Tono, como lo conocían sus íntimos, entre ellos el filósofo Fernando Savater, quien lo consideraba un sabio, un pensador, un teórico de repercusiones prácticas, fue profesor de Filosofía del Derecho y Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED hasta que se jubiló en 2013. Murió a los ochenta años y siempre dispuso en su botiquín de drogas, o de un Smith and Wesson, en el nochero, para apurar la muerte por si acaso la vida no le permitía terminar con dignidad su paso por el cosmos, un digno apagarse de todo, un sueño eterno mientras la vida se reorganiza, reciclando mis restos, decía.
Para Antonio, autor de Mi Ibiza privada, (Espasa 2019) esta villa donde escogió morir, fue un icono de la contracultura española y europea de los años sesenta-setenta. Allí fundó la discoteca Amnesia, a la que llamaba El Taller del olvido, para experimentar con drogas, que administraban amigos suyos, hippies de entonces, circunstancia que no fue bien recibida por la mafia corso-marsellesa que se lo quitó de en medio en 1983, mediante un montaje infame en connivencia con la policía que terminaron enviándolo a la cárcel, en Cuenca. La injusta condena que le impusieron los jueces se la redujeron en un tercio, pues a criterio de los mismos, la acusación en su contra la definieron como un delito en grado de tentativa imposible.
El autor de Caos y orden, Espasa 2009, hizo del estudio de las drogas su principal objeto de estudio. Su obra más importante, dentro de su amplia y reconocida bibliografía, Historia General de las Drogas, Espasa 1986, a la que le dedicó alrededor de tres décadas de rigurosa investigación la terminó entre rejas.
Historia General de las Drogas, libro único por su precisión y profundidad, es una verdadera enciclopedia de 1542 páginas, un minucioso recorrido del uso de drogas desde los tiempos más remotos de la vida de la especie humana sobre la tierra, en sus aspectos sociológicos, culturales, históricos, políticos, religiosos, alimenticios, que incluye su apartado sobre la Fenomenología de las Drogas, un tratado científico del uso de drogas y su domesticación, es decir, de su uso apropiado, que empieza con el epígrafe de un autor anónimo:
“De la piel para adentro empieza mi exclusiva jurisdicción. Elijo yo aquello que pueda o no cruzar esa frontera. Soy un estado soberano, y los lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los lindes políticos de cualquier país”.
Escohotado sostenía, basado en Paracelso -todas las cosas tienen veneno, y no hay nada que no lo tenga. Si una cosa es veneno o no, depende de la dosis- que es propio de todas las drogas ser venenosas o tóxicas. La aspirina, por ejemplo, puede ser mortal para los adultos a partir de tres gramos, la quinina a partir de bastante menos y el cianuro de potasio desde una décima de gramo.
Sin embargo, lo tóxico o envenenador de una cosa no es nunca esa cosa abstractamente, sino ciertas proporciones de ella, conforme a una medida. Conceptualidad que viene desde la Antigüedad, concentrada en la palabra griega phármakon, que indica remedio y veneno. No una cosa u otra, sino las dos, inseparablemente. Cura y amenaza se solicitan recíprocamente en este orden de cosas. Unos fármacos serán más tóxicos y otros menos, pero ninguno será sustancia inocua o mera ponzoña.
De ahí la enorme utilidad que extraemos de la aspirina, de la quinina y el cianuro, a pesar de sus peligros. La proporción que hay entre cantidad necesaria para obrar el efecto deseado y cantidad suficiente para cortar el hilo de la vida se denomina margen de seguridad en cada droga.
Del arbusto de coca en la civilización andina afirma en su Historia General (Pag.115) que “excavaciones hechas en Ecuador muestran que la experiencia humana con el arbusto de coca tiene como mínimo cinco milenios de antigüedad. No obstante, los testimonios ´civilizados´ más antiguos sobre el uso de fármacos se vinculan a la cultura chavín, -cultura del antiguo Perú- florecimiento acontece hacia el siglo X antes de Cristo.
Leyendo a Escohotado se llega a la clara y contundente conclusión de cómo, estos países, en virtud de las enormes limitaciones de sus dirigencias políticas, han caído en la trampa de la guerra contra las drogas que le han causado un inmenso daño. Toda América Latina, pero especialmente Colombia, sufren sus corrosivas consecuencias. Es cada vez más evidente que las zonas de fronteras y especialmente la que compartimos con Venezuela es territorio de nadie y donde un conflicto militar binacional es posible, ahora atizado por los vientos cruzados que viene del complicado ajedrez político internacional.
El país está entrando, o entró ya, en una fase muy parecida a la época anterior al Acuerdo de Paz con las FARC. (Tercer ciclo de violencia lo llama el investigador Francisco Gutiérrez Sanín). Ya no transitamos los caminos de la que fue una paz posible con el que fue el principal grupo guerrillero del país, sino los de una guerra acentuada y sangrienta que ya también se insinúa en las ciudades.
Todo alentado principalmente por el narcotráfico y la ilegalidad de las drogas, negocio que campea por campos y ciudades casi que impunemente. No hay región de Colombia, donde prácticamente todos los días la prensa y la televisión nacional no registre un crimen de un líder social, de un dirigente ambiental, de un líder indígena; una masacre, un atentado, donde caen hombres, mujeres, niños, niñas, policías, miembros del ejército, guerrilleros de cualquier bandería.
Escohotado era un convencido de que la fuerza de sus argumentos científicos en pro de su legalización terminará imponiéndose, como ya de hecho sucede, especialmente con la marihuana, en buena parte del mundo. En el entretanto, mucha sangre seguirá corriendo detrás de esta enorme estupidez. Y mucho me temo, que, en estas horas calientes del mundo, los Estados Unidos -como lo han hecho los imperios en otras épocas, utilizará la guerra contra las drogas como instrumentos de coerción contra naciones y pueblos- reservándose, en esta área del mundo, la carta marcada de la guerra contra las drogas como un arma en el conflicto global que amenaza su supremacía.
Los que se ilusionaron que con el atribulado presidente Biden habría otro enfoque que conduciría al final de la guerra contra las drogas deberán observar que su buena intencionada ilusión se esfuma en medio de una cruda confrontación.
Quienes pensamos y profesamos por la causa de la legalidad de las drogas como un elemento central para alcanzar la paz, vigorizar de la democracia y garantizar el libre albedrío, hemos perdido, con la partida de Antonio Escohotado, un faro luminoso que nos va hacer mucha falta en lo que resta de esta lucha por establecer la verdad en torno a un mega relato perverso.
Fernando Guerra Rincón
Foto tomada de: El Confidencial
LUIS BEDREDÍN CARVAJAL CELEMÍN says
Ciertamwente Escohotado es el gran pensador de las drogas. Y de la lucha por su legalización. Pero al comentarista se le olvidan las demás obras filosóficas y sobre todo el libro Los enemigos del comercio, un estudio que pone a pensar sobre las izquierdas y las derechas en el mundo y sobre todo en América Latina. Pasó Esohotado de ser un miembro del troskismo a un connotado defensor del pensamiento liberal. Vale la pena conocer su biografía.