Superadas las fases más duras de la pandemia, lo que menos se esperaba es que la recuperación del sistema económico se hiciera vía precios. La mejor manera de hacer esto es que algunas cosas dejen de funcionar. Por ejemplo, lo hizo la logística internacional. La idea del mundo como un gran centro comercial se derrumbó y paso a ser historia. A esto se sumó la guerra de Rusia con Ucrania y la OTAN, haciendo que la alimentación mundial sufriera tropiezos inimaginados, de esta manera desde los vehículos, los electrodomésticos hasta los insumos, fertilizantes, granos e incluso la energía se subieron de precio, haciendo que la inflación, el llamado impuesto de los pobres, hiciera su efecto, es decir, aumentara las ganancias de unos pocos, a la vez que sirviera para incrementar los ingresos fiscales, venidos a menos por culpa de la crisis del Covid. Hasta allí parece una buena estrategia para poderosos y para gobiernos, pero algo les está saliendo mal, el hambre crece y a los efectos del Covid se suman los de una mala nutrición: niñas, niños, adolescentes e incluso jóvenes serán unas generaciones venidas a menos.
La estrategia consistió entonces en modificar las condiciones de oferta. Dicho en palabras más castizas, la disponibilidad de bienes y servicios se empezó a controlar haciendo que los bienes escasearan y por lo tanto que los precios subieran, así se incrementan las ganancias no vía cantidades sino vía precios. Si usted quiere lea especulación, no hay problema.
Esto es un camino doloroso para la humanidad, pero eficiente para el capital: la tasa de ganancia se sube, aunque el resto de la economía caiga en desgracia. Por eso hoy se detecta que después del crecimiento rebote de las economías se comiencen ya a vislumbrar caídas en el PIB que a la par con un incremento de precios, es lo que se conoce como estanflación. Los capitales se resguardan en activos protegidos y es así como el dólar parece recobrar la vida que ya se daba por perdida: ha vuelto a ser la moneda poderosa de otras épocas, resurge entre las cenizas, mientras nosotros que dependemos de esa divisa por nuestras importaciones, debemos padecer los rigores de la carestía.
En este proceso dos componentes básicos en la vida humana han quedado al juego del mercado, pero no de libre albedrío, sino de los mercados cooptados por los grandes conglomerados globales: los alimentos y los medicamentos. Han entrado en toda su cadena de producción y de valor, a soportar las especulaciones y el control desmedido que busca el incremento sustancial de precios. Pero en estos momentos de la lectura alguien puede parar y decir: ¡qué va, es mentiras, esos bienes son esenciales para la vida humana, con eso no se juega! La realidad es cruel. La escasez de alimentos y medicamentos obedece entonces a la lógica de la especulación. No en vano se registran incrementos absurdos en alimentos, tales como: el promedio del incremento anual de precios en el sector de alimentos es del 25.57%, ya por tipo de productos se tiene que la inflación en frutas frescas es del 24.6%; cebolla 92.8%; huevos 20.13%; arroz, 26.03% o el pan 30.36%. Por el lado de los medicamentos el tema es más complejo aún, de acuerdo con la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC) en promedio han aumentado los precios en 47%, presentándose además escasez en buena parte de los requerimientos cotidianos, por ejemplo, muestran que el faltante de acetaminofén es del 57.5%, en tramadol 33.3%, dipirona 20.8% e incluso en agua estéril del 25%.
Por esto las medidas de política monetaria, basadas en el incremento de las tasas de interés que comenzaron a implementar los diferentes bancos centrales no tendrán efectos directos sobre la inflación (los tuviera si el problema fuera de demanda), aunque si los tendrá sobre el tipo de cambio ya que intentarán, por lo menos, contrarrestar los flujos de capitales hacia los Estados Unidos (eso sí, en espera que la Reserva Federal no siga subiendo las tasas), si esto no se logra, quedaremos, en el caso nuestro, con alta inflación, un dólar caro, un decrecimiento económico y un desabastecimiento en insumos, productos alimenticios y medicinales que le seguirán pasando factura a la alimentación, la nutrición y a la salud de la población.
No son tiempos fáciles y el país no tiene una base firme, por el contario enfrenta el legado de unos déficits fiscales altos, la necesidad de una reforma tributaria y la urgencia de reformas estructurales, que los anteriores gobiernos se negaron a realizar, para tratar de disminuir el hambre y ahora la escasez de medicamentos. No faltará quien le achaque la culpa al actual gobierno, en últimas es lo de menos, la realidad del mundo puede más y la de Colombia en particular duele demasiado.
Hoy más que nunca el país necesita de acuerdos de precios, salarios e incluso de productividad. Definitivamente no son tiempos para jugar a la politiquería, a seguir en una espiral maligna de precios altos (incluyendo tasas de interés y salarios), en cambio sí son tiempos para buscar confluencias y soportar conjunta y solidariamente para salir de esta crisis que se ahonda y que parece ser más fuerte y destructiva aún que el mismo Covid. Aún quiero insistir, estamos a tiempo de resignificarnos en nuestra dignidad y humanidad.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: Cinfasalud
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