“Colombia hará su énfasis internacional en alcanzar los acuerdos más ambiciosos posibles para frenar el cambio climático y defender la Paz mundial. No estamos con la guerra. Estamos con la Vida”. Del discurso de posesión presidencial de Gustavo Petro Urrego
Colombia ha sido sinónimo de fatalidad. La figura garciamarquiana de las estirpes condenadas que no tendrían una segunda oportunidad sobre la tierra es certera para describir al pueblo colombiano. Y como acto de liberación de un destino aciago fue la posesión presidencial de Petro en la plaza de Bolívar de la capital colombiana: Toda una fiesta.
Fue un carnaval con todos los colores, ritmos, y etnias de la nación, que encontrándose en la plaza de homenaje al libertador se miraban, acaso por primera vez, como hermanos. Parecía bullir por la alegría el abrazo de nuestros pueblos ancestrales y raizales con los jóvenes citadinos de la primera línea; el de los veteranos de la paz, antiguos insurgentes, con tantas organizaciones de víctimas; las asociaciones de trabajadores con los grupos de creadores del arte y la cultura… varias generaciones del pueblo colombiano dijeron ¡presente! en aquel lugar donde se lanzaba una nueva apuesta colectiva al futuro, en torno a la espada de nuestro padre Bolívar, que como el mismo futuro, había sido secuestrada por un régimen agónico pretendiendo usurpar el mando. Que el primer acto de gobierno del presidente Petro sea mandar a traer la espada libertaria otorgó un más de simbolismo a la reliquia, a la ceremonia, y a la esperanza renaciente del pueblo.
También fue un plus a la fiesta que se dio en diversos parques de la capital, y de los municipios colombianos: después de tanto padecer hay razón para celebrar. Pero no sólo fue fiesta en Colombia, sino en muchos rincones del mundo, especialmente donde recalaron los compatriotas que la condena macondiana arrojó al destierro. Sin embargo, la celebración llegó más allá de la diáspora colombiana, porque la posesión de Gustavo Petro alegró los corazones de millones de latinoamericanos, y los de ciudadanos en todo el mundo.
No vive la humanidad un buen momento. Tras dejar el siglo más sangriento de la historia universal, las amenazas de la peste, del hambre, y de la guerra, se combinan con la del cambio climático y tornan posible el exterminio de la especie humana, y de la vida misma en el planeta. Podría agregarse a los anteriores jinetes del apocalipsis la ausencia de multilateralidad en las relaciones internacionales, que potencia a los demás.
Organismos como Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos, OEA, y hasta la misma Unión Europea hoy presentan causales de disolución, y su ineficacia alienta el filibusterismo internacional, donde quien dispare más fuerte y más rápido asaltará al más débil. Tampoco se vislumbran liderazgos fuertes que suplan el vacío de multilateralidad.
En el continente la crisis de la OEA y de los pactos subregionales es calamitosa. Como lo señaló el entrante Presidente en su posesión: la pandemia del COVID desnudó la ineficacia de estos aparatos. Buena parte de la paupérrima gestión fue culpa del gobierno colombiano que, sobornado por las multinacionales de medicamentos, torpedeó los pocos intentos por dar una respuesta global a la amenaza sanitaria. La pandemia fue un fracaso colectivo.
También mostró impotencia de la economía de mercado para resolver los problemas de las naciones, y como las deficiencias del modelo extendieron la pobreza a dimensiones insólitas, tanto en cantidad como en calidad, borrando con ello los avances que en ciencia y tecnología ha logrado la humanidad, al hacerlos inalcanzables para las grandes masas. Si el avance de la pobreza en el mundo y en América es alarmante, en Colombia se llegó a indicadores de países parias.
Porque otro de los síntomas de mal tiempo es la crisis institucional que las derechas políticas fanatizadas ha ocasionado en buena parte del mundo, liderados por personajes de sainete como Donald Trump y Boris Johnson, y remedados en esta parte del mundo por fantoches como Jair Bolsonaro e Iván Duque, que desconocieron la separación de poderes, hicieron ineficaz la justicia, y convirtieron la administración pública en cueva de ladrones, desvirtuando la misión de lo público.
Queda de lo anterior el sufrimiento exacerbado de multitudes mordidas por el hambre, por la enfermedad, y por el abandono institucional, que se degradan en ciudades también degradadas, que cuando los pobres no pueden cuidar de su entorno este decae. Se volvieron paisaje el éxodo de despojados que como parias deambulan solitarios o en caravanas buscando donde la vida sea posible.
Los Estados Unidos sufren de una erosión institucional muy fuerte, agravada por la debilidad interna del presidente Biden, y no alcanza a reparar los mecanismos multilaterales, ni a ejercer un liderazgo global. Tampoco lo lograron liderazgos más fuertes, como el de Barack Obama. Se ve impotente para contener la presencia rusa y china en América Latina, y hasta para emprender un diálogo multilateral en el continente.
En un contexto de múltiples crisis que se cruzan, con amenazas recesión económica y de guerra mundial, la posesión de Gustavo Petro como presidente de Colombia, resulta refrescante: no es un personaje despreciable para la comunidad internacional como su antecesor.
Petro es un economista serio, hasta sus opositores lo respetan en ese campo, y ejerce un liderazgo global en temas ambientales y sociales. Siempre se ha mostrado como promotor de la paz, y en momentos en que el mundo se desquicia en aventuras militares, resulta saludable tener en la presidencia a alguien que no está obsesionado con matar gente como algunos antecesores. Esa es una garantía no sólo para el continente sino para el mundo entero: América Latina es la región más pacífica del mundo, excepto por las guerras civiles colombianas que el presidente Petro ofrece acabar. No inicia la presidencia amenazando a los vecinos, sino ofreciendo restablecer las relaciones rotas por gobiernos irresponsables, y se espera que las Fuerzas Armadas colombianas dejen de ser una escuela de sicarios internacionales. Mantener la paz en el subcontinente es gran ganancia.
La gran dificultad colombiana en el manejo de las relaciones con los EEUU ha sido superar el tema del narcotráfico, desnarcotizar la diplomacia. Con el diálogo planteado por Petro a Biden, y al mundo entero, sobre hacer frente común contra el cambio climático, se da un gran paso. Además, transforma los mecanismos internacionales no en entes limosneros sino en auténtica cooperación en una causa global.
No se ve que los EEUU abandonen su relacionamiento con el resto del continente mediante certificaciones (en democracia, DDHH, y lucha contra el narcotráfico), pero, seremos despojados del título de “Caín de América”, y eso es superar una fatalidad.
José Darío Castrillón Orozco
Blanca Echeverri says
Tenemos mucha ESPERANZA, muchos SUEÑOS y como lo afirmó ante sus ministros: “ustedes sintieron lo que pasó ahí afuera y lo que esperan de nosotros”. Así es y no pueden ser inferiores a esos sueños y a esa esperanza. Excelente artículo, como siempre Darío.
JOSE CRUZ says
Mr parece muy importante la apreciacion que se hace en este articulo, muy real, definitivamente en nuestro pais Colombia comenzo a escribirse una nueva historia, la historia de la nieva Colombia, la Colombia del pueblo y para el pueblo, del pais qie soñamos, stras quedan mas de doscientos años de terrorismo de estado de tortura y saqueo a nuestro pais, salimos de un secuestro, comenzamos una nueva vida, una nueva Colombia, la Colombia del pueblo y para el pueblo
Luis carlos gomez carvajal says
Excelente escrito ahi vamos reconstruyendo y demostrando que la mitad de los colombianos estaba totalmente equivocada respecto a petro .
EMILIO says
Muy bien, Darío. Excelente. Un abrazo
Hernan Pizarro says
Excelente la alusión al cain de América que queda atrás.
Claudia Judith Navas Barrera says
Si, mi hermano Dario. Ya es un ganancia romper ese cifrado colonial del despojo y la ausencia de alegría por un sino de fe en nuestras fuerzas, nuestras desiciones y nuestra unidad. Abrazos tejidos de humanidad.