La ceremonia de posesión rompió los fríos cánones protocolarios que rigen esas ocasiones en general para dar paso a una fiesta multitudinaria con la presencia de miles de personas provenientes de varias regiones, banderas de colores, ritmos tradicionales y mariposas alusivas a la obra de García Márquez. La única nota discordante de la jornada fue el bochornoso gesto de Iván Duque quien se negó a autorizar el traslado de la espada del Libertador desde la Casa de Nariño a la plaza de Bolívar donde la quería el presidente electo. Gesto que le valió ser desautorizado públicamente. Hecho lamentable y descortés que dejó una vez más al descubierto la soberbia y la mezquindad del mandatario saliente.
El acto estuvo precedido de un alegre y optimista discurso del presidente del Congreso, muy distinto al que pronunciara Ernesto Macías en la posesión de Iván Duque. Nada de diatribas ni de facturas de cobro. Inusual también el giro que dio Francia Márquez a su juramento de posesión como vicepresidente al comprometerse a cumplir la Constitución ante Dios y el pueblo, pero también ante sus “ancestros y ancestras”, y trabajar por los “colombianos y las colombianas que históricamente han estado excluidos”. Tampoco fue detalle menor en la transición pacífica y democrática del poder el reconocimiento de los miembros de las Fuerzas Armadas como su comandante a un hombre que fue un enemigo a combatir, como tampoco la participación de Gustavo Petro en el emotivo minuto de silencio en homenaje a los soldados y policías muertos en el conflicto armado que perdura en el país.
En su discurso inaugural, Gustavo Petro hizo un llamado a la unidad nacional, a la superación de la polarización que divide a la sociedad colombiana e hizo énfasis en que su gobierno sería el gobierno de la vida y de la paz. Inspirado en García Márquez, afirmó que su gobierno es la segunda oportunidad para el país, que con él “comienza la Colombia de lo posible”, la búsqueda de la “paz total” para lo cual hay que llevar a cabo múltiples reformas que permitan “terminar de una vez y para siempre, con seis décadas de violencia y conflicto armado”.
Como Roy Barreras, Petro no hizo en su intervención ninguna alusión al gobierno saliente; tampoco hizo reclamo alguno a la fuerza pública por los abusos cometidos en el pasado. Como lo hizo a lo largo de su campaña, reivindicó a las comunidades excluidas, pero reafirmó su adhesión al orden democrático y su respeto a la Constitución prometiendo reconciliación en lo que llamó “la hora del cambio”. En este orden de ideas convocó “a todos los armados a dejar las armas en las nebulosas del pasado”.
El primer compromiso asumido por Petro es con la paz, con la implementación a fondo del acuerdo con las Farc lo cual implica una reforma rural integral que incluya una transformación profunda del sistema agrario que dé tierra a los campesinos que no la tienen y apoyo del Estado para el desarrollo del campo en pro de asegurar la seguridad alimentaria
Al hablar de la paz, Petro cuestionó la política contra las drogas que ha dado lugar a una guerra cuyo fracaso ha permitido el fortalecimiento de las mafias y debilitado a los Estados, llevándolos a cometer crímenes “evaporando el horizonte de la democracia”.
Una Colombia en paz supone menos desigualdad y más oportunidades para todos. De allí su compromiso con una economía basada en la producción, el trabajo y el conocimiento lo cual requiere realizar grandes transformaciones enmarcadas en la solidaridad humana y, en primer lugar, “una reforma tributaria que genere justicia” y permita acabar con el hambre. Esta empresa, que exige también reformar la salud, las pensiones, los contratos laborales y la educación pasa por una reforma al sistema tributario que reduzca la desigualdad en uno de los países más inequitativos del mundo: “Proponemos una reforma tributaria que genere justicia (…) Los impuestos no serán confiscatorios, simplemente serán justos, en un país que debe reconocer como aberración la enorme desigualdad social en la que vivimos”.
El gobierno de la vida y de la paz, inspirado en la solidaridad y la justicia no puede omitir un compromiso con el medioambiente ni dejar de abogar por la igualdad de género. “No podemos seguir permitiendo que las mujeres tengan menos oportunidades laborales y que ganen menos que los hombres. Ya es hora de combatir esas desigualdades y equilibrar la balanza”. Del mismo modo, “Colombia no es solo Bogotá. El Gobierno del Cambio será descentralizado”.
Petro terminó su intervención haciendo un inequívoco llamado a la unidad, tanto latinoamericana como nacional. En un llamado a la región, afirmó: “Entendamos de una vez y para siempre que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, Y que juntos somos más fuertes”. Igualmente, “yo no quiero dos países, como no quiero dos sociedades. Quiero una Colombia fuete y unida”.
Está claro que el desafío de lograr la “paz total” ha generado grandes expectativas por las promesas de cambio hechas a lo largo de la campaña; que el reto da lugar a un rosario de cambios; que para tener recursos para realizarlos se requiere una larga lista de reformas legislativas y que para hacerlos posibles Petro ha dado muestra de un pragmatismo conducente a concretar mayorías legislativas. Sin embargo, la pregunta siempre presente en estos casos de alianzas compuestas con fuerzas disímiles es ¿hasta cuándo?
No puede perderse de vista que los partidos políticos en Colombia son organizaciones clientelares con los que la discusión temática se convierte en una puja por participación burocrática, motivo por el cual Gustavo Petro, conocedor de esta realidad, no dejará de apostarle a ampliar su base de apoyo para promover las reformas posibles, no siempre las más importantes.
Rubén Sánchez David
Foto tomada de: CNN en español
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