Se consolidó con 8.550.000 votos el fenómeno electoral de Gustavo Petro, este personaje convertido en una especie de outsider paradójicamente veterano. Los acontecimientos vinieron a sumar a la competencia un recién llegado outsider, Rodolfo Hernández, competidor que aceleró su galope en el tramo final de esa primera vuelta, empujando desde atrás, para dejar estupefacto a todos los espectadores al conquistar la segunda plaza, a pesar de que en la prolongada disputa siempre guardó un lejano tercer lugar.
LOS OUTSIDERS OCUPAN EL TERRENO
Para el diccionario Webster, outsider es el competidor con pocas chances de ganar; y que además no es suficientemente aceptado dentro de un grupo determinado. Aunque Petro y Rodolfo no sean totalmente outsiders porque han participado en el juego, lo son de cierta manera porque desafían al resto de competidores desde fuera del conjunto de protagonistas que aceptan la lógica de la competencia tradicional.
Las cosas sucedieron, al estilo de Borges, como si dos fuerzas subterráneas, inasibles, en distintos tiempos, con diferentes ritmos, se desplazaran para provocar el encuentro agonal entre dos adversarios que nunca se visualizaron entre sí; con lo cual propiciaron de paso una lenta pero telúrica subversión del paisaje político, ese que estaba trazado como una herencia ineludible desde el siglo XIX por los partidos políticos.
Una arena definida por la lucha entre dos outsiders, no salidos de las líneas estructurantes del sistema de competencia tradicional, altera por completo el formato en el que los agentes políticos se enfrentan por el poder. De hecho, desconfigura el régimen de partidocracia atenuada en el país. Y digo atenuada porque ya los partidos no controlan las altas Cortes ni las Universidades públicas, como antes; pero dominan el espacio de la representación política y los mecanismos claves de las decisiones colectiva.
Este régimen de partidocracia atenuada ha quedado golpeado en su espina dorsal; y lo ha sido por el revés que han sufrido los partidos del statu-quo, los que constituyen la representación y componen las coaliciones en las que se apoya el ejercicio del gobierno.
Ya el candidato Petro, con su proyecto de una izquierda alternativa, les había sustraído el 40% del electorado susceptible de ser representado. Ahora, el aspirante Rodolfo ha vencido directamente a los partidos convencionales, al sobrepasar a Fico, el candidato apoyado por los cinco partidos que sumados son dominantes en el juego político. Me refiero al liberal y al conservador, las rancias y decimonónicas familias políticas; además, al uribista Centro Democrático, al partido de la U y a Cambio Radical, el aparato partidista de Germán Vargas Lleras, dirigente que nunca ofreció un respaldo explícito pero que permitió a uno de sus alfiles fungir como el jefe de debate del ex-alcalde de Medellín.
De esa manera, el resultado del 29 de mayo representa un doble hecho político; a saber: el triunfo desconcertante de Rodolfo Hernández y la derrota de los partidos del Establecimiento, sin dejar de incluir la de los expresidentes que en un concierto anacrónico rodearon al candidato Fico Gutiérrez.
SUMAS Y RESTAS EN LA PRIMERA VUELTA
La derrota de Fico Gutiérrez, ya no solamente a manos de Gustavo Petro, lo que estaba en las cuentas de todos; sino a manos de Rodolfo Hernández, algo que no entraba en los cálculos de casi nadie; significa, sin más, que el ex-alcalde de Medellín no pudo llenar el bache existente entre sus votos en campaña y los que estaban representados por la totalidad de los partidos que le brindaban su apoyo.
El agregado de estos últimos, según el resultado de las parlamentarias del 13 de marzo, era de casi 10 millones. Fico en las encuestas más creíbles se estancó en el 23%, cifra traducible en 5.000.000, cantidad obtenida finalmente por él.
Es decir, no logró conquistar los otros 5 millones de sufragios electorales, potencialmente ganables por haber estado en la bolsa de los partidos, una votación latente, que por otra parte no desertó rumbo a la abstención, sino que manifiestamente se desplazó hacia las toldas del ex-alcalde de Bucaramanga, un competidor que partía prácticamente de cero; y que por lo visto terminó recogiendo la cosecha de los votantes partidistas, no convencidos por Fico, a los que se agregaron los nuevos electores, llegados de las canteras de la abstención, algo que se evidencia en los incrementos que hubo en una participación en ascenso que subió hasta el porcentaje poco usual del 55%.
Así, 5 millones de ciudadanos activos que intervienen rutinariamente bajo los marcos del partidismo tradicional, con todo lo que abriga de tutelajes y patrimonialismos, abandonaron, al menos momentáneamente, las disciplinas partidistas, en un efecto de lo que Max Weber llamaría la “representación libre”, al tiempo que eso sí se dejaban seducir por la figura de Rodolfo Hernández con un discurso centrado en la anti-corrupción, en la lucha contra esa “ robadera”, como él mismo la llama, agenciada por politiqueros y burócrata, en un sesgo retórico que lo hace ver cómo una suerte de sujeto de la anti- política; dueño además de una jerga y un tono rústicos, herramienta que le ha sido útil para su sintonía con amplios sectores populares. Se configura de ese modo una sublevación pacífica y silenciosa contra la aún vigente partidocracia en Colombia.
Es la generalización de un quiebre intenso en las lealtades partidistas. Por algo, no han faltado los observadores que suman los 8 millones y medio de Petro y los 6 millones de Rodolfo, dos candidatos externos al sistema de gobierno, para destacar que en realidad el 72% del electorado conforma una masa de votantes que milita en la oposición al gobierno y en general a lo que en el mundo anglosajón denominan el establishment.
Dicho de un modo más preciso: es un mar de electores que pasan por la experiencia de ver debilitadas sus lealtades primarias. Con lo cual, el juego democrático fluye hacia una transición, eso sí, llena de incertidumbres( más pluralismo o más caudillismos), pero en todo caso con la perspectiva de encontrar nuevas formas de representación, opuestas al clientelismo, al sectarismo y a la corrupción; así mismo, implica para los retadores y para las contra-élites en busca del poder la posibilidad de construir liderazgos más solidarios y menos egoístas, abrasados por la pasión de la transformación y la justicia social, algo que no está garantizado pero que no deja de ser probable.
LA RECTA FINAL
Entre las lealtades quebradizas, como el lago de hielo al paso de las caballerías en el IVAN el Terrible de Eisenstein; y la emergencia de contra-élites, favorables al cambio, al menos como imaginario ético y social; por cierto, marca de identidades, en medio de todo ello, toma forma el cuadro político, el marco social, en el que cursa la preparación de la lid en la que se trenzan los dos contendientes, no salidos de los rangos convencionales en el sistema de partidos.
El telón de fondo muestra simbólicamente el reguero de cadáveres políticos, de heridos y “quemados” de la batalla que acaba de pasar; también es lienzo tétrico de los apabullados, el de las siluetas borrosas, las de los jefes tradicionales y sus lugartenientes, levantándose, resurrección de muertos vivientes, en busca de algún carro triunfante para engancharse a su rastra. Y en el punto de fuga, en el trasfondo de la perspectiva, como en una pintura de Velázquez, se adivina la puerta de la luz distante, por donde saldrá el gobierno de Iván Duque y su cortejo, no sin volver la cabeza en una despedida, entre melancólica y patética.
Y en el horizonte, la línea de las aspiraciones del poder, la que exige la rápida reorganización de los efectivos, la modulación del discurso, con las intenciones y las proclamas puestas en el votante del centro dentro del espectro político; ah, y por encima de todo, las preocupaciones orientadas hacia la movilización de esos electores de opinión que hoy son legión, ya sin muchas adscripciones partidistas, valederas para esta cita en las urnas presidenciales.
Para que uno de los dos candidatos outsiders gane, y así conquiste el gobierno, debe conseguir el apoyo de 10 millones y medio de votos.
El ingeniero Rodolfo, armado con su retórica básica y coloquial, pero eficaz, debiera atraer 5 millones adicionales de ciudadanos, la mayor parte de los cuales, ha estado en las filas de Fico, el perdedor, todos ellos, especialmente refractarios frente al nombre de Gustavo Petro.
Este último, a su turno, tiene el reto de seducir por lo menos a otros dos millones de electores, algunos también provenientes de la votación de Fico, no muchos; y otros, venidos de la abstención, lo que significa un esfuerzo de atracción especial, a fin de sustraerlos del hechizo representado en el ex-alcalde de Bucaramanga.
Ambos pues tienen la posibilidad de obtener el triunfo, pues no hay todavía ganador seguro. El escenario es inédito y trae nuevas dinámicas, sobre todo una gran fluidez.
La verdad es que, gane el uno o el otro, llega para enfrentar grandes problemas socio-económicos; además de que tendrá por delante dificultades torticeras en materia de gobernabilidad, precisamente porque esos partidos derrotados, aún existen y dominan el Congreso, institución indispensable en las decisiones esenciales del gobierno; en particular, cuando se trate de reformas importantes, cuya concreción no será nada evidente sin el concurso de unas mayorías parlamentarias.
Será más cómodo llegar al gobierno, que mantenerse con holgura en él. En otras palabras: serán más factible, en medio de esta transición de comportamientos y liderazgos, ganar elecciones que gobernar.
Ricardo García
Foto tomada de: El País
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