la pertenencia a la OTAN amenaza su seguridad al acrecentar las tensiones. El historiador Richard Sakwa, especialista en Europa Oriental, observó que “la existencia de la OTAN se justificó por la necesidad de gestionar las amenazas provocadas por su ampliación”, un juicio plausible.
Hay mucho más que decir acerca de Ucrania y de cómo afrontar la peligrosa y creciente crisis que allí se vive, pero quizás esto sea suficiente para sugerir que no hay necesidad de inflamar la situación y pasar a lo que bien podría convertirse en una guerra catastrófica.
Hay, de hecho, una cualidad surrealista en el rechazo de los Estados Unidos a la neutralidad al estilo austriaco para Ucrania. Los responsables políticos de los Estados Unidos saben perfectamente que la admisión de Ucrania en la OTAN no es opción en un futuro previsible. Podemos, por supuesto, dejar de lado las ridículas posturas sobre la santidad de la soberanía. Así que, en aras de un principio en el que no creen ni por un momento, y en pos de un objetivo que saben inalcanzable, los Estados Unidos se arriesgan a lo que puede convertirse en una traumática catástrofe. A primera vista, parece ininteligible, pero hay cálculos imperiales plausibles.
Cabe preguntarse por qué Putin ha adoptado una postura tan beligerante sobre el terreno. Hay una industria casera que intenta resolver este misterio: ¿es un loco? ¿Planea obligar a Europa a convertirse en un satélite ruso? ¿Qué anda tramando?
Una forma de averiguarlo es escuchar lo que dice: durante años, Putin ha tratado de inducir a los Estados Unidos a prestar cierta atención a las peticiones que él y el ministro de Asuntos Exteriores Lavrov repetían, en vano. Una posibilidad es que la demostración de fuerza sea una forma de lograr este objetivo. Así lo han sugerido analistas bien informados.
Si es así, parece haber tenido éxito, al menos de forma limitada.
Alemania y Francia ya han vetado anteriores esfuerzos de los Estados Unidos por ofrecer la adhesión a Ucrania. Entonces, ¿por qué los Estados Unidos andan tan interesados en la expansión de la OTAN al Este, hasta el punto de considerar inminente una invasión rusa de Ucrania, aun cuando los propios líderes ucranianos no parecen pensar así? ¿Y desde cuándo Ucrania ha pasado a representar un faro de democracia?
Resulta de verdad curioso observar lo que está ocurriendo. Los Estados Unidos están avivando enérgicamente las llamas, mientras que Ucrania les piden que frenen el tono de la retórica. Si bien hay mucho revuelo acerca de por qué ese demonio de Putin está actuando como lo hace, los motivos de los Estados Unidos rara vez son objeto de examen. La razón es bien conocida: los motivos de los Estados Unidos son, por definición, nobles, aun cuando sus esfuerzos por llevarlos a la práctica sean quizás erróneos.
Sin embargo, la cuestión podría merecer alguna reflexión, al menos por parte de “los salvajes entre bastidores”, por tomar la frase del ex consejero de Seguridad Nacional McGeorge Bundy, refiriéndose a aquellas incorregibles figuras que se atreven a someter a Washington a los baremos aplicados en otros lugares.
Una posible respuesta la sugiere un famoso lema sobre la finalidad de la OTAN: mantener a Rusia fuera, a Alemania bajo control y a los Estados Unidos dentro. Rusia está fuera, muy fuera. Alemania está controlada. Lo que queda es la cuestión de si los Estados Unidos estarán en Europa, más exactamente, de si deberían figurar al mando. No todos han aceptado tranquilamente este principio de los asuntos mundiales; entre ellos se encontraba Charles de Gaulle, que avanzó su concepto de Europa desde el Atlántico hasta los Urales; la Ostpolitik del excanciller alemán Willy Brandt, y el presidente francés Emmanuel Macron, con sus actuales iniciativas diplomáticas, que están causando mucho disgusto en Washington.
Si la crisis ucraniana se resuelve pacíficamente, será un asunto europeo, que rompa con la concepción “atlantista” posterior a la Segunda Guerra Mundial, la cual sitúa a los Estados Unidos firmemente en el asiento del conductor. Podría ser incluso un precedente para otros movimientos tendentes a la independencia europea, tal vez incluso a la visión de Gorbachov. Con la iniciativa china del Cinturón y la Ruta que irrumpe desde Oriente, surgen cuestiones de orden global mucho más amplias.
Como casi siempre en el pasado cuando se trata de asuntos exteriores, asistimos un frenesí bipartidista en torno a Ucrania. Sin embargo, mientras los republicanos del Congreso apremian al presidente Joe Biden a adoptar una postura más agresiva hacia Rusia, la base protofascista cuestiona la línea del partido. ¿Por qué, y qué nos dice la división en torno a Ucrania entre los republicanos de lo que les está pasando a los republicanos?
No se puede hablar fácilmente del Partido Republicano actual como si fuera un auténtico partido político que participa en una democracia que funciona. Es más adecuada la descripción de la organización como “una insurgencia radical, ideológicamente extrema, que desprecia los hechos y el compromiso, y que desestima la legitimidad de su oposición política”. Esta caracterización de los analistas políticos Thomas Mann y Norman Ornstein del American Enterprise es de hace una década, antes de Donald Trump. A estas alturas está muy desfasada. De las siglas de “GOP” [“Grand Old Party”, el “viejo y gran partido”] lo que queda es la “O”.
Yo no sé si la base popular que Trump ha azuzado hasta convertirla en un culto de adoración se está cuestionando la postura agresiva de los líderes republicanos, o si les importa siquiera. Las pruebas son escasas. Las principales figuras de la derecha estrechamente relacionadas con el Partido Republicano se están moviendo bastante a la derecha de la opinión europea, y de la postura de aquellos que esperan mantener alguna apariencia de democracia en los EE.UU. Están yendo incluso más allá de Trump en su apoyo entusiasta a la “democracia antiliberal” del presidente húngaro Viktor Orban, ensalzándola por salvar la civilización occidental, nada menos.
Esta efusiva bienvenida al desmantelamiento de la democracia por parte de Orban podría traer a la cabeza los elogios al líder fascista italiano Benito Mussolini por haber “salvado la civilización europea [de modo que] el mérito que el fascismo ha ganado así para sí mismo vivirá eternamente en la historia”; pensamiento del venerado fundador del movimiento neoliberal que ha reinado durante los últimos cuarenta, Ludwig von Mises, en su clásico de 1927, Liberalismo.
El comentarista de Fox News, Tucker Carlson, ha sido el más franco de los entusiastas. Muchos senadores republicanos le siguen la corriente o afirman desconocer lo que hace Orban, una notable confesión de analfabetismo en la cúspide del poder mundial. El muy apreciado senador Charles Grassley afirma que conoce Hungría sólo por las exposiciones televisivas de Carlson, a las que da su aprobación. Dichas actuaciones nos dicen mucho sobre la insurgencia radical. En cuanto a Ucrania, rompiendo con el liderazgo del GOP, Carlson pregunta por qué tendríamos que adoptar una posición cualquiera en una disputa entre “países extranjeros a los que no les importan nada los Estados Unidos”.
Sea cual fuere la opinión de cada uno sobre los asuntos internacionales, está claro que hemos dejado muy atrás el ámbito del discurso racional, y nos estamos adentrando en un territorio con una historia poco atractiva, por decirlo suavemente.
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