“El Coronel no tiene quien le escriba” es una metáfora de la sociedad colombiana rondando por despachos para que le cumplan un derecho adquirido en la lucha. Sin embargo, no se esperaba que tras una contienda electoral como la que ganó el Pacto Histórico al llevar a la presidencia a Gustavo Petro, contra todas las formas de trampa, no pudiera concentrarse en gobernar, y en sacar su propuesta de gobierno en el legislativo, porque los perdedores pretenden ser un palo en la rueda para impedir que se lleve a cabo. Sólo mediante una movilización masiva, y permanente, se hará respetar el resultado electoral, de lo contrario sabotearán el gobierno.
Si el hasta ahora modelo de (sub) desarrollo colombiano se implementó invocando las mayorías que de cualquier forma obtuvieron en su momento, resulta que hoy esas mayorías no valen, sino los consensos, las confianzas, el “escuchar a todos los sectores”, y otras expresiones melosas injertadas en la política. Con una precisión, el presidente Gustavo Petro se ha empeñado en escuchar a todos los sectores, porque durante décadas ha enarbolado la bandera del Diálogo Nacional, como herramienta para encontrar la solución a los males patrios mediante la inclusión de los siempre excluidos.
Después de sesenta años de gobiernos que no escuchaban a la población, que tenían unos tecnócratas especializados en hacer más ricos a los ricos, para elaborar planes y programas a espaldas de las ciudadanías, casi siempre contra esas ciudadanías, llegó uno que elabora el Plan Nacional de Desarrollo, PND, en un ejercicio de diálogo y escucha que duró tres meses, en 52 diálogos regionales vinculantes, donde participaron más de 250.000 personas, y en los cuales se recibieron más de 89.000 propuestas de la sociedad civil. De los catorce PND que se han elaborado en seis décadas en Colombia es el primero que consulta y acoge proposiciones ciudadanas.
Igual con las grandes reformas, que constituyen el tronco de la propuesta de gobierno que 11.281.002 colombianos eligieron con el presidente Petro, quien pese a recibir tal mandato, las ha puesto en discusión ante el movimiento social en general, y las asociaciones gremiales en particular, procurando nuevos consensos que enriquezcan los proyectos. Pero los perdedores, aunque invocan diálogo, descalifican el método, porque la participación popular no tiene lugar para ellos. El diálogo que pretenden es entre los gremios, los baqueros, y los negociantes, con sus periodistas subalternos.
No vale recorrer el país recogiendo propuestas de la sociedad civil, sino el contubernio entre banqueros y emergentes en un club de Bogotá; la reforma a la salud consultada con expertos de organizaciones internacionales de salud, presentada al movimiento social, y debatida con los gremios del sector, no tiene validez si la cofradía de traficantes de la salud no impone sus intereses sobre el conjunto social; o la transición energética no puede ser si no se le garantizan ganancias a tres o cuatro negociantes del petróleo, aunque perezca media humanidad por ello; igual con las reformas pensional, laboral, de justicia, la única voz con voto es la del lucro, valores como la vida, la equidad, la justicia, son música de planchar.
Los perdedores se invocan de oposición, pero cuando no hay propuestas políticas alternativas no existe oposición, sino la intención de obstaculizar la acción de gobierno. No pretenden dialogar con nadie, sino que su monólogo sea ley. Ante la contundencia del mandato de cambio balbucean un “cambio sí pero no así”, es decir, que cambie todo siempre que el negocio les quede a ellos, cuando el negocio se les diluye denuncian el menoscabo de las instituciones, porque las instituciones son Sarmiento, el GEA (Grupo Empresarial Antioqueño), Gilinsky, y algún otro negociante.
Estos mercaderes suplantando la institucionalidad han logrado, medrando entre entes gubernamentales, que se les conceda cobrar peaje a los colombianos por el ejercicio de sus derechos, en detrimento del ciudadano, en especial del menos favorecido. Pero eso no les basta, porque la ambición no tiene límites, y los grandes latrocinios en Colombia se dan en la prestación de los servicios de salud, en el escamotear la pensión de vejez al trabajador, o en el menos pago del asalariado. El núcleo duro de la corrupción se ha enquistado allí, y hasta las bandas de paramilitares se han pagado con los recursos públicos destinados a la salud.
Por eso los representantes del actual estado de cosas se reducen a políticos de ciertas castas, a los empleados de los consorcios empresariales, y a ciertos periodistas dependientes de los mismos consorcios, que día a día en un coloquio entre ellos pretenden sustituir al resto de la sociedad. Aunque las figuras políticas de los perdedores se han ido diluyendo, ahogadas en su propia insustancialidad, y en su sistemática estrategia de vaca atravesada. Además, desde la incautación de cerca de once toneladas de cocaína entre la exportación de vacas, se han silenciado algunas voces que bramaban contra el gobierno. Ante ello, el protagonismo de la oposición lo asumen los medios de comunicación corporativos, invocando la “libertad de prensa” para escamotear la verdad.
No alcanzan las figuras de la oposición a tener peso propio, si no se le transfiere de los periodistas subalternos del ánimo de lucro, que han hecho de la mentira buen negocio. Y confrontar la prensa resulta un delito de lesa humanidad. Lo demás son amenazas y bravatas de lavaperros que llaman al levantamiento contra el gobierno del cambio, pero nunca han tenido ascendencia entre el movimiento social, al contrario, han sido sus verdugos.
El triunfo electoral del Pacto Histórico se gestó en las calles, resistiendo a un modelo depredador de la vida, y a sus gobiernos corrompidos. La experiencia en la movilización adquirida en décadas de resistencia, y de luchas reivindicativas, se ha de poner en juego para defender la construcción de un Estado decente que votamos la mayoría de colombianos. Así que, a la conjura de papel y micrófono de los perdedores corresponde anteponer calles y plazas llenas para cumplir con la meta de hacer menos pobres a los pobres, y de Colombia una Potencia Mundial de la Vida.
José Darío Castrillón Orozco
Wilson Montoya says
Excelente análisis. La coyuntura está explosiva porque Gustavo Petro hace las reformas y son en serio. Habrá gritos y susurros.
Hernan Pizarro says
“El diablo es puerco”, dice la sabiduría popular. Son fuertes los poderes a los que se enfrenta el pueblo colombiano. A estos no les importa la razón, el bien común ni la justicia. Esperemos que el país en general encuentre el camino del buen vivir.
El pueblo colombiano tiene derecho a vivir en condiciones dignas. Debe organizarse para hacerlo realidad.
Carlos Mario Ramírez says
Un claro panorama que nos alienta a salir a las calles motivados a reivindicar los derechos que se requieren reivindicar en las leyes que se deben promulgar para cumplir el mandato popular por el que votamos.. Gracias José Darío.
Manuel Caycedo says
Señor Castrillón, permítame decirle que yo sin ser una férrea voz que apoya incondicionalmente la actual institucionalidad que nos gobierna, nuevamente considero que usted tiene razón en su artículo. Coincido con usted ampliamente en que realmente la oposición política colombiana, acá no tiene que ver con una oposición argumentada sobre el entregar a las personas, a la instituciones y a los ciudadanos, proyectos de acción y gobernabilidad en pro de los ciudadanos, sino que tiene que ver con una oposición que está apalancada en recuperar las coimas perdidas, que no se les vayan los nichos que engordan sus cuentas personales, serruchos, bonificaciones, y recuperar un poder administrativo y financiero pero en beneficio de los partidos y familias de siempre dueñas del país- que controlan cada rincón del país extenso que tenemos-.
Me gustó: “…El diálogo que pretenden es entre los gremios, los baqueros, y los negociantes, con sus periodistas subalternos.” Cierto, pero sin escuchar el trabajo y propuestas a favor de la población que no usa corbata, ni tiene esquema de seguridad, cabezas de ganado, un medio de comunicación solidario o en el congreso un conocido que le ayude a conseguir o desbaratar lo que sea.
A propósito de su artículo, me pregunto señor Castrillón, ¿cuál es el camino de una unidad nacional , sin que la “criticonería” sea el camino de los bribones de siempre, buscando su propio beneficio, distrayendo y agitando las aguas para pescar en río revuelto?