«A los procesos de independencia y constitución
de estados nacionales en América Latina siguieron
procesos de desarrollo impulsados y controlados
por las oligarquías nacionales. Estos se desenvolvieron
en el marco de democracias liberales y tuvieron por objetivo
el desarrollo capitalista y la integración con los mercados externos.
Pero estas democracias excluyeron de la vida política a las masas populares,
privándolas de canales de participación social o de presión política.
Manfred Max-Neef (1994)
Desarrollo a escala humana
Hemos sido motivo burla y de vergüenza cuando ocupamos los últimos lugares en algún indicador relevante y frente a un grupo de países importante o semejante. Como sociedad hemos puesto el granito de arena ―y de votos ― para convertirnos en potencia mundial de la pobreza, de la desigualdad, de la inseguridad, de la corrupción, de la mala lectura, del bajo rendimiento en matemáticas, del bajo acceso a computadores e internet en hogares, del reducido número de médicos y enfermeras, del tráfico de droga, de víctimas de minas antipersonal, de crímenes de Estado, en fin, de un conjunto de indicadores que nos tienen en una penosa situación.
Lo grave de todo esto ya no son los indicadores en sí, ni el nivel vergonzoso que podamos ocupar, sino la resistencia a salir de esa condición. Dicha resistencia se expresa como negación al cambio, lo que significa que ante el miedo, temor o duda que pueda generar dichos cambios es preferible mantener y seguir con los malos resultados. Increíblemente es una aceptación de la vergüenza.
El pasado 6 de febrero el gobierno del presidente Petro presentó y radicó el Plan Nacional de Desarrollo: Colombia, potencia, mundial de la vida. Dicho plan conjuga las expectativas y demandas sociales con la idea de planificación de largo plazo. Recogió los malos indicadores y las condiciones de impiden generar un verdadero progreso a través de diálogos regionales, audiencias con departamentos y en un cónclave ministerial, con el objetivo de presentarle al país una apuesta de desarrollo donde se pueda mirar el futuro con optimismo y enfrentando directamente los factores que han promovido la burla y la vergüenza.
Es un plan que reconoce experiencias y sabidurías acumuladas de las comunidades, busca superar violencias, pretende la protección de la sociedad en su conjunto, respeta los derechos, crea consciencia sobre las obligaciones para con la sociedad y la tierra, promueve la ganancia justa de los empresarios, busca disminuir desigualdades y superar injusticias, redistribución de recursos priorizando regiones generadoras de riqueza, porque paradójicamente, son las más pobres. Es un plan que reconoce las potencialidades en función de un mejor vivir para todos, dicho de otra manera, es una apuesta de desarrollo que se inscribe en el campo del «vivir sabroso» como lo dice la vicepresidenta, en clave de menores desigualdades y más oportunidades.
Naturalmente que el plan es ambicioso, no por un capricho político, sino porque la situación política, económica y social necesita cambios estructurales. Las ambiciones del plan están más que justificadas y el temor no debe ser si se cumple a cabalidad o no, sino que queden incorporadas todas las bases necesarias para que podamos pasar a otro estadio social.
No deja de sorprender la incapacidad de soñar de quienes se resisten a los cambios. Parecen sonámbulos políticos marchando en una horrible noche. Se observa porque solo ven problemas y dificultades ante las propuestas: no se imaginan la posibilidad de que todos los municipios puedan tener acueducto, tampoco que puedan acceder a internet, no creen que sea posible acceder a citas médicas sin autorizaciones y cuotas moderadoras, entre muchos otros casos.
El plan es un sin duda un compromiso como país y sociedad con el futuro y el mundo. Bien lo dijo el director del Departamento Nacional de Planeación, Jorge Iván González, cuando sostuvo que el plan reconoce los activos ambientales para protegerlos, en el sentido de que la Sierra Nevada, el Río Magdalena y la selva amazónica no le pertenecen a Colombia, sino al mundo; por lo tanto, es nuestro deber protegerlos y ofrecer un cambio de perspectiva frente a estas riquezas y patrimonios. El plan refleja un compromiso con las generaciones futuras, porque pretende ordenar los territorios alrededor el agua, sueña con el derecho humano a la alimentación, anhela ampliar las oportunidades y libertades para alcanzar seguridad humana y justicia social, promueve una transformación productiva comprometida con la acción climática y quiere superar las desigualdades e inequidades territoriales mediante la convergencia regional. Estos son los ejes transformadores del plan, son las apuestas de desarrollo y son la opción que tenemos para dejar atrás la burla y la vergüenza. La decisión es si queremos que Colombia siga siendo potencia mundial de lo que sabemos o sí definitivamente pasamos a que Colombia sea una potencia mundial de la vida.
Jorge Coronel López, Economista, Mg. en Economía, Columnista Diario Portafolio
Foto tomada de: Ámbito Jurídico
Deja un comentario