Aunque el proceso electoral que acaba de vivir el país no fue para elegir gobernantes sino legisladores, nos orienta sobre lo que puede ocurrir en las elecciones presidenciales del próximo 29 de mayo. Los demócratas del país celebramos que se empiece a avizorar un connato de transformación, menos contundente del que soñábamos algunos, pero que sin duda implica el despertar de una parte del país que empieza a entender que no puede seguir siendo gobernada por los mismos de siempre, que se aventura a emprender un camino al cambio y que ha renovado ilusiones y esperanzas.
Las denuncias de fraude no se han hecho esperar pues las cifras del preconteo no parecen coincidir con la realidad de lo que viene viviendo el país desde antes de la pandemia, ni con la votación importante que, aparentemente, pone a Gustavo Petro, tras la consulta interna de los partidos, como el seguro Presidente de los colombianos en las elecciones del próximo 29 de mayo.
Desde 2019 las expresiones de descontento de una gran parte de la población han sido la constante; esos sectores vieron representadas sus reivindicaciones en los proyectos de los sectores políticos no tradicionales y por eso se esperaban diez millones de votos que, hasta donde ha informado la Registraduría, no se obtuvieron, ni siquiera sumando el total de votos obtenidos en la consulta del Pacto Histórico (5.573.894)[2] con el total de votos de la coalición Centro Esperanza (2.158.575), lo que no es consistente con el rechazo mayoritario al gobierno de Iván Duque cuya impopularidad es de más del 70%.
El escrutinio empieza a mostrar que las denuncias de fraude tienen fundamento. El día siguiente de las elecciones la Registraduría no había informado sobre 1.079 mesas, en 23.072 mesas se presentó doble contabilización de votos y en 29.425 mesas, un poco más del 26% del total de mesas del país, no hubo un solo voto por el Pacto Histórico[3] que fue la fuerza política más votada del país, lo que resulta completamente imposible de creer. En redes sociales, ciudadanos que oficiaron como jurados han expresado sorpresa por los resultados pues señalan que en sus mesas se presentaron irregularidades y veedores electorales dan cuenta de que incluso en la disposición de los tarjetones en las mesas se pretendió invisibilizar los del Pacto Histórico.
Por fraude, ignorancia, indiferencia y miedo, los partidos alternativos no lograron la mayoría necesaria en el Congreso a pesar del crecimiento importante en el número de curules, que constituye un avance significativo de las fuerzas de izquierda, por primera vez en la historia del país.
Sin embargo, para lograr la primera magistratura será necesario que las lecciones de este proceso electoral realmente sean aprendidas y haya un nivel de grandeza suficiente de los líderes políticos, para entender que primero está una nación que ha sido sojuzgada, explotada, vilipendiada y llevada a extremos de violencia y miseria, que las ambiciones de cada uno de ellos.
La coalición Centro Esperanza, que muchos pensaron que sería la vencedora, tiene entre los participantes en la consulta, el común denominador de estar contra el crimen y la corrupción con los que ha gobernado la extrema derecha. Por lo menos teóricamente. Y eso, que es positivo, permite un acercamiento al progresismo que, con planteamientos audaces, deberá buscar alianzas. Si no hay reacomodación y consolidación dentro de esa coalición y una orientación clara a sus votantes, está llamada a desaparecer del espectro político.
Un primer acto de grandeza sería el reconocimiento por parte de Sergio Fajardo de que su triunfo es más bien una derrota y que con la escasa votación obtenida debería declinar su aspiración y sumarse a las fuerzas progresistas porque para él es ya imposible llegar a la Presidencia. En tal sentido, los demás líderes de la coalición deberían entender que su pugnacidad con Gustavo Petro no le sirve a nadie. Y grandeza necesitan todos para entender que sus votantes no quieren más uribismo, que desean cambios, unos más que otros, y que es su responsabilidad histórica responder a sus aspiraciones.
Grandeza y entendimiento se requiere también por parte de los votantes progresistas que no ven con buenos ojos las alianzas con políticos que no sean de su entraña y que amenazan con retirarse del Pacto si hay alianza con el liberalismo, que es urgente y necesaria, creando confusión y división entre sus propios militantes. Francia Márquez ha demostrado su estatura cuando ha manifestado que su aspiración es cambiar el país y no ser vicepresidenta. Ella, que tuvo más votos que el candidato de Centro Esperanza y se convirtió en el fenómeno electoral del 13 de marzo, está dispuesta a trabajar por el bien común más que a figurar.
Una segunda lección tiene que ver con la manera de hacer política que llega en el país a extremos insospechados de bajeza como cuando una candidata, que se presenta a sí misma como defensora de la transparencia y moderada (que ha dicho que las mujeres “se hacen violar”) enrostra a su más fuerte contendor con burlas por haberlo visto llorando alguna vez. Entre las expresiones “polarización”, “castrochavismo”, “terrorista”, “guerrillero”, “nos va a convertir en Venezuela” (donde no hay asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos humanos ni masacres permanentes), se han adelantado las últimas campañas. Algunos de los líderes de los proyectos alternativos cayeron, lamentablemente, en el lenguaje pugnaz y provocador que nada construye y que sí genera resquemores y distancias. Si no se deponen ahora y se acercan desde aspectos que a todos los unen, como la lucha contra el crimen y la corrupción, no habrá futuro posible.
Polarización, en política, es el fenómeno por el cual la opinión pública se divide en dos extremos opuestos. No está mal el estar en el extremo de luchar por los derechos económicos y sociales para la población desposeída, el entender que debe cuidarse el agua y el entorno, el propender por la vida y la paz. Esas propuestas, completamente ajustadas a la Constitución Política, han sido consideradas como de “extrema izquierda” y están en el polo opuesto de los que quieren la continuidad de la guerra y de las condiciones de desigualdad y de miseria. Sobre esos aspectos nadie que se diga moderado o alternativo debería estar en contra, ni llamar, despectivamente, “polarizador” a quien las plantea.
Lecciones de dignidad requerimos los colombianos para entender que está primero la sociedad, defender los intereses colectivos y la soberanía de la Nación que el interés personal y la indiferencia social. La ignorancia, la ausencia de solidaridad social y la información distorsionada han contribuido en el pasado a que el pueblo elija a sus verdugos. Hoy estamos en un momento determinante para escoger entre la posibilidad de comenzar una ruta de cambio o la de seguir transitando por el abismo al que la derecha ha llevado al país. Creo que merecemos lo primero y no lo segundo. Merecemos como Nación una vida de dignidad y de paz. Seremos capaces de deponer los egos? De sacrificar ambiciones? Lo serán nuestros líderes? Tendremos, por fin, los gobernantes que de verdad merecemos? Que sea así.
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[1] Representante del pensamiento conservador en contra de las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa.
[2] Página web de la Registraduría Nacional del Estado Civil
[3] Cuenta oficial de Twitter de Gustavo Petro
María Consuelo del Río Mantilla, Abogada, docente universitaria y defensora de derechos humanos
Foto tomada de: El Comercio Perú
Adela Monsalve says
Gracias, Doctora Ma. Consuelo, por su interesante e ilustrador artículo.
Ana Dolores Castro Rojas says
Excelente como siempre mi amiga, maestra Dra María Consuelo del Río. Tan prosefesionaal y contundente.
Gustavo Marroquin says
Argumentos solidos, con enfoque serio y altruista.