La disputa entre los dos partidos tradicionales, herederos del siglo XIX, simplemente colapsó; desapareció al soplo mágico de las mutaciones que ha experimentado la llamada opinión pública. Después de 150 años de bipartidismo, el enfrentamiento; y a la vez el pactismo; entre liberales y conservadores, pasó radicalmente a un segundo plano, un lugar tan penumbroso que en este 2022, ya ninguna de las dos grandes familias partidistas presentó candidato propio.
Esta pérdida doble de hegemonía dio paso a una notable fractura en la representación de las élites. Como después de un penoso y pequeño sismo, de un resquebrajamiento múltiple, la arena política fue ocupada de pronto por facciones, cuya emergencia asumió el formato de un multipartidismo, con nuevos protagonistas, todos ellos dispuestos a competir por el mercado abierto de consumidores políticos (o electores), cuyas añejas identidades se descosían a jirones o se desvanecían, mientras otras se les superponían.
Diluidas muchas de las lealtades partidistas, se abrieron a fortiori las compuertas dentro del sistema para que se extendiera el voto de opinión; claro, a menudo capturado por los agentes políticos que, siendo aparentemente renovadores, se mantenían fieles al statu-quo.
Los votantes de opinión – los no amarrados a una clientela – se asociaron al comienzo tímidamente con candidaturas de izquierda, sobre todo, luego del proceso de paz con el M-19. Eso sí, lo hicieron con mayor decisión, respecto de candidatos independientes – fueran de izquierda o de centro – cuando se trató de campañas para las alcaldías.
La paz y las actitudes políticas
Ahora bien, un desplazamiento considerable, en realidad masivo, hacia candidatos alternativos, particularmente de izquierda, tuvo lugar a continuación del Acuerdo de Paz en 2016 con las FARC; un acuerdo que en la percepción de los votantes de opinión seguramente significó el divorcio consumado entre la política y las armas; desde luego, cuando quiera que las personas se vieran empujadas a pensar en un cambio social.
Que la violencia ya no hiciese parte sustancial de un proyecto, por lo demás perturbador, para las transformaciones en la sociedad, disipaba los temores de un electorado cada vez más independiente, frente al fantasma de la subversión armada. Por cierto, conjuraba las identificaciones subliminales que se operaban sicológicamente, cuando llegaba a confundir la presencia de esa subversión armada con las opciones de izquierda. Para ese electorado, votar por esta última ya no sería un hecho que cargara con el fardo de una apuesta indirecta por la lucha armada; siempre a sabiendas de los riesgos que ésta entrañaba para las clases medias y bajas; y no únicamente para las más ricas.
Así, para 2018, por primera vez en la historia contemporánea, una propuesta que se presentaba bajo el signo de la izquierda, la de Gustavo Petro, alcanzaría la cifra de 8 millones de votos. Con lo cual, este tipo de alternativas, conseguía por primera vez situarse como la otra mitad dentro del espectro político, al menos en lo que concierne a la carrera por la presidencia.
La ebullición social, por no hablar ya del estallido y la protesta, dada una crisis larvada de las expectativas, a su vez originada en un crecimiento de la economía con interrupciones y desigualdades, ha sido un primer factor en las mutaciones que han experimentado los comportamientos, las actitudes y percepciones; y que a su turno sufren su transposición al mundo de las inclinaciones políticas, Por lo demás, son procesos que han coincidido con la disolución de las identidades partidistas; algo a lo que se añadieron dos situaciones institucionales de impacto; esto es, la elección de alcaldes, desde 1988 y el proceso de paz.
Todos ellos fueron elementos que contribuyeron poderosamente al cambio en el paisaje político; y a que dicha transformación de la marcha sociopolítica preparara el camino para esta coyuntura de alcance histórico en la que se configura una confrontación entre la izquierda y la derecha, en lugar de una disputa ancestral entre las élites conservadoras y liberales, cuya dinámica servía de imán para atraer la simpatía de la masa empobrecida e incluso la voluntad de movimientos que se pretendían alternativos.
Una coyuntura en la que, como por azar, no solo se descomponen las divisiones partidistas tradicionales, sino en la que es posible por primera vez un ascenso al poder de contra- élites vinculadas con sectores sociales subalternos, con franjas populares y con clases medias urbanas de índole progresista.
Ricardo García Duarte
Foto tomada de: El Colombiano
LUIS ALBERTO HERRERA MONTERO says
Excelente análisis amigo Ricardo