Ways afirmó en un programa de Hora 20 con sinceridad: las empresas funcionan como dictaduras. Esto no es resultado de un estudio a fondo del capitalismo, sino una observación de su práctica cotidiana como capitalista y de su conocimiento del mundo empresarial colombiano.
Dice Ways[2]: “Yo creo que los empresarios somos muy malos políticos, principalmente porque las empresas son pequeñas dictaduras hay un gerente y manda y eso es jerárquico y se hace más o menos lo que el presidente o el gerente manda, más o menos, pero eso es completamente distinto a cómo funciona la democracia, la democracia es irse al otro lado, la democracia es conciliar con una cantidad de intereses y una cantidad de gente que muchas veces no piensa lo mismo que uno”
Esta afirmación la comparte con Marx, quien afirma que la dirección capitalista es una dirección despótica. Es una coincidencia de planteamientos muy interesante que expresa la precisión que tenía Marx en el conocimiento de las entrañas del capitalismo.
Dice Marx: “…si conforme a su contenido la dirección capitalista es dual porque lo es el proceso de producción mismo al que debe dirigir – de una parte proceso social de trabajo para la elaboración de un producto, de otra proceso de valorización del capital-, con arreglo a su forma esa dirección es despótica.” ( p. 405, El Capital, tomo I, Edición Siglo XXI Editores en tres tomos, 2017).
Este hecho refleja una de las características contradictorias de la sociedad capitalista. En la esfera política se presenta la apariencia de un Estado y gobiernos democráticos. Se realizan elecciones periódicas, los adultos tienen derecho a elegir y a ser elegidos, existe una distribución del poder entre distintas ramas que se controlan entre ellas, etc.
Los voceros del capitalismo proclaman a los cuatro vientos el carácter democrático de la sociedad y se ufanan de esta situación. Pero al interior de sus empresas no ponen en práctica estos principios y rasgos democráticos. En sus empresas son dictadores, hay una rígida jerarquía. En sus empresas son déspotas. Tienen algunas restricciones pero conservan la facultad de decidir unilateralmente sobre las condiciones de vida de los trabajadores.
Millones de trabajadores asalariados pasan una gran parte de su vida en una institución dictatorial. Si a esto le sumamos el tiempo que han gastado en otras instituciones usualmente no democráticas, podremos ver qué la mayor parte de la vida la pasan en condiciones dictatoriales y autoritarias: la familia, la escuela, la universidad, el ejército, la policía, la burocracia. El mercado, supuesta esfera de la libertad y la decisión descentralizada, lo somete férreamente a sus designios. La práctica democrática real se reduce a muy poco.
De otra parte, no hay igualdad al interior de las empresas capitalistas. Existe una división social clara y tajante: el patrón, los dueños, el capitalista (y sus representantes: gerentes, directores, supervisores, etc.), por una parte, los trabajadores asalariados, por la otra. La Constitución Política señala que todas las personas nacen libres y que son iguales ante la ley, pero al interior de las empresas capitalistas la dura realidad es la desigualdad. Los trabajadores realizan todo el trabajo pero no son los dueños de dicho trabajo ni del producto obtenido; reciben un salario pero no adquieren ningún derecho sobre el resultado de su trabajo.
Se trata de una relación muy parecida al esclavismo o a la servidumbre en su contenido. No formalmente, pero se parece mucho.
En Colombia hay cerca de 9 millones de trabajadores asalariados en empresas capitalistas; hay también asalariados en el gobierno o en servicio doméstico, pero los primeros son los realmente productivos de plusvalor. Estos millones de asalariados son quienes elaboran la mayor parte del producto interno bruto en Colombia y quienes generan un enorme excedente para sus patronos.
Son formalmente libres. Son propietarios de su capacidad de trabajar y la venden a los capitalistas mediante contratos laborales de diversos tipos y condiciones. En calidad de propietarios de su mercancía realizan un contrato con los patronos, son jurídicamente iguales, propietarios de una mercancía que la venden a cambio de un dinero. Obviamente, detrás de esta igualdad jurídica se esconde que los asalariados están obligados a vender su fuerza de trabajo, de lo contrario no tendrían como vivir. Pueden, ocasionalmente cambiar de patrón, pero necesariamente tienen que buscar un patrón. Pueden viajar al exterior a buscar un patrón que les pague mejor, pero están obligados a tener un patrón. Algunos tratan de escapar y convertirse en productores independientes o, incluso, en capitalistas; pero la gran masa no puede escapar de este condicionamiento.
Cuando el ciudadano libre e igual ante la ley entra a la empresa (manufacturera, agrícola, minera, de construcción, de servicios de comunicación, de medios de comunicación, de publicidad, de enseñanza, etc., etc.) se transforma: ingresa en una relación de subordinación y dependencia. Ha vendido su fuerza de trabajo y su patrón es ahora el propietario de su trabajo. Lo dirige, lo coordina, lo vigila, lo sanciona y si no le sirve, lo despide. Dentro de la empresa capitalista está obligado a obedecer órdenes. No tiene voz ni voto. No elige al director de la empresa. No puede ejercer la libertad de expresión. El ciudadano libre en la esfera política, se transforma en una especie de siervo o esclavo en el lugar de trabajo. Y, como dice Ways, el dueño o gerente es un dictador, o como dice Marx, un déspota.
La sociedad colombiana es una sociedad “democrática” muy particular. Una sociedad democrática cuyas células productivas son dictaduras.
El trabajador se hace la ilusión de que es libre. Por lo menos le queda una esfera privada, personal, del consumo, en la cual puede escoger; aunque su salario sea muy reducido, tiene un margen de elección. Fuera del trabajo se alimenta, se viste, se asea, se divierte, se enamora, tiene hijos o en su defecto mascotas. Pero tiene que volver al día siguiente al trabajo. Tiene que volver a entregar 8 o más horas de su vida al déspota, al dictador. Todo lo que hace por fuera del trabajo, en esencia, consiste en mantenerse, en producirse como individuo poseedor de una mercancía que tiene que vender. Todo lo que hace fuera del trabajo en el fondo tampoco le pertenece. Su vida le pertenece al sistema. Está encadenado. No puede escapar. Aunque no lo quiera, en el fondo sabe que se parece mucho a los esclavos o a los siervos. Lo siente, aunque no quiera reconocerlo. Por eso la gran mayoría piensa que el trabajo lo hizo Dios como castigo.
El trabajador asalariado no solamente produce mercancías sino, principalmente, el capital. Produce el plusvalor que alimenta al capital, por tanto produce la riqueza que lo domina. Si se mira la sociedad en su conjunto, se observa que el consumo individual del obrero sirve para producir y reproducir su fuerza de trabajo, para garantizar que los capitalistas tengan disponible una cantidad de trabajadores alimentados, formados, libres y ansiosos de ser contratados. Los propios trabajadores se encargan de producir el medio de producción más necesario e importante para los capitalistas: su fuerza de trabajo.
La dictadura económica y el despotismo no son, por tanto, una característica exclusiva del interior de las empresas; es una característica social general. Dice Marx que “desde el punto de vista social, la clase obrera aún fuera del proceso de trabajo es atributo del capital, igual que los objetos inanimados”. El trabajador se gasta su salario en los bienes y servicios que necesita, lo cual lo obliga a tener que seguir trabajando para obtener un nuevo pago. “El obrero asalariado se halla sometido a la férula de su propietario por medio de hilos invisibles. El cambio constante de patrón y la fictio juris del contrato de trabajo mantienen en pie la apariencia de su libre personalidad.”
Los capitalistas y sus voceros dedican buena parte de su propaganda y adoctrinamiento a criticar las dictaduras de otros países, especialmente los países comunistas y socialistas. Sus profesores de economía enseñan que el capitalismo es sinónimo de democracia y el comunismo de dictadura. Son burros hablando de orejas. Aunque no lo admitan públicamente, todos ellos saben que la dimensión económica es una dictadura. Y también la política. Un discípulo aventajado de Marx escribió hace más de 100 años: “Las formas de los Estados burgueses son extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son, bajo una forma o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura de la burguesía.” (Lenin, El Estado y la revolución, p. 42).
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[1] https://www.elheraldo.co/columnista/thierry-ways
[2] https://www.youtube.com/watch?v=OyG6B7cahdE, Programa hora 20, Miércoles 21 de septiembre de 2022. (1:07:40 hasta 1:08.35)
Alberto Maldonado Copello
Foto tomada de: https://www.eleconomistaamerica.co/
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