Sin haberse posesionado aún, el presidente Petro ha dado mensajes claros de cómo enfrentar las problemáticas y se empieza a respirar un aire de esperanza. Las designaciones ministeriales que ha anunciado, todas de personas con capacidades técnicas y solvencia en el conocimiento, los mensajes contundentes de reformas que se avecinan y su llamado a la unidad nacional empiezan a fijar el derrotero de lo que va a ser el gobierno de la política del amor. Pero el odio está ahí.
Lo que hemos vivido las y los colombianos (as) es la política del odio. Una clase poderosa y discriminadora, y la violencia como respuesta a la pobreza y exclusión dejaron una evidente huella social con una incidencia de tal envergadura, que las contradicciones y conflictos se gestionan de la peor manera en la vida familiar y comunitaria. Ni los que participaron de manera directa en el conflicto ni los que no lo hicieron son inmunes a los efectos devastadores de esa política del odio que se enraizó hasta hacer parte del imaginario colectivo que, pese a múltiples esfuerzos, aún perdura.
Los resultados electorales que dieron el triunfo a Gustavo Petro tienen votos de odio al establecimiento y lo mismo ha de decirse de los diez millones de votos que obtuvo Rodolfo Hernández, no por sus propuestas sino, en gran parte, por odio a la izquierda, al comunismo y a la misma figura del presidente electo.
Odio revelan también muchas manifestaciones que se leen en redes sociales en relación con el informe entregado recientemente por la Comisión de la Verdad, sin que nadie lo haya leído, odio a la Jurisdicción Especial para la Paz, odio a la posibilidad de reconciliación, odio al nuevo gobierno que no ha comenzado.
Ese legado de odio, tan diestramente manejado por el uribismo para convertir la sociedad en un campo de guerra permanente, es el peor reto para el presidente del Pacto Histórico. Su llamado a la unidad nacional ha sido entendido por los que odian, como un simple reparto clientelista de la torta burocrática, pues no pueden concebir la construcción de una sociedad en que prime la confianza y el interés -que debería ser común- de mayor equidad, de transparencia, de inclusión.
La unidad nacional que propone Gustavo Petro está concebida desde lo que él denomina la política del amor cuyo concepto causa gracia a los “odiadores” profesionales que no conciben lazos de confianza o respeto social y consideran que en la democracia la oposición consiste en mentir, destruir y asesinar a quien piensa diferente. La democracia implica pluralidad de pensamientos y opiniones y, por supuesto, una oposición razonada en la que no pueden caber los crímenes.
El gran cuestionamiento es cómo vencer el odio, cómo lograr que la tolerancia y la empatía se vuelvan una forma de vivir, cómo ese equipo de gobierno que se está empezando a construir tenga la sabiduría de anteponer a cualquier interés minoritario, la generosidad que está implícita en buscar una unidad nacional al servicio de todos, una unidad en el entendimiento de la verdadera dimensión de la política del amor, que no es otra que el servicio a los excluidos de siempre, a los vulnerables, a los que nunca han tenido voz ni posibilidades.
Los retos económicos, agrarios, productivos, ambientales, de impunidad y todos los demás de un país asolado por la guerra y la corrupción desproporcionada tienen soluciones técnicas y los logros se podrán ver, algunos en un corto plazo y otros en un mediano y largo plazo. La superación del odio quizás tarde, tal vez más de una generación, pero las bases para que eso sea posible serán del gobierno que comienza el 7 de agosto. Sus ejecutorias, su transparencia, su coherencia, su servicio a toda la sociedad colombiana, tendrán la capacidad de comenzar a transformar el odio en otra clase de sentimientos.
En la bella canción “por quien merece amor”, del canta autor Silvio Rodríguez, hay una frase que apunta muy bien a lo que en muchas alocuciones ha expresado el presidente electo: “mi amor el más enamorado es del más olvidado en su antiguo dolor…”. Será el trabajo mancomunado de su equipo de gobierno el que empiece a cambiar mentes y sentimientos y no haya nadie excluido ni olvidado.
Miles de personas esperan que el proyecto político del Pacto Histórico fracase, que las matanzas y crímenes sean perpetuos, que el negocio del tráfico de armas para la guerra continúe floreciendo, que el derecho a la vida y a la dignidad continúen mancillados, que no haya unidad nacional jamás. Millones de personas tenemos esperanza en las transformaciones sociales que serán determinantes en el cambio de mentalidad y de conciencia, en la posibilidad de confiar en el otro, en que las condiciones sociales de existencia determinarán una narrativa diferente a la del odio, en que la política del amor genere una nueva cultura.
Con la grave situación del país que recibe Gustavo Petro ni el más insensato puede pretender que haya soluciones mágicas y menos aún en el tema del odio irracional que mueve el actuar de mucha gente.
Pero está permitido soñar y aportar para construir otra Colombia libre de odio, en la que haya unidad nacional.
María Consuelo del Río Mantilla, Abogada y defensora de derechos humanos
Foto tomada de: El País
Mario López says
Excelente artículo sobre lo que es la unidad y la descripción del odio y del fanatismo sin argumentos, es un llamado a la sensatez ha escuchar al otro, en oensar en un mejor futuro mis felicitaciones por este oportuno articulo para ver otro horizonte
Marcó A Velenzuela says
Buena columna la de la Dra del Río al identificar los retos que tendrá el nuevo presidente, el más grande el odio. Es odio al contrario, al que pensara distinto, odio que le dio muchos réditos políticos a Uribe, pero que deja a una sociedad enferma que va ser difícil de gobernar.