La victoria de Schlein se apoyó en un programa que contiene algunas cosas claramente de izquierda sobre la precariedad laboral, el salario mínimo (Italia no tiene uno), el matrimonio igualitario y la inmigración. Pero también ganó con el respaldo de la mayor parte de la dirección nacional del PD, es decir, las mismas figuras que apoyaron a una serie de líderes neoliberales y gobiernos de “unidad nacional” en los últimos años, al igual que la propia Schlein trabajó codo con codo con Bonaccini en el gobierno regional.
Schlein construyó su base jugando con su posición tanto como interna como “externa” del partido. Pero aunque esta ambigüedad fue seguramente útil en estas primarias, no se puede reproducir siempre. ¿Cómo se resolverá la contradicción entre los argumentos de izquierda de Schlein y la historia neoliberal del PD a largo plazo? ¿Es posible ser “izquierdista” en el PD?
Un trabajo duro
El domingo por la noche, cuando fue declarada ganadora, Schlein declaró que su partido tendría “una línea clara centrada en la lucha contra todas las formas de desigualdad, contra la precariedad, por un trabajo decente y para abordar la emergencia climática con la máxima urgencia y seriedad”. Estas no son palabras que estemos acostumbrados a escuchar del principal líder del PD. Escuchar a Schlein comenzar su mandato hablando sobre los salarios, la precariedad y la emergencia climática es bastante notable para todos aquellos que vieron el partido nacer en 2007 con el discurso del entonces líder Walter Veltroni en Lingotto, una histórica planta de automóviles FIAT convertida en un centro de convenciones y centro comercial, construido completamente en torno a la centralidad de los negocios y la competencia individual. O aún más, aquellos que recuerdan al primer ministro demócrata Renzi de 2014-2016, que se hizo eco de los puntos de conversación de Silvio Berlusconi y de la federación de empleadores Confindustria sobre la necesidad de hacer que el despido de trabajadores fuera más fácil para incentivar la contratación.
Es imposible negar el efecto “disruptivo” de Schlein, tanto en términos de su biografía como de su discurso político, en un PD que fue creado como un partido liberal-demócrata y que, en los últimos quince años, ha apoyado algunas de las políticas más neoliberales y antipopulares de la historia italiana reciente. Se trata de una joven que está en una relación con otra mujer joven, que pasó los últimos siete años fuera del Partido Demócrata, primero en el Possibile de Giuseppe “Pippo” Civati y luego, en la región de Emilia-Romaña, encabezando la lista de progresistas verdes de Coraggiosa, antes de postularse como aliada del PD en las elecciones generales de septiembre pasado.
Paradójicamente, incluso la candidatura rival del candidato centrista derrotado Bonaccini, aunque recurrió a los partidarios de la era Renzi, estaba sustancialmente más a la izquierda que el programa con el que surgió por primera vez el PD y, de hecho, las políticas que ha llevado a cabo en los últimos años. Por ejemplo, todos los candidatos principales se declararon a favor del salario mínimo legal y el matrimonio igualitario para las parejas del mismo sexo, dos medidas que el PD nunca ha implementado en sus largos años en el gobierno.
Es bien sabido que es más fácil para un partido de la oposición plantear propuestas radicales. Pero hay algo más que eso: la impresión es que nos enfrentamos a un momento histórico distinto, en el que el Partido Demócrata, tal como lo hemos conocido estos últimos quince años, tiene poco futuro. En las elecciones generales de septiembre se presentó como una opción de continuidad, con Mario Draghi, el ex jefe del Banco Central Europeo (BCE) que encabezó un gobierno de “unidad nacional” en 2021-22. Su derrota ha forzado un cambio de rumbo.
El neoliberalismo con tonos progresistas sobre la base de los cuales Veltroni fundó el PD en 2007, ya entonces una copia bastante desactualizada de la Tercera Vía de la década de 1990 de Tony Blair y Bill Clinton, no es una opción política creible en Occidente hoy. Un PD cuyos votos están cada vez más asociados con niveles más altos de educación e ingresos y con la residencia en los distritos centrales de las grandes metrópolis, mientras que la participación de la clase trabajadora se desploma, claramente necesita cambiar para no morir. Y si el objetivo era realmente “cambiar”, estaba claro que Schlein lo representaba mejor en estas primarias.
Desalineación, realineación
Por el contrario: el candidato de “derecha” fue un producto clásico de la transición del Partido Comunista al centro liberal en la región históricamente izquierdista de Emilia, mientras que el candidato de “izquierda” comenzó su activismo en la campaña de Barack Obama para las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2008. Los líderes poscomunistas o poscristianos del PD se distribuyeron de manera más o menos indistinta en ambos lados en estas primarias, a diferencia de las contiendas anteriores.
Estas también fueron las primeras primarias cuyo resultado fue realmente incierto: una elecciones organizadas para elegir un nuevo liderazgo para el PD y no simplemente para coronar al líder ungido con un voto aplastante. Como era de esperar, también por primera vez, la votación de las primarias abierta a cualquier votante anuló el resultado expresado por los propios miembros del PD, que habían preferido a Bonaccini. El PD es sin duda la única organización en el mundo que permite a no miembros que elijan su dirección, es decir, a través de primarias que no deciden a su candidato para unas elecciones, sino al principal líder del partido en sí, una práctica extraña ahora arraigada en la tradición italiana de centroizquierda. Por otro lado, el Partido Demócrata, que obtuvo más de cinco millones de votos en las últimas elecciones generales, tiene poco más de 150.000 miembros. La crisis de representación es obvia y las primarias son la herramienta, aunque muy contradictoria, que el PD ha adoptado para hacer frente a este problema.
En una pelea de liderazgo marcada por un espíritu de “juego limpio” (y no podría haber sido de otra manera, dado que Bonaccini y Schlein fueron, hasta octubre pasado, presidentes y vicepresidentes de la misma administración regional en Emilia-Romaña), los únicos golpes recibidos fueron las acusaciones rivales de estar “apoyado por el aparato del partido”. El hecho de que esto sea una acusación, en unas primarias para convertirse en líder de este mismo aparato, es otra de las paradojas típicas de este proceso.
Bonaccini declaró a Il Quotidiano Nazionale que lejos de ser él el “viejo PD”, el “aparato de los perdedores apoya a Elly Schlein”. Ella tenía el respaldo del líder saliente Enrico Letta, de dos pesos pesados como el ex demócrata cristiano Dario Franceschini (líder del PD en 2009), y Andrea Orlando (de los antiguos demócratas de la izquierda), así como de los hijos pródigos escindidos Roberto Speranza y el líder del PD de 2009-13, Pierluigi Bersani. Por el contrario, Bonaccini solo fue apoyado por corrientes previamente alineadas con Renzi. Sin embargo, pasando del nivel de los grandes dirigentes nacionales al nivel del gobierno local y regional, encontramos que la situación se invierte: todos los presidentes regionales del PD, una gran cantidad de alcaldes y la abrumadora mayoría de líderes y cuadros de partidos locales, apoyaron a Bonaccini.
La brecha entre el apoyo de los grandes dirigentes a nivel nacional a Schlein y el respaldo de los administradores y cuadros locales a Bonaccini es un indicio de la ruptura de las cadenas tradicionales de representación. Hubo territorios enteros en los que los círculos del Partido Demócrata votaron por Schlein en desobediencia abierta al aparato del partido local. Fue, por lo tanto, una revuelta de los miembros, una señal de la disminución del control de la estructura de liderazgo sobre el partido, amplificada por la votación en las primarias abiertas.
La impresión es que entre los más de medio millón de personas que votaron por Schlein, seguramente había un componente del electorado tradicional del PD cansado de las derrotas, la falta de identidad del partido y la oposición inconsistente al gobierno de extrema derecha de Giorgia Meloni. Pero también, una parte del electorado que no es leal al PD y puede haber votado por las alianzas más progresistas de Izquierda Verde o por el Movimiento Cinco Estrellas en las últimas elecciones, pero que utilizó estas primarias como una oportunidad para votar por la izquierda, incluso en un partido que no considera propio.
La apuesta de Schlein, en este sentido, fue muy audaz: su campaña se libró por completo dentro del PD, sin ninguna negociación con fuerzas organizadas fuera de él, ni siquiera a nivel local, pero apostando a que el segmento del electorado con el que había construido lazos en sus años de autoexilio del PD le apoyase. Y lo hizo.
Este resultado debería dar una seria pausa para reflexionar a los líderes de cualquier fuerza organizada de la izquierda política y social. Cientos de miles de izquierdistas, no registrados en el Partido Demócrata y en parte ni siquiera sus votantes, decidieron, ya sea individualmente o de forma completamente informal, votar en las primarias de un partido que no es suyo, pasando por alto cualquier membresía organizada, aprovechando la oportunidad que las primarias del PD ofrecieron para dar una señal política.
En este sentido, las primarias se confirmaron como una poderosa herramienta para la atracción externa. Para los votantes de izquierda que carecen de puntos de referencia claros con los que identificarse, las primarias del Partido Demócrata les dieron la oportunidad de votar por un candidato que les gustaba: no importa si se trata de una elección general, sino de un órgano interno del partido. La votación es cada vez más una forma de participación separada de cualquier membresía organizada: los votantes eligen a quién prefieren dentro de unas primarias determinadas, ignorando cualquier restricción que no sea la preferencia individual.
En este contexto, el PD mantiene una centralidad política en el centro-izquierda más amplio, como una fuerza en la que otros pueden abrirse camino. La izquierda fuera del partido tiene la satisfacción de que de alguna manera logró producir tanto la candidatura de Schlein (habiendo organizado muchas charlas para ella) como una parte de su electorado en las primarias. Sin embargo, esto es un escaso consuelo, dada su evidente incapacidad para crear una alternativa creíble, tanto de la propia Schlein (que después de siete años ha regresado precisamente al PD, habiendo encontrado poco que hacer en el exterior) como especialmente con respecto a las personas que decidieron apoyarla en las primarias y que ahora, tal vez, podrían decidir unirse al Partido Demócrata de forma permanente Del mismo modo podrían abandonar toda participación colectiva si el liderazgo de Schlein demuestra ser solo un breve interludio, como en el caso de algunos de sus predecesores.
Oposición y alternativa
Con la victoria de Schlein, la derecha ofrece “celebraciones” provocativas de los supuestos objetivos de la izquierda. Parece claro que la prensa basura hará todo lo que pueda para encasillar a Schlein en el estereotipo de la burguesa “radical chic” que libra batallas moralistas por la inmigración y los derechos civiles, mientras que las personas hambrienta son defendidas solo por la derecha más reaccionario.
No es casualidad que la pobreza, los salarios, el trabajo y la desigualdad fueran el foco del discurso inagural de Schlein: escapar del estereotipo que se le está construyendo es la única oportunidad que tiene de levantar una oposición que realmente hable a la mayoría de la gente, rompiendo la opción binaria entre el neoliberalismo progresista y el populismo conservador que domina la política occidental. Schlein, aunque interpreta en parte la misma necesidad de cambio social, político y generacional, no es Alexandria Ocasio-Cortez, y sabe que su biografía es diferente.
La súper neoliberal Azione-Italia Viva (el equipo electoral rival creado por Renzi y sus aliados) se ha apresurado a comparar a Schlein con Jeremy Corbyn, en un caso típico de “cosas que la derecha dice que serían geniales si fueran ciertas”. Azione-Italia Viva seguramente busca atraer a los componentes más centristas del PD, tanto de su clase política como de su electorado. Estos componentes no se limitan solo a la corriente ex-Renziana: no olvidemos que los dos grandes partidarios de Schlein, Franceschini y Orlando, fueron ministros en el gobierno de Draghi hasta hace unos meses, y que el hombre que propuso su candidatura, Letta, es el mismo líder que decidió hacer la campaña electoral de centro-izquierda de 2022 sobre la continuidad de Draghi. Sin mencionar el sistema de relaciones locales, nacionales e internacionales que ha desarrollado el PD en los últimos quince años. Es, ante todo, un proveedor de administradores capacitados para el estado y un garante de los equilibrios establecidos entre los actores más variados, desde los sindicatos hasta el BCE.
El riesgo es que Schlein no sea una “Corbyn” en el sentido de que seguirá siendo incapaz de romper realmente con el neoliberalismo progresista, pero será tratada por los medios de comunicación y los opositores como si lo fuera. No es difícil imaginar un escenario en el que el PD avance propuestas tímidas y moderadamente izquierdistas sobre salarios, redistribución, derechos y ambientalismo, la derecha los mata como si se enfrentaran a una plataforma revolucionaria, y la izquierda se encuentra defendiendo una barricada que ni siquiera es propia.
Más que Corbyn, en este escenario, Schlein se encontraría emulando a Benoît Hamon, quien se hizo cargo del liderazgo del Partido Socialista Francés para traerlo de vuelta a la izquierda después del fracaso de la presidencia de François Hollande, pero logró en el proceso perder tanto los votos de izquierda como los centristas, llevando así a su partido a un mínimo histórico del 6 por ciento en las elecciones presidenciales de 2017.
De hecho, sin ir demasiado lejos, Nicola Zingaretti, en 2019, también fue elegido para liderar el PD con una plataforma de ruptura con el neoliberalismo renziano, pero sin proponer una alternativa que no fuera un regreso a un “centro-izquierda normal” al estilo de la década de 1990. Revertir el curso del neoliberalismo progresista implica rupturas y conflictos, no un simple cambio de liderazgo.
En el fondo sigue existiendo la perspectiva de reconstruir un frente de centro-izquierda capaz de desafiar el control de la derecha sobre el gobierno nacional. Esto significaría reanudar la iniciativa que fracasó con la caída, a principios de 2021, del segundo gobierno de Giuseppe Conte, que había unido al Movimiento Cinco Estrellas y a los Demócratas. Su administración cayó tanto por los ataques externos como por la inconsistencia política del propio proyecto. El centro-izquierda es la opción política del compromiso, de un pacto interclasista entre diferentes intereses sociales que encuentran convergencia en nombre de una perspectiva política común. Esta no es la opción que más le gustaría a este autor, pero es al menos una de la que se habla hoy en terminos concretos.
Los temas de conversación de Schlein seguramente son más de izquierda que los de los recientes líderes de centroizquierda. Pero no está claro hasta que punto los comparte su partido y qué bloque social y político está dispuesto a construirse a su alrededor. El PD nació como un partido sin vínculos orgánicos con las organizaciones de clase. ¿Intentará el liderazgo de Schlein construir tales lazos, un poco como la alianza de los líderes laboristas de Corbyn con parte del movimiento sindical? ¿O intentará hacer del propio PD una fuerza de masas, a pesar del colapso de la membresía, una tendencia que no ha mostrado signos de disminuir, desde que nació el partido?
¿Qué compatibilidad se buscará con esos vastos sectores del PD que esencialmente se conciben a sí mismos como referentes políticos del establishment nacional e internacional? ¿Y qué compromiso se propondrá a aquellos segmentos de la élite económica que se opusieron tan implacablemente incluso al suave reformismo del segundo gobierno de centroizquierda de Conte? Incluso una simple fuerza de centroizquierda necesita raíces profundas en diferentes sectores de la sociedad, una voluntad de representar sus exigencias y una capacidad para reconciliarlas en una visión de reforma común. ¿Dónde, en la Italia de hoy, está el posible compromiso social que representaría un nuevo centro-izquierda?
La impresión, por ahora, es que Schlein ha sido elegido más como líder de la oposición, un contrapeso efectivo en los medios de comunicación a Meloni, más que como punto de referencia para una nueva propuesta de gobierno. Su elección, después de todo, acerca al PD a los posibles aliados del Movimiento Cinco Estrellas, por no mencionar la alianza de la izquierda-Verde, con el riesgo de tener tres partidos compitiendo por el mismo espacio, que, además, nunca es tan grande electoralmente. El peor resultado, entre todos los posibles, es el escenario de “Benoît Hamon”: una propuesta política masacrada por la derecha e incapaz de involucrar a la izquierda, encerrada en la caricatura de la ” Izquierda de élite metropolitana aislada de la gente”, cuyo eventual fracaso traería otra ola de decepción.
Sin embargo, sería miope negar que la elección de Schlein señala el despertar, aunque sea contradictorio, de una parte del electorado progresista, y un claro cambio hacia la izquierda en el eje del debate público. Este contexto parecería ventajoso para las fuerzas organizadas de la izquierda, para los sindicatos y los movimientos sociales, si no fuera por la debilidad de estos actores en esta etapa. Aunque en la sede del PD ahora se hable, por insuficiente y vaga que sea la propuesta, de la lucha contra la desigualdad, la mejora de las condiciones de trabajo, la transición verde y el bienestar universal y los servicios públicos, depende de nosotros luchar sobre estos temas en las calles y plazas de Italia.
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