En Alemania estamos asistiendo a un impulso similar, aunque bajo auspicios diferentes. Aquí Sigmar Gabriel también ha elegido a su amigo Martin Schulz para desempeñar un papel poco ortodoxo. Schulz está siendo aclamado en público como un candidato a canciller mayormente independiente, que supuestamente podrá abrir nuevos horizontes para su partido. Aunque es cierto que existen diferencias claras entre la situación política, económica y social de nuestros respectivos países (de hecho, en lo que se refiere a la economía, las diferencias son evidentes), me parece a mí que el sentimiento general entre los ciudadanos refleja una irritabilidad semejante. Existe una irritación muy extendida hacia el frenético estancamiento de los gobiernos que, a pesar del acusado aumento de presión que ejercen los problemas, se dedican a seguir tirando, sin desarrollar ninguna perspectiva de configuración futura. Podemos observar cómo aturde la falta de voluntad política, sobre todo cuando se trata de abordar esos problemas que podrían resolverse conjuntamente en el ámbito europeo.
Emmanuel Macron personifica la antítesis del quietismo que muestran aquellos con autoridad para actuar. Durante el solapamiento de sus mandatos como ministros de Economía, él y Sigmar Gabriel promovieron una iniciativa para fortalecer la cooperación de las políticas fiscales, económicas y sociales dentro de la eurozona, aunque no tuvo mayor continuidad. Si no recuerdo mal, propusieron crear un ministerio de Finanzas para la eurozona y un presupuesto común europeo controlado por el Parlamento Europeo. Con esta propuesta buscaban generar un espacio de maniobra en el ámbito europeo que permitiera elaborar una política económica flexible que estuviera diseñada para superar el obstáculo principal que evita una mayor cooperación entre los Estados miembros (es decir, las marcadas diferencias existentes entre niveles de crecimiento, desempleo y deuda pública, sobre todo entre las economías de los miembros del norte y del sur de una unión monetaria que tiene que asegurar la convergencia, incluso cuando los países interesados están distanciándose cada vez más), y cuya cohesión política también se está viendo mermada por las diferencias persistentes, y de hecho crecientes, en cuanto a rendimiento económico se refiere. Durante el proceso de imposición del régimen de austeridad actual, destinado desde el principio a tener un impacto espectacularmente desigual en las economías nacionales del norte y del sur, el contraste entre las experiencias vividas y las narrativas enfrentadas que tuvieron lugar en las esferas nacionales correspondientes estimuló agresiones mutuas y una división profunda a lo largo y ancho de la eurozona.
EXISTE UNA IRRITACIÓN MUY EXTENDIDA HACIA EL FRENÉTICO ESTANCAMIENTO DE LOS GOBIERNOS QUE, A PESAR DEL ACUSADO AUMENTO DE PRESIÓN QUE EJERCEN LOS PROBLEMAS, SE DEDICAN A SEGUIR TIRANDO, SIN DESARROLLAR NINGUNA PERSPECTIVA DE CONFIGURACIÓN FUTURA
Las iniciativas que permiten enfrentarse a esta peligrosa evolución pueden fallar por numerosos motivos, entre los que hay motivos institucionales. Por ejemplo, los gobiernos de los Estados miembros, que deben obtener su legitimación a través de sus respectivos públicos nacionales, son los menos indicados para implementar los intereses comunitarios. Aun así, mientras carezcamos de un sistema europeo de partidos, son los únicos actores que pueden conseguir algo. Lo que me interesa es saber si una extensión de las competencias europeas está condenada a fracasar a causa de una falta de aceptación de las posibles consecuencias redistributivas en el caso de que la reestructuración de las cargas supere las fronteras nacionales. En pocas palabras: ¿las llamadas a la solidaridad, en Alemania por ejemplo, están condenadas al fracaso por la respuesta de la población al club de la “unión de transferencias” que algunos políticos les gusta tanto abanderar? ¿O están las élites políticas evitando el problema de la todavía latente crisis económica porque sencillamente no tienen el coraje de abordar el escabroso tema del futuro de Europa?
Sobre el concepto de solidaridad, me gustaría indicar únicamente que, desde la Revolución Francesa y el inicio de los movimientos socialistas, se ha usado esta expresión en un sentido político más que en un sentido moral. La solidaridad no es lo mismo que la caridad. Alguien que actúa de manera solidaria acepta ciertas desventajas en su interés propio a largo plazo, con la esperanza de que la otra persona haría lo mismo en una situación parecida. La confianza recíproca (en nuestro caso, confianza más allá de las fronteras nacionales) es por supuesto una variable muy relevante, pero también lo es el interés propio a largo plazo. No es parte de su naturaleza, como asumen muchos de mis colegas, que los problemas políticos derivados de la justicia redistributiva sean exclusivos de cada nación, ni que no puedan discutirse de manera justa dentro de la gran familia de pueblos europeos trascendiendo las fronteras nacionales (sobre todo porque estos pueblos ya han formado una comunidad legal y la mayoría de ellos se ven afectados por las limitaciones sistémicas de una unión monetaria común) aunque sea de maneras diferentes.
La unificación europea ha permanecido un proyecto elitista hasta el día de hoy porque las élites políticas no se han atrevido a contar con la participación de la población general mediante un debate informado sobre los posibles escenarios futuros. Las poblaciones nacionales solo serán capaces de reconocer y decidir qué cosas van en su propio interés a largo plazo cuando la discusión sobre las trascendentales alternativas no se limite a las revistas académicas (como por ejemplo, las alternativas de desmontar el euro o de volver a un sistema de divisas con márgenes restringidos de fluctuación, o de optar finalmente por una cooperación más reforzada).
LA UNIFICACIÓN EUROPEA HA PERMANECIDO UN PROYECTO ELITISTA HASTA EL DÍA DE HOY PORQUE LAS ÉLITES POLÍTICAS NO SE HAN ATREVIDO A CONTAR CON LA PARTICIPACIÓN DE LA POBLACIÓN GENERAL
En cualquier caso, otros problemas de actualidad que reciben una mayor atención pública indican la necesidad de que los europeos estén y actúen en común. La percepción de una situación política internacional y mundial que empeora constantemente es lo que está haciendo que los gobiernos miembros del Consejo Europeo alcancen su umbral del dolor y los está obligando a que salgan de su estrechez de miras nacional. Las crisis que, como mínimo, necesitan una reflexión sobre una cooperación reforzada no son ningún secreto:
- La situación geopolítica de Europa ya se ha visto transformada por la guerra civil en Siria, la crisis de Ucrania y la retirada gradual de Estados Unidos como fuerza de mantenimiento del orden mundial; aunque ahora que la superpotencia parece dar la espalda a la escuela de pensamiento internacional anteriormente predominante, las cosas se han vuelto más impredecibles para Europa. Y estas cuestiones de seguridad exterior han adquirido todavía mayor relevancia ahora que Trump presiona para que los miembros de la OTAN aumenten su contribución militar.
- Además, tendremos que hacer frente a la amenaza terrorista a medio plazo; y Europa tendrá que enfrentarse a la presión migratoria durante todavía más tiempo. Ambas situaciones claramente requerirán una mayor cooperación entre europeos.
- Finalmente, el cambio de gobierno en los Estados Unidos está produciendo una división en occidente no solo a causa del comercio mundial y las políticas económicas. Las tendencias nacionalistas, racistas, antiislámicas y antisemitas, que han adquirido mayor relevancia política gracias al programa y al estilo del nuevo gobierno de EE.UU., se suman a la evolución autoritaria de Rusia, Turquía, Egipto y otros países para plantear un desafío inesperado frente a la autocomprensión política y cultural de occidente. De repente, Europa se encuentra obligada a recurrir a sus propios recursos para representar el papel de custodio de los principios liberales (y dar apoyo a una mayoría del electorado estadounidense que se ha visto marginada).
LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE UNA COOPERACIÓN MÁS ESTRECHA ES LO PRIMERO QUE HACE POSIBLE EJERCER UNA INFLUENCIA DEMOCRÁTICA SOBRE LA PROLIFERACIÓN ESPONTÁNEA DE REDES MUNDIALES DE TODO TIPO
Estas tendencias generadoras de crisis no son las únicas cosas que inducen a los países de la UE a cooperar más estrechamente. Se pueden comprender los obstáculos que impiden una colaboración más estrecha igual que las razones para acelerar un cambio en la política europea. Será más difícil efectuar tal cambio si siguen aumentando las crisis sin resolver que fomenten el populismo de derechas y la disidencia de la izquierda con respecto a Europa. Sin una perspectiva atractiva y creíble de configuración europea, el nacionalismo autoritario en los Estados miembros como Hungría y Polonia se verá reforzado. Y a menos que adoptemos una postura clara, la oferta de acuerdos comerciales bilaterales con EE.UU. y, al final del Brexit, con el Reino Unido, conseguirá separar todavía más a los países europeos.
La única respuesta a estas enormes presiones que he observado hasta hoy adopta la forma de tanteos por promover una “Europa de varias velocidades” en el ámbito de la cooperación militar. Según mis estimaciones, este intento está destinado a fracasar si Alemania sigue sin querer adoptar medidas simultáneas para desactivar la bomba de relojería que representan los desequilibrios estructurales entre las diversas economías nacionales de la eurozona. Mientras evite este conflicto, tampoco será posible establecer una colaboración en ningún otro aspecto político. Además, la vaga fórmula de “distintas velocidades” se equivoca de destinatario. Es más probable que los Estados miembros de la unión monetaria demuestren su voluntad de cooperar, sobre todo en los lugares donde las poblaciones, desde el inicio de la crisis bancaria, han experimentado una dependencia mutua los unos de los otros. No comparto la opinión de que Alemania sea el único país que necesita reconsiderar su política. Emmanuel Macron destaca entre las filas de los políticos europeos también porque reconoce con franqueza los problemas que solo pueden encontrar solución dentro de Francia. No obstante, aunque no haya elegido ese rol, ahora mismo el Gobierno alemán tiene que decidir si quiere sumarse a Francia y tomar la iniciativa para salir del atolladero. La bendición de ser el mayor beneficiario de la Unión Europea es también una maldición. Puesto que, desde una perspectiva histórica, un posible fallo del proyecto europeo podrá ser atribuido de manera justificada a la indecisión alemana.
Una falta de decisión también es una decisión; y es difícil exagerar las implicaciones de esta falta de decisión. La institucionalización de una cooperación más estrecha es lo primero que hace posible ejercer una influencia democrática sobre la proliferación espontánea de redes mundiales de todo tipo, porque la política es el único medio a través del cual podemos adoptar medidas premeditadas que permitan configurar los cimientos de nuestra vida social. Al contrario de lo que sugiere el eslogan del Brexit, no retomaremos el control sobre estos cimientos si retrocedemos hacia nuestras fortalezas nacionales. Todo lo contrario, las políticas deben mantener el ritmo que la globalización puso en marcha. A la vista de estas limitaciones sistémicas de mercados sin regular y de la creciente interdependencia funcional de una sociedad mundial cada vez más y más integrada, pero también a la vista de las opciones espectaculares que hemos creado (por ejemplo, de la comunicación digital que todavía no dominamos o de los nuevos procedimientos para optimizar el organismo humano) debemos expandir los espacios para establecer una posible formación de voluntad democrática, acción política y regulación legislativa más allá de las fronteras nacionales.
Jürgen Habermas
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Este artículo, publicado en Social Europe, fue la introducción a una conversación entre Emmanuel Macron y Sigmar Gabriel que tuvo lugar el 16 de marzo de 2017 en la Escuela de Gobierno Hertie ubicada en Berlín.
Traducción de Álvaro San José.